viernes, 26 de octubre de 2001

Kazuo Ishiguro y el mayordomo inglés


Kazuo Ishiguro y el mayordomo inglés

Ishiguro inaugura en Barcelona una temporada de encuentros con la literatura inglesa actual

"No me interesa ser un puente entre dos culturas", manifiesta el escritor anglo-japonés



XAVIER MORET
Barcelona 26 OCT 1990


Kazuo Ishiguro llegó ayer a Barcelona para participar en el ciclo de encuentros sobre la literatura inglesa actual que organizan Editorial Anagrama y el Instituto Británico. Elciclo, similar al desarrollado el pasado año sobre literatura norteamericana, se prolongará hasta junio y traerá a Barcelona a siete autores británicos de entre 35 y 45 años, entre ellos a Julian Barnes y lan McEwan. Ishiguro, nacido en Japón pero afincado en el Reino Unido desde los cinco años, manifestó ayer que eligió el tema del mayordomo inglés deliberadamente, para evitar que le encasillaran como autor anglo-japonés.
La llegada de Kazuo Ishiguro a Barcelona coincide con la aparición de su libro Los restos del día (Anagrama), galardonado con el Booker Prize de 1989, en el que el carácter imperturbable de un mayordomo inglés le sirve al autor como metáfora de una sociedad que no asume sus responsabilidades. La última novela del escritor de orígen japonés establecido en Gran Bretaña tiene un escenario completamente distinto al de sus dos libros anteriores, Pálida luz de las colinas y Un artista del mundo flotante, donde afloraban sus raíces japonesas."Escogí muy deliberadamente escribir mi tercer libro sin que apareciera nada japonés en él", confiesa Ishiguro, lo hice porque encontraba que me estaban estereotipando. Me veían como un corresponsal japonés que vivía en Londres, pero la verdad es que vivo en Inglaterra desde los 5 años y no soy un experto en la cultura japonesa. Me di cuenta de que si continuaba situando mis libros en Japón, la gente me leería por razones equivocadas, porque no soy un escritor japonés".
El mayordomo
La solución para evitar el encasillamiento la halló Ishiguro en uno de los temas por excelencia de la tradición literaria británica: el del mayordomo. Los restos del día, escrita en un estilo meticuloso y lleno de armonía que raya en la perfección, se sitúa en la Inglaterra de 1956. El tema: el viaje que el mayordomo Stevens emprende por la campiña inglesa para visitar a su antigua ama de llaves. El aparentemente plácido viaje se desdobla en un viaje interior en el que afloran el oscuro pasado de su anterior señor, Lord Darlington, y la actitud del mayordomo, que en todo momento evita pronunciarse.
"No tengo un especial interés en escribir sobre mayordomos", advierte Ishiguro, "pero me interesaba utilizar esa figura mítica para desarrollar la idea de mi libro. Quería utilizar el mayordomo como una doble metáfora: por un lado, para explicar el tema del control emocional, que es lo que caracteriza al mayordomo inglés, y a través del mayordomo quería explorar -la parte de las emociones humanas autocontroladas y cómo muchas personas utilizan su profesión para escudarse. Por otro lado, quería explorar el tema de la gente normal que se encuentra detrás de los poderes políticos".
Generación
Sobre los escritores británicos de su generación, Ishiguro consideró que tienen en común, por lo general, a diferencia de los norteamericanos, que escriben de ambientes que para ellos no son cotidianos. "Quizá se deba", dijo, "a que compartimos el sentimiento de que Inglaterra ya no es lo que era, de que ya no es el centro del imperio que fue".Kazuo Ishiguro es el primer novelista británico que llega a Barcelona de una larga lista que pasarán por la. ciudad durante los próximos meses, en unos Encuentros con la literatura inglesa actualprogramados por Editorial Anagrama y el Instituto Británico. Estos autores de edades comprendidas entre los 35 y los 45 años, son una de las generaciones más ricas de la literatura actual.
El segundo de la lista será Julian Barnes, que llegará a Barcelona el 27 de noviembre. Barnes, autor de la exitosa novela El loro de Flaubert, presentará su nueva novela, La historia del mundo en 10 capítulos y medio, de gran éxito en Inglaterra, Francia y Alemania. El libro es una divertida historia del mundo desde distintos puntos de vista, empezando por el de la carcoma infiltrada en el arca de Noé.
Tras un largo paréntesis navideño, el desembarco británico proseguirá, el 21 de febrero del próximo año, con la llegada de James Fenton 3, Redmond O'Hanion, unidos por sus experiencias asiáticas. El primero, que ha sido corresponsal en el Lejano Oriente, presenta Lugares no recomendables, donde enhebra un conjunto de reportajes ligados a varios países de la zona con la excusa de algún tema concreto. O'Hanlon presentará En el corazón de Borneo, libro en el que relata un viaje por la zona que realizó, precisamente, en compañía de James Fenton, su compañero de desembarco.
El siguiente de la lista, lan McEwan, llegará en marzo, en fecha aún por concretar, y presentará su novela El inocente, uno de los grandes éxitos de los últimos meses en su país. En abril, llegará Martin Amis con su nueva novela, Campos de Londres.
En junio, el escritor que cerrará la temporada británica será Hánif Kureishi, guionista de Stephen Frears en las películas Samy y Rosie se lo montan y Mi hermosa lavandería. Kureishi presentará su nueva novela, El buda de los suburbios.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 26 de octubre de 1990




