lunes, 31 de marzo de 2014

Diego Gary / A veces tengo miedo de llevar una bomba dentro y que estalle


Diego Gary


Hijo de la actriz Jean Seberg y del escritor Romain Gary

Diego Gary: ´A veces tengo miedo de llevar una bomba dentro y que estalle´


"La persecución de la CIA y el FBI por su relación con los Panteras Negras destrozó a mi madre, ahí empezó a irse a pique"


Diego Gary.

Diego Gary. Catherine Hélie / Gallimard

Es el único hijo de dos suicidas: el escritor francés de origen lituano Romain Gary, el único que obtuvo dos veces el Goncourt, el máximo premio de las letras galas, y de la actriz Jean Seberg; la inolvidable vendedora del 'Herald Tribune' en 'Á bout de souffle'. Alexander Diego Gary (1962) es un superviviente. Acaba de publicar 'S. o la esperanza de vivir' (Galaxia Gutermberg), un ejercicio de catarsis

ISABEL BUGALLAL
LA OPINION CORUÑA
23 DE MARZO DE 2014



 –¿Habituado a las entrevistas?
–Siempre me intimidan, pero hay que acostumbrarse.
–¿Incluso después de desnudarse en este libro?
–Lo difícil era encontrar el límite entre el pudor y el impudor y procuré no desnudarme demasiado aunque hable de cosas crudas.
–¿Por qué lo escribió?
–Yo escribo desde siempre, tengo tres novelas de las que no estoy satisfecho y, cuando volví a París, después de dejar Barcelona, encontré cierto equilibrio emocional y no sé qué me pasó pero el libro brotó solo. Iba de café en café en Saint Germain des Prés, sin tocar el alcohol, y la escritura fluía de mis entrañas. Lo escribí de un tirón en dos meses y después lo corregí bastante. Fue una necesidad imperiosa.
–¿No bebe ni toma fármacos?
–El alcohol lo dejé totalmente, tomo antidepresivos.
–¿La ´S´ de su libro?
–Es el nombre del personaje, Sébastien, es el suicidio, por supuesto, y la manera serpenteante en que está escrito.
–¿´S´ de Seberg, también?
–También, porque su recuerdo fue lo que me llevó a Barcelona. En sus últimos años, cuando ya no estaba bien, su ilusión era abrir un restaurante en Barcelona. Cuando yo llegué allí compré un club y lo convertí en coctelería: mi madre me había enseñado a hacer cócteles. 
–¿Su vida en Barcelona?
–Loca, de mucho alcohol, completamente errática. Me había dejado tirado una mujer de la que estaba muy enamorado —el arcángel Grabrièle, del libro—, y me hundí. Yo iba en busca de cariño mucho más que de sexo, que prácticamente no tenía en los clubes. En ese estado tenía a menudo grandes broncas con mi padre 
–¿Por qué en los clubes?
–En sus libros aparece también el mundo de la prostitución y yo necesitaba estar borracho para hablar cara a cara con él en los clubes.
–¿Hablaba de eso a las chicas?
–No, en absoluto. Estaba casi sólo, absorto en mis pensamientos, en mi diálogo interior con mi padre.
–¿La herencia más pesada?
–La de mi padre, su suicidio me cogió mucho más por sorpresa.
–¿Final de trayecto lo anuncia?
–Yo no lo leí así entonces. Él tenía un gran poder de imaginación que le envidio mucho. 
–Adelantó su mayoría de edad para que se ocupase de su obra.
–Sí, para que gestionase su obra si él fallecía. Cuando me dio la mayoría, yo creo que ya tenía en mente la idea de su propio suicidio. Me di cuenta con el tiempo de que había preparado todo. 
–¿Se parecen?
–Sí, y me pesó siempre. Últimamente engordé, por unos fármacos, pero sí, tengo un gran parecido, y me fastidia, es una máscara que me gustaría quitarme de encima.
–¿Cómo llamaba a su madre?
–Jean. A la que llamaba mamá era a Eugenia, la mujer española que me cuidó. Estoy convencido de que Eugenia me salvó la vida tras todos los desastres por los que pasé, porque nunca quise hacer un daño brutal al niño que ella tanto quiso. Su cariño está, en parte, en La vida por delante [el libro que su padre escribió con el nombre de Emile Ajar y con el que ganó por segunda vez el Goncourt]. En ese libro estamos los dos, porque incluso ese niño tiene dos edades como yo. En mis papeles franceses pone que nací en un pueblo donde jamás estuve y, en realidad, nací un año y medio antes en Barcelona.
