jueves, 27 de noviembre de 2008

Juan Marsé, Premio Cervantes / Desagravio a la memoria robada

Juan Marsé, premio Cervantes 2008, atiende a la prensa ayer en su casa de Barcelona.
Juan Marsé, premio Cervantes 2008, atiende a la prensa ayer en su casa de Barcelona.CONSUELO BAUTISTA











Desagravio a la memoria robada

Juan Marsé, eterno favorito, gana por fin el galardón cumbre de las letras españolas



Carlos Geli
Barcelona, 27 de noviembre de 2008



Si el Premio Nobel sorprendió a Doris Lessing con la bolsa de la compra en la mano, el Cervantes le cayó ayer a Juan Marsé con unos análisis clínicos bajo el brazo. Una mano en el bolsillo, la cazadora con el cuello ligeramente levantado, el andar suelto con calzado deportivo... Un Marsé en estado puro frunció el cejo y lanzó un "¿Me ha tocado?" ante el grupo de periodistas que le esperaba en la puerta de su casa barcelonesa. No, Marsé no sabía que ya hacía casi dos horas que el jurado del galardón más prestigioso de las letras españolas, dotado con 125.000 euros, había recaído por fin en él, tras sonar un sinfín de veces su nombre, "por su decidida vocación por la escritura, venciendo los elementos personales y su dura vida, y por su capacidad para reflejar la España de posguerra".

El mejor cronista en lengua castellana de la Barcelona gris de posguerra, de los sueños rotos y las frustraciones que se acumularon en la vida de varias generaciones sabía, claro, que se fallaba el premio, pero no quiso cambiar en nada sus planes. "Me lo esperaba sí y no; bueno casi no, creí que recaería en Pepe [por Caballero Bonald] o en Ana María Matute". Pero algo se olía porque, según reconoció, su "cardiólogo, el doctor Massip", le dijo que le notaba "muy nervioso". "Y aunque dudé, le explique que había esto y entonces me dijo: 'Pues di que si estás vivo es gracias a mí'".

Marsé (Barcelona, 1933) andaba ayer haciendo lo que más le gusta en la vida; contar sus aventis. Esas historias inventadas a partir de sucesos reales o bien ya magnificados por la memoria popular. Ficciones arrancadas de la memoria de la guerra civil y que él contaba a sus compañeros de escuela en los tan poco triunfales años cuarenta. "El fracaso te enfrenta con la esencia de la vida y yo estoy marcado por la derrota de la Guerra Civil", ha admitido siempre Juan Marsé, nacido Juan Faneca Roca pero que al morir su madre en el parto fue adoptado por el matrimonio Marsé

El gusanillo de las historias quedaría en aquel joven aprendiz de un taller de joyería. El mismo que entusiasmó a los Barral, Gil de Biedma o García Hortelano en 1960. Entonces quedó finalista del Premio Biblioteca Breve con Encerrados con un solo juguete. Ellos creyeron haber dado con el grial del escritor obrero. En realidad, había nacido un auténtico narrador de una época parda que, recortando el mapa real del menestral barrio barcelonés de Gràcia explotaría en las obras que ayer el autor destacó como las favoritas entre su producción: Últimas tardes con Teresa (1966, Premio Biblioteca Breve y que aseguró su "vocación como escritor"), Si te dicen que caí (1973), Un día volveré (1982) y Rabos de lagartija (2000).

"Sí, escribo para recuperar una memoria usurpada por 40 años de franquismo, pero hace ya tanto que lo digo que constatarlo me resulta deprimente a más no poder. Tanto como el comportamiento de la Iglesia española o el tema de la memoria histórica", explicaba ayer. Y de fondo resonaba otra definición, ésta recogida en la reciente Ronda Marsé (Candaya): "Soy un anticlerical militante, harto de pagar de mi bolsillo a esa pandilla de obispos, chorizos y sinvergüenzas".

"Espero que el premio no tenga intencionalidad política porque yo no defiendo nada ni a nadie, sólo el derecho a escribir en la lengua que me dé la gana", saltó cuando se le dio a conocer las declaraciones del ministro de Cultura, César Antonio Molina, quien aseguró que Marsé "ha contribuido a la defensa en Cataluña de una lengua [el español] que hablan 500 millones de personas".

"La lengua es una manera de entenderse, cuando la convierten en bandera para algo ya me meto la mano en el bolsillo porque sé que me robarán la cartera", ironizó. "Escribo en castellano porque mis lecturas, mi cine, mi todo lo aprendí en castellano y así formé mi discurso mental; si hubiera sido un país normal, por entorno familiar quizá escribiría en catalán, pero... en cualquier caso, los premios no tienen nada que ver con la literatura".

Lento "y orgulloso de ello", el escritor ultima una novela en la que aún cojea "una historia paralela". Y en la que aprovechará para vengarse un poco del mundo del cine que tanto le marcó de pequeño pero que le ha maltratado con sus adaptaciones. Ayer, el autor dedicó el premio a la actriz Paulette Goddard, inolvidable rostro del cine clásico.

Marsé tiene, entre otros, dos premios Nacionales de la Crítica y uno de Literatura, pero ni todo un Cervantes le quita un cierto miedo de escritor. "Siempre te quedas algo vacío y con el pavor de si podrás escribir de nuevo". Por si acaso, esta mañana, si le dejan "los periodistas", intentará retomar sus aventis.


