martes, 15 de mayo de 2001

El genio de Isabelle Huppert sostiene la casi insostenible osadía de Haneke en 'La pianista'




El genio de Isabelle Huppert sostiene la casi insostenible osadía de Haneke en 'La pianista'

Rutinaria reconstrucción por Frédéric Kahn del célebre caso del asesino loco Roberto Succo

ÁNGEL FERNÁNDEZ-SANTOS
Cannes 15 MAY 2001

Le preguntaron ayer aquí a Isabelle Huppert por qué se había metido en las magníficas, pero maléficas y escabrosas, imágenes de La pianista, dirigida por el austriaco Michael Haneke. La eminente actriz francesa soltó esta veloz réplica: 'Porque en mi oficio hay que atreverse a todo'. Y es su atrevimiento, su genial audacia, la cordura con que representa una forma extrema de locura, el alma de este complejo y duro filme, que, sin alarde sanguinario alguno, obliga a veces a cerrar los ojos. Como también los cierran, pero de sueño, Roberto Succo, dirigida por Frédéric Kahn, y El ensayo, dirigida por Catherine Orsini, dos películas francesas completamente innecesarias.

Isabelle Huppert


'Me metí en La pianista, ante todo, porque quería trabajar al precio que fuese con Michael Haneke', añade Isabelle Huppert. 'Me propuso hace cuatro años actuar en Funny games, leí el guión y me asusté. Reconozco que entonces no tuve el coraje suficiente para convertirme en la mujer que sufre aquella aterradora agresión. Pero me arrepentí inmediatamente después de negarme', prosigue la actriz, 'y el arrepentimiento aumentó cuando vi la película. Desde entonces me obsesionaba la idea de rectificar aquel error y Haneke lo sabía, así que me envió el guión de La pianista,con la advertencia de que era una película aún más dura que Funny games. Y obviamente acepté con los ojos cerrados y sin temor alguno. Yo sólo tengo miedo de los malos directores'.
Isabelle Huppert

El guión de La pianista, escrito por su director, está extraído de la novela de Elfriede Jelinek, escritora austriaca nacida en 1946 y que es considerada una de las novelistas mayores de la actual narrativa alemana. Aunque es autora de guiones, Jelinek no aceptó nunca que se convirtiera en película ninguno de sus relatos, hasta que Haneke, con el peso de su extraordinaria obra escénica y fílmica, la hizo cambiar de idea. Pero la escritora exigió al cineasta 'que confrontase el canon de sus imágenes con el del texto literario y no las elaborara nunca de espaldas a él, porque considero irrenunciable de mi relato no lo que pueda tener de reflejo autobiográfico, sino lo que tiene de ejemplaridad el personaje, que es una de esas mujeres que se hunden por el peso de una alta cultura de la que viven y a la que idolatran'.
El dolor, la verdad, la perversidad y la fuerza que Isabelle Huppert introduce en esta dolorida y retorcida mujer que nunca ha sido mujer y que deambula por las aceras de Viena en busca de sexo al que mirar, aterrada por la idea de practicarlo, son palabras mayores, cine poderoso y punzante, que penetra limpiamente en rincones del comportamiento escondido en los que una cámara jamás se había atrevido a hurgar. Pero la cámara de La pianista se mueve dentro de estos rincones con tanta precisión, lucidez e ironía que ni una salpicadura de la escabrosa intimidad que explora quita transparencia a la lente y lucidez a la mirada de Michael Haneke.
Este cineasta es un singular heredero de Bertolt Brecht, que al igual que otros maestros de su generación que ahora están entrando en la edad de la plenitud, como Patrice Chéreau, recuperan para el cine europeo la inmensa sabiduría del teatro, equipaje formal que se había perdido para el cine y que ahora, una vez recuperado, permite reiniciar la vieja e irrenunciable conquista por la pantalla del conocimiento desde dentro de algunas raíces, sólo perceptibles desde el cine, de los comportamientos oscuros.
Esas raíces son el delicado y turbador territorio que explora esta poderosa e inquietante película.
En las antípodas de este cine que se sumerge y nos arrastra a honduras del horror cotidiano, está la epidérmica y blandorra carnicería de Roberto Succo,reconstrucción sin gracia y sin tensión emocional por Frédéric Kahn del sanguinario recorrido de aquel loco parricida italiano por las vueltas y las revueltas de los caminos de la Costa Azul, Saboya y Baviera, que dieron siniestra popularidad a sus crímenes al final de los años ochenta, antes de que este extraño personaje se suicidara o lo suicidaran en la cárcel italiana donde fueron a parar sus huesos y sus enloquecidas proclamaciones de revolucionario y 'terrorista solitario'.
Teatro
Se trata de un grave y duro capítulo de la serie negra de la vida europea reciente, que dio lugar a una famosa representación teatral escrita por Bernard-Marie Koltès y montada por Patrice Chéreau, con la que esta película ambiciosa pero pretenciosa y plana no tiene ningún parentesco.
Y peor aún es la otra película francesa, El ensayo, dirigida por Catherine Orsini e interpretada por Emmanuelle Béart y Pascale Bussieres. Es una obra también ambiciosa, pero lo que encuentra se queda muy por debajo de lo que busca. Mezcla sin claridad varios hilos duros, incluso graves, asuntos dramáticos de mucho peso como son el mito romántico de Lulú, la figura escénica de la puta santa; el abrupto territorio de un amor loco, casi suicida, entre dos mujeres; el aplastamiento de esta pasión bajo la losa de una cotidianidad que la expulsa de su legalidad moral. Demasiada materia y con demasiada anchura para la estrechez de la mirada que hay detrás de esta olvidable película.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 15 de mayo de 2001



