martes, 28 de enero de 2014

José Emilio Pacheco / Una gloria literaria, un triunfo moral

José Emilio Pacheco
Guadalajara, 2009

José Emilio Pacheco

Una gloria literaria, un triunfo moral

La Feria de Guadalajara exhibe su orgullo por el reconocimiento al escritor mexicano

 Guadalajara 1 DIC 2009

Los periodistas no aplauden. Cuando termina de hablar el político, la estrella de cine o el escritor de turno, cierran las libretas y salen pitando como alma que lleva el diablo con su pequeño tesoro de frases redondas. Sin embargo, ayer, en Guadalajara, y a pesar de las urgencias propias del oficio, cuando el poeta José Emilio Pacheco terminó de responder a las preguntas, los periodistas se pusieron de pie y dedicaron un aplauso largo y cálido como un abrazo al flamante premio Cervantes. Si este país golpeado por la crisis, la gripe, el narcotráfico o la corrupción endémica tiene alguien de quien estar orgulloso sin disimulo, ése es un sabio cercano, tímido y divertido de 70 años llamado José Emilio Pacheco.
¿Cómo se encuentra, maestro?, le preguntaron. "Zurimbo, patidifuso y turulato. Tengo que escoger tres palabras que ya ni se usan para describir el estado de irrealidad en el que me encuentro. Supongo que un premio es como un golpe: que no duele en el momento. Ya veremos después". La noticia le llegó a José Emilio Pacheco muy temprano, por teléfono. La ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, le anunció que el jurado había querido premiar su "uso lingüístico implacable", la "profundidad y libertad de sus pensamientos" y "el distanciamiento irónico de la realidad cuando es necesario". Pero tal vez quien mejor definió la poesía de Pacheco fue el presidente del jurado, el académico José Antonio Pascual, quien dijo: "José Emilio Pacheco es un poeta excepcional de la vida cotidiana".
Y tal vez por eso, además de por su tremenda humanidad, es por lo que se le quiere tanto en México. Ayer, en Guadalajara, todos los escritores asistentes a la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara -muchos, de muchas nacionalidades, de todas las edades- celebraban sin disimulo el galardón. El escritor Xabier Velasco se paseaba por los pasillos del hotel Hilton feliz, como si el premio se lo hubieran dado a él. Y el también escritor mexicano Juan Villoro, que justo en ese momento llegaba a Guadalajara, contó a este periódico una anécdota personal que refleja muy bien el grado de cercanía, de proximidad, de la poesía del nuevo premio Cervantes: "Un día iba yo a casa de José Emilio Pacheco y me di cuenta de que me había olvidado la dirección. Entonces, recordé un poema en el que Pacheco habla del escritor Juan García Ponce, que había padecido una larga y grave enfermedad, y lo compara con un árbol que hay afuera de su casa. El poema cuenta que el árbol ha sido humillado por las navajas de los novios, que le han cortado las ramas para colocar cables de electricidad y de teléfono, que ha sido sometido a toda clase de afrentas, pero que, sin embargo, el árbol -como el escritor al que estaba dedicado- seguía en pie. Pensé que si encontraba aquel árbol, daría con su casa, y así fue. Eso explica el grado de cercanía que tiene la poesía de José Emilio Pacheco, una poesía que es un mapa para encontrar su propia casa...". Otro ejemplo de lo que cuenta Villoro es un poema que dice: "Ven gato, acércate más, eres mi oportunidad de acariciar al tigre".
El domingo, nada más llegar a la FIL, Pacheco comentó lo honrado que se había sentido con la reciente concesión del premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Cuando le preguntaron si aspiraba al Cervantes, respondió: "Para nada. Hasta que me dieron el Reina Sofía, yo había sido el eterno finalista. Y en Norteamérica eso de ser finalista es un prestigio. Pero en México eso no es así. Aquí es un deshonor". El domingo también dijo que él odia las entrevistas porque como los periodistas suelen hacer casi siempre las mismas preguntas, teme aburrirles: "Así que si se empeñan en seguir haciéndome entrevistas, no tendré más remedio que inventarme otra biografía". Los periodistas se rieron entonces, pero ayer Pacheco volvió a repetirse y a repetir la amenaza: "Ahora sí que voy a tener que inventarme otra biografía...".
El autor de Las batallas en el desierto siempre está dispuesto a dar un consejo a los jóvenes escritores, pero con una condición: "Que ellos me den otro consejo a mí. Porque ellos ven cosas que yo ya no soy capaz de ver". Y, al hilo de lo que ayer le sucedió, regala uno: "Cuando un joven me pregunta por el oficio de escritor, siempre le respondo: lo primero que tienes que hacer es elegir si quieres ser escritor o ser famoso; las dos cosas son incompatibles". Pacheco precisamente se quejó ayer de forma fingida de que ahora le va a ser muy difícil sustraerse a los focos de las cámaras y volver a su habitación a escribir poemas. A mirar con su mirada de sabio cercano. A mirar al gato como la única oportunidad de acariciar al tigre.


Las claves de un autor alérgico a la retórica

- José Emilio Pacheco incluyó en No me preguntes cómo pasa el tiempo(Joaquín Mortiz, 1969) el poema Alta traición, un clásico que varias generaciones de mexicanos se saben de memoria.
- Títulos como Islas a la deriva (Siglo XXI, 1973), El silencio de la luna (Pre-Textos, 1996) y Como la lluvia (Visor, 2009), recién publicado, recogen su estilo conversacional, claro y antirretórico que reflexiona sobre el propio papel de la poesía. - Su novela Morirás lejos (1967) es una reflexión sobre el Holocausto. En 1973 firmó junto al director Arturo Ripstein el guión de El santo oficio, una película sobre la persecución de los judíos a manos de la Inquisición.
- Profesor durante años en Estados Unidos, Pacheco es uno de los grandes traductores de Cuatro cuartetos, de T. S. Eliot. También ha vertido al español autores como Samuel Beckett, Tennessee Williams y Oscar Wilde.



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