miércoles, 1 de noviembre de 2000

Julia Kristeva / "Quien no está enamorado ni se psicoanaliza, está muerto"


Julia Kristeva: "Quien no está enamorado ni se psicoanaliza, está muerto"


LLUÍS BASSETS
Madrid 1 NOV 1984

"La muerte vive una vida humana, dijo Hegel. Esto es cierto cuando no estamos enamorados o en análisis". Julia Kristeva, después de la travesía del estructuralismo y la semiología, Mayo de 1968 y el maoísmo, es una dulce profesora universitaria, inteligente y brillante, preocupada por cuestiones cotidianas. Con ese talante habló la pasada semana en el Instituto Francés de Madrid y dijo: "Quien no escribe ni está enamorado ni se psicoanaliza, está muerto".




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Julia Kristeva está hoy lejos de los grandes modelos y paradigmas de las ciencias sociales y de la teoría literaria que conmovieron el panorama universitario de los años sesenta y de los setenta.La abyección, el amor, la melancolía, ocupan sus clases y sus reflexiones. Y desde hace unos siete u ocho años todo gira en torno a su labor de psicoanalista, su consulta y sus pacientes, incluso los temas que elige para sus seminarios universitarios. Estuvo en Madrid para hablar del amor -tema de su último libro- y atrajo fundamentalmente a un público de psicoanalistas, no siempre satisfechos ante sus planteamientos ciertamente originales y heterodoxos. Explica que, efectivamente, quien no está enamorado ni se psicoanaliza ni escribe, está muerto.

Los casos que explica Kristeva en su último libro, Histoires d'amour, tienen todos algo en común: la falta de amor. "Ser psicoanalista es saber que todas las historias terminan hablando de amor", reza la contraportada de su libro. Pero una de las mayores infelicidades en la sociedad occidental -explica- es el individualismo, que nos hace negar el amor y la solidaridad. Nuestra sociedad carece, además, de código amoroso. Para Kristeva, no hay más solución que reconciliarnos con nosotros mismos. "El individualismo occidental es también un valor importante que se puede capitalizar positivamente, y mientras nosotros nos lamentamos por nuestros excesos individualistas, los japoneses, por ejemplo, se sienten disminuidos por su falta".
Narciso y Don Juan
Las historias de amor que explica Kristeva se engarzan con mitos y figuras literarias, en cuyo estudio la escritora despliega toda su sabiduría semiológica y psicoanalítica: Narciso, Don Juan, Romeo y Julieta, la Virgen, los trovadores, Stendhal, Baudelaire, Bataille, Freud. En ese libro sobre el amor, además, adquiere especial densidad su saber teológico. Julia Kristeva asegura que le interesan muchísimo las evocaciones marianas que realiza Karol Wojtila en sus viajes o en sus alocuciones en el Vaticano. A propósito del individualismo, dice sin el más leve asomo de ironía: "A fin de cuentas, la necesidad de aceptarse a sí mismo es un mandamiento de Dios en el Antiguo Testamento: Ámate a ti mismo".

El escultor Miguel Berrocal, a la salida de la conferencia pronunciada por la psicoanalista en el Instituto Francés, de Madrid, le inquirió con todo su desenfado malagueño si creía en Dios. "Nón, je suis athée", contestó tranquilamente Kristeva. Por sus elogios de la idealización y su saber inagotable sobre cuestiones teológicas, nada permitiría pensarlo, si no fueran sus propias palabras.
Un movimiento espiritual
La depresión y la propia muerte de las grandes figuras del estructuralismo es para Kristeva una consecuencia natural de un sobreesfuerzo intelectual colosal que se: manifestó en los años sesenta. "Todo quedará de aquel gran movimiento del espíritu. Fue un momento de gran tensión y esfuerzo, de explosión cerebral en un país que ha sido siempre muy conformista. Algo así como un Sturm und Drang. Este mismo hecho explica las muertes en masa de los grandes pensadores. Y la salida a una situación así es la sublimación, la creación o el análisis". Es decir, Umberto Eco, novelista, y Julia Kristeva, psicoanalista.
Lo más efectista del pensamiento estructuralista apenas interesa ya a Julia Kristeva, que sigue utilizando conceptos, teorías y un léxico transformado en su trabajo psicoanalítico, constantemente preñado de términos lingüísticos y de una pasión irrefrenable por la literatura. Participa todavía en algún congreso de semiótica, pero se muestra escasamente motivada por la semiótica institucionalizada y convertida en academia, bien lejos, en gran parte, de aquella semiótica crítica de la ciencia y crítica de sí misma que enunciara en un famoso artículo luego recopilado en su libro Semeiotiké. La semiótica greimasiana -desarrollada a partir de A. J. Greimas, primero lexicógrafo y luego investigador semiótico- es uno de sus objetos de crítica: "Hay descripciones formales de las narraciones que tienen interés porque son objetivas, pero no creo que sea en ellas donde puedan localizarse los elementos más interesantes de la narración. El placer, la catarsis, que abarcan otros niveles de la lectura no aparecen en esta semiótica".
Hora cero
Para esta joven pensadora (43 años y una extraordinaria historia intelectual en las espaldas de su cerebro) la participación, con trabajos algunos de ellos decisivos, en esta tormenta del espíritu que giró alrededor de la revuelta de mayo de 1968 es un privilegio y una fortuna.
"Para la gente que participamos en aquel movimiento siendo mucho más jóvenes que las grandes figuras, ahora es un momento muy importante porque es una hora cero. A mí no me interesa el sentido de la esperanza, pero pienso que no hay sentido sin esperanza". Después del desengaño de la época del compromiso político, cuando el propio desengaño deja de ser una pulsión interesante, ahora los intelectuales de la travesía de mayo se interesan principalmente "en los fenómenos subjetivos, que pueden parecer menos grandiosos pero más eficaces, porque tocan los puntos neurálgicos de la vida de cada uno".
Cuando se le pregunta a Julia Kristeva si se siente todavía radical, asiente, aunque sin grandes gestos ni mucha pasión, y afirma que la radicalidad de su trabajo reside precisamente en la incidencia en las vidas de las gentes, a través del "modesto compromiso del psicoanálisis", algo así como una forma absolutamente microscópica y nada trascendental de cambiar la vida, de transformar el mundo mediante la reconciliación de la gente consigo mismo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 1 de noviembre de 1984




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