jueves, 6 de diciembre de 2012

Juan Villoro / La ética de un oficio / Los plagios de Bryce Echenique

Alfredo Bryce Echenique

La ética de un oficio

19 de octubre, 2012

¿Es posible que la cultura esté al margen de la ética? La pregunta, que debería ser innecesaria, resulta imprescindible ante el Premio FIL concedido al escritor peruano Alfredo Bryce Echenique.

Distinguidos profesores de El Colegio de México, decenas de articulistas y un aluvión de cibernautas han criticado que se utilicen dineros públicos para festinar a un escritor que vulneró los derechos de otros autores. Como el asunto aún no se resuelve, añado este comentario, convencido de que proponer una solución no significa condenar a un autor ni al jurado que lo premió. La democracia depende de respetar las ideas y las leyes que las protegen. Disentir no es linchar.

Aprecio a Bryce Echenique como persona y como el memorable autor de Un mundo para Julius y La vida exagerada de Martín Romaña. Su destino está asegurado, sus libros se seguirán leyendo y sus chistes, ya legendarios, seguirán animando nuestras reuniones.

Pero hay algo que no puede soslayarse: Bryce robó al menos 16 trabajos ajenos. El plagio es el equivalente literario del dopaje deportivo o la negligencia médica. ¿Merece el Balón de Oro un futbolista que ganó el Mundial pero en otros 16 partidos dio positivo por dopaje? ¿Merece ser Médico del Año alguien que inventó una vacuna pero perjudicó a 16 pacientes? Por supuesto que no.

El delito de Bryce contra los derechos de autor ya fue sancionado en tribunales. Otro jurado, el del Premio FIL, decidió que esto no afectaba su valoración. Me parece un error inaceptable.

¿Cuáles son los límites morales de un jurado literario? Obviamente, no se le puede exigir a un escritor que también sea un estupendo ciudadano, un ser piadoso o un buen marido. Anton Chéjov sólo vivió una vez. Lo que sí se le debe exigir es que tenga ética en su escritura.

El jurado del Premio FIL consideró que los artículos que Bryce plagió no perjudican su ejercicio literario. Probablemente entienden al periodismo como un género menor, susceptible de ser usado como la zona impune de un Gran Artista.

Resulta ocioso demostrar que el periodismo de Ramón Gómez de la Serna, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Albert Camus, Tomás Eloy Martínez, Kurt Tucholsky, Ernest Hemingway, Álvaro Cunqueiro o Josep Pla es parte esencial de su obra literaria. La mayoría de los textos de Carlos Monsiváis (Premio FIL) han sido publicados en periódicos, no en libros. El periodismo no puede ser visto como el cajón de desperdicio de un autor.

El respeto que merece esta profesión se vuelve decisivo en el devastador momento que vivimos. Según Reporteros sin Fronteras, México es el país más peligroso para ejercer el periodismo. Numerosos compañeros del oficio han muerto, han sido amenazados o han tenido que exiliarse por atreverse a decir la verdad. Quienes escribimos en los periódicos no podemos ser ajenos a la trascendencia de un trabajo que puede costar la vida.

La FIL está asociada con la Universidad de Guadalajara. En toda institución académica el peor delito es copiar. ¿Qué mensaje se le manda a los alumnos -en especial a los de periodismo- con este galardón? Un mensaje cínico: "Copien, muchachos, que eso no les impedirá recibir 150 mil dólares".

Hace apenas unos meses la cultura mexicana se sometió a un intenso debate a propósito de los plagios cometidos por Sealtiel Alatriste. Fue un asunto doloroso que concluyó con la renuncia del escritor a su cargo en la UNAM y al Premio Villaurrutia (que no estaba en entredicho pero desató la polémica). Ante la indignación de la comunidad, Alatriste pidió disculpas, protegió a la UNAM con su renuncia y prescindió del premio.

Es imposible no tener en cuenta el antecedente. ¿No aprendimos nada de esa lección? ¿Lo que se sanciona en una universidad pública se pasa por alto en otra?

Lo que en verdad está en juego no es la reputación de un escritor de cumplida trayectoria, sino la forma en que se difunde la cultura en México.

Raúl Padilla, ex rector de la Universidad de Guadalajara y máxima autoridad de la FIL, ha impulsado la principal feria del libro en el idioma. Ahora enfrenta una encrucijada que reclama grandeza. Su trayectoria y el precedente de José Narro, rector de la UNAM, permiten pensar que estará a la altura de la situación.

La salida es menos compleja de lo que podría suponerse. La cláusula séptima de la Convocatoria para el Premio FIL informa que el fallo del jurado es inapelable. No hay nada que objetar a su valoración. Pero la cláusula décima advierte que "cualquier situación no prevista... será resuelta por la Comisión de Premiación".

Dicha Comisión puede acatar el fallo que distingue a un novelista, pero negarse a entregar el premio porque eso violaría las normas éticas de la Universidad de Guadalajara y de la Feria Internacional del Libro.

Raúl Padilla está ante un elevado desafío: demostrar que en México la cultura no es coto de la impunidad.




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