viernes, 4 de marzo de 2016

Marilynne Robinson / Nunca condeno a un personaje por no comprender

Marilynne Robinson: 


Marilynne Robinson

“Nunca condeno a un personaje por no comprender

La escritora concibió su novela 'Lila' como una balada. Lo que le interesa es el interior de las personas. Y cada una, sostiene, se construye su versión de la realidad en su mente



CASEY WALKER 20 MAY 2015 - 11:03 CEST

Marilynne Robinson dice que la voz del reverendo John Ames, el narrador de la novela con la que obtuvo el Premio Pulitzer, Gilead,desató una especie de “ansia” en ella. Un ansia que ha convertido en dos novelas más situadas en el pueblo ficticio de Gilead, Iowa: En casa, en 2008, y ahora Lila.
Lila es la joven segunda esposa del reverendo Ames, después de que este haya enviudado. Abandonada por sus padres cuando era niña, Lila es rescatada por una dura mujer llamada Doll. Juntas, las dos llevan una vida difícil, viajando de pueblo en pueblo con una cuadrilla de obreros, tratando de eludir a la familia de Lila, que tiene deseos de venganza, y ganando dinero como pueden. Hasta que Lila llega a Gilead, donde vive durante un tiempo en una cabaña abandonada a las afueras del pueblo. Un día, Lila entra en una iglesia para resguardarse de la lluvia y se encuentra con el reverendo Ames, el hombre que será su marido.
Las novelas de Gilead están unidas por su interés por la religión y la prosa luminosa de Robinson. Pero lo que hace que formen una serie extraordinaria de novelas es su manera de abordar el tiempo. En conjunto, las novelas no avanzan cronológicamente, sino que vuelven atrás para examinar los mismos sucesos otra vez desde la mente de un personaje nuevo. En la obra de Robinson, para emplear las palabras de Marcel Proust, “el verdadero viaje de descubrimiento consiste no en buscar nuevos paisajes, sino en tener nuevos ojos”.
Me senté a hablar con Marilynne Robinson un frío día de primavera, en un café próximo al campus de la Universidad de Iowa, en Iowa City, donde da clase. Con el ruido de fondo de las charlas de los estudiantes que remoloneaban para no dedicarse a sus libros de texto, hablamos de Lila y de las preocupaciones constantes de la escritora: la soledad, la conciencia y la fe religiosa.
PREGUNTA. ¿Cómo descubrió la voz de Lila?
RESPUESTA. Concebí esta novela como una balada. Existe en la esencia misma de la cultura estadounidense un dialecto que suele ir asociado a la música, la música tradicional, la música popular. Es también el lenguaje que usa la gente para comunicarse con sus hijos. Un lenguaje hermoso que todos conocemos. De modo que, para la voz de Lila, no tuve más que utilizar ese lenguaje y reconocerlo.

Se han cometido actos tan perversos en nombre de la religión que es impresionante que siga teniendo tanta resistencia”
P. Lila es increíblemente inteligente, pero no tiene mucha educación académica. ¿Fue difícil escribir desde esa perspectiva?
R. En Gilead me encantó escribir la voz de John Ames porque quería transmitir cierta sensación de lo bello que es su dialecto nativo, una especie de voz caballerosa que aborda temas de muy variada complejidad. Con Lila, tenía el reto de explorar otro tipo de belleza con su forma de hablar y de pensar. Si escribo otra novela sobre el pueblo de Gilead —y la gente me pide que lo haga (risas)—, creo que tendré la oportunidad de estudiar otro dialecto más. Lo que es asombroso, en mi experiencia, es que, cuando tienes una voz, ella te dice qué contar.
P. Las novelas de Gilead se superponen, pero sus historias no son coherentes. En esta novela oímos el relato que hace Lila de cuando el reverendo Ames le pidió matrimonio, por ejemplo, y es muy diferente de lo que nos contó Ames en Gilead.
R. Lo que más me ha interesado siempre es el interior de las personas, por supuesto. Me llama la atención la especie de lógica estética que crea cada mente a partir de la experiencia, en las historias que relata para dar coherencia a lo que ha vivido. Esa lógica no pertenece a la escala de la verdad y la mentira. Mi intención no es nunca condenar a un personaje por no saber comprender algo. Lo que me interesa es ver cómo la gente construye y amplía los términos en los que entiende su vida.
P. ¿Hay una especie de soledad en esa idea, que todo el mundo tiene su propia versión de lo que ha ocurrido?
R. Desde luego, creo que Ames y Lila consiguen llegar a un entendimiento a propósito de su experiencia común. Ames tiene una visión del mundo muy concreta, a la que es leal, pero también está abierto a darse cuenta de que tiene que haber muchos más aspectos que los que está acostumbrado a comprender sobre el mundo.
P. En Lila utiliza con frecuencia la palabra “soledad”. Pero no siempre en sentido negativo.
R. La soledad puede ser una experiencia de individuación. Si una persona administra bien su soledad —con coherencia, respetándose a sí misma—, es el descubrimiento de una especie de integridad, aunque un descubrimiento doloroso.
P. A Lila le gusta confrontar al reverendo Ames con los libros más difíciles de la Biblia: Job o Ezequiel. La novela parece empeñada en hacer preguntas difíciles a la religión.
R. Tengo demasiado respeto por la religión para ser paciente con sus formas más cómodas. Y creo que el reverendo Ames estaría de acuerdo. Lila, en cierto sentido, está abriendo el mundo a su marido. Cuando releí el Antiguo Testamento, lo que me llamó verdaderamente la atención es que en realidad habla de las viudas y los huérfanos. Los reyes van y vienen. Los profetas van y vienen. A la hora de la verdad, lo importante siempre es saber si han tratado bien a las viudas y los huérfanos.
P. Después de su infancia turbulenta, Lila es una persona que lucha para encontrar su camino hacia una vida corriente de casada.
R. Un medio camino (risas).
P. Siempre tiene presente la posibilidad de huir, de volver a la carretera.
R. Siente la fragilidad de lo cotidiano, y no quiere apoyarse demasiado en ello ni someterlo a un peso excesivo. El propio hecho de que la vida normal sea frágil es lo que disminuye su autoridad a ojos de ella. Creo que tiene la sensación de que quiere algo más profundo, más “real”.
P. Esto me recuerda uno de mis fragmentos favoritos en el libro. Escribe usted: “Aun así, estaba este momento, este despertar cuando el bebé empezaba a agitarse, este hacer huevos revueltos y untar la tostada a la nueva luz de cualquier día, con los geranios en la ventana, el anciano con el niño temblequeante en las rodillas, apoyado en su brazo, mientras le leía los tebeos”. Como Lila entiende la fragilidad de la vida corriente, es capaz de sumergirse en su belleza.
R. Cuando suceden cosas que tienen la connotación de que te elevan “por encima” de lo ordinario, responden a una definición cultural muy precisa, y acabamos descubriendo que son todavía más artificiales. Con toda su fragilidad, la vida cotidiana posee una especie de autoridad ontológica.

