jueves, 21 de agosto de 2014

Triunfo Arciniegas / Cinco muertas de amor / Prólogo de Luis Fernando Macías



Triunfo Arciniegas
CINCO MUERTAS DE AMOR


Aunque Triunfo Arciniegas se inició con un libro de cuentos breves, El cadáver del sol, publicado por la legendaria “Sociedad de la imaginación”, a comienzos de los años 80, fueron los textos infantiles los que le dieron renombre y sustento. Primero La silla que perdió una pata y otras historias, después Las batallas de Rosalino, premio Enka de literatura infantil, y después la larga lista de títulos que aparecen bajo su nombre en las biografías. 

Entre los autores de textos para niños y jóvenes, Triunfo es quizá, después de Jairo Aníbal Niño e Ívar Dacoll, el autor colombiano que mayor renombre internacional ha alcanzado; pero su arte no se agota allí, es además autor de libros de poesía, de novela y de cuentos, no precisamente para niños. Así mismo, desde que decidió no trabajar más como maestro y dejar que sus libros lo sostuvieran económicamente, vaga libre por el mundo con un morral — como el costal del indigente—, en el que carga todo su peso, que también incluye las lentes de una cámara de fotografía y el portátil que le sirve para alimentar sus blogs exquisitos, mezcla de imagen y de texto a los ojos del gusto más exigente y refinado. Es un gran fotógrafo, un sibarita. 

El hijo del herrero de Pamplona que lloraba ante las manos laceradas en el yunque, decidió ser un artista en el pleno sentido de la palabra: “Será mi mente y no mi fuerza bruta la que me traiga el pan”, se decía entonces. Un temprano furor interno engendra la naturaleza de los grandes. Es por eso que como un hombre de nuestro tiempo piensa bien los libros como productos, estudia el gusto de sus lectores y pule el propio, entregado a la labor de hacerse a sí mismo, de adaptarse a esa cosa misteriosa que de un hombre común hace un artista verdadero. 

Al leer Cinco muertas de amor pienso en Roal Dahl y en sus Cuentos perversos. Quien escribe para niños se ve obligado a comprender las bajas pasiones en su forma pura, libre de nociones morales, pues los niños viven la crueldad humana limpia, tal como nace en el interior del alma. No es posible comprender la inocencia sin la perversión, porque no es posible comprender el mundo sin su juego dialéctico de opuestos: lo alto engendra lo bajo, lo feo engendra lo bello, lo sucio engendra lo limpio… los opuestos son gemelos que coexisten o no son. 

Estos cuentos nos revelan el otro lado de la naturaleza de Triunfo, sus gustos secretos, sus anhelos perdidos. Constituyen la pieza que completa la imagen del artista, el dato que nos faltaba para poder decirlo a plenitud: ¡Qué criatura, Dios mío!

Luis Fernando Macías
Medellín, julio de 2014


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