miércoles, 7 de mayo de 2014

Raymond Carver / Principiantes



N. del T: “Principiantes” es una versión primigenia y más extensa de “De qué hablamos cuando hablamos de amor,” relato que forma parte del volumen homónimo editado en 1981. En Diciembre de 2007 la revista norteamericana The New Yorker publicó “Principiantes,” junto con un excelente artículo sobre la relación de Raymond Carver y su editor Gordon Lish y los diversos cortes y diagramaciones que habían sufrido muchos de los relatos de Carver. En 2008 Tess Gallagher, viuda de Carver, re-editó “Principiantes” y otros relatos de Carver sin los cortes de Lish, para que pudiese apreciarse el trabajo de Carver en su forma más “auténtica, original”.
Título originalBegginers.
Traducción: Martín Abadía


RAYMOND CARVER
BIOGRAFÍA

PRINCIPIANTES


Raymond Carver / Beginners (Cuento en inglés)
                                                                                                                                                            071224_carver04_p465El que hablaba era mi amigo Herb McGinnis, el cardiólogo. Estábamos los cuatro sentados en su cocina, bebiendo gin. Era sábado por la tarde. La luz del sol entraba por el ventanal que estaba detrás del fregadero, inundando la cocina. Estábamos Herb, yo, su segunda esposa, Teresa – la llamábamos Terri – y mi esposa, Laura. Vivíamos en Albuquerque pero todos éramos de sitios diferentes. Sobre la mesa había una cubeta con hielo. El gin y el agua tónica pasaban de mano en mano y de alguna forma, llegamos al tema del amor. Herb pensaba que el amor real no era otro que el amor espiritual. Cuando era joven, había pasado cinco años en un seminario, antes de que renunciase para ir a la escuela de medicina. Había dejado la Iglesia en la misma época aunque decía que, al mirar atrás, esos años de seminario habían sido los más importantes en su vida.

Terri nos contó que el hombre con el que había vivido antes de vivir con Herb la amó tanto que había intentado matarla. Herb se rió luego de que ella lo dijese. Hizo una mueca. Terri lo observó y luego dijo, “una noche me golpeó, la última noche que pasamos juntos. Me arrastró por todo el living, tomándome por los tobillos; me decía todo el tiempo te amo, ¿no te das cuenta? Te amo, perra. Terri nos miró a todos y luego miró sus manos en el vaso. “¿Qué se puede hacer con un amor así?” dijo. Era una mujer delgada hasta los huesos, de rostro muy bonito, ojos oscuros y pelo castaño, largo por la espalda. Le gustaban los collares de turquesas y los pendientes largos. Tenía quince años menos que Herb, había sufrido algunos períodos de anorexia, y hacia el final de los sesentas, antes de meterse en la escuela de enfermería, había sido una marginal, “una persona de la calle,” como le gustaba decir. Algunas veces, Herb la llamaba con cariño su “hippie”.
“Dios mío, no seas tonta, Eso no es amor y lo sabes,” dijo Herb. “No sé cómo lo llamarías tú –yo lo llamaría locura –; pero seguramente no es amor.”
“Di lo que quieras, pero yo sabía que él me amaba,” dijo Terri. “Lo sé. Quizás te parezca alocado, pero no deja de ser verdad. Las personas son diferentes, Herb. Claro, a veces él quizás se pasase un poco. Está bien, pero me amaba. A su manera tal vez, pero me amaba. Eso era amor, Herb. No lo niegues.”
Herb suspiró. Sostenía su vaso y se dio vuelta, de cara a Laura y a mí. “Me amenazaba con matarme también.” Él acabó su trago y buscó la botella de gin. “Terri es una romántica. Terri es de la escuelaPégame-para-que-sepa-que-me-amas. Terri, cariño, no lo veas de esa manera.” Él estiró un brazo por sobre la mesa y le acarició la mejilla con los dedos. Le sonrió.
“Ahora quiere solucionarlo,” dijo Terri, “luego de que intentó dejarme.” Ella no sonreía.
“¿Arreglar qué?” dijo Herb. “¿Qué hay que arreglar? Yo sé lo qué sé y eso es todo.”
“¿Cómo lo llamarías entonces?” dijo Terri. “¿Cómo fue que llegamos a este tema de todas formas?” Ella levantó su vaso y bebió. “Herb tiene siempre al amor en la cabeza,” dijo. “¿O no, cariño?” Ahora sonreía, y yo pensé que era el fin.
“Sólo digo que no llamaría amor al comportamiento de Carl, es todo lo que digo, cariño,” dijo Herb. “¿Qué dicen ustedes?” nos dijo. “¿Eso les parece amor?”
Yo me encogí de hombros. “No soy la persona indicada para responder. No conocí a ese hombre. Solo he oído su nombre al pasar. Carl. No sabría qué decir. Tienes que conocer todos los detalles. En mi opinión, no digo que no sea amor, pero ¿quién podría asegurarlo? Hay muchas formas diferentes de comportarse y de demostrar afecto. Ésa no es mi forma, pero lo que tú dices, Herb, ¿te refieres al amor como un absoluto?”
“El amor del que hablo es,” dijo Herb, “es aquel que no tiene que ver con  asesinar a alguien.”
Laura, mi mujer, dijo entonces, “no sé nada de Carl, o de la situación. ¿Quién puede juzgar una situación ajena? Pero, Terri, no sabía que había habido violencia.”
Acaricié el dorso de la mano de Laura. Ella me sonrió brevemente y luego miró fijo a Terri. Tomé la mano de Laura, una mano digna de acariciar, las uñas limpias, perfectamente labradas. Rodeé su muñeca con los dedos, como un brazalete, y la sostuve.
“Cuando lo abandoné, bebió venenos para ratas,” dijo Terri. Se apretaba los brazos con las manos. “Lo llevaron al hospital de Santa Fe, donde vivíamos, y le salvaron la vida. Y le separaron las encías. Digo, las metieron dentro y todos sus dientes salían fuera como colmillos. Dios.” Esperó un minuto, luego liberó ambos brazos y tomó el vaso.
“¡Lo que hace la gente!” clamó Laura. “Lo siento por él, aunque no creo que fuese a gustarme. ¿Dónde está ahora?”
“Quedó fuera de la obra,” dijo Herb. “Está muerto.” Me pasó el platillo con las limas. Tomé unas, las escurrí en mi trago y revolví los hielos con el dedo.
“Es peor que eso,” dijo Terri. “Se pegó un tiro en la boca, lo echó todo a perder. Pobre Carl,” dijo moviendo la cabeza.
