jueves, 2 de mayo de 2013

Julieta Roffo / Las ciudades habitadas por la literatura


Ciudades habitadas 

por la literatura

Por Julieta Roffo

Tres ciudades británicas encabezan un ranking global, pero 
para los escritores argentinos, entre tantos otros, las luces 
parisinas fueron un llamado a la creatividad.

Clarín, 14 de septiembre de 2012

Las raíces latinas que abundan en la Argentina, esas que a muchos empujan a responder “De un barco” cuando se les pregunta de dónde descienden, pueden teñir de sorpresa la afirmación que la revista National Geographic Traveler realizó a fines del años pasado en un artículo que dio la vuelta al mundo: las tres ciudades “más literarias” del globo se concentran en el Reino Unido. 



La influencia parisina marcada en Buenos Aires como en ninguna otra ciudad de Latinoamérica, los años que allí vivió Julio Cortázar, quien además pintó muy detalladamente la capital francesa en Rayuela, una de las novelas constitutivas de la literatura argentina, las experiencias que en esa ciudad vivieron autores como Leopoldo Lugones, María Elena Walsh, Oliverio Girondo o Ernesto Sábato, e incluso el deseo de Jorge Luis Borges de morir ahí, en el mismo lugar que Oscar Wilde, vuelven a la Ciudad Luz familiar y cercana. No sólo por la arquitectura de algunas avenidas porteñas, o por la cercanía idiomática, sino también por lo que simbólicamente aportó al mundo de las letras argentinas. 

Sin embargo, según el análisis publicado por la revista, Edimburgo es la ciudad más literaria de todas: en la capital escocesa hay un importante Museo de Escritores, donde se homenajea, entre otros, a Robert Louis Stevenson y a Sir Walter Scott y hay pubs que se jactan de haber sido sitios de inspiración de Sir Arthur Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes. Dublín, la capital de Irlanda, se ubica en segundo lugar: allí nacieron o vivieron James Joyce, George Bernard Shaw, Bram Stroker y Oscar Wilde. Allí transcurre el Ulises de Joyce, una de las novelas más importantes del siglo XX, y por la cual cada 16 de junio dublineses (y miles de turistas) celebran el Bloomsday, el único día en la vida de Leopold Bloom que el autor narra en su extensísimo texto. Londres también tiene lo suyo: aunque William Shakespeare –el autor fundacional de ese idioma, como Cervantes funcionó para el español- nació en Stratford-upon-Avon, la capital inglesa alberga al teatro en el que se interpretaban sus obras y que aún funciona, y además, la biblioteca del Museo Británico es una de las más importantes del mundo y cuenta con manuscritos de Jane Austen y del mismísimo Joyce, entre tantos otros. 

La característica de París tal vez sea que allí no sólo hubo escritores nativos de importancia universal, como Víctor Hugo y Honoré de Balzac, o como Jean-Paul Sartre y su compañera, Simone de Beauvoir, con mesa fija en el célebre Café de Flore; sino que también fue La Meca de las Letras -¿la tierra (de la inspiración) prometida?- para autores de todo Occidente: nada menos que Ernest Hemingway, Truman Capote y Sábato también frecuentaron esas mesas; Mario Vargas Llosa, como Cortázar, vivió en la capital gala, y allí escribió La ciudad y los perros, su primera novela, que acaba de cumplir 50 años. 

A mediados del siglo XX, París fue una especie de centro neurálgico de las artes, y eso abarcó a la literatura: mudarse allí, conocerla, caminarla, podía resultar inspirador, no sólo por su paisaje y su carácter cosmopolita, sino porque ahí mismo podían encontrarse a otros artistas y compartir con ellos la experiencia creativa. Eso tal vez la haya vuelto el escenario de textos como París era una fiesta, en el que Hemingway rememora su tiempo allí, o la mismísima Rayuela, situada sobre los puentes del Sena y en la que la propia historia muestra esa efusividad artística que asociaba a músicos con escritores y con pintores en proyectos colectivos. Los años en los que las dictaduras militares se instalaron por la fuerza en Latinoamérica fueron motivo de exilio para muchos autores, y en algunos casos, París fue no sólo inspiración sino refugio. 

La San Petesburgo de Fiódor Dostoievsky, donde transcurren Crimen y castigo y donde escribió Los hermanos Karamazov, también integra esa lista en la que la única ciudad latinoamericana es Santiago de Chile: allí, la casa de Pablo Neruda, en la que se encontraba con su musa inspiradora, es un bien cultural que además atrae a los turistas que visitan esas latitudes. 

Pero más allá de listas, las circunstancias por momentos artísticas, por momentos políticas, y a veces una combinación de ambas, hicieron de París un lugar elegido por los que allí habían nacido, y también por los que morían por conocerla e inspirarse en sus calles, entre los que hubo varios argentinos que cambiaron, al menos por algunos años, su escenario. Hoy no se trata de una práctica tan habitual: a veces la propia aldea –y la versatilidad de situaciones que se suscitan día a día- puede llamar a las musas.





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