lunes, 19 de febrero de 2018

Mauricio Vargas / El espejo venezolano


Mauricio Vargas

El espejo venezolano

Aquí las cosas no van de maravilla, pero mirarse en el espejo vecino deja ver que pueden empeorar.

14 de enero de 2018

El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, salió esta semana a decir que miles de colombianos pasan a diario hacia su país para ser atendidos por el sistema público de salud, porque en Colombia no funcionan esos servicios. El presidente Juan Manuel Santos le ripostó duro, con razón, pues hace falta mucha cachaza para negar, como Maduro pretende, que la economía de Venezuela, incluidos servicios como la salud, ha colapsado. Y no es que en Colombia el asunto de la salud vaya de maravilla, pero de seguro marcha mucho mejor, como casi todo lo demás.
La inflación en Venezuela, que era del 320 % hace unos meses, ya supera el 2.000 %. El desempleo sobrepasó en 2017 el 21 % y la pobreza, que decreció en los cinco primeros años de Hugo Chávez gracias a la bonanza petrolera, lleva ya medio decenio al alza: hace poco menos de un año, un estudio reveló que 82 % de los hogares viven por debajo de la línea de pobreza, con más del 50 % en niveles de pobreza extrema. La tasa de homicidios, que era de 20 por cada 100.000 habitantes, llegó a 70. Millones de venezolanos no solo viven con hambre, sino muertos de miedo. Por eso, y porque mientras esto ocurre un puñado de privilegiados del chavismo que han saqueado las arcas públicas se pasean en jets privados, con Rolex de 50.000 dólares y cuentas de millones y millones en los paraísos fiscales, el cinismo de Maduro raya en lo criminal.



En Colombia, las cosas no van de maravilla. Pero la inflación ronda el 4 %, el desempleo está por debajo del 10 %, la pobreza bajó en 15 años de 50 a menos de 30% (lo que sigue siendo alto, pero la tendencia es positiva) y la tasa de homicidios tuvo exactamente la evolución inversa en 20 años: bajó de 70 por cada 100.000 habitantes a poco más de 20, que aún es mucho. En cuanto a la corrupción, aquí los saqueadores del tesoro público no se quedan atrás, pero, aun si uno suma todos los escándalos conocidos, no hay manera de llegar a la forma como se esfumaron de Venezuela 500.000 millones de dólares de la bonanza petrolera.

Esta comparación no es para que los colombianos saquemos pecho, pues aquí hay mucho lío que resolver y algunos –como el de la corrupción– tienden a agravarse, pero sí para que nos miremos en el espejo venezolano y nos sirva de advertencia, ahora que llegan las elecciones presidenciales y, entre las opciones del tarjetón, hay algunas con un innegable tufo chavista. No es exagerado decir que Gustavo Petro, el presidenciable del Movimiento Progresistas, es afín a esa línea programática. Lo mismo se puede predicar del candidato que vayan a lanzar las Farc y de las aspirantes Piedad Córdoba y Clara López.

En lo personal, estoy convencido de que el exalcalde de Medellín Sergio Fajardo está muy lejos, lejísimos, de esa línea ideológica. Pero no así sus socios del Polo Democrático, un partido liderado por políticos de formación marxista como el senador Jorge Robledo. Para vacunarse contra esos temores, en uno de los pocos puntos claros de su etéreo programa, Fajardo ha dicho que no piensa tocar la propiedad privada. Suena bien, pero vale recordar que eso mismo decía Hugo Chávez en la campaña electoral que lo llevó al poder en 1998.

No digo que lo anterior haga buenas, por sí solas, a las demás opciones, como Iván Duque, Germán Vargas, Marta Lucía Ramírez o Juan Carlos Pinzón –quien, a pesar de no marcar mucho en las encuestas, ha hecho una campaña seria–. No votaré en las presidenciales por uno de ellos solo porque no sea chavista: para convencerme hará falta mucho más en materia de propuestas concretas y compromisos, incluido el de la anticorrupción. Pero, hecha esta aclaración, a la hora de pensar en el voto resulta de gran utilidad mirarse en el espejo de Venezuela y aprender las lecciones que se derivan de semejante tragedia.


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