* Este artículo apareció en la edición impresa del jueves, 27 de noviembre de 2008.

EL PAÍS

Eduardo Mendoza / Juan Marsé, el chico de la peli

Juan Marsé, fotografiado en Tarragona en 1978.
Juan Marsé, fotografiado en Tarragona en 1978.JORDI SOCÍAS






Juan Marsé

BIOGRAFÍA

El chico de la peli
Eduardo Mendoza
27 de noviembre de 2008


Hace ya unos cuantos años asistí en Buenos Aires a un simposio o algo similar sobre la narrativa española contemporánea. A la salida de una sesión me acerqué a un ponente que había hablado de mí en términos elogiosos y le agradecí su gentileza. Él me miró con seriedad y dijo: "Desengáñese, el bueno es Marsé". Allá lo tenían claro y yo no podía estar más de acuerdo.


De izquierda a derecha, Juan Marsé, Eduardo Mendoza y Enrique Vila-Matas, en Barcelona en 2004
De izquierda a derecha, Juan Marsé, Eduardo Mendoza y Enrique Vila-Matas, en Barcelona en 2004

Estos días, a raíz de la concesión del premio, lloverán los elogios a Marsé, y obviarán los míos. Sólo añadiré esto: que para mí, y creo que para muchos escritores de nuestra generación, Marsé fue un maestro; no porque nos enseñara a escribir, sino porque nos enseñó a ser nosotros mismos. Cuando uno da sus primeros pasos busca un punto de apoyo al alcance de la mano. Yo empecé a escribir con Marsé a la vista. No quería escribir como él, sino tener la actitud que él tenía con respecto a la escritura. Luego los años, un conocimiento mayor de su obra y una larga amistad personal me permiten explicar a qué me refiero al decir esto.




Bajo un aire ausente se oculta un romántico formado en un cine de barrio

Creó una realidad más real que la realidad porque era nuestra realidad


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Todo escritor construye y habita un mundo ficticio. El de Marsé está tan bien ensamblado que durante décadas ha tenido engañados a lectores y críticos, a pesar de que, como en el cuento de Edgar Allan Poe, la carta siempre estuvo encima de la mesa. Juan Marsé ha cultivado y cultiva un aspecto campechano ("dicharachero y picantón", la cita es suya) y un aire como ausente de la cosa, bajo los que se oculta un aristócrata de las letras y un romántico formado en un cine de barrio. Él siempre lo dijo y dio los datos, incluidos los títulos de las películas y hasta el reparto. De ahí provienen el viejo pistolero que regresa, tanto más peligroso cuanto más derrotado; la mujer fría y fascinante que lo perdió todo por un instante de debilidad; el escondrijo, el secreto, la carta, la traición y la venganza. Un muestrario que no tenía nada que ver con la monotonía sin fisuras de la vida diaria en cualquier barrio de cualquier ciudad de España: sin pistolas, sin gabardinas, sin cigarrillos turcos, sin Barbara Stanwick. En este barrio sin límites Marsé creó una realidad más real que la realidad, simplemente porque era nuestra realidad. Este prodigio fue posible porque aquel niño que iba al cine de "programa doble, No-Do y paja" (la cita es suya) supo entender y hacer suyo el romanticismo que se expresaba en gestos bruscos, frases lapidarias y algún que otro tiroteo. Luego se fue a casa y escribió despacio y con buena letra sin que se notara historias de una dura tristeza iluminada por fogonazos de arrebatada sentimentalidad.

Visto de cerca parecía tan real que nadie se daba cuenta del trabajo de escritura que había detrás de tanta aventi y tanta peli. Esta razón y una actitud abrupta y poco untuosa hacia todos los poderes constituidos, lo han tenido hasta hoy al margen de premios oficiales. Pero los viejos pistoleros no escapan a su destino, y dentro de poco lo veremos vestido de gala, pronunciando un discurso al borde del colapso. Los que hemos compartido con él charlas y copas y cuchipandas lo miraremos con un poco de emoción y recordaremos una frase del malvado Fu Manchú que a él le gusta citar: "Vaya, míster Carter, volvemos a encontrarnos en circunstancias poco favorables para usted".
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bibliografía selecta

- Nada para morir (1959).

- Encerrados con un solo juguete (1960).

- Esta cara de la luna (1962)

- Últimas tardes con Teresa (1965).

- La oscura historia de la prima Montse (1970).

- Si te dicen que caí (1973).

- La muchacha de las bragas de oro (1978).

- Un día volveré (1982).

- Ronda del Guinardó (1984).

- Teniente Bravo (1987).

- El amante bilingüe (1990).

- El embrujo de Shanghai (1993).

- Dietario de posguerra (1998).

- Rabos de lagartija (2000).

- Canciones de amor en Lolita's Club (2005).
* Este artículo apareció en la edición impresa del jueves, 27 de noviembre de 2008.
EL PAÍS

Juan Marsé / Autorretrato

Juan Marsé
Ilustración de Triunfo Arciniegas

Juan Marsé

BIOGRAFÍA
Autorretrato
27 de noviembre de 2008

Siempre pertrechado para irse al infierno en cualquier momento. El rostro magullado y recalentado acusa las rápidas y sucesivas estupefacciones sufridas a lo largo del día, y algo en él se está desplomando con estrépito de himnos idiotas y banderas depravadas. Las facciones se traban, compulsivas, antes de desmoronarse. Se trata de un sujeto sospechoso de inapetencias diversas y como deslomado, desriñonado y despaldado. Ceñudo, maldiciente, tiene la pupila desarmada y descreída, escépticos los hombros, la nariz garbancera y un relámpago negro en el corazón y en la memoria.