La gente no conoce su historia. Los británicos no dan muchas vueltas a su pasado esclavista. EE UU sí se plantea estas dudas”
P. Uno de los tópicos de la vida en Estados Unidos es que sus ciudadanos ignoran su historia. Sin embargo, los habitantes de Gilead están inmersos en largas aventuras del lugar y sus familias.
R. Cuando hablamos de relatos familiares o de una ciudad, la gente sí es muy consciente de la historia. Cada persona tiene un relato propio que hace referencia al pasado: “Mi abuelo era típico de Nueva Inglaterra”, o “Mi abuelo vino desde Holanda”. Los personajes de Gilead —por lo menos las viejas familias, como los Ames y los Boughton— saben muy bien que su ciudad se ha desarrollado capa sobre capa. Ahora bien, en otros aspectos, creo que, en general, la gente no conoce su historia. Por ejemplo, los británicos no dan muchas vueltas al hecho de que fueron los mayores traficantes de esclavos. En Estados Unidos sí que nos planteamos constantemente estas dudas sobre nuestra complicada historia, y en eso somos bastante excepcionales, porque todo el mundo tiene preguntas, pero no siempre preguntas que quiera hacer.
P. Los críticos suelen hablar del papel de la religión en sus novelas y lo sitúan en el contexto de una época laica. Pero yo no estoy seguro de que estemos viviendo en una era tan laica como a veces se nos quiere hacer pensar.
R. Creo que se ha utilizado muy mal la palabra “laico”. Para mí, el mundo laico es el gran espacio neutral y compartido que garantiza la libertad religiosa a cualquiera que forme parte de ese espacio. No creo que sea enemigo de la religión, creo que la protege. Hay que estar verdaderamente entregado a la idea de la autoridad de un culto dominante para ver un enemigo en el laicismo. No deberíamos haber cedido el uso de esa palabra. En mi opinión, “laicismo”, en sentido negativo, no es un fenómeno importante. Francamente, ha habido tanta gente que ha cometido actos tan perversos en nombre de la religión que es impresionante que a pesar de ello siga teniendo tanta capacidad de resistencia.
P. He escuchado conversaciones suyas con científicos que no proceden del mismo entorno espiritual que usted pero parecen plantearse preguntas muy similares sobre la existencia humana: de dónde procede, qué significa.
R. ¡Es absolutamente cierto! Por supuesto que no creo que haya que tratar de poner la ciencia al servicio de la religión, pero es algo que debemos contemplar: la ciencia es tan bella que la gente debería disfrutarla. La idea de que la ciencia va en contra de la religión es una especie de argumento mezquino.
P. Sus libros se han publicado en todo el mundo. ¿Nota diferencia en cómo se reciben esas cuestiones religiosas fuera de Estados Unidos?
R. Mucho menos de lo que creía. A menudo pienso que resulta extraño, en cualquier contexto, escribir sobre un sacerdote que muere de viejo en 1956, como hice en Gilead. En una ocasión hablé con un sacerdote ortodoxo, con su imagen tan espectacular, y en un tono de lo más afectuoso me dijo del reverendo Ames: “Es como todos nosotros: predica. Reza. Se enamora”. Me llegan reacciones de personas que piensan que estos libros nos dicen “cómo ser cristianos en los tiempos modernos” o cosas así. Pero también he estado en los Emiratos Árabes Unidos, y allí los críticos decían: “Este libro no habla de una religión; habla de religión”. Un comentario precioso y reconfortante.
P. Hay lectores que no tienen ninguna creencia religiosa en absoluto, pero que encuentran en sus libros una forma de pensar sobre el carácter majestuoso del mundo que nos rodea. Es como si el sentimiento de gracia en sus libros fuera…
R. ¡Inmanente! (Risas).
P. Hay una gracia inmanente en la experiencia. ¿Se puede decir así?
R. Exacto.
P. Le prometí que iba a hacerle una pregunta relacionada con el filósofo William James, que sé que es uno de sus personajes favoritos. James escribe: “Estar extasiado, con la atención satisfecha… ante el mero espectáculo de la presencia del mundo, es una forma, la forma más fundamental, de confesar que uno siente su inconmensurable significado e importancia”. Estas palabras podrían describir la actitud ante el mundo que el lector encuentra en sus libros.
R. ¡Es un gran hombre! (Risas). ¿No es maravilloso? Desde luego, me gustaría pensar que es verdad.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

EL PAÍS

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