“Nada de Pobre Carl,” dijo Herb. “Era peligroso.” Herb tenía cuarenta y cinco años. Era alto y esbelto, de pelo canoso y ondulado. Su cara y sus brazos siempre estaban bronceados de jugar al tenis. Cuando estaba sobrio, sus gestos y todos sus movimientos eran meticulosos y delicados.
“Me amaba de todas formas, Herb, concédeme eso,” dijo Terri. “Es todo lo que pido. No me amaba del modo en que lo haces tú, no es que diga lo contrario. Pero me amaba. Puedes concederme eso, ¿no? No es mucho lo que pido.”
“¿A qué te refieres con que lo echó todo a perder?” pregunté. Laura estaba inclinada sobre su vaso. Puso los codos sobre la mesa y lo sostenía con ambas manos. Recorrió con la vista el camino de Herb hasta Terri y catedralesperó con una mirada de desconcierto, como si estuviese asombrada de que cosas así le pasasen a la gente que conoces. Herb acabó su trago. “¿Cómo podría echarlo todo a perder si se mató?” dije una vez más.
“Te diré lo que sucedió,” dijo Herb. “Sacó la 22 que había comprado para amenazar a Terri y a mí – seriamente, quería usarla. Deberías haber visto como eran aquellos días. Como fugitivos. Incluso yo mismo compré también una pistola y eso que siempre pensé no ser un tipo violento. Pero compré una pistola por defensa propia y empecé a llevarla en la guantera. A veces debía abandonar el apartamento en mitad de la noche, sabes, para ir al hospital. Terri y yo no estábamos casados entonces y mi primera esposa llevaba la casa y los niños, el perro, todo, y Terri y yo vivíamos en aquel apartamento. Como decía, a veces recibía una llamada en mitad de la noche y tenía que salir para el hospital a las dos o tres de la madrugada. El estacionamiento era oscuro, de manera que a veces podías llegar a sudar de miedo antes de meterte en el auto. No sabías si el tipo iba a salir de detrás de los arbustos o del auto y empezar a dispararte. Digo, estaba loco. Era capaz de ponerte una bomba en el auto, o de cualquier otra cosa. Solía dejar mensajes en la guardia diciendo que necesitaba hablar con el doctor y cuando yo devolvía la llamada me decía Hijo de una gran puta, tus días están contados. Cosas como ésas. Te juro que era aterrador.”
“Igualmente me siento mal por él,” dijo Terri. Dio un sorbo a su trago y miró a Herb. Y Herb la miró también.
“Parece una pesadilla,” dijo Laura. “Pero, ¿qué pasó exactamente luego de que se mató?” Laura es secretaria jurídica. Nos conocimos en una capacitación profesional entre miles de personas alrededor, pero hablamos y le pedí que cenásemos juntos. Antes de que nos diésemos cuenta, estábamos de novios. Tiene treinta y cinco, tres años menor que yo. Además de estar enamorados, nos gusta mucho estar juntos y disfrutar de la compañía del otro. Es una persona con la que es fácil estar. “¿Qué sucedió?” volvió a preguntar Laura.
Herb esperó un minuto y tomó su vaso. Luego dijo, “se pegó un tiro en la boca, en su habitación. Alguien escuchó el disparo y llamó al portero. Abrieron con una llave maestra para ver qué había sucedido y llamaron a la ambulancia. A mí me tocó haber estado ahí cuando lo ingresaron en la sala de emergencias. Yo estaba ahí con otro caso. Él aún estaba vivo, pero más allá de todo, cualquiera podría haberlo hecho. Es más, vivió unos tres días más después de eso. Aunque, seriamente, su cabeza estaba hinchada tres veces más de lo normal. Nunca había visto una cosa así y espero no tener que volver a verla. Terri quería entrar y quedarse con él cuando se enteró de todo. Nos peleamos por eso. Yo no creía que quisiese verlo así. No pensaba que debiese verlo, y aún lo pienso.”
“¿Quién ganó la pelea?” dijo Laura.
“Yo estuve en la habitación cuando el murió,” dijo Terri. “No volvía en sí y no había esperanza alguna, pero estuve junto a él. No tenía a nadie más.”
“Era peligroso,” dijo Herb. “Si quieres llamar a eso amor, pues hazlo.”
“Era amor,” dijo Terri. “Claro que no era normal para la mayoría de la gente, pero él quería morir de eso. Él murió de eso.”
“Te aseguro que no es amor,” dijo Herb. “No sabes por lo que murió. He visto miles de suicidas y no podría decir nada de ellos, incluso habiéndolos conocido. Y cuando piden saber la causa, pues… yo no la sé.” Se llevó las manos al cuello y extendió las piernas. “No estoy interesado en amores así. Si quieres ese tipo de amor, puedes tenerlo.”
Un minuto después, Terri dijo, “estábamos asustados. Herb incluso tramitó su testamento y le escribió a su hermano en California, quien había sido  Boina Verde. Él le dijo lo que debía hacer si algo sucedía misteriosamente. ¡O no misteriosamente!” Ella movió la cabeza y entonces río se rió. Bebió y pudo continuar. “Pero es cierto que vivíamos como fugitivos. Estábamos atemorizados por él, de eso no hay duda. Incluso yo llegué a llamar a la policía en una ocasión pero no sirvió de nada. Dijeron que no harían nada con él, que no podían arrestarlo o hacer cualquier otra cosa a menos que realmente le hiciese algo a Herb. ¿No es increíble?” dijo Terri. Se sirvió lo último que quedaba de gin en la botella y la sacudió. Herb se levantó, fue hasta la alacena y trajo otra botella.
“Bueno, Nick y yo estamos enamorados,” dijo Laura. “¿O no, Nick?” Chocó una rodilla con la otra. “Se supone que deberías decir algo ahora,” dijo y me ofreció una enorme sonrisa. “Nos llevamos bastante bien, creo. Nos gusta hacer cosas juntos y no nos hemos dado una paliza aún. Toco madera. Podría decir que somos muy felices. Creo que hay que ser agradecido de lo que se tiene.”
Como respuesta, tomé su mano y la llevé a mis labios dramáticamente. Hice toda una cosa al besar su mano. Todos nos divertimos. “Somos afortunados,” dije.
“Ustedes, chicos,” dijo Terri. “Dejen de hacer eso. ¡Me ponen enferma! Están aún de luna de miel, es por eso que pueden actuar de esa manera. Tortolitos, el uno con el otro aún. Sólo esperen a ver qué pasa. ¿Cuánto hace que están juntos? ¿Cuánto llevan? ¿Un año? Más de un año.”
“Vamos para el año y medio,” dijo Laura aún ruborizada y sonriente.
“Aún están en la luna de miel,” dijo Terri otra vez. “Sólo esperen un poco.” Tomó el vaso y miró a Laura. “Estoy bromeando,” le dijo.