No ha tenido mucho gusto en haberse conocido, habría preferido pasar de largo de sí mismo, pero acepta resignado el saludo hipócrita del espejo y la broma pesada de la vida: al nacer se equivocó de país, de continente, de época, de oficio y probablemente de sexo. Hay en los ojos harapientos, arrimados a la nariz tumultuosa, una incurable nostalgia del payaso de circo que siempre quiso ser. Enmascararse, disfrazarse, camuflarse, ser otro. El Coyote de Las Ánimas. El jorobado del cine Delicias. El vampiro del cine Rovira. El monstruo del cine Verdi. El fantasma del cine Roxy. Nostalgia de no haber sido alguno de ellos. Es fláccida la encarnadura facial, quizá porque la larga ensoñación detrás de las máscaras imposibles, el aburrimiento y el alcohol y la luctuosa telaraña franquista de casi 40 años abofetearon y abotagaron las mejillas y las ilusiones.

El tipo es bajo, desmañado, poco hablador, taciturno y burlón. No se considera un intelectual, y soporta mal que le traten como si lo fuera. Ama las tabernas y las papelerías de barrio y los flancos luminosos de los quioscos que exhiben tebeos y novelas baratas de aventuras. Las banderas le producen auténtico terror. Come ensaladas y escribe a mano. Y en un país en el que nadie dimite jamás, ni aun después de haber probado algunos políticos su ineptitud o su cinismo ante el pueblo -el señor Félix Pons con su piso de medio millón, por ejemplo, o los señores jueces de la Sala Segunda del Supremo al condenar al periodista Juanjo Fernández, o el gobernador civil de La Coruña, o los muy babosos dirigentes de Herri Batasuna, etcétera-, él sólo piensa en dimitir de todo, incluso de esta página. Pero no hay nada que le aburra tanto como hablar de sí mismo, así que basta. Vestido de diablo y ligero de equipaje -algunos discos, algunos libros (ninguno de Baltasar Porcel, por supuesto), algunas fotos-, se va por fin al infierno. Abur.


Autorretrato se publicó en EL PAÍS el 27 de diciembre de 1987, como colofón de la serie que Marsé escribió bajo el título Señoras y señores.
EL PAÍS

Nuestro mejor narrador / El escritor catalán Juan Marsé gana el Premio Cervantes 2008

Este sábado el novelista español Juan Marsé falleció en Barcelona
Juan Marsé

Nuestro mejor narrador

El escritor catalán Juan Marsé gana el Premio Cervantes 2008

27 de noviembre de 2008

No lo ha hecho mal el azar. El mismo año en que se ha otorgado el Premio de las Letras a Juan Goytisolo, le han dado el Cervantes a Juan Marsé, dos candidatos que llevaban muchos años de presencias infructuosas en las votaciones y que merecían cualquiera de los dos galardones. La obstinación de los jurados en el caso de Goytisolo lo acercaba más -pensaría alguno de sus entusiastas- a la pureza del disidente y a la mala suerte de sus héroes literarios. Resulta más difícil aventurar los motivos que han tenido a Juan Marsé lejos de los premios. ¿Será que en España la popularidad sigue siendo incompatible con el mérito? ¿O quizá alguien habrá pensado que con Marsé se colarían de rondón por las moquetas tantos Sarnitas y Pijoapartes, Rositas y Montses, como pueblan su obra?



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Pero bien está lo que bien acaba... Marsé es el novelista español que tiene un mundo más propio y coherente y cuya influencia en lo mejor de la nueva narrativa es más visible. Y es, ahora que tanto se habla de memoria histórica, el único que podría impartir cursos de su teoría y práctica: sabe que la memoria nos construye como seres morales pero también que es un hecho privado y mudable, fantasioso y mendaz, como supieron el Luys Forest de La muchacha de las bragas de oro o los inventores de Víctor Bartra en Rabos de lagartija. Todos sus lectores vieron que, a partir de Un día volveré, aquel ciclo de la memoria rescatada que se inició en Si te dicen que caí incluía la imaginación y el autoengaño. Y que desde el inspector de Ronda de Guinardó hasta el Raúl Fuentes de Canciones de amor de Lolita's Club, ni los que tiran de pistola son exclusivamente malos.

Marsé escribió su primera novela, Encerrados con un solo juguete (1960), con poco más de veinte años y la entregó a una empleada en la portería de Seix-Barral con destino al premio Biblioteca Breve. No lo ganó por poco pero conquistó amigos. Allí apareció por vez primera el barrio clave del resto de su obra: el dédalo de calles que descienden desde el Carmelo hacia Gracia y el Ensanche. Aquel fue el paisaje originario de Últimas tardes con Teresa (1966), su carta de presentación intelectual en aquella literatura de vísperas a la que perteneció también Señas de identidad (1966), la novela de Juan Goytisolo. En rigor, aquellas dos grandes parábolas sólo podían escribirse desde una experiencia barcelonesa: a la vez intelectual y popular, comprometida y desencantada, profundamente mestiza.

