domingo, 26 de octubre de 2014

Alberka / Se llamaba Darío Morales y era pintor

Darío Morales
Desnudo acostado

Alberka

SE LLAMA DARÍO Y ERA PINTOR

Se llamaba Darío Morales, era pintor y murio en París", escribió en 1988 el escritor Germán Arciniegas en una de sus notas de prensa. "El dolor es un punto al infinito", dijo Alejandro Obregón luego de enterarse de la muerte prematura del artista cartagenero que a los 44 años acababa de partir hacia el fondo del mar, en "cenizas al agua, con lágrimas". Cenizas lanzadas a esa bahía que tanto había cantado su pariente, el poeta Luis Carlos López, "uno de los mejores que tuvo Colombia", como aseguraba Jorge Zalamea. ?!Pelusa, tengo cáncer!" había gritado Darío Morales por el teléfono a su esposa Ana María la noche del diez de octubre de 1986. Estaba solo en Nueva York. Allí su obra se vendía a altísimos precios. "En Nueva York y París, Botero, Caballero y Morales venden todo lo que hacen", reportaba el entonces corresponsal de prensa Enrique Santos. Darío Morales había logrado una expresión del desnudo sin antecedentes en la historia del arte en Colombia. En atmósferas nostálgicas, con la intimidad del cuarto cerrado, aparecían vientres femeninos, fragmentos de curvas sin rostro, piernas iluminadas por la luz acariciante del sueño erótico que confesaba recurrente, sexos explícitos que muchas veces causaron escándalo... Gabriel García Márquez, su amigo, recordaba el revuelo que en 1972 causaron sus cuadros exhibidos en la vitrina de la Galería Pyramid de Washington.


"Siempre miro con amor su cuerpo desnudo?
 