Herb había abierto el gin y nos sirvió a todos. “Terri, por Dios, no deberías hablar de esa manera, ni en broma. Trae mala suerte. A ver, chicos. Hagamos un brindis. Quiero brindar por algo. Brindar por el amor. Por el amor verdadero,” dijo Herb. Chocamos los vasos.
“Por el amor,” dijimos.
Afuera, en el patio, uno de los perros empezó a ladrar. Por la ventana se veían las hojas de álamo sacudiéndose en la brisa. La luz de la tarde era toda una presencia en la habitación. Había un sentimiento de ligereza y generosidad en nuestra mesa, de amistad y comodidad. Podríamos haber estado en cualquier otro lado. Levantamos los vasos una vez más y nos sonreímos como chicos que finalmente se ponían de acuerdo.
“Te diré lo que es el amor verdadero,” dijo Herb. “Creo saber de lo que estoy hablando, y perdónenme por decirlo, pero se me antoja que somos principiantes en el amor. Decimos que nos amamos y es cierto, no lo dudo. Nos amamos y bastante fuertemente, todos nosotros. Yo amo a Terri y Terri me ama y ustedes, chicos, se aman el uno al otro. Sé de qué tipo de amor hablo. El amor sexual, esa atracción hacia el otro, studyhacia tu compañera, como así también el amor cotidiano, el amor hacia el otro ser, las ganas de estar con el otro y los pequeños detalles que hacen al amor de todos los días. El amor carnal entonces y, bueno, llamémosle el amor sentimental, ese preocuparse a diario por el otro. Pero a veces trato de encontrarle alguna explicación al hecho de haber amado a mi primera esposa también. Y de hecho, lo hice, sé que lo hice. Así que antes de que digan algo, soy como Terri en ese sentido. Como Terri y Carl.” Pensó un segundo y volvió a empezar, “en ocasiones he pensado que amé a mi primera esposa como a la vida misma y tuvimos dos niños juntos. Pero ahora aborrezco su ser. En serio. ¿Cómo imaginarse eso? ¿Qué pasó con aquel amor? ¿Se desgastó tanto como para llegar a un punto en que parece que jamás hubiese ocurrido? Qué pasó con eso, me gustaría saberlo. Me gustaría que alguien me lo dijese. Bueno, está Carl, bien, volvemos a Carl. Él amaba a Terri tanto como para intentar matarla y acabó matándose a él mismo.” Se detuvo y movió la cabeza. “Ustedes, chicos, han estado juntos por dieciocho meses y se aman el uno al otro, eso se nota, hay un brillo en ustedes, pero también han amado a otras personas antes de haberse conocido. Ambos han estado casados antes, igual que nosotros. Y es probable que hayan amado a otros antes de eso. Terri y yo llevamos cinco años juntos y estamos casados desde hace cuatro. Y lo terrible, lo terrible es que (aunque también es lo bueno, lo que lo salva todo) si algo le sucediese a uno de nosotros – discúlpenme por decir esto- pero si algo le sucediese a uno de nosotros, sé que el otro pasaría por un período de duelo, sabes, y  luego podría volver a amar a otra persona bastante prontamente y todo eso, y todo aquel amor –Dios, ¿cómo pensarlo?- sería tan solo un recuerdo. Tal vez ni siquiera un recuerdo. Debe ser la forma en la que se supone que debe ser. ¿Estoy equivocado? ¿Me voy de tema? Sé que eso es lo que sucedería con nosotros, con Terri y conmigo, lo sé tanto como sé que nos amamos. Eso ocupa a cualquiera de nosotros. Estoy jugándomela fuerte. Todos nosotros lo probamos de todas formas, pero no alcanzo a entender. Pónganme en mi lugar si estoy equivocado. Quiero saberlo. Yo no sé nada de nada y soy el primero en admitirlo.”
“Herb, por Dios,” dijo Terri. “Esto es deprimente. Vas a deprimirnos a todos. Incluso si piensas que es verdad lo que dices,” dijo ella, “aún así es deprimente.” Ella se aproximó hasta donde é estaba y acercó su antebrazo a la muñeca. “¿Estás borracho, Herb? ¿Te estás emborrachando, cariño?”
“Cariño, sólo estoy hablando, ¿ok?” dijo Herb. “No tengo que estar borracho para decir lo que tengo en la cabeza, ¿no? No estoy borracho. Sólo hablamos, ¿no?” dijo Herb. Entonces su voz cambió. “Pero si me quiero emborrachar, lo hago, mierda. Puedo hacer todo lo que quiera hoy.” Fijó sus ojos en los de ella.
“Cariño, no estoy criticándote,” dijo ella y levantó su vaso.
“No estoy de guardia hoy,” dijo Herb. “Puedo hacer todo lo que quiera. Estoy cansado, eso es todo.”
“Te queremos, Herb,” dijo Laura.
Herb miró a Laura. Por un momento pareció como si no pudiese localizarla. Ella lo siguió mirando, esbozando una sonrisa. Sus mejillas estaban sonrojadas y el sol le pegaba en los ojos, así que bizqueaba un poco. La expresión de Herb se relajó. “Yo también te quiero Laura, y a ti, Nick. Ustedes son nuestros amigos,” dijo Herb al tomar el vaso. “Bueno, ¿qué era lo que decía? Ah, quería contarles algo que me pasó hace poco. Creo que quiero probar algo y lo haré si puedo contarles todo tal cual sucedió. Pasó hace unos meses pero aún continúa. Quizás digan que no, pero esto debe de hacernos sentir un poco avergonzados cuando hemos hablado como si supiésemos de lo que hablábamos, cuando hablábamos del amor.”
“Herb, vamos,” dijo Terri. “Estás demasiado borracho. No hables así. No hables como borracho si es que no lo estás.”
“Cállate por un segundo, ¿quieres?” dijo Herb. “Déjame contar esto, lo llevo en la cabeza desde hace días. Cállate por un minuto. Les contaré la primera vez que sucedió. Esa vieja pareja que tuvo un accidente en la Interestatal. Un chico los chocó y estaban demasiado lastimados sin mucha oportunidad de salir del paso. Déjame contarlo, Terri. Pero, cállate por un minuto, ¿ok?”
Terri nos miró y luego volvió a mirar a Herb. Parecía ansiosa, no habría otra palabra para describirla. Herb agarró la botella.
“Sorpréndeme, Herb,” dijo Terri. “Sorpréndeme más allá de todo cálculo.”
“Quizás lo haga,” dijo Herb. “Quizás. Vivo constantemente sorprendido con las cosas que pasan. Todo lo que pasa en mi vida me sorprende.” Él la miró por un instante. Luego empezó a hablar.
