martes, 13 de septiembre de 2011

Antonio García / El glorioso y olvidado gaitero


Antonio García
El glorioso y olvidado gaitero

Por José Alberto Mojica
El Tiempo, 21 de julio de 2011

Ni siquiera el Grammy del gaitero Antonio García lo ha rescatado del olvido. Aquí está la historia.



El objeto se ve extraño, exótico, como una pieza de museo fuera de su cofre de cristal. Su propietario se encorva y lo saca de la caja de cartón donde lo guarda con recelo, para ponerlo encima de un mesón de madera raído que hace las veces de comedor. Sus destellos dorados se disparan hacia el piso de tierra húmeda que conduce hacia la cocina, donde reposan cuatro ollas tiznadas -y vacías- sobre una estufa de gasolina. Desde allí se asoma una gallina negra que escarba en el patio, inútilmente, buscando algún grano para comer.
En la casa del ganador de un Grammy, el gramófono suele ser lo más importante. Por eso su dueño, Manuel Antonio García Caro, ya no quiere guardarlo más debajo de la cama. Toño, como lo conocen en San Jacinto (Bolívar), es uno de los gaiteros que en el 2007 obtuvieron el premio Grammy Latino en la categoría de Mejor álbum folclórico. El mundo los vio pisando la alfombra roja en Las Vegas y codeándose con luminarias del espectáculo.  Después de desfilar con un grupo de indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta, tocaron con la agrupación puertorriqueña Calle 13, que subsidió su viaje. La prensa internacional cubrió con asombro el triunfo de los tres campesinos colombianos.
Además de Toño, iban Nicolás Hernández y Juan Fernández, más conocidos como Nico y Juan 'Chuchita', con quienes conforma la célebre agrupación Los auténticos gaiteros de San Jacinto, desde hace casi cuatro décadas.

Después del Grammy
¿Y cuatro años después, qué le queda a un ganador de un Grammy como Toño? Muy poco. Solo el recuerdo de esos instantes de gloria, varias promesas sin cumplir y, por supuesto, el gramófono, que es su más valioso tesoro. Nada más, aunque para él parece que fuera suficiente. La organización del premio solo da el reconocimiento.
El maestro Toño no se queja ni juzga. Tampoco exige que le cumplan lo que le prometieron cuando le dio la alegría del Grammy a Colombia, el mismo galardón que han ganado Shakira y Juanes. La casita que les iban a construir, a él y a sus compañeros, todavía no tiene ni la primera piedra.
El hombre, que el pasado 6 de enero cumplió 81 años, vive con su esposa Candelaria y con una de sus tres hijas en un humilde rancho, donde solo dos de los tres cuartos tienen piso de concreto, que ya se agrietó; el resto es tierra. En su casa, como en todo San Jacinto, no hay servicio de acueducto ni de alcantarillado. El agua la provee la lluvia. Tres baldes, con apenas un cuncho del líquido, sobresalen en el patio como esperando un milagro.
"Lo que quiero es hacer una 'piececita' para el gramófono, para no volverlo a mover", cuenta Toño. Camina despacio rumbo al patio, las más de ocho décadas no han sido en vano. Atraviesa un corto pasillo ensopado y llega hasta el lote donde quiere levantarle una especie de museo al premio. Señala el medio metro de pared que ha logrado construir con bloques de cemento y lamenta haber detenido la obra por falta de presupuesto. "Lo estoy construyendo con lo poco que he podido ahorrar", dice el hombre y cuenta que los tres millones de pesos que le dejó el último viaje internacional que hizo a Londres, a comienzos del 2010, los destinó a la construcción del 'santuario' y para pagar algunas deudas. Su sueño es que todo el que quiera, pueda ir a su casa a conocer la estatuilla. 

El camino de un gaitero
Es el menor de 10 hermanos, de los que solo queda él. Hijo de campesinos, se crió entre cultivos de maíz, yuca y ñame en el caserío de Las Mercedes, a 25 kilómetros del casco urbano de San Jacinto, arrullado por el canto de las gaitas de los labriegos. "No pude aprender a estudiar porque mi mamá se murió y me dejó de cinco años. A mi mamá le dio la muerte de un cáncer, una gravedad que no tenía cura. No aprendí a leer ni a escribir, solo a firmar mi nombre", evoca.
A los 13 años descubrió la fascinación por la gaita. Empezó por prestarle juiciosa atención al que más tarde sería su gran maestro, Manuel Mendoza. Poco a poco se fue convirtiendo en un aventajado aprendiz y en uno de los músicos más solicitados para amenizar las parrandas de la región.
A los 19 años se casó y tuvo cuatro hijos, de los cuales murió uno pequeñito. Hace 22 años murió otra de sus hijas, que le dejó siete nietos a los que él no ha desamparado. 
Tiempo después se desprendió de su vida de gaitero, que más que una carrera era la excusa para andar de fiesta en fiesta, chupando ron. "Yo duré 20 años que me abandoné de la música, por cosas que se me dio de salir a caminar, a ver qué daba la vida, porque yo no conocía la vida", recuerda Toño. Trasegó por toda Colombia y Venezuela durante ese tiempo. Pero en 1984 tuvo que volver. Su maestro había fallecido y él, como el mejor de sus pupilos, debía sucederlo. Regresó y retomó el trono de Manuel Mendoza, que lo convirtió en el  más célebre de los gaiteros colombianos.
Ha recorrido más de 20 países, en conciertos y en eventos de corte diplomático en el que ha representado a Colombia. Su gaita se ha escuchado en los escenarios más importantes del mundo, como el Madison Square Garden. "Después de que fuimos ganadores del Grammy, me he quedado esperando", dice Toño y cuenta que el alcalde de turno, al igual que el Ministerio de Cultura de la época, les prometieron una casa a él y a sus amigos. "Lo único que esperamos es que nos mejoren la vida con una casa para que yo, el resto de mi vida, lo pueda pasar quieto. Ya se ha agonizado mucho".
Nunca accedió a una pensión y las invitaciones a eventos internacionales se han reducido. Y en estas, cuenta, nunca le han pagado muy bien. Sin embargo, sin esos viajes no hubiera podido levantar su rancho.
Su salud está bien, pero la de su esposa no tanto. Hace poco perdió un ojo y la atención que reciben por el régimen subsidiado de salud se queda escasa. "Me hace falta un tratamiento para recuperar unos años, porque yo todavía ando, yo hago la gaita", añade el hombre, que también fabrica el legendario instrumento como una ayuda para su subsistencia.

