viernes, 29 de diciembre de 2000

Juan Benet / Reencuentro en Región


Reencuentro en Región

Ocho escritores rememoran su descubrimiento de Juan Benet



GUILLERMO ALTARES
Madrid 29 DIC 1992


En diciembre de 1967, hace ahora un cuarto de siglo, una novela titulada Volverás a Región ocupó el rincón oscuro de los libros castigados en los escaparates de las librerías. Su autor, un tal Juan Benet, había urdido el intrincado relato de espaldas al pantano irrespirable de los gustos ambientales, lo que durante años marcó a su manuscrito con la cruz en lápiz rojo que los editores emplean para señalizar el vuelo curvo que conduce al cesto de las cosas ilegibles. El escritor, que quería aire libre en, los frondosos periodos de su prosa y que buscaba interlocutores para su palabra, hambrienta de destinatario, se vio obligado a venderla por un plato de lentejas a un editor, que así se hizo único dueño de aquel fajo de sobados folios, que no tardó en convertirse en un punto sin retorno en la historia de la narrativa castellana contemporánea.

viernes, 22 de diciembre de 2000

Celia Cruz / "La nostalgia no se cura, no se pasa, no se olvida"

Celia Cruz

Celia Cruz

"La nostalgia no se cura, no se pasa, no se olvida"


MIGUEL MORA
Madrid 22 DIC 2000

La piel canela oscura, unas uñas pintadas de negro que meten miedo, la sonrisa permanente llena de dientes blanquísimos ("me los arreglo cada dos meses"), la nariz única, inimitable; esas pestañas postizas que le sirven casi de visera, su vitalidad sabia llena de humor, tablas, carácter y memoria, 50 años cantando y 78 discos a la espalda... Celia Cruz sigue en la brecha.
Ya está en la calle su nuevo disco, Siempre viviré, 12 temas grabados en Miami, tres de ellos producidos por Emilio Estefan, y la versión cruzeña del mítico Oye cómo va, homenaje al autor, su difunto amigo Tito Puente; y el habitual recuerdo a la tierra que la vió nacer (Por si acaso no regreso), y un bolero de Pau Donés, y otro cantado a dúo con Vicente Fernández, y, se lo crean o no, una versión del I will survive, aquel éxito mundial de Gloria Gaynor.
Pregunta: 78 discos son muchos, pero supongo que éste es el mejor...
Respuesta: Claro, éste es buenísimo, pero hay otros buenos. El anterior, que era un homenaje a Lola Flores, tenía cosas muy lindas. Pero quizá por la tristeza y todo eso la canción que funcionó mejor fue El carnaval de la vida. En ese nuevo hay de todo, un tango, La pachanga que es muy sabrosa, el dúo con Vicente Fernández...
P. ¿Cómo fue cantar con él?
R. Pues no fue, lo hicimos sin vernos. Yo hice mi parte y quedó como a mí me gusta, le esperé dos días y nunca llegó. Luego él se pegó bien, no como si nos miráramos, pero... A mí me gusta cantar rubateando, ya tú sabes, pero esta vez se lo dejé fácil.
P. ¿Y qué tal con Estefan?
R. Hay gente que me tiene miedo, pero cuando ven que soy normal, es fácil trabajar conmigo, porque escucho lo que quiere el productor. Emilio es complaciente. Y no grita. Pero no debutábamos, porque ya trabajamos juntos en un tema que hice con Gloria Estefan, Échale agua a la sopa.
P. O sea que es reina de la salsa, pero no diva
R. Exacto, reina lo dicen ustedes, pero diva no soy. Si hay hay que repetir una canción, la repito. Al final soy yo soy la que da la cara y la que aparezco en la foto del disco. Y eso sí, que no me impongan un número que no quiero porque entonces rompemos relaciones.
P. Después de 50 años de carrera, ¿se distingue el trabajo de la vida?
R. Son cosas distintas, pero estás tan metida en esto, tienes tantos compromisos, que pierdes amistades. Ahora estoy hablando con usted, y el sábado canto, así que no me puedo poner a hablar por teléfono de tonterías o chismes con las amistades. Ya perdí facultades para eso. Pero yo no estoy peleada, simplemente estoy trabajando. Y tampoco soy muy visitadora... Cuando trabajas no puedes estar dando lija a los amigos...
Sin embargo también hice amistades trabajando, gente importante, una más sincera que otra. A veces, la misma gente le hace a una ser hipócrita, unos vienen de parte de tal y cual, otros no, y yo los trato igual a todos... Ya no puedo restar, sólo debo sumar.
P. ¿Pero tiene vida aparte del trabajo?
R. Muy sencilla, no tengo hijos, y mi único compromiso es Pedro (Knight). Estamos juntos ya 38 años, desde el 14 de julio del 62 que nos casamos, aunque lo conocía de antes porque tocaba la trompeta en la Sonera Matancera.
P. ¿Hablamos de Cuba?
R. Mejor no, porque me viene el mal humor.
P. ¿Se cura la nostalgia?
R. No se cura, no se pasa, no se olvida.
P. ¿Cree que podrá volver?
R. Espero que sí porque la esperanza es lo último que se pierde. Yo no quiero que nadie se muera, pero si Fidel se muere, mejor. Total, nadie vino aquí a quedarse como semilla para siempre. Y él no deja de hacer discursos de ocho horas en las que repite todo el tiempo las mismas cosas.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 22 de diciembre de 2000