RETRATOS AJENOS

FICCIONES


Isabelle Huppert / Quería mostrar la obscenidad del melodrama



Isabelle Huppert

"Quería mostrar la obscenidad del melodrama"

Isabelle Huppert logra su cima interpretativa con 'La pianista'.


Octavi Marti
26 de octubre de 2001

La pianista logró el Gran Premio Especial del Jurado del pasado Festival de Cannes y, además, le valió a su protagonista, Isabelle Huppert, su segundo premio de interpretación en Cannes. La actriz francesa, nacida en París en 1955, asombró al jurado y a la crítica al conseguir dar humanidad y espesor al personaje de Erika Kohut, una profesora de piano masoquista que, a priori,hubiera debido pasar a formar parte de la galería de locos irrecuperables por los que el público no siente otra curiosidad que la que puedan inspirar los desastres que causan.

La pianista logró el Gran Premio Especial del Jurado del pasado Festival de Cannes y, además, le valió a su protagonista, Isabelle Huppert, su segundo premio de interpretación en Cannes. La actriz francesa, nacida en París en 1955, asombró al jurado y a la crítica al conseguir dar humanidad y espesor al personaje de Erika Kohut, una profesora de piano masoquista que, a priori, hubiera debido pasar a formar parte de la galería de locos irrecuperables por los que el público no siente otra curiosidad que la que puedan inspirar los desastres que causan. 'Cuando se acepta interpretar un personaje es imposible no interesarse por él, no intentar defenderlo, no encontrarle otros puntos de interés más allá de los que propone la historia', dice Isabelle Huppert.
Para la actriz, no se trata de una cuestión de profundización psicológica o de inventarle un pasado al personaje. 'No me preocupé por la infancia de la protagonista, aunque no sea demasiado difícil imaginarla. Tampoco leí el libro de Elfriede Jelinek, en el que se basa la película. Nunca lo hago. Los leo luego, una vez terminado el filme. Lo que necesito saber está en el guión, en el plató y en mí misma'.
En La pianista, Erika malvive con su madre, interpretada por Annie Girardot, que piensa en ella como una futura gran solista cuando, cumplidos los cuarenta, sólo es una muy exigente profesora de conservatorio. Erika, cuando sale de clase, visita los peep-shows de la ciudad, o se automutila. La irrupción de un joven pianista, Walter Klemmer, encarnado por Benoît Magimel, va a hacer explotar esa bomba fría en que se había convertido Erika.

Sin control

'El filme es una historia de control y de pérdida de control', continúa Huppert. 'Erika cree que aún controla algo cuando en realidad ya todo se le ha escapado de las manos'. Sobre el papel, eso podría permitir una serie de situaciones cómicas, convertirse en una comedia: 'Sí, pero el tono es otro. En el libro, la autora opta por el sarcasmo y la película prefiere la ironía. Es cierto que, visto desde lejos, todo ese patetismo tiene algo de risible. Michael Haneke se reía de ello. Para él, estamos en plena parodia del melodrama. La pianista respeta todas las convenciones de dicho género pero enseñando al mismo tiempo lo que hay detrás del decorado. Queríamos mostrar la obscenidad, lo que se oculta detrás de las grandes palabras, de lo sublime, del amor, del arte'.

