miércoles, 14 de diciembre de 2016

Pilar Donoso / Donoso al desnudo


José Donoso
Donoso al desnudo 
Pilar, su hija adoptiva, lo retrata

Con amor pero sin tapujos. Así se ve retratado el chileno José Donoso en “Correr el tupido velo” (Alfaguara), biografía que le ha dedicado su hija y que también da fe de los tiempos del “boom” latinoamericano. 

Texto: Carles Barba



Ser hija de escritor tiene sus costes. Que se lo digan a Lucia Joyce, que enloqueció. O a Margaret Salinger, que se vengó de su padre despotricando contra él en un libro. El que ha redactado ahora Pilarcita Donoso anda a medio camino entre el amor y el resentimiento. Adoptada por el novelista y su mujer cuando tenía tres meses, compartió con ellos un exilio de diecisiete años y luego la espinosa readaptación a un Chile que, tras la dictadura pinochetista, se les había quedado irreconocible. En Correr el tupido velo, la autora se ha propuesto una biografía desenmascaradora (“la vida humana”, decía el propio Donoso, “consiste en un refinado y complejísimo sistema de enmascaramientos y simulaciones”) y por otro lado ha acometido un autorretrato de familia, desmenuzando las relaciones que se establecían entre el escritor, su mujer María Pilar y ella misma.

Pilar Donoso


Lo cierto es que José Donoso se casó (a los 37 años, con una mujer “que vivía rodeada de Cadillacs, vestidos y joyas”) casi como un acto de autoterapia y empujado por un psicoanálisis. Hasta entonces siempre se había sentido inclinado a la libertad radical, sin poseer nada ni ser nadie, aunque ello le supusiera la marginalidad. Pero en un momento dado el matrimonio le pareció una oportunidad de salir de la intemperie y tener casa, mujer y jardín. A su flamante esposa le exigió dos cláusulas: saber conducir y haber leído a Proust, “porque si no, no tendrían de qué hablar”. Enseguida, sin embargo, surgieron problemas: María Pilar, consciente de que hace de sombra decorativa de su marido, empieza a beber y unos quistes uterinos la alejan de la posibilidad de la maternidad. En lo sucesivo, la pareja entrará en una dinámica cada vez más irreversible: él se volcará en su espacio creativo y ella, sintiéndose postergada, incurrirá en el alcohol y las depresiones.

La hija tendrá que crecer entre estas dos personalidades tan testarudas y a la vez tan frágiles. E inevitablemente habrá de adaptarse a una vida de trashumancia, porque, desde que en 1962 la pareja deja Chile, irán de mudanza en mudanza: Estados Unidos, Lisboa, Pollensa, Barcelona, Sitges y Comillas, entre otras muchas escalas. Donoso, como Rilke, parece estar buscando el hábitat idóneo para la liberación de sus fuerzas creativas y cada casa que arma y decora, ha de tener buenas vistas, un interiorismo refinado y una torre o buhardilla a donde él pueda subir a aislarse. Escribe embutido en una chilaba blanca, sobre una castigada Olivetti y con algún que otro perro a los pies de su mesa.


En guateques dados por Carlos Fuentes en México ha conocido ya a algunas luminarias del boom (a Gabo, por ejemplo) y en Barcelona tomará contacto con la agente Carmen Balcells, determinante en su vida, y con el editor Carlos Barral, quien se le enfada a cuenta de la publicación de El obsceno pájaro de la noche y con alguna copa de más le suelta: “¡Qué eres, un indigno de mierda! ¡Con esa barba mal cortada! ¡Te ves ridículo con tus anteojos pegados con scotch!”.


Entre 1971 y 1974, el pueblo aragonés de Calaceite resultará un grato interludio para los Donoso, por lo menos para la niña, ávida de aire libre, juegos y chiquillada. El novelista se enamoró de aquel villorio congelado en el siglo XVII y por seiscientos dólares compró una casona casi en ruinas, y se la acondicionó con un suntuoso jardín. Desde Calaceite seguirá bajando a Barcelona, donde alterna con los Vargas Llosa o los Goytisolo, y a Calaceite irá subiendo una colonia de escritores y bohemios; entre los cuales, Mauricio Wacquez, Elsa Arana, los Zimmermann o los Gili. El cineasta Luis Buñuel y sus hermanas, a sólo cuarenta kilómetros, irán y vendrán a menudo desde Calanda, y Buñuel alimentará durante años la idea de rodar una novela donosiana, El lugar sin límites. El escritor chileno tiene además el mecenazgo de una pareja amiga, Gene y Francesca Raskin, y a ellos les dedica su último libro de esa época, Tres novelitas burguesas. Sin embargo, su mujer María Pilar se adapta mal al pueblo, sólo la distraen las tareas domésticas y alguna que otra traducción, y cada tanto recurre al alcohol, que la deja aletargada.

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