“Estaba de guardia esa noche. Fue en mayo o en junio. Terri y yo nos disponíamos a cenar cuando llamaron del hospital. Había habido un accidente en la interestatal. Un adolescente borracho había chocado la pick-up de su papá contra el motor-home de una pareja de ancianos. Ambos eran septuagenarios. El chico tenía dieciocho o diecinueve años y estaba al borde la muerte cuando lo trajeron. Se le había metido el volante en el esternón y debió morir casi instantáneamente. Pero la pareja aún estaba viva, aunque sólo apenas viva. 9788433920669Tenían fracturas múltiples y contusiones y laceraciones y ambos tenían una concusión. Estaban muy mal, créanme. Y, claro, la edad jugaba en contra. Ella estaba un poco peor que él. Tenía rotura de bazo y además de todo lo anterior, sus rotulas se habían quebrado. Pero llevaban puestos los cinturones así que, gracias a Dios, pudieron salvarse.”
“Amigos, este es un aviso del Consejo Nacional de Seguridad,” dijo Terri, “les habla el Dr. Herb McGinnis. Escuchen,” y rió. Luego bajando la voz, “Herb, a veces te pasas. Te amo, cariño.”
Todos reímos. Herb se rió también. “Cariño, te amo. Tú sabes eso, ¿no?” Él se inclinó sobre la mesa hasta Terri y se besaron. “Terri tiene razón,” dijo Herb, incorporándose.
“Ajustémonos por seguridad. Escuchen lo que el Dr. Herb tiene para decirnos. Ahora, seriamente. Estaban destrozados, los viejitos. Para cuando llegué, los internos y las enfermeras ya estaban trabajando en el caso. El chico había muerto, como decía. Estaba en una esquina, acostado en la camilla. Alguien ya había llamado a un familiar directo y la gente de la funeraria estaba en camino. Le eché una mirada a la pareja y le dije a la enfermera de emergencias que llamase a neurólogo y al ortopedista rápidamente. Trataré de hacer más corta esta larga historia. Los colegas vinieron y llevamos a la pareja a la sala de operaciones en donde pasamos la mayor parte de la noche trabajando. Esta pareja debía tener unas reservas increíbles, lo que se ve muy de vez en cuando. Hicimos todo lo que podía hacerse y hacia al amanecer le dábamos un cincuenta por ciento de oportunidades al caso de la mujer, o quizás menos. Se llamaba Anna Gates y era bastante robusta. Pero ya se habían recuperado la mañana siguiente y los trasladamos a terapia intensiva en donde podíamos monitorear cada respiro y tenerlos en observación las 24 hs. Estuvieron allí unas dos semanas, ella un poco más, hasta que el caso mejoró y pudimos trasladarlos a habitaciones particulares.”
Herb se detuvo. “Miren,” dijo, “bebamos el gin, bebamos. Luego vamos a cenar, ¿no? Terri y yo conocemos un sitio. Un sitio nuevo. Allí iremos cuando acabemos el gin.”
“Se llama La Biblioteca,” dijo Terri. “No han comido ahí, ¿no?” dijo y Laura y yo negamos con la cabeza. “Es un buen lugar. Dicen que es parte de una cadena, pero no lo parece. Tienen estantes con libros de verdad por doquier. Puedes echar un vistazo luego de cenar, tomar un libro y devolverlo la próxima vez que vayas a comer allí. La comida es de no creer. ¡Y Herb leyendo Ivanhoe! Lo retiró cuando estuvimos ahí la semana pasada. Firmó una tarjeta, igual que en una biblioteca.”
“Me gusta Ivanhoe,” dijo Herb. “Es genial. Si volviese a estudiar, estudiaría literatura. Ahora mismo estoy teniendo una crisis de identidad. ¿No es así, Terri?” Herb rió. Revolvió los hielos. “Llevo años con una crisis de identidad. Terri lo sabe. Ella podría contarles. Pero déjenme decirles; si volviese a la vida, en un tiempo diferente, ¿saben?, volvería como caballero. Te sientes muy seguro llevando esas armaduras. Debió ser bueno ser un caballero hasta que llegaron las armas de fuego, los mosquetes y las calibre 22.”
“A Herb le gustaría cabalgar un alazán blanco y portar una lanza,” dijo Terri riendo.
“Llevando el portaligas de una mujer allí adonde fueses,” dijo Laura.
“O quizás sólo la mujer,” dije yo.
“Sí,” dijo Herb. “Ya empiezan. Sabes lo que es, ¿no, Nick?” dijo. “Incluso llevarme conmigo sus pañuelos perfumados. ¿Tenían pañuelo perfumados en aquellos días, no? No importa. Algún tipo deno-me-olvides. Presentes, eso es lo que trato de decir. Debías de precisar presentes que llevar allí adonde fueses. Igualmente, era mucho mejor ser un caballero en esos días que ser un siervo.”
“Siempre es mejor,” dijo Laura.
“Los siervos no la pasan tan bien en estos días,” dijo Terri.
“Nunca la han pasado bien,” dijo Herb. “Pero creo que los caballeros eran vesallos de alguien. ¿No funciona de la misma manera en nuestros días? Todos somos siempre vesallos de alguien. ¿No es así? Lo que me gusta de los caballeros, además de sus mujeres, es que llevaban armaduras y que no era tan fácil herirlos. No había autos en esos días, ni adolescentes borrachos que te pasasen por encima.”
“Vasallos,” dije.
“¿Qué?” dijo Herb.
“Vasallos,” dije. “Se llamaban vasallos, Doctor, no vesallos.”
“Vasallos,” dijo Herb. “Vasallos, vesallos, ventrílocuos, varicosos, sabías a lo que me refería de todas formas. En estas cosas eres más culto que yo,” dijo Herb. “Yo no soy culto. Aprendí lo mío. Soy cardiocirujano, cierto, pero en realidad soy como un mecánico. Sólo voy y arreglo las cosas que andan mal en el cuerpo. Sólo un mecánico.”
“Modestamente, por alguna razón, eso no te ha cambiado,” dijo Laura y Herb le sonrió.
“Es solamente un humilde doctor, amigos,” dije. “A veces se sofocaban en esas armaduras, Herb. Incluso sufrirían ataques cardíacos si tenían mucho calor y se cansaban. Leí en algún lugar que se caían de los caballos y no eran capaces de levantarse porque estaban demasiado cansados de llevar esas armaduras. Incluso a veces los pisoteaban sus propios caballos.”
“Eso es terrible,” dijo Herb. “Una imagen horrenda, Nicky. Quizás yaciesen allí y esperasen a que otro, un enemigo, llegase e hiciese un pincho de carne con ellos.”