Otro gran escritor catalán hubiera celebrado de verdad el Cervantes de Marsé: Jaime Gil de Biedma. Uno era hijo "de la pérgola y el tenis"; el otro, vinculado a la Barcelona derrotada en 1939. Los dos se admiraron sinceramente: el poeta a rachas encontraba en Marsé el contrapeso vital para una inteligencia como la suya que tendía más a la inhibición lúcida que al compromiso; el novelista aprendió a refugiar en el sarcasmo su tendencia a lo cómico. Gil de Biedma ha escrito el puñado de poemas más importante hecho en España entre 1960 y 1970; no debería haber reserva en reconocer que Marsé es, desde ese 1960, nuestro mejor narrador.






Padre que nos dio / Juan Marsé gana el Premio Cervantes 2008

Última tarde con Marsé - hoyesarte.com
Juan Marsé

Padre que nos dio

Juan Marsé gana el Premio Cervantes 2008



27 de noviembre de 2008



Las niñas enfermas, quizá tísicas, de Juan Marsé, encabezadas por la muchachita que espera la reaparición de un padre de postal lejana en El embrujo de Shangai, son quizá lo más conmovedor de la caravana de perdedores, la tupida red de antihéroes, héroes a medias y soñadores en que basa el autor su universo. Marsé levantó un mundo sobre la derrota de este país y su miseria moral, y, con o sin premio Cervantes, su obra ahí está, inmutable. No voy a hablarles de su literatura, que firmas más autorizadas que la mía lo harán mucho mejor. Pero déjenme que les cuente lo atractivo que era, y sigue siendo.


Este hombre de cine, a quien acompañaban, y supongo que aún lo hacen, cada vez más livianos, los fantasmas de las salas de barrio, que con infinita paciencia ha intervenido en los guiones de películas que se han realizado sobre sus novelas, y que podría dar lecciones a más de un crítico actual... Este hombre de cine, decía, es en sí mismo un protagonista de película de la Nouvelle Vague. Le veo ahora y le veo como siempre, como hace más de treinta años, en la redacción de Por Favor. Los vaqueros, generalmente claros, a veces de canutillo como los que llevaba Steve MacQueen, el aire desaliñado, una camisa o un polo puestos como un chaval que tiene prisa por salir de casa aunque no vaya a llegar a ninguna parte. Yo siempre pensé que Juan Marsé, que era grande escribiendo, como tío era sencillamente excepcional: una mezcla irresistible de Gérard Blain en Le Beau Serge y de Lino Ventura en cualquiera de sus aventis de poli duro y noble.


Y hete aquí que el tiempo ha pasado y él sigue con sus pintas de rudo muchacho al que muchas cosas, más de las que temió, le parecen intolerables, y las embiste entre Ventura y Blain, sabiendo que al final de cada hostia hay más rostros y que uno, al final, acaba con los puños destrozados en cualquier esquina de la historia.

Las niñas enfermas, tísicas, bronquíticas, o asmáticas, fuimos unas cuantas en aquella generación que se defendía de la dureza de la realidad en las salas de cine. Allí encontrábamos el calor animal necesario para torear los inviernos. Quizá también buscábamos un padre, un perdedor decente, un buen hombre de honor. Con las novelas de Juan Marsé, de Si te dicen que caí en adelante, en cierto modo lo recobramos.

Pijoaparte, sí, desde luego. Ése era el Marsé-Gérard Blain, corriendo en motocicleta Ramblas arriba. Pero Jan Julivert Mon... Ahí estaban Lino Ventura y el Conde de Montecristo. Al menos, para algunas ex niñas asmáticas.


Juan Marsé gana el Premio Cervantes

Juan Marsé



Juan Marsé gana el Premio Cervantes

El novelista barcelonés obtiene el galardón, dotado con 125.000 euros, y se impone a Ana María Matute, Javier Marías y Caballero Bonald


Madrid, 27 de noviembre de 2008

El novelista Juan Marsé (Barcelona, 1933) ha obtenido el Premio Cervantes 2008, la distinción más importante de las letras españolas, dotada con 125.000 euros. El autor de Últimas tardes con Teresa y Rabos de lagartija, entre otras obras, se ha impuesto a los escritores que también sonaban como favoritos, como los novelistas Ana María Matute y Javier Marías, el dramaturgo Francisco Nieva y el poeta José María Caballero Bonald, además del uruguayo Mario Benedetti. El nuevo Cervantes ha dicho esta tarde en una rueda de prensa en Barcelona que el dinero del premio se lo gastará "en vino y mujeres".

Marsé también ha dicho que la literatura "no tiene nada que ver con los premios" pero se ha mostrado ilusionado con el galardón, que ha sido una "sorpresa relativa" porque sabía que era finalista. Ha añadido que mientras se anunciaba el premio estaba en la consulta del cardiólogo, que le notó algo nervioso. No supo la noticia hasta que, de vuelta a casa, se lo anunciaron los periodistas que le esperaban a la puerta. Para él, este premio "tiene mucho prestigio, y después, tiene una dotación económica muy importante".
Uno de los mejores novelistas de la segunda mitad del siglo XX, Marsé ha obtenido así el reconocimiento a una de las obras más sólidas de las letras españolas, que incluye títulos como Últimas tardes con Teresa (1965), con el personaje memorable del Pijoaparte, un avispado escalador social, y Rabos de lagartija (2001), que le valió el Premio Nacional de Narrativa y el Nacional de la Crítica.

