jueves, 30 de abril de 2015

Oscar Collazos / A Evo no le gusta leer

Evo Morales


A Evo no le gusta leer
Por ÓSCAR COLLAZOS |

ÓSCAR COLLAZOS

Las medidas que acorten la distancia entre las minorías que leen y las mayorías que 
no les gusta hacerlo no son solo pedagógicas. También son económicas.
Antes de que cerrara sus puertas la Feria Internacional del Libro de Bogotá (Filbo), las agencias internacionales de prensa publicaron declaraciones del presidente de Bolivia, Evo Morales, en las que reconoce que no le gusta leer.
“Yo tengo ese problema: no me gusta leer”, dijo el presidente Morales después de firmar la ley que elimina el pago del impuesto del IVA (13%) y de transacciones (3%) a los libros nacionales y extranjeros. Con esta medida, se reduce en un 16% el precio de los libros en el precario mercado editorial de aquel país.
Leía esta noticia después de confirmar una vez más el escandaloso incremento del precio de los libros importados. Un ejemplar que cuesta 40.000 pesos en edición colombiana puede pasar de los 60 y llegar a los 80.000 pesos si es importado. Lo pude comprobar en algunos sellos editoriales, mexicanos o españoles: FCE, Salamandra, Sexto Piso, Pre-Textos y Anagrama, por ejemplo.
En Colombia partimos del supuesto de que quienes gobiernan el país no solamente han sido educados en la media y alta cultura letrada; además, les gusta leer. No sabemos qué leen, pero leen con frecuencia algo más que documentos y periódicos, aunque a veces se abstengan y lo acepten como atenuante de sus errores políticos.
No quiero decir con esto que Evo Morales sea el mejor de los gobernantes. La sinceridad del boliviano tiene muchas explicaciones. La primera, su origen campesino y el hecho de que la cultura de donde él procede sea más oral que letrada. En tales circunstancias, el saber no reposa en los libros –tal como lo conocemos desde Gutenberg– sino en las relaciones con la familia, los modos de producción, la tradición oral y los vínculos con la naturaleza.
La ley sancionada por Morales responde a la necesidad de cultivar la lectura como instrumento de la educación que él no tuvo, pero también a un viejo reclamo de los libreros de su país. Con la reducción en el precio de los libros, la pequeña industria editorial de ese país podrá responder con mejores argumentos a la piratería y fotocopiado de libros, mayoritariamente extranjeros.
Leyes como esta no van a eliminar las prácticas ilegales que acompañan al mercado del libro, menos aún con el desafío que imponen los sistemas de reproducción electrónicos. El abaratamiento de los precios de venta al público quitará peso al argumento de quienes se quejan, con razón, del valor comercial de los libros.
Como Evo, debe de haber millones de bolivianos, campesinos como él, que aprendieron más en la dura vida que en los libros, más en la naturaleza que en las ciencias, más en la relación con sus semejantes que en las clases de humanidades. Sin embargo, al reconocer que no sabe “cómo enamorarse de la lectura”, da una lección de modestia y ofrece los instrumentos legales para que otros puedan hacerlo, cuanto antes mejor.
El mayor desafío de nuestra educación pasa por una fase superior a la cobertura plena en el nivel básico. En muchos sentidos, somos un país de analfabetos funcionales: tenemos el instrumento pero no sabemos qué hacer con él. La lectura, en esa fase, es algo más que una operación de reconocimiento formal; incluye la comprensión e interpretación personal de aquello que se lee.
Las medidas que acorten la distancia entre las minorías que leen y las mayorías que no les gusta hacerlo no son solo pedagógicas. También son económicas, como lo acaban de entender en Bolivia, como lo deberíamos entender en un país donde leemos menos de 2 libros por año y, pese a ello, realiza cada año una de las cuatro ferias internacionales del libro más importantes de América Latina.



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