Aunque todo parecía estar en el guión, éste ocultaba un dato supuestamente fundamental: el final de la historia. 'El guión daba a entender que Erika moría, que se suicidaba justo antes de su primer gran concierto, que una vez más se automutilaba y se negaba a afrontar sus problemas. En un melodrama clásico ella debería morir pero Haneke es un cineasta moderno y Erika abandona el decorado, sale del plano, con el puñal clavado en el pecho y un pequeño hilo de sangre que mancha su ropa blanca. Ese hilillo de sangre es menos un signo de herida que un rastro de vida, de que por fin algo fluye, de que el director decide salvarla y, quién sabe, quizá le permita empezar de nuevo'.
La pianista se rodó en francés a pesar de transcurrir en Viena: 'Los estadounidenses hacen hablar a Van Gogh en inglés y nadie se lo reprocha'. Esa falta de fidelidad idiomática no se traduce en una ciudad falsa o turística. 'La Viena que Haneke enseña no es la de los valses, la de las pastelerías o el Prater, sino una Viena moderna, muy americanizada, pero la relación con la música, la importancia que le conceden, la sabiduría que demuestran los personajes hablando de Schubert, todo eso sí es profundamente vienés. Lo que era imposible era situar ese personaje en el conservatorio de París, por ejemplo, porque su atmósfera hubiera hecho los diálogos mucho más increíbles que el idioma'.

Violencia

La pianista escandalizó por su manera de abordar el sexo, pero también por la violencia física de las relaciones entre Erika y su madre, o entre Erika y Walter. 'Todas las acciones, todo lo que era físico, lo ensayamos mucho y lo repetimos aún más. El sexo y la violencia, su representación, plantean muchos problemas. Para Haneke, era muy importante dejar un espacio importante para la imaginación del espectador, que él tuviera que completar lo que veía. Eso hace aún más duras las situaciones porque te implicas. Y no hay que olvidar tampoco esa idea de que cuanto más vemos, menos creemos. El exceso de realismo acaba por hacer desaparecer la realidad. En el guión y en los primeros ensayos todo era más explícito pero, luego, Haneke nos pedía un trabajo sistemático de reducción, de destilado'.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 26 de octubre de 2001

jueves, 25 de octubre de 2001

El pequeño editor y el Nobel


V.S. Naipaul


El pequeño editor y el Nobel

Publicar a determinados autores indiscutibles no siempre es una historia con final feliz, como ha ocurrido con el último Nobel de Literatura. A veces se queda en una aventura que el público pulveriza.


ÁNGEL LUCÍA
25 OCT 2001


En la década de los años setenta y ochenta, un pequeño grupo de escritores de lengua inglesa que no habían llegado a la fama de Graham Greene, Malcolm Lowry o Lawrence Durrell llamó la atención de algunos editores españoles. Autores tan diversos como Anthony Burgess, Kingsley Amis, Alan Sillitoe, Iris Murdoch, Alan Paton, Ruth Prawer Jhabvala, William Golding, Nadine Gordimer, V. S. Naipaul... fueron publicados por Seix Barral, Destino, Alianza, y otras editoriales, y muchos de ellos por Editorial Debate. Todos los citados en el segundo grupo, menos Nadine Gordimer y William Golding, fueron publicados por Debate. Miguel Street, de Naipaul, en 1981.
Aquí tengo que evocar la figura de mi amigo y compañero Francisco Pabón, fallecido después en 1988, con quien mantenía entonces acaloradas discusiones sobre qué autores publicar o no. No es adecuado hablar de que descubriéramos a Naipaul, pues ya había sido publicado, sino de decisiones editoriales basadas en la sensibilidad del editor, en su necesidad de editar libros significativos. Luego, la respuesta del público mantenía o pulverizaba esas ilusiones. No recuerdo el éxito de ventas de ninguno de esos autores, excepto el de algunos libros de Anthony Burgess o William Golding. Fuimos publicando con cuentagotas nuevas obras de todos ellos, dada su escasa difusión, pero conservábamos en el catálogo las obras publicadas.
Hubo, sin embargo, un autor por el que mantuve un interés continuado, una convicción firme: Vidia Naipaul. Recuerdo el gran disgusto que supuso no poder contratar ninguna otra obra suya debido al bloqueo al que sometía a sus traducciones al castellano su entonces agente literaria. Nuestra suerte cambió cuando apareció en escena su nueva agente, Saly Riley, hada madrina que después de mucha insistencia hizo posible la contratación de seis obras. ¡Seis obras nada menos! Todo supeditado a un encuentro personal con Naipaul y a su supervisión de las traducciones.
El encuentro tuvo lugar en su apartamento de Londres, en octubre de 1994. Me habían hablado de su difícil carácter, y de lo exigente que era sobre el conocimiento de su obra, e iba un poco temblando, claro. Me pareció un hombre tranquilo, algo melancólico. Me habló de su obra y me recomendó la lectura de un ensayo de Proust, pero sobre todo me contó la historia de una hermosa lámpara modernista que lucía en un aparador, hizo una foto de la lámpara y me emplazó a que le investigara sobre su procedencia en Cataluña.
Después vino la agonía de las traducciones. Francisco Páez de la Cadena había ya traducido Miguel Street, y abordó la versión castellana de su nueva obra, Un camino en el mundo (1995). Un trabajo duro y difícil para una excelente traducción, que mereció la aprobación del autor después de largas discusiones, y que presentó en Madrid en mayo de 1995. Nunca supe cómo controlaba Naipaul las versiones al castellano, pues no lo hablaba, aunque no pude dejar de presentir que de alguna forma lo entendía. Luego llegó Flora Casas, y la misma agonía. Flora trabajó con él en Londres, y con el tiempo llegaron a esa compenetración que tienen hoy y que garantiza el futuro de sus traducciones. El enigma de la llegada (1996), India, una civilización herida (1997), Una casa para el señor Biswas(1999), y La pérdida de El Dorado (2001) han sido todas traducidas por Flora Casas. Están todas disponibles y pueden ustedes juzgarlas por sí mismos, más allá del carácter y la ideología atribuidos al autor.
Ésta es una historia editorial con un final feliz, que empezó con un editor pequeño y acabó en un gran grupo editorial. Pero no siempre ocurre así: decenas de editores responsables e ilusionados apuestas por autores y los mantienen en sus catálogos hasta el límite de sus fuerzas. Lo hacen por una convicción, que es la esencia de su trabajo. La mayoría siquiera espera a verse un día bendecidos por el Premio Nobel.
Ángel Lucía es fundador de Editorial Debate. Actualmente dirige el sello Areté.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 25 de octubre de 2001