El Cervantes de este año es el primero que se ha otorgado tras los cambios introducidos por el Ministerio de Cultura en la composición del jurado, para dar más presencia al mundo de las letras y de la cultura y menos a las instituciones dependientes del Gobierno.

Dado que el poeta argentino Juan Gelman ganó en 2007 este premio, el más importante de cuantos se conceden en los países hispanohablantes, las quinielas apostaban este año por un escritor español, y así ha sido. Se ha cumplido esa ley no escrita que reparte el Cervantes alternativamente entre Hispanoamérica y España. Pero esa tradición se ha roto más de una vez desde que el Cervantes fue instituido en 1975 por el Ministerio de Cultura para rendir anualmente testimonio de admiración a un escritor que, con el conjunto de su obra, haya contribuido a enriquecer el legado literario hispánico.


Cronista de la Barcelona de posguerra

Marsé nació en Barcelona el 8 de enero de 1933 con el nombre de Juan Faneca Roca. Su madre murió en el parto y fue adoptado por el matrimonio Marsé. Crece en la Barcelona de posguerra, alejado de la escuela y casi siempre en la calle de esa Ciudad Condal en la que luego ambientaría su mundo literario. A los 13 años empieza a trabajar como aprendiz de joyero y pronto empieza a colaborar en revistas de cine y literatura. A los 25 publica su primera novela, Encerrados con un solo juguete, que queda finalista en el premio Biblioteca Breve de Seix Barral.

A los 27 se traslada a París, tras escuchar el consejo de los poetas Jaime Gil de Biedma y Carlos Barral. Allí trabaja como mozo de laboratorio en el Departamento de Bioquímica Molecular del Instituto Pasteur. Mientras tanto, traduce guiones y da clases de español. Poco después regresa a España y tras publicar su segunda novela, Esta cara de la luna (que luego repudiaría), llega Últimas tardes con Teresa (1966), que la vale el Premio Biblioteca Breve y le ofrece cierto desahogo económico.

Más tarde escribe La oscura historia de la prima Montse (1970), Si te dicen que caí (1973), que fue censurada por el franquismo y tuvo que ser publicada en México. Otro gran empujón lo recibió con La muchacha de las bragas de oro (1978), que obtuvo el Premio Planeta. La consagración llegó en los noventa, con novelas como El embrujo de Shanghai (1994), que logró el Premio Nacional de la Crítica, y Rabos de lagartija (2000).


JURADO SECRETO


La composición del jurado del Cervantes, de once miembros en esta edición, se mantiene siempre en secreto hasta el día del fallo, pero tras los nuevos criterios adoptados, al menos se sabe que formarán parte de él los dos últimos ganadores: el ya citado Gelman y el poeta Antonio Gamoneda.

El Premio Cervantes ha distinguido hasta ahora a 17 escritores españoles y 16 latinoamericanos, de los que sólo dos han sido mujeres, la española María Zambrano y la cubana Dulce María Loynaz. Los galardonados en las sucesivas convocatorias han sido: Jorge Guillén (1976), Alejo Carpentier (1977), Dámaso Alonso (1978), Gerardo Diego y Jorge Luis Borges (1979), Juan Carlos Onetti (1980), Octavio Paz (1981), Luis Rosales (1982), Rafael Alberti (1983), Ernesto Sábato (1984) y Gonzalo Torrente Ballester (1985).

El premio también ha recaído en Antonio Buero Vallejo (1986), Carlos Fuentes (1987), María Zambrano (1988), Augusto Roa Bastos (1989), Adolfo Bioy Casares (1990), Francisco Ayala (1991), Dulce María Loynaz (1992), Miguel Delibes (1993) o Mario Vargas Llosa (1994).

Más recientemente, lo han obtenido Camilo José Cela (1995), José García Nieto (1996), Guillermo Cabrera Infante (1997), José Hierro (1998), Jorge Edwards (1999), Francisco Umbral (2000), Alvaro Mutis (2001), José Jiménez Lozano (2002), Gonzalo Rojas (2003), Rafael Sánchez Ferlosio (2004), Sergio Pitol (2005), Antonio Gamoneda (2006) y Juan Gelman (2007).


sábado, 15 de noviembre de 2008

Aurelio Arturo / Silencio


Aurelio Arturo

Cabelleras y sueños confundidos
cubren los cuerpos como sordos musgos
en la noche, en la sombra bordadora
de terciopelos hondos y olvidos.

Oros rielan el cielo como picos
de aves que se abatieran en bandadas,
negra comba incrustada de oros vivos,
sobre aquel gran silencio de cadáveres.

Y así solo, salvado de la sombra,
junto a la biblioteca donde vaga
rumor de añosos troncos, oigo alzarse  
como el clamor ilímite de un valle.

Ronco tambor entre la noche suena
cuando están todos muertos, cuando todos,
en el sueño, en la muerte, callan llenos
de un silencio tan hondo como un grito.

Róndeme el sueño de sedosas alas,
róndeme cual laurel de oscuras hojas
mas oh el gran huracán de los silencios
hondos, de los silencios clamorosos.

Y junto a aquel vivac de viejos libros,
mientras sombra y silencio mueve, sorda
la noche que simula una arboleda,
te busco en las honduras prodigiosas,
ígnea, voraz, palabra encadenada.  




