lunes, 7 de noviembre de 2016

¿Por qué sigue siendo importante ir a la Feria del Libro de Fráncfort?





¿Por qué sigue siendo importante ir a la Feria del Libro de Fráncfort?

Una jornada con editores y agentes, con sus múltiples citas, sirve de ejemplo de cómo funciona la cita editorial por excelencia





W. M. S.
Fráncfort 18 OCT 2015 - 17:09 COT



Sigrid Kraus camina deprisa al Centro de agentes literarios que cerrará en menos de una hora. Es jueves, y la editora va con unos minutos de retraso. Se entretuvo más de la cuenta en la editorial Bloomsbury. Le gustaría cerrar el contrato con Hisham Matar por su novela El retorno para su sello, Salamandra. Todo está en el aire…
Si solo se puede ir a una feria del libro, esa es la de Fráncfort, que cerró ayer. Es la escenificación del negocio del universo del libro durante cinco días. Un despliegue que cuesta 250 euros el metro cuadrado para cada uno de los 7.000 expositores. Materiales, decoración, servicios y personal aparte. La agenda de editores y agentes es un rosario de citas desde que la Feria abre sus puertas a las 9 de la mañana.









Para Jorge Herralde, que no se ha perdido casi ninguna cita en los 45 años que lleva su sello Anagrama, el jueves la jornada empezó muy pronto. Un desayuno de trabajo. Además de negocios, se enteró, por ejemplo, de que Andrew Wylie se había quedado con los derechos de Emmanuel Carrère, uno de los autores de su catálogo. Y de otros temas no contables.





Sigo viniendo a Fráncfort porque es una inmersión en el mundo de la edición. Siempre salen ideas. Se tratan negocios delicados que solo se resuelven personalmente. No es indispensable venir, pero es agradable y muy útil”, afirma Herralde

A las diez y media, Herralde ya estaba en su caseta, en el pabellón 5, junto a todos los españoles. El editor está sentado en una mesa redonda con Lali Gubern, su mujer y mano derecha, y Silvia Sesé, quien será la editora del sello cuando Anagrama pase a Feltrinelli, en 2017. Puntual, aparece Antje Kunstman. Es la editora de Rafael Chirbes en Alemania. Se saludan efusivos, comentan algunas cosas personales. Empiezan a conversar en inglés sobre la novela póstuma del escritor valenciano, París-Austerlitz, que saldrá en enero. Hacia las once de la mañana, llega Gustavo Guerrero, consejero literario para la lengua española de Gallimard en Francia. Guerrero espera un momento en otra mesa. A los pocos minutos Kunstman se va. Tras despedirla, Herralde se abraza con Guerrero. Se ponen al día de las cosas de la feria. Hasta que llegan a los libros que tienen juntos. Hablan de Milena Busquets, por ejemplo, la sorpresa del Fráncfort del año pasado, y que en Francia ha vendido 40.000 ejemplares.
Media hora después se despiden. Guerrero va al gran stand de Gallimard que está en ese mismo hall 5. El editor de Anagrama se dirige una planta más abajo, rumbo al stand de Adelphi, donde está su amigo y escritor Roberto Calasso. ¿Por qué venir a Fráncfort en tiempos de Internet y de negociaciones que ya se hacen por teléfono y correos electrónicos?
“Sigo viniendo a Fráncfort porque es una inmersión en el mundo de la edición. Siempre salen ideas. Se tratan negocios delicados que solo se resuelven personalmente. No es indispensable venir, pero es agradable y muy útil”, afirma Herralde.
Cuando llega al stand de Adelphi ya lo espera Calasso. Se saludan, y dos minutos después el italiano recibe una llamada en el móvil. Se retira un momento. El escritor y editor italiano ha adquirido la mayoría de acciones de Adelphi. Calasso vuelve y retoma la conversación con Herralde…










Fráncfort sigue siendo un barómetro no solo para negocios, sino de tendencias. En estas conversaciones es donde uno se hace una idea del estado de la cuestión", dice Guerrero

Arriba, Gustavo Guerrero se ha citado con Leonora Djament, directora editorial de Eterna Cadencia. Son las doce pasadas. Hablan de literatura latinoamericana. Él le pregunta si ha visto un par de libros muy buenos. Djament se va. Guerrero adelanta que la nueva novela de Héctor Abad Faciolince, La Oculta, la editará Gallimard en primavera. Está entusiasmado y cuenta que la portada le gusta mucho.
“Aquí es importante la conversación, la proximidad, la microtertulia. Fráncfort sigue siendo un barómetro no solo para negocios, sino de tendencias. En estas conversaciones es donde uno se hace una idea del estado de la cuestión. Si no hubiera venido no tendría los ecos de la novela de Alberto Barrera, Patria o muerte, ganadora del premio Tusquets, que publicaremos en 2016”, cuenta Guerrero.
En otro pasillo del mismo pabellón, Palmira Márquez, de la agencia Dos Passos, se exilió del Centro de agentes. Ha preferido pagar más pero tener un espacio personal y privado para atender a sus clientes. A las doce y media recibe a Johanna Castillo, editora y vicepresidenta ejecutiva de Atria Books, del grupo Simon & Schuters. Castillo llega con una carpeta y un libro. Hablan de Cuando éramos ángeles, de Beatriz Rodríguez, que Seix Barral publicará en enero; de Cabaret Biarritz, de José C. Vales; y de La sonata del silencio, de Paloma Sánchez-Garnica.
“Es importante que nos veamos para ponernos cara, después de varias llamadas telefónicas y correos electrónicos. Fráncfort sigue siendo la cita incuestionable, a pesar de sus horas bajas”, explica Márquez.
Cuando Castillo se despide le dice a Palmira Márquez que cuando pase por Nueva York la llame para tomar un café. Esos gestos de amistad los vivió el día anterior, sobre esta misma hora, una y media de la tarde, la agente Antonia Kerrigan. Lleva por lo menos 30 años asistiendo a Fráncfort. Despacha en el Centro de agentes, en la colmena donde más de 500 agencias literarias negocian buena parte de lo que se leerá en los próximos meses. Ese miércoles, Kerrigan recibe a Bruce Mcpherson, de la editorial McPherson & Company. Se saludan, hablan de sus nietos, se enseñan las fotos que llevan en los teléfonos móviles. Ríen. Luego empieza el trabajo. Pherson le habla de algunos libros que a Kerrigan le pueden interesar.