domingo, 21 de octubre de 2001

Charlie Watts / 'Los Rolling Stones son mi vida, el resto son pasiones e intereses alternativos'



Charlie Watts

'Los Rolling Stones son mi vida, el resto son pasiones e intereses alternativos'

LOURDES GÓMEZ
Londres 23 OCT 2001


De Charlie Watts sólo se escucha una queja de su vida con los Rolling Stones: las horas muertas en el estudio de grabación, las esperas interminables hasta que Mick Jagger o Keith Richards acudían a la cita con el resto del grupo. Un día resumió su frustración con una frase que ha pasado a la historia del rock and roll.
'Llevo 20 años esperando y cinco tocando la batería', dijo a mitad de carrera. Charlie Watts ha dejado ya de perder el tiempo. Con 60 años, dedica ahora las fases de inactividad con los Stones a un vicio que le acompaña desde niño: el jazz. 'Siempre he sentido una gran admiración por la gente que interpreta esta forma de música', afirma en la habitación de un selecto hotel de Londres en vísperas de salir de gira con su nueva formación de jazz, el Charlie Watts Tentet.






El elegante batería parte hoy a Nueva York; en unos días, a Tokio, y el próximo 24 de noviembre participa con su banda en los conciertos de reapertura de la sala Cova del Drac de Barcelona. Es la primera vez que acerca su repertorio de jazz a una audiencia española. Enterarse del parte meteorológico de la gran urbe estadounidense adquiere prioridad. Porque, además del vicio musical, Watts siente obsesión por el vestuario. 'La ropa es como un fetiche para mí. Un abrigo de Loewe en piel de cabra ha sido mi última adquisición', señala mientras se pregunta si será prudente llevarlo de gira.
Entre los 10 músicos de la banda, Watts se apoya en viejos amigos y compañeros de anteriores formaciones, como el bajista David Green, el saxofonista Peter King y el trompetista Gerard Presencer, y da espacio a sucesivas generaciones de intérpretes basadas en el Reino Unido. Profesionales como Luis Jardim, Anthony Kerr o Julian Argüelles, que participaron en el debú oficial del Tentet en el templo londinense del jazz, el famoso Ronnie Scott's, en el verano.