“Otro vasallo,” dijo Terri.
“Exacto, otro vasallo,” dijo Herb. “Eso mismo. Otro vasallo vendría y se lanzaría sobre su colega en nombre del amor. O por lo que sea que peleasen en esos días. Las mismas por las que peleamos en nuestros días, creo.”
“Política,” dijo Laura. “Nada ha cambiado.” El color de las mejillas de Laura no se había alterado. Sus ojos brillaban. Se llevó el vaso a los labios.
Herb se sirvió otro trago. Miró detenidamente la etiqueta, como si estudiase los movimientos de un guardia. Luego lentamente la puso en la mesa otra vez y tomó la botella de tónica.
“¿Qué pasó con la pareja de viejos?” dijo Laura. “No terminaste la historia que empezaste.” Laura intentaba infructuosamente encender un cigarrillo. Los fósforos no funcionaban. La luz en la habitación había cambiado, era diferente, mucho más débil. Las hojas aún temblaban en la ventana y yo observaba el tapiz confuso que habían colocado sobre la mesada de fórmica. No se escuchaba nada a excepción de Laura 0000225883-016chasqueando los fósforos.
“¿Qué pasó con la pareja?” dije luego de un minuto. “Lo último que escuchamos fue que estaban saliendo de terapia intensiva.”
“Viejos pero astutos,” dijo Terri.
Herb la miró fijamente.
“Herb, no me mires así,” dijo Terri. “Sigue con tu historia, Sólo bromeaba. ¿Qué pasó luego? Todos queremos saber.”
“Terri, tú a veces…” dijo Herb.
“Por favor, Herb,” dijo ella. “Cariño, no todo es tan serio. Sigue con tu historia por favor. Era un chiste, por el amor de Dios. ¿No puede soportar un chiste?”
“No es nada con lo que se deba bromear,” dijo Herb. Tomó su vaso mirándola detenidamente.
“¿Qué sucedió luego, Herb?” dijo Laura. “Todos queremos saber.”
Herb fijó sus ojos en Laura. Luego se soltó y sonrió. “Laura, si no amase tanto a Terri y Nick no fuese mi amigo, me enamoraría de ti. Te llevaría conmigo”
“Mierda, Herb,” dijo Terri. “¿Qué dices, cariño? Cuenta tu historia. Mierda, si no estuviese enamorada de ti, puedes apostar a que ya me habría largado de aquí. Acaba tu historia. Luego nos vamos a La Biblioteca, ¿Ok?”
“Ok,” dijo Herb. “¿Dónde estaba? ¿Dónde estoy? Esa pregunta es aún mejor. Quizás tendría que preguntar eso.” Aguardó un minuto y luego empezó a hablar.
“Mucho antes de que pudiésemos darnos cuenta estuvieron fuera de peligro y pudimos sacarlos de terapia intensiva. Yo caía a verlos todos los días, a veces dos veces al día si es que estaba con otros casos en el mismo piso. Estaban vendados y enyesados de pies a cabeza, ya saben, como en las películas. Y cuando digo enyesados de pies a cabeza me refiero puntualmente a de pies a cabeza. Tal como se oye, como esos malos actores luego de un gran desastre. Pero esto era real. Tenían la cabeza vendada – sólo libres los ojos, la nariz y la boca. Anna tenía que mantener las piernas en alto. Ella estaba peor que él, ya les he dicho eso. Los alimentamos de forma intravenosa por un tiempo. Bueno, Henry Gates estuvo muy deprimido bastante tiempo. Incluso cuando se enteró de que su esposa iba a salir adelante y a recuperarse, aún entonces seguía deprimido. Saben cómo es, todo va muy bien y de golpe, paf, estás mirando el abismo. Vuelves. Es como un milagro, pero te deja marcas. Eso produce. Un día, estaba sentado a su lado y él me describía como lo veía todo. Me hablaba lentamente, por el agujero de la boca, así que a veces tenía que traerlo hacia mí para entender. Me contaba cómo fue que se sintió cuando vio que el auto del chico se salía del carril y venía hacia ellos. Decía que supo que ya se había acabado todo, que ésa era la última vez que habrían de estar sobre la tierra. Así era. Pero no mencionaba que algo se le haya pasado por la cabeza ni haber visto su vida entera, nada de eso. Sólo se sentía mal por ya no poder ver a su Anna ya que juntos habían tenido la mejor de las vidas. Sólo eso lamentaba. Miraba hacia delante, apretando el volante y el auto de chico viniendo hacia ellos, y que no había nada que hacer excepto decir: ¡Anna, sujétate! ¡Anna!”
“Me da escalofríos,” dijo Laura. “Brrr,” dijo, sacudiendo la cabeza.
Herb asintió. Siguió su relato, abocándose a él esta vez. “Me sentaba un rato junto a él todos los días. Allí estaba él, acostado, con un pie mirando hacia la ventana. La ventana estaba en lo alto y no podía ver más que las copas de los árboles. Eso es todo lo que veía por horas y horas. No podía voltear la cabeza sin ayuda y sólo se le permitía hacer eso dos veces al día. En las mañanas y en las noches podía voltear la cabeza, pero durante las horas de visita miraba hacia la ventana al hablar. Yo hablaba un poco, preguntaba cosas, pero más que todo, escuchaba. Estaba muy deprimido. Lo que más lo deprimía luego de haberse asegurado que su esposa iba a estar bien, que para felicidad de todos, estaba recuperándose, lo que más lo deprimía era el hecho de que no podían estar juntos físicamente. No poder verla y estar con ella cada día. Me contó que se habían casado en 1927 y que desde entonces sólo habían estado separados en dos ocasiones. Incluso al nacer sus hijos, el parto fue en la hacienda y Henry y su mujer estuvieron juntos. Pero dijo que sólo habían estado alejados en dos ocasiones – una, cuando la madre de ella murió, en 1940, y Anna tuvo que tomar el tren a St. Louis para ocuparse de todo y la otra, en 1952, cuando murió su hermana de Los Ángeles y ella tuvo que viajar para reclamar el cuerpo. Tuve que haberles dicho que tenía una pequeña hacienda de 75 millas más o menos, en las afueras de Bend, Oregon, y que fue allí donde vivieron la mayor parte de sus vidas. Habían vendido la hacienda para mudarse a la ciudad sólo unos años antes. 071224_r16911_p233Cuando ocurrió el accidente, iban a Denver que es donde vivía la hermana de Henry. También visitarían a uno de sus hijos y algunos de sus nietos en El Paso. Pero en toda su vida de casados sólo habían estado apartados por más de una legua, en aquellas dos ocasiones. Imagínense eso. Dios, él se sentía tan solo sin ella. Te digo, la añoraba. No sabía lo que significaba la palabra añorar hasta que conocí a este hombre. La extrañaba vivamente. Sólo anhelaba su compañía. Por supuesto que se sentía mejor, sus ojos se iluminaban cuando cada día le daba el informe sobre el progreso de Anna – que estaba sanando, que iba bien, que sólo era cuestión de un poco más de tiempo. Ya no tenía vendas ni yesos, pero se sentía extremadamente solo. Le dije que tan pronto se recuperara, lo pondría en una silla de ruedas, bajaríamos por el corredor e iríamos a visitar a su esposa. Y que mientras tanto, pasaría a verlo y hablaríamos. Me contó un poco de su vida en la hacienda hacia finales de los años veintes y durante los treintas.” Nos miró al otro lado de la mesa y movió la cabeza como preguntándose qué era lo que iba a decir o quizás solamente expresando la imposibilidad de todo aquello. “Me contaba que en el invierno sólo nevaba y que durante meses no podían salir de la hacienda ya que los caminos estaban cerrados. Además, tenían que alimentar al ganado todos esos días de invierno. Pero la pasaban bien, los hijos aún no habían llegado, vendrían más tarde. Todos los meses juntos, la misma rutina, todo lo mismo, nadie más al que hablarle o visitar durante esos meses, pero se tenían el uno al otro. Eso es todo lo que tenían, el uno al otro. Qué hacías para divertirte, pregunté una vez. Pregunté seriamente, quería saberlo. No sé cómo la gente puede vivir de esa manera. No creo que alguien pueda vivir de esa manera en nuestros días. ¿No creen? Se me hace imposible. ¿Saben que lo me dijo? ¿Saben lo que respondió? Consideró la pregunta, se dio un poco de tiempo y luego dijo, Íbamos a bailar todas las noches¿Qué?, dije yo.
