lunes, 11 de junio de 2012

1962 / El año prodigioso




1962, el año prodigioso

Un congreso y ocho libros en ese año fueron el primer gran fulgor de un momento feliz para la literatura latinoamericana

WINSTON MANRIQUE SABOGAMadrid 11 NOV 2012 - 16:42 CET

El año del deslumbramiento fue 1962. El primer gran fulgor. Como si todo se hubiera estado preparando para coincidir ese año en una especie de pirotecnia literaria, del comienzo de una década irrepetible en la literatura latinoamericana.
En ese año publicaron autores prestigiosos que aún no gozaban de una gran resonancia internacional junto a otros relativamente jóvenes en el mundo de la literatura. Todos dieron el fogonazo que permitió iluminar el pasado literario del continente y avistar el futuro de sus letras.
Una mirada telegráfica sobre esa fecha arroja lo siguiente:
1- Congreso de Intelectuales de Concepción (Chile)
2- El siglo de las luces. Alejo Carpentier
3- Historias de Cronopios y de Famas. Julio Cortázar
4- Sudeste. Haroldo Conti
5- La muerte de Artemio Cruz. Carlos Fuentes
6- La ciudad y los perros. Mario Vargas Llosa
7- La mala hora. Gabriel García Márquez
8- Los funerales de la Mama Grande. Gabriel García Márquez
9- Aura. Carlos Fuentes

A partir de 1962 se rescatan y se hace justicia sobre algunos grandes nombres que desde comienzos del siglo XX y hasta los años cincuenta venían publicando con reconocimiento en sus países pero no con la suficiente relevancia transcontinental. Ellos fueron los continuadores de una ruta exploratoria a través del idioma español abierta por Rubén Darío desde finales de siglo XIX. Es así como en 1918 empezaron a aparecer obras clave ya no solo para la literatura latinoamericana sino en español. Es el año del poemario Los heraldos negros, de César Vallejo, y del libro de relatos Cuentos de la selva, de Horacio Quiroga. Y así medio centenar de títulos ya clásicos hasta 1961.
Cuando llega 1962, el año lo inaugura Chile en enero con el Congreso de Intelectuales de Concepción. Lo que significa que ya entonces había una conciencia clara del valor de lo que se había hecho, se estaba haciendo y se podía hacer en el ámbito de la creación literaria en América Latina.
El periodo de maduración fue tal que si entre 1918 y 1961 se editó medio centenar de obras importantes, entre 1962 y 1970 aparecieron casi cuarenta libros inolvidables y escritores que pasaron a la historia de la literatura.

El periodo de maduración fue tal que si entre 1918 y 1961 se editó medio centenar de obras importantes, entre 1962 y 1970 aparecieron casi cuarenta libros inolvidables y escritores que pasaron a la historia de la literatura.
Los años del boom son un momento milagroso en el cual, si al comienzo destacaron 4 o 6 autores, la verdad es que pueden ser 15 o 20 nombres los que aparecieron o se fortalecieron para enriquecer la literatura en español. Más allá de si eran amigos entre ellos, participaban en reuniones, compartían editorial o comulgaban con las ideas de la revolución cubana.
José Donoso escribió en 1972 Historia personal del boom, donde ya analizaba lo ocurrido y ofrecía una mirada panorámica. Coincidencia de intereses, inquietudes, ambiciones y formas diversas de ver, asumir y vivir el mundo y la literatura. Donoso establecía círculos del boom. Las cuatro sillas principales eran para Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, mientras  que reconocía que una quinta, según decían, la adjudicaban a él o a Juan Carlos Onetti. Luego se refería a otro círculo de autores y tras este otro. Pero el tiempo ha confirmado el valor y aportación de todos ellos.
El 62 fue el año donde prendió la mecha del boom con ese congreso y esos ocho libros. A partir de entonces, todo fue cuesta arriba. Como una carrera en la que cada año intenta superar al anterior en cantidad y calidad de títulos. Obras que confirmaron el buen destino de sus escritores en el mapa internacional.
¿De dónde viene todo eso? Del mestizaje del idioma, de la pérdida del miedo a manejar el lenguaje en lecciones dejadas por autores como Rubén Darío, del ánimo de sus escritores por conocer sin prejuicios el legado literario universal clásico y prestar especial atención a los autores más contemporáneo tanto en otros idiomas como en el propio: Faulkner, Sartre, Cervantes, Rulfo, Kafka, Homero, Woolf, Carpentier, Hemingway… Los leyeron, los comentaron y los asimilaron. En un segundo bloque estaría el contacto físico de los escritores con el mundo. Es su espíritu cosmopolita y de exploración por voluntad propia u obligados por las circunstancias. Pero siempre atentos y abiertos a explorar y dejarse sorprender.

EL PAÍS


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