sábado, 16 de diciembre de 2000

Elie Wiesel / He perdido todas mis batallas

Elie Wiesel

Elie Wiesel
"He perdido todas mis batallas"

CARLOS GARCÍA SANTA CECILIA
Madrid 16 DIC 1996

"Los 40 libros que he publicado tienen un mismo tema, la memoria; incluso he escrito sobre la enfermedad de Alzheimer", declara el periodista, escritor y premio Nobel de la Paz Elie Wiesel, sobreviviente de los campos de concentración de Buchenwald y Auschwitz, en el que murió casi toda su familia. A sus 58 años, Wiesel ha consagrado su vida a la defensa de los derechos humanos, y muy especialmente a conservar la memoria del pueblo judío, su pueblo. Esta tarde dictará una conferencia en el Club de Debate de la Universidad Complutense: La urgencia de recordar. ¿Qué hacer el día que se sale de un campo de concentración como el de Auschwitz o Buchenwald? Algunos se dedicaron a perseguir nazis de por vida, como Simon Weisenthal; otros elaboraron la idea de la culpa del superviviente, como Primo Levi, con quien Wiesel estuvo en Auschwitz, y otros se imbuyeron en la lucha política, como Jorge Semprún, gran amigo del premio Nobel y compañero de Buchenwald. Wiesel se dedicó a escribir: "Nunca ha habido una generación a la que obsesionara tanto la memoria como la nuestra, pero creo que es el patrimonio que debemos dejar a nuestros hijos".

jueves, 14 de diciembre de 2000

Vargas Llosa / Cabrera Infante

Guillermo Cabrera Inante y Miriam Gómez
Fotografía de Néstor Almendros
Mario Vargas Llosa
BIOGRAFÍA