Son importantes las relaciones personales. Hay más agentes que nunca. Tal vez algunos son antiguos editores o libreros que la crisis los ha obligado a reconvertirse", cuenta Kerrigan

Media hora después se despiden y Kerrigan va tres plantas más abajo a una cita con Gilliam Fizet, de la editorial canadiense Anansi, de House of Anansi Press. Ahora Kerrigan hace de subagente va a interesarse ella por algunos autores. El año pasado les compró los derechos de La corredora, de Carrie Snyder, que Alfaguara ha publicado este año.
“Antes se hacían más negocios en Fráncfort. Pero aún es fundamental porque se cierran unos cuantos. Pero, sobre todo, son importantes las relaciones personales. Hay más agentes que nunca. Tal vez algunos son antiguos editores o libreros que la crisis los ha obligado a reconvertirse. También te deprime ver tanto libro. Esto es una ruleta porque no sabes qué va a funcionar, pero cada vez que se habla de un libro debe ser con el entusiasmo de la primera vez”, cuenta Kerrigan.
En pabellones distintos y una hora después, John Naranjo opina lo mismo que Antonia Kerrigan. Es un pequeño editor colombiano invitado en un programa de la feria, junto a otros 18 editores de diferentes países, en un periplo por Alemania visitando editoriales y otros puntos de la cadena de valor del libro. Es el dueño de Rey Naranjo que publica novela gráfica, novelas y ensayos literarios con una mirada y presentación original para promover a autores latinoamericanos.










Cuenta la relación que se ha establecido, y al llegar con citas previas se hace una feria más sensata y eficaz”, asegura Tarrida.

Esa también es la misión que tiene el barcelonés Cristóbal Pera, penúltimo fichaje de la Agencia Literaria Wylie. El famoso agente no está en el área 6.3 donde están los demás agentes. Andrew Wylie, con una cartera de casi un millar de autores, tiene un gran stand propio. A las dos y media del jueves llega allí Joan Tarrida, de Galaxia Gutenberg, acompañado de María Cifuentes, su editora de ensayo. Tienen cita con el agente especializado en no ficción, James Pullen. Se sientan en una de las nueve mesas del stand donde varios agentes charlan con otros editores y agentes. Cada mesa tiene un libro-catálogo con 235 autores con novedades literarias que la agencia quiere promover en Fráncfort.
A la mesa de al lado de la de Tarrida llega Wylie y se sienta con dos clientes. Hacia las tres Tarrida se despide de James Pullen. Han hablado de varios libros que intentan contar la historia reciente para comprender mejor el presente. Y alguno de economía. Los agentes de Wylie se reservan algunos libros para contarlos a sus clientes cara a cara. Tarrida compra los derechos de Mundos aparte, de Odd Arne Westad, sobre la Guerra fría. Cuando terminan las reuniones, el editor de Galaxia se saluda con el llamado Chacal, Wylie, conversan un momento y se despiden.
“Esta feria es importante por todo esto de las relaciones. Siguen siendo clave. Cuenta la relación que se ha establecido, y al llegar con citas previas se hace una feria más sensata y eficaz”, asegura Tarrida.
En la planta de abajo, la editorial Bloomsbury, a las cinco de la tarde, abre unas cuantas botellas de vino y algún champán para celebrar la edición ilustrada de Harry Potter y la piedra filosofal, de J. K. Rowling, que ha dibujado Jim Kay, allí presente. Sigrid Kraus, su editora de Salamandra para el mundo hispanohablante, llega al festejo. Habla con Kay, y este le obsequia un dibujo especial de su Harry Potter que acaba de retocar. Se despide y sale volando para su cita con Laurence Laluyaux, de la agencia Rogers, Coleridge & White. Va con un poco de retraso. Ya son las cinco y media pasadas y se muestra ilusionada porque se decidirá si es ella quien se queda con los derechos para España de la nueva novela de Hisham Matar, El retorno. Tiene que jugar bien sus cartas. La novela anterior ya la publicó. Y de esta ha seguido todo el proceso, desde su gestación cuando el autor tuvo la idea. Ríe nerviosa.
Llega a la mesa de la agente. Espera unos minutos mientras Lulayaus termina de atender a Luis Solano, de Libros del Asteroide. Se despiden. Kraus lo saluda. Se sienta y se saluda de beso con la agente. Hablan, mueven las manos, pasan las páginas de unos catálogos, se detienen… Unos quince minutos después, Sigrid Kraus sonríe. Lo ha conseguido. Lo editará ella. Ha sido de las últimas en cerrar una negociación el jueves. Allí en esa colmena de más de 500 agencias literarias donde se negocia buena parte de lo que se leerá en los próximos meses.

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