sábado, 22 de agosto de 2009

Néstor Sánchez / Para ser lumpen hay que tener conducta


PARA SER LUMPEN
HAY QUE TENER CONDUCTA

Entrevista a Néstor Sánchez

Cuando tenía 33 años aprovechó una beca de la Universidad de Iowa para cumplir su anhelo de recorrer otras tierras. Por entonces estaba por aparecer su tercera novela, El amhor, los Orsinis y la muerte, y su nombre, impulsado con gran entusiasmo por Julio Cortázar, comenzaba a ser frecuente en el mundillo literario. Sin embargo Néstor Sánchez renunció a estas módicas pompas para iniciar un periplo que lo condujo de Iowa a Nueva York y Nueva Orleans, de allí a Caracas, luego a Barcelona, después a París, y por fin nuevamente a Nueva York, pasando por San Francisco y Los Ángeles. En París y Nueva York transcurrieron nada menos que 15 años de una existencia que a Sánchez le resulta insoportablemente corta. En su breve estancia barcelonesa escribió su cuarta y ―hasta ahora― última novela, Cómico de la lengua, que pronto será publicada en Buenos Aires (las anteriores, además de El amhor... fueron Nosotros dos y Siberia blues.)

Su ausencia se dilató tanto como la de cierto general que, según Sánchez, tuvo el dudoso mérito de lograr que los argentinos nos bajáramos los pantalones. Durante la mayor parte de su ostracismo Sánchez renunció a escribir, consagrándose a las enseñanzas esotéricas del caucásico Geroge Ivanovich Gurdjieff. En Estados Unidos pasó de la costa Este a la Oeste viviendo a veces como un vagabundo: “Aprendí a subsistir con dos dólares por día, durmiendo en cualquier sitio y haciendo dinero mínimo para mis gastos de cualquier manera”.

Tuvo varias parejas, aunque dice que fueron “comentarios más o menos felices de la que me estaba destinada que nunca llegó, váyase a saber en qué punto se torcieron nuestras sendas”. Casi no reconoce a Buenos Aires, una ciudad que apenas ha dejado espacio para que se eduquen lúmpenes que hagan culto de su conducta.

Sánchez, que nos habló de sus ansias de colaborar en el fermento de un movimiento literario que combata “la murga del facilismo” en la que se ve embarcados a la mayor parte de los escritores y lectores argentinos, dice que volverá a publicar y se duele por haber dejado de creer en la posibilidad de llegar sano a los 200 años y tener una tercera dentición: “Toda mi vida es ahora una lucha contra la estafa biológica.”

– ¿Qué es lo lumpen? ¿Qué relación hay entre lo lumpen y la jerarquía?

– Mucha, porque el lumpen tiene como oración la conducta. Por eso, porque tiene conducta, difícilmente entra en el pacto biológico, difícilmente procree y se deje arrastrar por la murga.

–¿Qué tipo de lumpen eras vos en Buenos Aires antes de irte?

– Hasta los 19 y desde los 14 fui bailarín de tango y turfista. Esta era una ciudad que educaba, que tenía una enorme cantidad de exigencias de conducta.

– ¿Cuáles, por ejemplo?

– De ser rápido, de ser vivo, pero no como ahora cuando se trata de ser “vivo” a expensas de otro, se trataba de estar siempre atento a los demás y al propio cuerpo: de no ser marmota. Durante mucho tiempo lo peor que se le podía decir en la cara a un porteño era “no sea pavote”. Y lo peor que se podía decir de alguien ausente era “no tiene conducta”.

– La conducta, la jerarquía, sigo sin entender cómo se relacionan exactamente con lo lumpen...

– El logro más importante al que un muchacho podía aspirar era a tener una conducta propia, forjada a través del aprendizaje con quien sabía más que él. Por eso para ser “ladero” de quien se admiraba era preciso ser estricto y riguroso. Sus enseñanzas sólo se podían pagar con una cosa: conducta. Con una conducta que pudiera llegar a iluminarse. ”La conducta iluminada” podría ser un buen título, por ejemplo.

– Tu defensa a ultranza de lo lumpen, de sus códigos cerrados ¿no puede ser una coartada para el inmovilismo. Incluso para la reacción?

– Creo que no. Hay una exigencia para el lumpen: la de no transigir con el facilismo, la de la seguir avanzando en su ruptura. Claro que hay quienes no lo hacen y caen en la autocomplacencia, pero me parece que es mucho peor quedar encerrado en la isla de la carne...

– La isla...

– De la carne. ¿Cuál es el mundo para un hombre? Su familia, el que forma con su pareja. A lo sumo en el caso que la rompa, se añade al punto de vista que aporta su nueva mujer. Y, si transige con el pacto biológico, sus hijos. Y ahí se acabó todo. En El amhor... contrapongo lo lumpen a lo encásico, aquello propio de quienes constituyen su radio psicológico en los límites del egoísmo doméstico. Su cosmovisión del mundo no tiene otros parámetros y es tremendamente limitada. Así hay una literatura encásica y otra lumpen, una música encásica y otra lumpen. Por un lado va la murga y por el otro lo underground, la vanguardia.

– ¿Quedan lúmpenes en Buenos Aires?