Cabrera Infante

El País, 14 de diciembre de 1997

El humor, el juego verbal, el cine y una nostalgia pertinaz por una ciudad que tal vez nunca existió, son los ingredientes principales de la obra de Guillermo Cabrera Infante. La Habana que aparece en sus cuentos, novelas y crónicas, y que deja un recuerdo tan vívido en la memoria del lector, debe seguramente -como el Dublín de Joyce, el Trieste de Svevo o el Buenos Aires de Cortázar- mucho más a la fantasía del escritor que a sus recuerdos. Pero ella está ahora allí, contrabandeada en la realidad, más verdadera que la que le sirvió de modelo, viviendo casi exclusivamente de noche, en unos convulsos años pre-revolucionarios, sacudida de ritmos tropicales, humosa, sensual, violenta, periodística, bohemia, risueña y gansteril, en su sabrosa eternidad de palabras. Ningún escritor moderno de nuestra lengua, con la excepción tal vez del inventor de Macondo, ha sido capaz de crear una mitología citadina de tanta fuerza y color como el cubano.Desde que leí Tres tristes tigres, en manuscrito (el libro se llamaba entonces Vista del amanecer desde el trópico), en 1964, supe que Guillermo Cabrera Infante era un grandísimo escritor y peleé como un león para que ganara el Premio Biblioteca Breve, del que yo era jurado. Dos días después, en mi escritorio de la Radio-Televisión Francesa, donde me ganaba la vida, sonó el teléfono. "Soy Onelio Jorge Cardoso -dijo la tronante voz- ¿Te acuerdas? Nos conocimos en Cuba, el mes pasado. Oye, ¿por qué le dieron el premio ése, en Barcelona, al antipático de Cabrera Infante?". "Su novela era la mejor -le respondí, tratando de recordar a mi interlocutor-. Pero tienes razón. Lo conocí la noche del premio, y, en efecto, me pareció antipatiquísimo". No mucho después, recibí un ejemplar de Así en la paz como en la guerra con una dedicatoria incomodísima: "Para Mario, de un tal Onelio Jorge Cardoso". Más tarde, cuando el azar hizo que, desterrado de Cuba y expulsado de España, que le negó el asilo político, Guillermo fuera a refugiarse en Londres, en un sótano situado en Earl's Court, a media cuadra de mi casa, me confesó que, por mi culpa, no había vuelto a jugarles a sus amigos la broma de la falsa identidad.
Naturalmente, era falso. Por un chiste, una parodia, un juego de palabras, una acrobacia de ingenio, una carambola verbal, Cabrera Infante ha estado siempre dispuesto a ganarse todos los enemigos de la tierra, a perder a sus amigos, y acaso hasta la vida, porque, para él, el humor no es, como para el común de los mortales, un recreo del espíritu, una diversión que distiende el ánimo, sino una compulsiva manera de retar al mundo tal como es y de desbaratar sus certidumbres y la racionalidad en que se sostiene, sacando a luz las infinitas posibilidades de desvarío, sorpresa y disparate que esconde, y que, en manos de un diestro malabarista del lenguaje como él, pueden trocarse en un deslumbrante fuego de artificio intelectual y en delicada poesía. El humor es su manera de escribir, es decir, algo muy serio, que compromete profundamente su existencia. Es su manera de defenderse de la vida, el método sutil de que se vale para desactivar las agresiones y frustraciones que acechan a diario, deshaciéndolas en espejismos retóricos, en juegos y burlas. Pocos sospechan que buena parte de sus más hilarantes ensayos y crónicas, como los aparecidos a fines de los sesenta en Mundo Nuevo, los escribió cuando, convertido poco menos que en paria y confinado en Londres, sin pasaporte, sin saber si su solicitud de asilo sería aceptada por el gobierno británico, sobreviviendo a duras penas con sus dos hijas pequeñas gracias al amor y la reciedumbre de la extraordinaria Miriam Gómez, y atacado sin tregua por valientes gacetilleros que, encarnizándose con él, ganaban sus credenciales de 'progresistas', el mundo parecía venírsele encima. Y, sin embargo, de la máquina de escribir de ese escribidor acosado, con los nervios a punto de estallar, en vez de lamentos o injurias, salían carcajadas, retruécanos, disparates geniales y fantásticos pases de ilusionismo retórico.
Por eso, su prosa es una de las creaciones más personales e insólitas de nuestra lengua, una prosa exhibicionista, lujosa, musical e intrusa, que no puede contar nada sin contarse a la vez a sí misma, interponiendo sus disfuerzos y cabriolas, sus desconcertantes ocurrencias, a cada paso, entre lo contado y el lector, de modo que éste, a menudo, mareado, escindido, absorbido por el frenesí del espectáculo verbal, olvida el resto, como si la riqueza de la pura forma volviera pretexto, accidente prescindible el contenido. Discípulo aprovechado de esos grandes malabaristas anglosajones del lenguaje, como Lewis Carroll, Laurence Sterne y James Joyce (de quien ha traducido, de modo impecable, Dublineses), su estilo es, sin embargo, inconfundiblemente suyo, de una sensorialidad y euritmia, que él, a