–¿En Barcelona?
–Es que mi madre, por un contrato con Hollywood, no podía quedarse embarazada y se escondió en Barcelona, donde estaba la familia de Eugenia, que cuidaba de ella. Los productores le hicieron ponerse un yeso para ocultar el embarazo.
–¿Llegó a odiar a sus padres?
–A mi madre, jamás. La idolatré tanto, aunque había épocas en las que la veía poco, y era tan dulce que era imposible odiarla. Con mi padre tengo una relación mucho más ambivalente: de tremenda admiración por el héroe de guerra que fue, a parte de sus libros, y cabreo porque me dejó en unas condiciones que me hicieron mucho daño. 
–Eugenia suplía la ausencia de sus padres, separados.
–Mi padre le tenía mucho respeto, admiración y casi miedo. Era la única persona ante la que se inclinaba porque sabía todo lo que le tenía que agradecer por haberse ocupado de mí con tanto amor.
–¿La polémica del Goncourt precipitó la muerte de su padre?
–Estoy convencido, aunque él diga en su libro póstumo Vida y muerte de Emile Ajar que se divirtió mucho; cuando le dieron el premio dejó de hacerle gracia, se le fue de las manos y le obsesionó. Temía que le descubrieran y se viniera abajo su carrera y, sobre todo, su imagen de héroe de la liberación.
–¿Cree que la persecución de la CIA y el FBI a su madre por apoyar a los Panteras Negras influyó en su suicidio?
–La destrozaron. Era alegre, amable, generosa, encantadora y, cuando hicieron esa campaña y dijeron que la niña que tuvo, y que nació muerta, era de un pantera negra, la destrozaron; ahí empezó a irse a pique. Lo terrible es que decían que tenía paranoias, y en el Congreso Americano están todos los extractos de sus conversaciones. Fue una persecución, en la que manipularon a la prensa, y yo me planteé pleitear contra el Estado americano pero decidí que no podía dedicar toda mi vida a esa causa. 
–Ricardo Franco se murió cuando rodaba Lágrimas negras, un homenaje a su madre.
–No lo sabía. Jugábamos juntos porque él era muy joven. Tuvieron un romance y mi madre, cuando decía de ir a vivir a España pensaba que Ricardo la apoyaría. 
–¿Le ayudó a financiar su película Pascual Duarte?
–Sí, como ayudó a Claude Berri. Mi madre lo daba todo.
–No heredó nada de ella.
–Eso es otra historia. Fue su último amante, cuando estaba ya muy mal, al que yo llevé a juicio más tarde por no asistir a persona en peligro, y fue a prisión. Le robó todo.
–¿El escritor Carlos Fuentes?
–Diana o la cazadora solitaria me cabreó muchísimo, es un libro zafio, viola la intimidad de mi madre. Si tienes una relación con una mujer no lo cuentas después.
–¿Las mujeres lo salvaron?
–No cabe duda. La que llamo Aube en el libro luchó conmigo durante los años de mi gran depresión. En el mundo de la noche, Nadia es una mezcla de chicas que conocí y me apoyaron. Soy un apasionado de las mujeres, me salvaron la vida.
–¿Cómo conoció a la actual?
–En el Schilling, un café de Barcelona. En el libro, para hacer un paralelismo con Dulce jueves, de Steinbeck, que me gusta tanto, y donde se enamora de una prostituta, yo inventé la fábula de que compraba el prostíbulo para poder estar con ella, pero eso es fantasía. Le regalé Dulce jueves y flores pero no quería salir con un borracho y tardé tres meses en ligármela
–¿Es lituana, como su padre?
–Es rusa criada en Lituania.
–¿Viven en París y Barcelona?
–Sí, me compré un piso en París, pero vamos a pasar más tiempo en Barcelona, donde tengo todavía Lletraferit, una librería bar.
– ´Mi hija me ha liberado del pasado´, ¿es cierto?
–Es cierto, tiene ocho meses y me ha cambiado la vida. Yo decía siempre que no quería tener hijos para conservar la libertad de suicidarme. Ahora ya no tengo esos pensamientos y mi única preocupación es que tenga una vida feliz y equilibrada y que el pasado, que a mí me pesa tanto, no le influya.
–¿Conjurados los fantasmas?
–Nunca se está seguro. A veces tengo miedo de llevar dentro una bomba y que algún día me estalle pero ahora estoy en paz conmigo.




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