Me acerqué creyendo que había escuchado mal. Íbamos a bailar todas las noches, volvió a decir. Me pregunté a qué se estaba refiriendo. No entendía qué estaba diciendo, pero esperé a que continuara. Volvió a pensarlo y acto seguido, dijo, Teníamos una Victrola y algunos discos, Doctor. Poníamos la victrola todas las noches y bailábamos en el living. Todas las noches. A veces nevaba y la temperatura era bajo cero. La temperatura verdaderamente baja allí en Enero o Febrero. Pero escuchábamos discos y bailábamos en calcetines hasta que se nos acabase la música para escuchar. Luego encendía el fuego y apagaba las luces, todas excepto una, y nos íbamos a la cama. Algunos días de nieve se estaba tan silencioso allá afuera que podías escuchar la nieve caer. Es cierto, Doc, dijo, puedes hacerlo. A veces puedes escuchar la nieve caer. Si eres tranquilo y tu mente, clara y estás en paz contigo y con todas las cosas, puedes acostarte en la oscuridad y escuchar la nieve. Inténtelo alguna vez, dijo. ¿Cae nieve aquí de vez en cuando, no? Inténtelo. De todas formas, íbamos a bailar cada noche y luego a la cama bajo montones de edredones y dormíamos calientes hasta la mañana. Al despertar, podías ver tu propio aliento, dijo.
“Cuando se hubo recuperado lo suficiente como para mudarse a la silla de ruedas ya no llevaba vendas y una enfermera y yo lo llevamos por el corredor hasta donde estaba su esposa. Esa mañana lo habíamos afeitado y le habíamos puesto un poco de loción. Llevaba su bata del hospital, estaba ya recuperado, saben, se mantenía erecto en la silla. Estaba nervioso como un gato, podías notarlo. Tan pronto como nos acercábamos a la habitación, estaba rozagante y tenía una mirada de anticipación en la cara, algo imposible de describir. Arrastré la silla y la enfermera caminó a mi lado. Ella entendía la situación, se había enterado. Las enfermeras, ya saben, lo ven todo y no mucho llega a afectarlas luego de un tiempo, pero esta mañana era distinto. La puerta se abrió y llevé a Henry directo a la habitación. La señora Gates, Anna, estaba aún inmóvil, pero podía mover la cabeza y su brazo izquierdo. Tenía los ojos cerrados pero instantáneamente se abrieron cuando él entro a la habitación. Sus vendas sólo iban desde la pelvis hasta abajo. Puse a Henry en el lado izquierdo de la cama y dije, Ya tienes compañía, Anna. Compañía, cariño. Y no pude decir nada más que eso. Esbozó una pequeña sonrisa y su rostro se iluminó. Su mano escapó de debajo de las sábanas. Estaba azul y magullada. Henry la tomó en la suya. La sostuvo y la besó. Luego dijo, Hola, Anna. ¿Cómo está mi amor? ¿Me recuerdas? Las lágrimas corrieron por sus ojos. Asintió. Te extrañé, le dijo él. Ella siguió asintiendo con la cabeza. La enfermera y yo nos largamos de allí. Ella comenzó a balbucear una vez que nos vimos afuera, y eso que es dura esa enfermera. Fue toda una experiencia, les aseguro. Luego de aquello, lo llevamos en silla de ruedas hasta allí cada mañana y cada tarde. Arreglamos para que pudiesen almorzar y cenar juntos. En el ínterin se tomaban de las manos y hablaban. La cosas de las que hablaban no tenían fin.”
“No me habías dicho todo esto. Herb,” dijo Terri. “Sólo me había contado un poco de lo que había sucedido en un principio. No me dijiste todo esto, cabrón. Ahora me dices esto para hacerme llorar. Va a ser mejor que no tenga un final infeliz. ¿No lo tiene, no? ¿No, Herb? ¿No estarás preparando el terreno para eso, no? Si es así, no quiero escuchar ya nada más. No tienes que ir más lejos, puedes terminarla ahí. ¿Herb?”
“¿Qué pasó con ellos, Herb?” preguntó Laura. Yo también estaba involucrado con la historia pero estaba empezando a estar borracho. Era difícil mantener las cosas en foco. La luz parecía agotarse, irse por donde había venido. Sin embargo, nadie se movió para encender la luz eléctrica.
“Por supuesto, ellos están bien,” dijo Herb. “Fueron dados de alta un poco después. De hecho, sólo unas semanas después. Luego de un tiempo Henry ya era capaz de andar en muletas y luego con un bastón con el que podía caminar por todos lados. Su espíritu estaba bien ahora, muy bien, pudo progresar tan pronto como vio a su mujer otra vez. Cuando ella pudo moverse también, su hijo de El Paso y su mujer vinieron en tren y se los llevaron con ellos. Ella aún estaba convaleciente, pero estaba mejorando mucho. Recibí una tarjeta de Henry hace unos días. Creo que es por eso que aún están en mi cabeza. Por eso y por lo que antes estuvimos diciendo acerca del amor.”
