lunes, 11 de agosto de 2014

Leonardo Sanhueza / Contra Benedetti




Leonardo Sanhueza
CONTRA BENEDETTI

La muerte de Mario Benedetti ha dejado una estela unánime de panegíricos y reverencias. Las necrológicas, sin embargo, parecen escritas en serie. Es muy curioso que un escritor extremadamente prolífico, conocido en el mundo entero, famoso como ningún poeta hispanohablante vivo, un poeta cuyas obras –junto a las de Joaquín Sabina– son un pilar financiero de la editorial de poesía más importante de España, quede reducido, en la hora de su muerte, a dos poemas citados al tuntún (uno de ellos, “Te quiero”, ha salido hasta en la sopa, siempre casi cantado, como imitando a Sandra Mihanovich y Celeste Carballo) y al título de una novela (La tregua).

Esa frugalidad en el balance literario de Benedetti esconde cierta hipocresía de los intelectuales. Hasta hace unos días, podía decirse que el autor uruguayo estaba tachado del panorama poético latinoamericano. Se le consideraba, a lo más, un letrista. Yo mismo, más de una vez, he usado su nombre como sinónimo de mala poesía. Daba la sensación de que Benedetti encarnaba una injusticia, la de alzarse por medios extraliterarios desde su medianía a los lugares más vistosos de los escaparates. Al respecto, si de Uruguay se trata, resulta incomprensible que Benedetti haya sido más conocido, divulgado y reconocido que la poeta uruguaya Idea Vilariño, que a todo esto murió hace dos o tres de semanas. Ambos no sólo eran coterráneos, sino que pretendían con igual entusiasmo la simpleza de los temas y las palabras, pero un solo poema de Vilariño pesa muchos de Benedetti, entre otras razones porque ella nunca cayó en las trampas de la complacencia con el lector: más bien, allí donde Benedetti apuesta, por ejemplo, por anular la soledad humana a punta de buenos deseos y mensajes esperanzadores, Vilariño se remitió a ser sencilla para explicar los enmarañamientos del yo en relación con los otros. Como narrador, en tanto, su novela La tregua no le daba el ancho para aspirar a compararse con Onetti, por nombrar otro compatriota coetáneo suyo. Como ensayista, aunque sus textos críticos son, a mi juicio, lo más interesante y valioso que escribió, sería una maldad ponerlo a lidiar con otro compañero de generación: Ángel Rama.

Pero Benedetti era bueno. Era bueno de cara, de andar, de saludo, de ideas y de todo. Hasta de bigotes era bueno. Su bondad traspasa las fotografías. Su voz es acogedora, por decir lo menos. Su biografía es la de un hombre perseguido y libre. Por eso es muy difícil hacer su balance literario póstumo, porque hay que ponderarlo por sus medallas al mérito.

Yo tenía diecinueve años cuando Benedetti vino a Santiago y leyó sus poemas en la Estación Mapocho. Por supuesto, hice lo que pude para entreverarme y verlo de cerca. Era el poeta de las cosas sencillas, pero también una especie de fantasma político, una visita ilustre para el Chile postdictatorial. Como resultado, la ovación fue total. Ni siquiera el Colo Colo del 91 se llevó tantos minutos de aplausos. Es una pena que ahora no recuerde absolutamente nada más: sólo aplausos. Tal vez ése era el destino de los poemas que leyó Benedetti esa noche: ser aplausos y nada más.


Leonardo Sanhueza 
Bueno hasta los bigotes
Las Últimas Noticias, 19 de mayo de 2009




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