miércoles, 2 de mayo de 2001

Isaac Bashevis Singer / Premio Nobel para los niños

Ilustración de Maurice Sendak


Singer: Premio Nobel para los niños

JUAN TEBAR
2 MAY 1979


«Me gusta escribir historias de fantasmas, y para eso nada va mejor que un idioma moribundo. Cuanto más muerta la lengua, más vivo el fantasma. Los fantasmas adoran el yiddish y, por lo que puedo juzgar, lo hablan bastante bien »
ISAAC BASHEVIS SINGER
El demonio no tiene sombra, y en su presencia el reloj puede dar trece campanadas... Las brujas persiguen a los rabinos para casarse... La mujer del diablo huyó al país donde no hay gente que camine, ni ganado que paste, donde el cielo es de cobre y la tierra es de hierro...
Todas estas son cosas que cuenta Isaac Bashevis Singer. El no las cuenta especialmente para niños... La prueba es que en sus libros, considerados «para adultos», los personajes se suelen preguntar si los duendes la han tomado con ellos, y de pronto, miran fijamente al sol y no saben por qué está ahí ni desde cuándo... Tales inquietudes y sucesos son cosas mágicas, que narra el escritor porque las escuchó a su madre. Y ella los aprendió de su abuela. Y la abuela de Singer, de su bisabuela... Cuando el viejo judío polaco las escribe «no distingo entre el niño y el adulto... Lo que ocurre es que en este mundo de prisas que vivimos, son los niños los que se detienen a escucharme... Ellos -los niños- se preocupan incluso más que los grandes por el paso del tiempo: ¿qué le ocurre a un día después que terminó? ¿Dónde están nuestros ayeres con sus alegrías y sus penas? Y la literatura nos ayuda a conservar el pasado ... »






Cuentos judíos de la aldea de Chelm, con dibujos del extraordinario Maurice Sendak

Ed. Lumen, 1978. 78 páginas.Cuando Shlemel fue a Varsovia y otros cuentos. Con ilustraciones de Margot Zemach. Ed. Alfaguara, 1977. 113 páginas.

Pero el caso es que este excelente novelista ha publicado alguna colección de cuentos que se editan especialmente para los niños. Estas fiestas de Reyes, los pequeños tuvieron la oportunidad de recibir libros que llevaban una banda publicitaria donde se leía: Premio Nobel de Literatura 1978. Eso no tiene importancia, sobre todo para los niños, pero lo que sí es cierto es la oportunidad editorial y el interés objetivo de tales publicaciones.
No hay duda -como Singer dice- que en todos sus libros, los temas se repiten, y la «puesta en escena» es la misma, ocurra la aventura en la Polonia del siglo XVII o en los barrios judíos del Nueva York actual. Desde el esclavo Jacob, pasando por los Moskat y los múltiples personajes de la casa de Jampol, hasta el atormentado polígamo Herman Broder, las criaturas singerianas siempre vuelven sus melancólicos ojos al pasado, sueñan con Dios, o con el diablo, viven en estrechísima relación con un paisaje mágico, alimentados por una abigarrada cocina dictada por leyes sagradas. Son gentes que todo lo preguntan, sobre la comida o sobre los astros misteriosos... Pero en los relatos «para niños» todo esto se afina, se reduce -o enriquece- hacia su estado más puro. Y surgen los más entrañables personal es de su autor: los shlemiels de la aldea de Chelm, todos los benditos shlemiels que se encuentra uno en la vida, protagonizando historias fascinantes en que la tontería es casi una virtud -«A los tontos se les llama shlemiels, y hay muchos, pero el primero vino de la aldea de Chelm-. A Shlemiel le cambiarán una cabra por un cabrón sin que Shlemiel sueñe con achacárselo a otra cosa que no sean las propiedades mágicas del camino... Shlemiel comprará una trompa seguro de que su música puede apagar incendios... Chelm era una aldea de shlemiels, y... «una noche alguien espió a la Luna, que se reflejaba en un barril de agua. La gente de Chelm imaginó que se había caído ahí. Sellaron el barril para que la luna no se escapara. Cuando a la mañana se abrió el barril y la Luna no estaba allí, los aldeanos decidieron que había sido robada. Llamaron a la policía, y cuando el ladrón no pudo ser hallado, los tontos de Chelm lloraron y gimieron».

¿Sabéis quién gobierna en Chelm?: pues sus tontos más viejos, los más grandes tontos. «Tenían frentes muy anchas de tanto pensar. Eran los siete ancianos.» Sus decisiones de gobierno llenan varios relatos de los dos libros que comentamos. No tienen, claro, la inocencia de los shlemiels, porque el poder es el poder, pero su tontería brilla de manera fascinante.
Hay en estos cuentos brujas y noches tormentosas, hay coqueteos con la muerte, hay animales de gran generosidad, y hay un soberano orgullo de ser shlemiel y de habitar en Chelm. Todo ello compone un cosmos tan personal que si no fuéramos tan mayores y tan listos estaríamos tentados de irnos a vivir a Chelm, con un gallo, una esposa trabajadora y un pote de confitura en el armario, para acunar al niño con la canción de Shlemiel:
« Yo soy un gran shlemiel. / Tu eres un pequeño shlerniel. / Cuando crezcas serás un gran shlemiel / y yseré un viejo shlemiel / Cuando tengas hijos, / tu serás un papá shlemiel / y yo seré un abuelo shlemiel».
Aunque, pensándolo bien, quizá vivamos en Chelm, y la canción del padre shlemiel sea la de nuestra vida... Y los siete ancianos..., pero no divaguemos. No conviene. Más vale pensar que los cuentos son cuentos... Y espléndidos, en este caso.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 2 de mayo de 1979