“Oigan,” continuó Herb. “Acabemos el gin. Aún queda suficiente para una ronda más. Luego vamos a comer. Vayamos a La Biblioteca. ¿Qué dices? No lo sé, no pueden perderse ese lugar. Cada día se pone mejor. Algunas charlas que tuve con él… No olvidaré todo eso. Pero hablar de ello me deprime. Dios, me deprimo muy a menudo.”
“No te deprimas, Herb,” dijo Terri. “¿Por qué no tomas una pastilla, cariño?” Ella volteó hacia nosotros y dijo, “Herb, toma esas pastillas que te levantan el ánimo a veces. No es secreto, ¿no, Herb?”
Herb asintió con la cabeza. “He tomado todo lo que existe, para una cosa o para la otra. No es secreto.”carver460
“Mi primera esposa las tomaba también,” dije.
“¿La ayudaban?” dijo Laura.
“No, seguía deprimida. Lloraba montones.”
“Algunas personas nacen deprimidas, creo,” dijo Terri. “Nacen infelices. Y desafortunados también. He conocido gente que no tenía suerte en nada. Otra gente – no tú, cariño, no estoy hablando de ti por supuesto – resuelven que son infelices y así se quedan.” Estaba restregando algo contra la mesa. Luego dejó de hacerlo.
“Quiero llamar a mis chicos antes de ir a cenar,” dijo Herb. “No tardaré. Me doy una ducha rápida, llamo a mis chicos y luego nos vamos a cenar.”
“Tendrás que hablar con Marjorie, Herb, si es que ella atiende el teléfono. Es la ex esposa de Herb. Ustedes no nos han oído hablar de Marjorie. No querrás hablar con ella esta tarde, Herb. Hará que te sientas peor.”
“No quiero hablar con Marjorie,” dijo Herb, “pero sí con los chicos. Los extraño mucho ahora, cariño. Extraño a Steve. Anoche estuve despierto recordando cosas de él cuando era un pequeño. Quiero hablar con él. También con Kathy. Los extraño así que correré el riesgo de que su madre atienda el teléfono. Esa puta.”
“No hay día en que Herb no diga que ella prefiere morirse antes que casarse una vez más. Por una razón:” dijo Terri, “nos está dejando en bancarrota. Además tiene la custodia de los dos chicos. Nosotros tenemos a los chicos durante un mes en el verano. Herb dice que no se casará sólo para fastidiarlo. Ella vive con su novio y Herb los mantiene a ambos.”
“Es alérgica a las abejas,” dijo Herb. “Si no rezo porque vuelva a casarse, lo hago porque vaya al campo y un enjambre de abejas la pique hasta matarla.”
“Herb, eso es horrendo,” dijo Laura y rió hasta que sus ojos lagrimearon.
“Horriblemente divertido,” dijo Terri. Todos reímos. Reímos una y otra vez.
Bzzzzzz,” dijo Herb, haciendo como si sus dedos fuesen abejas y llevándolos alrededor de la garganta y el cuello de Terri. Luego bajó las manos y de golpe volvió a ponerse serio.
“Es una puta de mierda. Verdaderamente,” dijo Herb, “es viciosa. A veces cuando estoy borracho como ahora, pienso que me gustaría ir hasta allí vestido de apicultor –ya saben, con uno de esos cascos con protección para toda la cara y un uniforme almohadillado. Me gustaría golpearle la puerta y liberar un hervidero de abejas en la casa. Primero me aseguraría de que los chicos no estén allí, por supuesto.” Cruzó una pierna sobre la otra con cierta dificultad. Luego puso los pies en el suelo, inclinándolos hacia delante, los codos sobre la mesa y el mentón entre las manos. “Quizás no llame a los chicos ahora mismo después de todo. Quizás tengas razón. Podría no ser una buena idea. Quizás me dé una ducha, me cambie de camisa y luego nos vamos a comer. ¿Qué dicen?”
“Me parece bien,” dije.”Con o sin comida, pero con bebida. Me podría hundir en el atardecer.”
“¿Qué quieres decir con eso, cariño?” dijo Laura girando hacia mí.
“Significa solamente eso, cariño, nada más. Quise decir que podría seguir. Eso es todo. Quizás sea el atardecer.” La ventana tenía un tinte rojizo ahora que el sol estaba cayendo.
“Yo podría comer algo,” dijo Laura. “Acabo de darme cuenta de que tengo hambre. ¿Hay tiempo para un tentempié?”
“Traeré un poco de queso y galletas,” dijo Terri, pero se quedó en su lugar.
Herb acabó su trago. Luego se levantó lentamente de la mesa y dijo, “Discúlpenme, pero voy a ducharme.” Salió de la cocina con paso lento por el hall, camino al baño. Cerró la puerta detrás de él.
“Estoy preocupada por Herb,” dijo Terri sacudiendo la cabeza. “A veces me preocupo más que otras, pero de todas formas, me preocupo.” Tenía los ojos clavados en el vaso. No había ido por el queso y las galletas. Decidí levantarme y hurgar en el refrigerador. Cuando Laura dice que tiene hambre, yo sé que realmente necesita comer. “Toma lo que encuentres, Nick. Hay queso y salame, creo. Trae cualquier cosa que esté bien. Hay galletas en la alacena que está encima de la cocina. Lo olvidé. Yo no estoy hambrienta pero ustedes deben estar muriéndose de hambre. Ya no tengo apetito. ¿Qué fue lo que decía?” Cerró los ojos y los volvió a abrir. “No creo que le hayamos dicho esto, quizás sí, no lo recuerdo, pero Herb tuvo tendencias suicidas luego de que su primer matrimonio terminara y su esposa se quedara con los chicos. Fue a un psiquiatra por un tiempo, por meses. A veces dice que aún debería ir.” Levantó la botella vacía y la puso boca abajo sobre su vaso. Yo cortaba un poco de salame tan cuidadosamente como podía. “Soldado muerto,” dijo Terri. “Últimamente estuvo hablando mucho sobre el suicidio otra vez, especialmente cuando bebe. A veces pienso que es demasiado vulnerable. No tiene defensas. No tiene defensas contra nada. Bueno,” dijo, “el gin se acabó. Hora de volar. Hora de irse antes de seguir perdiendo, como solía decir mi papá. Hora de comer, creo, aunque no tenga apetito. Pero ustedes, chicos, deben estar muertos de hambre. Me agrada verlos comer algo. Eso los mantendrá hasta que lleguemos al restaurante. Podemos beber algo allí si queremos. Esperen a ver este lugar, es genial. Pueden retirar libros de allí en la bolsita de las sobras. Deberían prepararse también. Me lavaré la cara y me pintaré los labios. Voy así como estoy, aunque no les guste. Sólo quiero decirles esto y ojalá que no suene muy negativo. Espero que ustedes, chicos, sigan amándose de aquí a tres años. Quizás cuatro años desde ahora. Esa es la hora de la verdad, cuatro años. Es todo lo que tengo que decir al respecto.” Se tomó los brazos, como abrazándose, y los recorría acariciándolos con ambas manos. Cerró los ojos.