Tres clásicos franceses / Hugo, Balzac, Dumas



TRES CLÁSICOS FRANCESES

Hugo, Balzac, Dumas



JOSÉ MARÍA GUELBENZU
15 NOV 2008

Tres clásicos franceses han venido a juntarse en las librerías y no deja de ser curioso el nexo que los une: las tres son novelas de intriga que transcurren en el mundo de lo criminal. La primera de ellas es una de esas novelas redondas y totales que apunta, desde luego, mucho más lejos que a la mera intriga, pero que es, formalmente, un melodrama de tomo y lomo: Los miserables, de Victor Hugo. La reconocemos, sin la menor duda, como una de las grandes novelas del XIX de la que poco queda por decir, pero de la que siempre hay aspectos que recordar. El primero, la briosa escritura romántica de su autor, aún cerca del romanticismo nacionalista instaurado por Walter Scott, que pone en boca del narrador una fuerza expresiva abrasadora. El segundo, la posición omnisciente de ese mismo narrador, álter ego de Hugo, que no sólo ilustra a la perfección sobre el escenario histórico sino que interviene en él, ponderando y opinando con el arrojo de un convencido de asistir a un cambio social de primera magnitud. Habrá que esperar a Flaubert y su Educación sentimental para que lo histórico y lo personal se suelden en un todo, pero el esfuerzo de Hugo es de gigante. El tercer punto es la figura de Jean Valjean, que no es sino la del mártir en favor del prójimo, un trasunto de la figura de Jesús traído a la Francia posrevolucionaria hasta la Comuna de París. Y, cuarto, todo ello queda inscrito en una minuciosa descripción del escenario humano y social dentro de una lucha entre la inocencia y la malicia que tiene el empaque de la tragedia, pero que se desarrolla en el terreno del melodrama, un melodrama desde cuya altura se puede observar la insignificancia de los melodramas actuales, miserables culebrones.



La fe hacia el costurón que la Revolución Francesa abrió en la historia sigue transmitiendo el entusiasmo de antaño

La fe de Hugo hacia el costurón que la Revolución Francesa abrió en la historia del mundo sigue transmitiendo hoy el entusiasmo de antaño y sus personajes, bajo su apariencia de inmediatez, transmiten a su vez una complejidad cuyo misterio nace, precisamente, de la calidad expresiva de la escritura de Hugo.

Un asunto tenebroso es señalada por su prologuista como la primera novela policiaca de la historia. Yo sigo creyendo que el creador del género es Poe y que la primera es La piedra lunar, de Wilkie Collins. Pero Carlos Pujol también tiene su parte de razón aunque él mismo señale que es más novela que policiaca, lo que quiere decir que no es en la resolución de la intriga policial donde Balzac pone el acento. El libro relata un episodio ocurrido durante el paso de Napoleón de primer cónsul a emperador, y esto es lo verdaderamente importante porque donde Balzac ancla a sus personajes es en una novela política centrada en el enfrentamiento entre realistas y bonapartistas. De hecho, la mayoría de los personajes no tiene la enjundia de otros suyos que conocemos bien, pero el conjunto -dejando aparte un exceso de celo a la hora de relacionar a unos con otros, lo que carga el libro de información poco narrativa- ofrece un cuadro novelesco excelente.
Pujol, con su habitual perspicacia, atribuye a los tres verdaderamente importantes (Michu, Laurence, Corentin) la representación de los valores literarios en los que se cuece la novela: la fidelidad abnegada, el orgullo indómito y el poder en la sombra. Aquí sí que es donde Balzac se muestra con toda eficiencia y hace de la intriga de un caso real una pieza eminentemente narrativa.

Alejandro Dumas escribe la crónica -y utilizo esta palabra deliberadamente contra la palabra novela- de otro caso real: el juicio y condena de Marie Capelle, hija bastarda de rey, por el envenenamiento de su marido, M. Lafarge. Dumas conoció a Marie y, aunque no resuelve un caso que, como tal, poseía la intriga suficiente y los suficientes puntos débiles como para quedar envuelto en la duda tras la condena, es evidente que escribe a favor de Marie; no tanto por perseguir su posible inocencia cuanto por explicar los motivos que pudieron hacer de ella una asesina. En realidad, Dumas toma la posición de quien considera que todo reo, culpable de lo que sea, no deja de ser también una víctima; es decir: que todo reo procede de una serie de circunstancias que tienen mucho que ver con que haya llegado a consumar su delito. La crónica, pues, se convierte en la novelización de la vida de Marie Capelle, a la que Dumas sentó sobre sus rodillas cuando era una niña. Lo que cabe reprocharle es que se haya apoyado tanto en las memorias de la propia Marie. Dumas tuvo fama de utilizar negros, cosa creíble dada su voluminosa producción; pues bien, en este caso, el negro es la propia y desdichada Marie. Lo que sí que no pierde nunca el autor es su innata habilidad para atraer con una historia.
Los miserables. Victor Hugo. Traducción de Nemesio Fernández Cuesta. Planeta. Barcelona, 2008. 1.632 páginas. 45 euros. Un asunto tenebroso. Honoré de Balzac. Traducción de Pedro Darnell Gascou. Planeta. Barcelona, 2008. 272 páginas. 23 euros. El caso de la viuda Lafarge.Alejandro Dumas. Traducción de Juan Camargo. Emecé. Barcelona, 2008. 416 páginas. 22 euros.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 15 de noviembre de 2008

viernes, 14 de noviembre de 2008

Aurelio Arturo / Canción de la noche callada

Fotografìa de Flor Garduño

Aurelio Arturo
BIOGRAFÍA

CANCIÓN DE LA NOCHE CALLADA
SONG OF THE QUIET NIGHT
  

En la noche balsámica, en la noche,  
cuando suben las hojas hasta ser las estrellas,
oigo crecer las mujeres en la penumbra malva
y caer de sus párpados la sombra gota a gota.