"Parecía ser la fotografía demasiado realista de una mujer en cueros, derrumbada en un mecedor vienés y abierta de piernas frente a los transeúntes, sin el menor recato, si bien la expresión de su sexo era más bien desolada que libertina. La policía ordenó retirar el cuadro, pero su ímpetu se quedó sin razones cuando le demostraron que no era una fotografía sino un dibujo. El arte tiene sus privilegios y el más raro de ellos es que se le toleren ciertos excesos que no están permitidos en la vida. El autor de aquel dibujo tan perfecto era un colombiano de 28 años que sobrevivía a duras penas en un cuarto de servicio del barrio Saint Michel, en París. Su nombre no le decía nada a nadie...su esposa Ana María estaba peor que él, porque además estaba encinta. Pagaban el alquiler del cuarto limpiando a gatas las escaleras del decrépito edificio de seis pisos. De noche, Ana María dividía el espacio con una manta para poder dormir con su niña dormida en el vientre, mientras su esposo pintaba hasta el amanecer". Lejos estaban aquellos tiempos de éxito que vendrían para el artista en los años 80 y aquella casa confortable de dos pisos en el barrio Cinco de París, una vieja imprenta remodelada sin lujos pero con un espacio generoso para ser, a la vez, taller y casa compartida con su esposa y sus dos hijas. Unas fotos, tomadas por Juan Mayr para el grupo de publicaciones de Diners, muestran el sitio de trabajo y habitación del artista que, según sus amigos, no se acomodaba a ser rico, porque era un trabajador que quería "sencillamente, vivir". Allí produjo gran parte de su obra, rodeado de vegetación, con colecciones insólitas de objetos, manos esculpidas, figuras religiosas, botellas rosadas, fotos antiguas; estanterías de cocina convertidas en biblioteca, viejos muebles reciclados, el maniquí del siglo XVIII, el piano, las sillas de barbero o de dentista y las clásicas sillas vienesas, tan presentes en su obra y en las que posaba desnuda su mejor modelo, su esposa catalana Ana María Vila. Con ella se había casado en Bogotá, en ceremonia de adolescentes disfrazados y rodeados de sus amigos de la Facultad de Artes de la Nacional.
Entre ellos Luis Caballero, padrino y luego compañero en París durante aquellas primeras épocas difíciles para Darío Morales, el silencioso estudiante que vivía a duras penas con la inconstante beca del Icetex con la cual había llegado en 1968. "Según un periódico de la tarde, en el solo barrio latino había 11 mil pintores anónimos del mundo entero viviendo en las mismas condiciones de él...la noticia lo había hecho sentirse menos solo, que es algo muy alentador cuando se es joven y no se tiene nada que comer en París". Allí desertó del estudio, pues la tendencia era hacia la experimentación abstracta. Por sus desnudos muchos lo llamaron retrógrado, pero él seguía con sus 10 horas de trabajo diario, perfeccionaba su técnica, estudiaba a Rubens, Tiziano, Courbet, Caravaggio, Rembrandt, Degas..."me interesa saber cómo procedían ellos", decía. En conversación con el crítico Galaor Carbonell se comenta que Botero y Morales eran, al parecer, imposibles discutiendo la manera mejor de hacer una velatura o una mezcla para lograr transparencias... Para Eduardo Serrano, crítico y autor del libro "Darío Morales", el artista fue "maestro de dos grandes géneros de la historia del arte, el desnudo y el bodegón, los cuales le permitieron no sólo proyectar todas las sutilezas, erudición y dominio técnico, sino también comunicar una sensualidad conmovedora que en ocasiones utilizó para celebrar la vida y los instintos y otras veces para interrogar la muerte o lucubrar sobre los misterios del universo". Esa obra que hoy es tesoro de coleccionistas, él la hizo al margen de modas, según su manera discreta de observarse, de vivir. "Soy antimoda", repetía. En aquellos primeros años que siguieron a su llegada en 1968, "Darío vivía en el número 14, yo en el 6", recordaba Germán Arciniegas. Cuando iba a verlo bajaba al subterráneo en la placita de Saint Germain des Prés, tomaba el tren y salía por una estación cuyo nombre he olvidado. A pocas cuadras, Darío... su sonrisa era lejana. Un hombre plácido, una gracia callada. Flaco y con una gran ambición... tal vez es la ambición que despierta el encontrarse pobre e indefenso frente al teatro grande del mundo. Cuando yo lo conocí no había vendido un cuadro, o vendía uno al año. Luego se hizo famoso en el centro de París y Nueva York y creo que siguió siendo el mismo...hasta que un día, estando en la mitad de la vida !cáncer! Lo agarró en las entrañas. Y Darío volvió a empezar. Está bien, es el cáncer, pues ahora a trabajar más. Quería hacerlo todo estando ya sobre las tablas de la muerte. Con una grandeza que es la del estudiante pequeñito, infinitamente más pobre que cuando vivía en el 14 de París. Lo que se le iba era la vida y afrontaba su fuga. Tiemblo de pensar en esta última grandeza suya que estremece." Se entregó en esa última etapa a sus bodegones y, hasta el final, a sus desnudos que revelaban su obsesión por la mujer. "Siempre quise tener una mujer al lado", decía. En sus dibujos, óleos, pasteles, esculturas se advierte la virtud serena del maestro, la verdad de su emoción, la sinceridad sin insolencia del que expresa lo que quiere desde hace mucho tiempo, con sigiloso paso, sin la ostentación del que se proclama genio. Aunque para muchos lo era, con una capacidad asombrosa que se había intuido desde niño. Ahí leemos la reseña publicada en 1958 en el periódico El Universal, cuando Darío exponía a los 14 años. "Ante sus cuadros aparece el niño Darío Morales en la Galería de la Inquisición. Las obras del precoz artista cartagenero forman parte de la exposición abierta por la Escuela de Bellas Artes en Cartagena, de la cual Darío es alumno sobresaliente." El dolor es un punto al infinito... escribió 20 años después, adolorido por la muerte de Morales, su amigo Alejandro Obregón. Y "hoy, dentro de cinco segundos ya es mañana?




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