Me levanté y me puse detrás de la silla de Laura. Me incliné, crucé mis brazos sobre su pecho y la abracé. Apoyé mi cara sobre la suya. Laura apretó mis brazos. Apretó más fuerte sin soltarme.
Terri abrió los ojos. Nos observó. Luego levantó su vaso. “A su salud, chicos,” dijo. “Esto es a la salud de todos.” Apuró el trago y los hielos chocaron contra sus dientes. “A la salud de Carl también,” dijo y puso el vaso sobre la mesa una vez más. “Pobre Carl. Herb pensaba que era un idiota, pero verdaderamente le tenía miedo. Carl no era un idiota. Me amaba y yo a él. Eso es todo. A veces aún pienso en él. Es la verdad y no me avergüenzo de decirlo. Pienso en él a veces, se cruza en mi cabeza en algún momento. Le diré algo, y odio lo parecida a las telenovelas que puede ser la vida a veces que deja de ser la tuya, pero así es como es: rcarver_quiereshacer-7052971yo estaba embarazada de él. Fue por entonces que había intentado matarse por primera vez, cuando tomó veneno para ratas. No sabía que estaba embarazada. Fue peor. Decidí hacerme un aborto, sin decirle a él, naturalmente. No estoy contando nada que Herb no sepa. Él lo sabe todo. Episodio final: Herb me hizo abortar. Qué pequeño es el mundo, ¿no? Pero creo que Carl estaba loco en aquel entonces. Yo no quería un bebé de él. Luego él va y se mata. Pero luego de eso, luego de haberse matado y de que ya no hubiese Carl alguno al que hablarle y escuchar su versión de las cosas y ayudarlo cuando estuviese asustado, me sentí muy mal al respecto. Lamenté aquel bebé, el que no había tenido. Amo a Carl y no hay duda de eso en mí. Aún lo amo. Pero, Dios, también amo a Herb. ¿Se dan cuenta de eso, no? No tengo que decírselos. ¿No es demasiado?” Se llevó las manos a la cara y empezó a llorar. Lentamente, se inclinó hacia delante y puso la cabeza sobre la mesa.
Laura dejó la comida en el acto. Se levantó y dijo, “Terri, Terri, querida,” y empezó a frotar el cuello y los hombros de Terri. “Terri,” murmuró.
Yo comía un pedacito de salame. La habitación se había oscurecido. Acabé de masticar lo que tenía en la boca, lo tragué y fui hasta la ventana. Miré hacia el patio, más allá de los álamos y de los dos perros negros que dormían entre las sillas de jardín, más allá de la piscina y del pequeño corral con la puerta abierta y el viejo granero y aún más allá. Había un campo de hierba salvaje, luego otra cerca, luego otro campo, y después la interestatal que conectaba Albuquerque con El Paso. Los autos iban y venían en la carretera. El sol caía entre las montañas y las montañas se oscurecían, sombras por doquier. Mientras la luz se perdía, las cosas que miraba parecían aligerarse. El cielo era gris cerca de la cima de las montañas, tan gris como un día oscuro en invierno, pero una franja azul encima del gris, el azul que puedes ver en las tarjetas postales, el azul del Mediterráneo cruzaba justo encima. El agua ondulándose en la superficie de la piscina y la misma brisa haciendo que los álamos temblasen. Uno de los perros levantó la cabeza como si recibiese una señal, escuchó un minuto con las orejas erguidas y luego hundió la cabeza nuevamente entre sus pezuñas.
Yo tenía el sentimiento de que algo iba a suceder, estaba allí en la lentitud de las sombras y la luz, y que ese algo iría a llevarme. No quería que pasase. Vi al viento moverse como olas a través de la hierba. Podía ver como la hierba se doblaba en los campos y luego volver a su lugar. El campo siguiente pendía sobre la carretera y el viento se movía colina arriba, a lo largo, con una ola después de la otra. Me quedé allí y esperé y observé la hierba doblarse en el viento. Podía sentir a mi corazón latir. En algún lugar, en la parte trasera de la casa, corría el agua de la ducha. Terri aún estaba llorando. Lentamente y haciendo un esfuerzo, me di vuelta para mirarla. Estaba con la cabeza apoyada en la mesa, el rostro mirando hacia la cocina. Sus ojos abiertos, una y otra vez, al pestañar, dejaban escapar lágrimas. Laura había dejado a un lado su silla y estaba sentada con un brazo alrededor de los hombros de Terri. Aún murmuraba, con sus labios contra el pelo de Terri.
“Seguro, seguro,” decía Terri. “Dímelo a mí.”
“Terri, preciosa,” dijo Laura tiernamente. “Todo estará bien. Ya verás. Todo irá bien.”
Laura llevó sus ojos hacia mí entonces. Su mirada era penetrante y mi corazón aminoró su marcha. Me miró a los ojos por un momento que parecía largísimo y luego asintió con la cabeza. Fue todo lo que hizo, la única señal que dio, pero era suficiente. Fue como si estuviese diciéndome, No te preocupes, pasaremos esto, todo estará bien entre nosotros, ya verás. Así de fácil. Así es como yo interpreté esa mirada de todas formas; pude haber estado equivocado.
El agua de la ducha dejó de correr. Un minuto después, oí a Herb silbaba, cuando abrió la puerta del baño. Seguí mirando a las mujeres en la mesa. Terri aún estaba llorando y Laura la acariciaba. Volteé hacia la ventana. La capa azul del cielo cedía ya y se tornaba oscura como todo lo demás. Pero las estrellas aparecieron. Reconocí a Venus y más lejos en la misma dirección, no tan brillante pero inconfundible sobre el horizonte, a Marte. El viento se levantaba. Me fijé en lo que hacía con los campos vacíos. Pensé insensatamente que era una pena que los McGinnis ya no tuvieran caballos. Quería imaginar caballos que echaran a correr en la oscuridad tan cercana, o quietos, con sus cabezas enfrentadas cerca de la cerca. Me quedé frente a la ventana y esperé. Supe que tendría que quedarme allí un rato largo, mirando hacia fuera, fuera de la casa, hasta que ya no hubiese nada más que ver.





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