veces, en uno de esos arrebatos de nostalgia de la tierra que le arrebataron y sin la cual no puede vivir ni, sobre todo, escribir, se empeña en llamar "cubanas". ¡Como si los estilos literarios tuvieran nacionalidad! No la tienen. En realidad, es un estilo sólo suyo, creado a su imagen y semejanza, por sus fobias y sus filias -su oído finísimo para la música y para el lenguaje oral, su memoria elefantiásica para retener los diálogos de las películas que le gustaron y las conversaciones con los amigos que quiso y los enemigos que detestó, su pasión por el gran arte latinoamericano y español del cotilleo y la broma delirante, y la oceánica información literaria, política, cinematográfica y personal que se arregla para que llegue cada día a su cubil empastelado de libros, revistas y vídeos de Gloucester Road-, y que está a años luz de distancia de los de otros escritores tan cubanos como él: Lezama Lima, Virgilio Piñera o Alejo Carpentier.
Como el cine le gusta tanto, ve tantas películas, ha escrito guiones y reunido varios volúmenes de ensayos y críticas cinematográficas, muchos tienen la impresión de que Guillermo Cabrera Infante está, en realidad, más cerca del llamado séptimo arte que de la vieja literatura. Es un error explicable, pero garrafal. En verdad, y aunque él mismo no lo quiera así, y acaso ni lo sepa, se trata de uno de los escritores más literarios que existen, es decir, más esclavizado al culto de la palabra, de la frase, de la expresión lingüística, a tal extremo que esta feliz servidumbre lo ha llevado a crear una literatura que está hecha esencialmente de un uso exclusivo y excluyente de las palabras antes que de cualquier otra cosa, una literatura que por embelesarse de tal modo con ellas, por potenciarlas, darles la vuelta, exprimirlas y lucirlas y jugar con ellas, consigue a menudo disociarlas de lo que las palabras representan también: las personas, las ideas, los objetos, las situaciones, los hechos, de la realidad vivida. Algo que, en nuestra literatura, no había vuelto a ocurrir desde los tiempos gloriosos del Siglo de Oro, con los paroxismos conceptistas de Quevedo o las laberínticas arquitecturas de imágenes de Góngora. Cabrera Infante se ha servido mucho más del cine que lo ha servido, como hacia Degas con el ballet, Cortázar con el jazz, Proust con las marquesas y Joanot Martorell con los rituales caballerescos. Leer sus crónicas y comentarios de películas -sobre todo, esa deslumbrante colección que es Un oficio del siglo XX (1963)- es leer un género nuevo, con la apariencia de la crítica, pero en verdad mucho más artístico y elaborado que la reseña o el análisis, un género que participa tanto del relato como de la poesía, sólo que su punto de partida, la materia que le da el ser, no es la experiencia vivida ni la soñada por su autor, sino la vivida por esos ensueños animados que son los héroes de las películas y los esforzados directores, guionistas, técnicos y actores que las realizan, una materia prima que a Cabrera, Infante lo estimula, dispara su imaginación y su verba y lo lleva a inventar esos preciosos objetos tan persuasivos que parecen recrear y explicar el cine (la vida), cuando, en verdad, son nada más que (nada menos que) ficciones, literatura.
Cabrera Infante no es un político y estoy seguro que suscribiría con puntos y comas la frase de Borges: "La política es una de las formas del tedio". Su oposición a la dictadura cubana tiene una razón más moral y cívica que ideológica -un amor a la libertad más que una adhesión a alguna doctrina partidista- y por eso, aunque en su larga vida de exiliado han sabido muchas veces de su pluma y su boca rotundos vituperios contra el castrismo y sus cómplices, siempre ha preservado su independencia, sin identificarse nunca con alguna de las tendencias de la oposición democrática cubana, del interior o del exilio. Pese a ello, durante un par de décadas por lo menos, fue un apestado para gran parte de la clase intelectual de América Latina y de España, sobornada o intimidada por la Revolución Cubana. Ello le significó infinitas penalidades y, casi casi, la desintegración. Pero, gracias a su vocación, a su terquedad y, por supuesto, a la maravillosa compañía de Miriam, resistió la cuarentena y el acoso de sus colegas como había resistido el otro exilio, hasta que, a pocos, lo sucedido en el campo político en los últimos años y el cambio de los vientos y las realidades ideológicas, han ido por fin haciendo posible que su talento sea reconocido en amplios sectores y devolviéndole el derecho de ciudad. El Premio Cervantes que se le acaba de conceder no sólo es un acto de justicia para con un gran escritor. Es, también, un desagravio a un creador singular que, por culpa de la intolerancia, el fanatismo y la cobardía, ha pasado más de la mitad de su vida viviendo como un fantasma y escribiendo para nadie, en la más irrestricta soledad.