Oigo engrosar sus brazos en las hondas penumbras
y podría oír el quebrarse de una espiga en el campo.

Una palabra canta en mi corazón, susurrante
hoja verde sin fin cayendo. En la noche balsámica,  
cuando la sombra es el crecer desmesurado de los árboles.
me besa un largo sueño de viajes prodigiosos
y hay en mi corazón una gran luz de sol y maravilla.

En medio de una noche con rumor de floresta  
como el ruido levísimo del caer de una estrella,
yo desperté en un sueño de espigas de oro trémulo
junto del cuerpo núbil de una mujer morena
y dulce, como a la orilla de un valle dormido.  

Y en la noche de hojas y estrellas murmurantes,
yo amé un país y es de su limo oscuro
parva porción el corazón acerbo;
yo amé un país que me es una doncella,
un rumor hondo, un fluir sin fin, un árbol suave.

Yo amé un país y de él traje una estrella
que me es herida en el costado, y traje
un grito de mujer entre mi carne.

En la noche balsámica, noche joven y suave,
cuando las altas hojas ya son de luz, eternas . . .

Mas si tu cuerpo es tierra donde la sombra crece,
si ya en tus ojos caen sin fin estrellas grandes,
¿qué encontraré en los valles que rizan alas breves?
¿qué lumbre buscaré sin días y sin noches?
  


jueves, 13 de noviembre de 2008

Aurelio Arturo / Todavía


Aurelio Arturo
BIOGRAFÍA

TODAVÍA
STILL
Cantaba una mujer, cantaba
sola creyéndose en la noche,
en la noche, felposo valle.

Cantaba y cuanto es dulce
la voz de una mujer, esa lo era.
Fluía de su labio
amorosa la vida…
la vida cuando ha sido bella.

Cantaba una mujer
como en un hondo bosque, y sin mirarla
yo la sabía tan dulce, tan hermosa.
Cantaba, todavía
canta…



miércoles, 12 de noviembre de 2008

Aurelio Arturo / La canción del verano


Aurelio Arturo
BIOGRAFÍA
LA CANCIÓN DEL VERANO
THE SONG OF SUMMER

Y esta es la canción del verano
entre muchos hermosos veranos,
cuando el polvo se alza y danza
y el cielo es un follaje azul, distante.

Y entonces fue cuando vino con las brisas
que se levantan de los arroyos y de sus conchas,
la que cantaba la canción del verano,
la canción de yerbas secas y aromáticas
que arrullaban, cuando a mi lado
la sentía como una tierra que respira
y como un sueño de pólenes y estrellas
que resbalan tibias por la piel y las manos.

Entonces vino saltando
en medio de las brisas y la tarde, en grupo,
y lo primero que vi fue su traje ondeando
a lo lejos, a la distancia contra el cielo puro.
Pero desde entonces no tuve ya nunca ojos para su traje.
Y no oí nada más, sino la canción del verano.



martes, 11 de noviembre de 2008

Aurelio Arturo / Palabra


Aurelio Arturo
BIOGRAFÍA
PALABRA
WORD

nos rodea la palabra
la oímos
la tocamos  
su aroma nos circunda
palabra que decimos
y modelamos con la mano
fina y tosca
y que
forjamos
con el fuego de la sangre
y la suavidad de la piel de nuestras amadas
palabra omnipresente
con nosotros desde el alba
y aun antes
en el agua oscura del sueño
o en la edad de la que apenas salvamos
retazos de recuerdos
de espantos
de terribles ternuras
que va con nosotros
monólogo mudo
        diálogo
la que ofrecemos a nuestros amigos
la que acuñamos
para el amor la queja
la lisonja
moneda de sol
o de plata
o moneda falsa
en ella nos miramos
para saber quiénes somos
nuestro oficio
y raza  
refleja  
nuestro yo
nuestra tribu
profundo espejo
y cuando es alegría y angustia
y los vastos cielos y el verde follaje
y la tierra que canta
entonces ese vuelo de palabras
es la poesía
puede ser la poesía