– Y... algunos quedan, pero lo tienen muy mal, ya no hay casi escuela, fijate que ni siquiera queda lugar para los turfistas, antes se esperaba toda la semana a que llegara el domingo, ahora hay carreras casi todos los días. Lo que casi equivale a que no las haya nunca. En turf el insulto más corriente era “usted parece un hincha de fútbol”. Es decir un encásico, alguien que no se arriesga, que no pone nada de sí, que simplemente es espectador.

– ¿Cómo llegaste a comulgar con las enseñanzas de Gurdjieff?

– Leyendo obras de su discípulo ruso, Ouspensky. Lo leí en Buenos Aires y viajé a Chile y Perú antes de marcharme a Estados Unidos. Buscaba conectarme con sus discípulos. No me entendí con ellos y recién después, en París, pude adentrarme en su Trabajo.

– ¿El trabajo de quién?

– De Gurdjieff. Es una enseñanza, no el título de un libro. Una enseñanza esotérica que el introdujo en Occidente.

– ¿Y en qué consiste, si se puede saber?

– Se puede pero es muy complicado, es una enseñanza muy vasta.

– En líneas generales aunque sea. No creo que muchos lectores sepan de qué se trata...

– El monje trabaja sobre las emociones, el fakir sobre el cuerpo y el yogui sobre la mente. Gurdjieff unificó estos tres caminos tradicionales en el cuarto camino, que debe cumplirse en la vida, no en el retiro y en la soledad.

– Gurdjieff concedió mucha importancia al sexo ¿no? Y vos también: ¿Cuántas parejas tuviste?

– Tuve muchas, pero las que importan son cuatro. De todas maneras no fueron más que comentarios, buenos comentarios de la mujer que nunca encontré. Gurdjieff decía que el hombre no está completo hasta que encuentra a la mujer que es para él. Váyase a saber dónde nos desviamos, pero el caso es que no nos encontramos. Con las mujeres que tuve no fue fácil, claro, ellas tenían la obligación de reemplazarla.

– ¿Por qué dejaste de escribir?

– Porque cuando se tiene una revelación tan plena como la que yo tuve, uno se da cuenta que escribir es un acto de orgullo. Dejé de escribir porque me encontré frente a un conocimiento sagrado que requería una humildad inédita.

–Pero en el boom estaba Cortázar, tu amigo...

– No. A él lo metieron, que no es lo mismo. Lo usaron, se aprovecharon de su renombre. Cortázar casi no ganó dinero con el boom.

– ¿Cómo fue tu relación con él?

– De mucho afecto. Julio era un solitario y sin embargo nos vimos con mucha frecuencia durante los ocho años que pasé en París. Lo volví a ver incluso una vez más, poco antes de su muerte, en Los Ángeles.

– ¿Por qué rechazás tan tajantemente el boom?

– Porque fue un invento de la revista Primera Plana y de una editorial. Vendieron como si fuera la mejor una literatura superficial, inaugurando el camino del facilismo. Fue el momento más bajo de una lengua.

– ¿Cuáles fueron tus aspiraciones?

– Mis aspiraciones... no sé: me revuelvo contra la estafa biológica que supone que el cuerpo defeccione cuando uno apenas está entrando en una cierta madurez psicológica. Creí durante mucho tiempo que podría existir una disyuntiva inédita para el drama de la brevedad de la vida: que si lograba la calidad y cantidad de impresiones requeridas, quizá viviría muchos, muchos años. Tal vez tratase de merecerlo, de pagar el precio requerido. Confié incluso en una tercera dentición. Es muy difícil resignarse a la nada. La vida es groseramente corta y se pasa más rápido todavía cuando uno viaja y vive al borde del peligro, tal como recordaba Gurdjieff. Espero saber qué es exactamente lo que tengo que hacer. Hace ya mucho tiempo que tengo claro que debo volver a escribir, pero aún no sé exactamente qué. Tiene que ser algo distinto, que refleje estos 18 años tan ricos en experiencias. Estoy buscando, escribiendo relatos... y cada vez más convencido de que el conjunto aportará una clave de sentido.

– ¿Cuál es la relación que ves entre política y literatura?

– Un monumental equívoco. La literatura tiene que ver con la ideología sólo en lo general, jamás en sus instrumentaciones parciales. La narrativa y la poesía tienen una esencia única: el ritmo de una lengua. Eso es lo único que cuenta: tener voz propia. El fenómeno que nutre a la literatura es la resonancia, no la comunicación, como pretenden casi todos los críticos. Sé que me dirijo a un lector difícil. No hay muchos así, que simpaticen por resonancia. Se trata necesariamente de un lector entrenado... Pero presiento que habrá una reacción que revierta la tendencia actual, que pretende sólo entretener y confirmar esquemas. La verdadera escritura es un estado permanente de pregunta. Me asusta la presión de cierto tipo de lectores, producto de esta misma tendencia: sólo quieren lo que no los contradice en nada...

– Por lo que decís, supongo cuál será tu opinión del periodismo...

– Antes, los que seguían el camino lumpen tenían las cosas muy claras. El código del escritor lumpen, del poeta, era sencillo: 1) No hacer la carrera literaria, 2) No ganar ningún premio nacional, 3) No hacer periodismo y, 4) No hacer publicidad. Siempre fue así hasta que la crisis económica trastocó todo, permitiendo que los facilistas se adueñaran del corazón y la mente de los lectores como si el corazón y la mente fueran sólo un mercado.



Entrevista de Juan José Salinas.
Publicada en la revista Cerdos y peces, en mayo de 1987.

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