domingo, 3 de diciembre de 2000

Romain Gary se suicidó anoche



El escritor y diplomatico francés, Romain Gary se suicidó anoche


Hace un año murió su ex mujer, Jean Seberg, en circunstancias extrañas



FELICIANO FIDALGO
París 3 DIC 1980


Romain Gary, el novelista y diplomático francés, autor de Las raíces del cielo, se suicidó anoche, a los 66 años, disparándose un tiro en la cabeza. La que fue su mujer, la actriz americana Jean Seberg, murió también trágicamente en septiembre de 1979. A última hora ya, al conocer la noticia, el ministro francés de la Cultura, Jean Philippe Lecat, se manifestó inmediatamente para celebrar la memoria del «gran escritor que ha marcado nuestra época».
Desde hace ya varios años, en Saint Germain des Près, en las inmediaciones de la última morada del que fue su colega, también suicida, Henry de Montherlant, no era difícil encontrar a Gary, a media mañana, por los alrededores de su domicilio de la Rue du Bac, comprando tabaco en un bar o su baguette (el clásico pan francés) en una panadería.La tragedia de la última etapa de su vida la llevaba en el rostro, que un conocido suyo sancionó no hace mucho como «un mapa bello de bondad y de tormentas».
En septiembre de 1979, la que había sido su mujer, la actriz Jean Seberg, apareció envuelta en una manta, muerta, en un coche abandonado, desde hacía varios días, en una calle parisiense., El drama se certificó como un suicidio, pero aún no se ha dilucidado en qué medida su último compañero un presunto actor joven, participó en el desenlace fatídico. Gary y el hijo que había tenido con Jean Seberg defendieron públicamente la memoria de está última de sospechas que probablemente serán para siempre una interrogación.
Tras una apasionada unión con la actriz, Gary había declarado un día: «Lo normal es que nos separemos porque yo ya no puedo satisfacerla».

Un ruso con la Legión de Honor

Romain Gary nació en Lituania en 1914. Siguió a su familia a Polonia y después, ya residente en Francia, fue combatiente contra el nazismo, y en 1945 entró en la carrera diplomática. Este mismo año publicó Educación europea (evocación de la resistencia polaca al nazismo), pero la obra que lo hizo realmente célebre fue Las raíces del cielo, premiada con el Goncourt y en la que sus personajes son desperdicios que buscan la fraternidad, la amistad,Esta última obra citada, convertida en película de éxito también, de igual manera que Promesas del alba(autobiográfica), Los colores del día, Perro blanco, o sus obras de teatro, respiran un cierto moralismo y la búsqueda de un humanismo, que Gary resumió en una frase definitiva al confesar que todo lo que escribía era debido a «una necesidad de creer en algo». También se interesó por el cine, para el que escribió y realizó Lopájaros van a morir al Perú.
Escritor sobre todo, también fue diplomático hombre de acción. El día del ertierro del general Charles de Gaulle, apareció vestido de uniforme y luciendo la Legión de Honor: no sin sorpresa por parte de quienes no sabían que era íntimo amigo de André Malraux y que pertenecía a los compañeros gaullistas de la liberación.
Aunque era ruso de origen, se sentía francés por los cuatro costados. Anoche, un amigo suyo, tras evocar al escritor, exaltó el amor por su madre como una de las constantes de su vida y de su obra. Y se estremeció al recordar que su hijo, de quince años actualmente, «desde hoy es huérfano de padres suicidas».
Gary, al lado de este hijo, tras el misterioso suicidio de la que fue su mujer, se empeñó en una investigación pública en la que al FBI norteamericano, de ser ciertas sus sospechas, le correspondería una participación nunca clarificada. Pero los escollos de esa encuesta dramatizaron los últimos meses de su existencia hasta el desesperado final consumado ayer.
Para sus contemporáneos, Gary habrá sido, sobre todo en la historia de la literatura francesa, el escritor de un público fijo, que esperaba sus libros, fáciles de leer y cargados de humanidad vivida. El, mejor que nadie, definió la especie de populismo sensual con el que llegaba al lector y que, al mismo tiempo, valora su obra: «Lo que pretendo es disputarles a los dioses absurdos y borrachos de su poder la posesión del mundo, para devolverles la tierra a quienes la llenan con su valor y con su amor».
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 3 de diciembre de 1980