La vida en una gaita
El gaitero debe adentrarse en el monte para conseguir la madera verde que hoy tiene arrumada en la casa y que aún huele a pino recién cortado, es un cactus al que debe que sacarle el corazón y pelarle las espinas, para luego secarlo bajo el sol y abrirle las notas musicales con una varilla caliente. Haciendo una gaita, después de tener el palo seco y los materiales (carbón vegetal y cera de abejas), tarda un día. Y lo que le pagan es poco: entre 15 y 20 mil pesos por el par de gaitas (macho y hembra), que vende en las tiendas de artesanías.
"Y si no las vendo, tengo que cambiarlas por comida", reconoce con una voz que parece que se le fuera a apagar. "Cuando las vendo bien vendidas, me dan 50 mil el par; ahí es cuando uno puede vivir un poco mejor", cuenta y revela que el honor de ser buena paga le permite sacar fiado en las tiendas cada vez que se queda sin dinero. Todo lo que se cocina en su casa se trae el mismo día, casi siempre fiado; nunca hay plata para hacer mercado.
─¿Qué le preocupa?
─ Poder terminar esta construcción y que yo sepa que me puedo acostar por ahí sin tanto desespero, para que el día que me toque morirme, me pueda ir alegre. De todo cuanto tormento he podido pasar, lo he pasado. Tengo una edad en la que ya no es justo seguir batallando tanto.
Jorge Quiroz, coordinador de cultura de San Jacinto, cuenta que desde que los gaiteros se ganaron el Grammy le han pedido ayuda al Ministerio de Cultura y al viceministerio de Vivienda para construirles sus casas. "Hemos hecho la gestión para que a los maestros se les provea de una vivienda digna", cuenta el funcionario al explicar que el gobierno nacional no les ha atendido esa solicitud y que el suyo es un municipio muy pobre.
Lo único que han podido hacer es darles subsidios de 150 mil pesos mensuales a cada uno (a través del programa de adulto mayor del Estado), mercados y el Sisbén. 
Pedro Fernández, gestor cultural, cree que la situación de los gaiteros se debe a que no tienen quien los defienda. "Ellos son analfabetos y por eso se aprovechan, les pagan lo que quieren", dice Fernández y explica que, como no tienen un representante, tocan con quien se lo pide. "Los maestros no saben hacer cuentas, son muy humildes y conformistas", sigue el hombre al hacer una reflexión, que deja claro que son hombres sencillos que han andado por la vida sin mayores pretensiones: "Los gaiteros hacen música porque les sale del alma, no por negocio".
Sentado en una silla de madera, en el zaguán de su casa, Toño Fernández saca su gaita de casi un metro de larga. Se la lleva a la boca y sus dedos se deslizan dándole un sonido especial a cada soplo. Toca Sabor a gaita, del compositor sanjacintero Adolfo Pacheco, una melodía que suena a nostalgia. Cierra los ojos, como despachando el alma en cada nota. 
─¿Ha sido feliz, maestro?
─Sí, de todos modos valió la pena ser músico. He tenido mucho roce, muchos viajes que no esperaba y he tenido la oportunidad de conocer la vida.




Juan 'Chuchita'
LA NOSTALGIA DE OTRO GAITERO

Juan 'Chuchita' tiene 79 años, mide 1.62 de estatura, tiene el cuerpo menudo y siempre sonríe; padre de cinco varones, es el cantante de la agrupación. Solo canta: la artritis ya no lo deja tocar la tambora.
"Mi casita es de bahareque, como en los tiempos antiguos.  Espero a ver si me ayudan a hacer mi casita de material pero todavía no ha habido la capacidad", cuenta el hombre y puntualiza: "Del Grammy sólo me quedó el aparato".
Juan 'Chuchita' toca con diferentes agrupaciones folclóricas, para conseguir el sustento. También se queja de que en esos viajes no le pagan lo suficiente. Lo que sí reconoce es que le han llegado las regalías por la venta del disco que les permitió alzarse con el galardón.


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