domingo, 9 de noviembre de 2008

Chema Madoz / Poética de los objetos

Chema MadozChema Madoz©
CHEMA MADOZ
POÉTICA DE LOS OBJETOS

Chema Madoz es un reconocido fotógrafo amante del blanco y negro y cuya obra recoge imágenes extraídas de hábiles juegos de imaginación, en los que perspectivas y texturas tejen sus imágenes. José María Rodríguez Madoz nace en Madrid , en 1958. Ha realizado numerosas exposiciones individuales, tanto en España como en el extranjero, y el conjunto de su obra, además de ser respetada por la crítica, está alcanzando unas cotas de popularidad impensables para otros artistas contemporáneos. En el 2000 el fotógrafo madrileño recibe el Premio Nacional de Fotografía de España. Ese mismo año la Bienal de Houston Fotofest le reconoce como “Autor Destacado”. Su obra sobrepasa nuestras fronteras llegando no sólo a la ciudad norteamericana sino también hasta el Chateau d´Eau de Toulouse (Francia). Ese año recibió el premio Higashikawa en Japón.
Chema MadozChema Madoz©
Chema MadozChema Madoz©
Chema MadozChema Madoz©
Desde hace tiempo Chema Madoz pinta ideas de plata. Con su trabajo abre espacios insospechados, formas de gran fuerza; y todo ello nos alcanza, porque nos recuerda siempre a algo y nos empuja a reflexiones sin límites. A través de sus fotografías avanzamos a comprender lo extraño de los atributos en las formas y los ciclos que de forma machacona se producen en la naturaleza. Desde la herencia de la funcionalidad artística de los objetos surrealistas, en donde la provocación racional unida al azar, provocaba un efecto poético, muchos han sido los artistas que han continuado con este ánimo conspirador, como Granell y Brossa. Sin embargo, Chema Madoz, se distancia de ellos trabajando desde la idea, desde lo intangible. Si bien necesita objetos para la realización de sus imágenes, estos desaparecen en la propia imagen. Sus obras tienen un carácter limpio cercano a las fotografías de Man Ray, con frecuentes cambios de escala, donde el poder evocador y poético resulta de la conjunción ordenada de elementos sencillos, sin apenas manipulación, y de la aparente inmediatez con la que se ha dispuesto el escenario para la acción.
Chema MadozChema Madoz©
Chema MadozChema Madoz©
Chema MadozChema Madoz©
Madoz utiliza los objetos y su representación gráfica como si fueran palabras de un vocabulario nítido. Analizando el azaroso mapa de señales que emiten las cosas desde el lugar que ocupan en el mundo, Madozindividualiza y desordena, confronta y manipula hasta conseguir mostrar un nuevo orden, una cara oculta del sentido, una nueva verdad simbólica que resalta por impacto el desorden de la lógica. Las cosas, los objetos, situados en un nuevo lugar, desnudos del entorno natural donde realizan su función, están ante la cámara emitiendo otras señales diferentes. Convertidos en signos están ahora literalmente hablando. O mejor, son imágenes que están literariamente hablando. Porque partiendo de la estética de la semejanza y la vecindad de referentes, Madoz desplaza el sentido natural de los conceptos a otras comprensiones explotando al máximo sus capacidades simbólicas y resolviendo su discurso con figuras y tropos de honda relación con el lenguaje: analogías, metáforas, paradojas o metonimias visuales que ofrecen al espectador un juego de percepción poética y le exigen una colaboración activa. La obra de Madoz tiene, por tanto, una amplia vecindad literaria. Sus composiciones se acercan al poema minimalista y a la contraposición de imágenes poéticas que produce una explosión metafórica que evocan a los haikus orientales.
Chema MadozChema Madoz©
Chema MadozChema Madoz©
Chema MadozChema Madoz©
“Empecé a trabajar con una reflex 35mm, una Olympus que tuve durante 4 años hasta que me compré una Nikon F3. Después compré una Bronica para iniciarme en el formato medio. Ya había tenido antes una cámara Mamiya de 6 x 6 cm. del tipo de dos objetivos, que funcionaba bien, tenía un fuelle que permitía macro pero era muy difícil trabajar con ella porque al acercarte no veías lo que fotografiabas. Finalmente me decidí a comprarme una Hasselblad, que es con la que llevo trabajando hace ya diez años.”
Chema MadozChema Madoz©
Chema MadozChema Madoz©
Chema MadozChema Madoz©
“Prácticamente todas mis fotografías son tomadas con luz natural. Yo creo que va evolucionando el uso que haces de la luz, aunque siga siendo luz natural. Sabes sacarle más partido. Sólo introduzco algo de luz artificial en los casos que he fotografiado una lámpara como parte del objeto o para darle un toque especial a algún detalle. En cuanto al estudio es algo que tengo desde hace relativamente poco. Realmente fue más por la comodidad de poder trabajar en varios proyectos de fotos a la vez. En mis primeras series trabajaba en la calle, después empecé a trabajar más con objetos y fotografiarlos en algún rincón de mi casa con luz natural de ventana. Se ve una relación entre los medios de que disponía y los tipos de fotos que construía. Trabajando en el estudio sí he notado mucho que disponer de un espacio de taller amplio me permite avanzar más rápido y cómodo. Puedo tener varias ideas en marcha e irlas depurando.”
Chema MadozChema Madoz©
Chema MadozChema Madoz©
Chema MadozChema Madoz©
“Me sigo considerando fotógrafo. La construcción de la mayoría de mis objetos está resuelta de mala manera… Bueno, me explico, quiero decir que están construidos para ser fotografiados. No tienen empaque, ni una presencia cuando los ves físicamente. No hay un acabado maravilloso, solo un aspecto de ellos que vas a fotografiar es lo que funciona. Sacados de ese contexto funcionan en contadas ocasiones. Alguna vez también me ha ocurrido lo contrario: un objeto que es muy atractivo y que no funciona al ser fotografiado. Sin embargo, lo normal es justo el caso contrario.” (Chema Madoz). Texto: Wikipedia
Chema MadozChema Madoz©
Chema MadozChema Madoz©
Chema MadozChema Madoz©
Chema MadozChema Madoz©