En Barcelona, el repertorio girará en torno a Duke Ellington, Charlie Parker, Thelonious Monk, además de composiciones originales.
A Charlie Parker debe en cierta forma su nueva situación profesional. La reedición, en 1991, de un libro en la memoria del mítico Yardbird, que él mismo había escrito e ilustrado casi tres décadas atrás, Ode to a high flying bird,precipitó una carrera en paralelo a los Rolling Stones. Para entonces, Watts ya se había estrenado en Ronnie Scott's con su big band y formó su propio quinteto para acompañar musicalmente el lanzamiento del libro. De ahí surgieron los compactos From one Charlie, A tribute to Charlie Parker with strings, Warm and tender y Long ago and far away.
'Ahora tengo que colocarme en primera línea de los focos. No me entusiasma particularmente. Siempre he preferido que Mick o Keith tomen la palabra. Pero no actúo de líder de mi banda; esa tarea se la cedo a Peter; yo soy el dueño', cuenta con humor.
El rostro de Watts es un abanico de expresiones. En segundos pasa de la sorpresa a la incredulidad, del entusiasmo al aburrimiento, de la seriedad a la burla. El movimiento facial es quizá un mecanismo de autodefensa contra la timidez. En el escenario observa a sus colegas con la atención de un zorro, paciente hasta que llega su momento de entrar en acción. 'Una vez que arranca la música da igual actuar para miles de personas en un estadio que para un puñado en un club. Tocar en locales reducidos es parte de la diversión de esta aventura. Estás físicamente muy próximo tanto a la música como al público. La gente te observa, lo cual me resulta bastante aterrador. Pero no me siento más vulnerable; simplemente sé que cada movimiento y cada gesto pasarán por la criba de la crítica. Cuando funciona es una experiencia muy agradable'.
Watts habla de sus incursiones en el jazz como la 'pasión' que llena su vida en contraposición de su faceta profesional con los Stones. Descubrió esta pasión con 12 años, cuando escuchó la batería de Chico Hamilton en Walking shoes, un tema grabado por Gerry Mulligan. 'Me había comprado un banjo, pero me harté de intentar aprender a tocarlo. Le corté el mástil y comencé a practicar con un par de escobillas. Quería tocar como Chico Hamilton'.
Con la música en el horizonte ingresó en una escuela de arte, la misma ruta que siguieron la gran mayoría de las futuras estrellas británicas del pop y el rock. John Lennon, Keith Richards, Syd Barrett, Pete Townshend, Ray Davies, Eric Clapton y muchos más sembraron sus primeras semillas en institutos universitarios de arte. 'Allí conocí a mi mujer, Shirley. En esa época, finales de los cincuenta y principios de los sesenta, eran centros fascinantes en los que caímos todos los que no queríamos ser como los demás. Había gente muy interesante, de todas las clases sociales, y el ambiente era bohemio e increíblemente creativo. Las cosas han cambiado mucho ahora', recuerda.

El rock and roll aún debía irrumpir en los clubes londinenses, y para el joven Watts no había expresión más arrebatadora que el jazz en todas sus variantes. Pasó de banda en banda, de la formación de Alexis Korner a los Rolling Stones, pero él siempre se vio como 'un batería de blues'. 'He tocado con mucha gente diferente, y un buen día tuve la fortuna de conocer a Mick y a Keith y entrar en los Rolling Stones. Ésta es la música que yo hago, los Rolling Stones soy yo, son mi vida; el resto son pasiones e intereses alternativos', advierte.
En realidad, Charlie Watts siempre ha sido un rockero atípico. En vez de las juergas que inevitablemente vienen detrás de un gran concierto, el batería prefería retirarse a la habitación del hotel. 'En 1964 comencé a dibujar cada cama de hotel donde me hospedaba durante las giras con los Stones. Lo hice en un principio por aburrimiento y porque no podía dormir; ahora es una necesidad. Pero de mí no surgirá la iniciativa de exhibir mis dibujos al público; las exposiciones se las dejo a Ronnie Wood', exclama.
El batería ya está preparándose para el nuevo disco de los Stones, previsto para el año próximo, y acaba de comprar una maleta que llevará sus impecables trajes por todo el mundo. 'Es difícil parar, aunque personalmente pienso que se está acercando el momento de decir adiós a las giras de los Rolling Stones. Las piernas flaquean y el cuerpo ya no aguanta ninguna jornada de resaca', comenta. 'Las giras son duras', continúa, 'porque tenemos que estar juntos día tras día y hay que ser muy disciplinados. Nunca hemos convivido juntos, sólo nos juntamos para tocar, y a ese espacio que nos concedemos entre unos y otros debemos el mantener vivos a los Rolling Stones durante tantos años'.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 23 de octubre de 2001