domingo, 30 de enero de 2011

Triunfo Arciniegas según Jorge Cadavid


Triunfo Arciniegas: un escritor disgustado con la ley de la gravedad
Por Jorge Cadavid


En el mes de marzo de 1989, al conocerse el fallo del concurso Enka de literatura infantil que declaraba como ganador a Triunfo Arciniegas por su novela Las batallas de Rosalino, uno de lo jurados, Marino Troncoso, daba en el blanco del asunto cuando confirmaba la tesis general según la cual “existen dos tipos de literatura seudoinfantil: la que cree que los niños son idiotas y la que se disfraza de infantil pero es para adultos”. En este mismo orden de ideas aparece la dicotomía entre un lector-adulto y el lector-niño, la lógica cuadriculada del adulto frente a la lógica libre, espontánea y crítica del niño.
    Mirando el caso de la escritura en Triunfo Arciniegas, esta injerencia del lector en el proceso creativo es en buena parte atenuada o superada, cuando la distancia existente entre el escritor y el público “ideal”, en este caso el infantil, se rompe en un trabajo de conjunto a manera de taller, como lo hace aquí el creador. Triunfo ha sido profesor de una escuela durante diez años, y de un tiempo para acá ya no dicta las clases tradicionales, sino que se ha dedicado de lleno a efectuar talleres de lectura, escritura y teatro. Como afirma el autor: “su propósito esencial es hacer lectores, no matar lectores. Estos talleres me han permitido escribir para niños. Todos mis cuentos, todo lo que voy escribiendo, lo llevo al taller para la prueba de fuego y mis niños dicen la última palabra” (entrevista concedida a Juan Carlos Moyano para Gaceta, núm. 2, de Colcultura).
    Ya en este momento los gustos y necesidades de este exigente público no se sitúan a la distancia, sino que es una creación compartida, aprobada o desaprobada por dichos críticos selectos, según el grado de seducción alcanzado. “Nunca preparo un taller, sale de cualquier objeto: una silla, un huevo, una caja de fósforos; fluyen espontáneamente, les leo, ellos dicen qué no va, qué sobra, dónde el artificio destruye la criatura poética”. 
    En el año 1985 escribí una monografía acerca de un escritor hasta entonces desconocido: “Un brujo escapado de la noche” la titulé. Triunfo Arciniegas sólo tenía un libro publicado: El cadáver del sol (1982). El trabajo reunía estudios sobre varias colecciones de cuentos aún inéditos y de una primera obra para niños titulada La lagartija y el sol, también en proyecto de publicación por Carlos Valencia Editores. Los temas recurrentes de ese entonces eran bien distintos: el erotismo, la soledad atormentada, el resentimiento, lo macabro, las pesadillas; incluyendo su libro En concierto (1986), de breves relatos, continuaba siendo aquel asesinador de guitarras.


    Todo lo que allí dije quedó revalidado, invertido en su nuevo trabajo reunido por Carlos Valencia Editores. El nuevo ciclo empezó con la publicación de La silla que perdió una pata y otras historias (1988), El león que escribía cartas de amor (1989), La media perdida (1989); estos dos últimos cuentos presentados bellamente en la colección OA infantil. El león que escribía cartas de amor es ilustrado excepcionalmente por el mismo autor, lo que hace que el libro adquiera un doble valor estético de fidelidad con su propio contenido. Aquí es otro Triunfo Arciniegas quien nos habla: aflora la ingenuidad, la gracia, el humor, el ingenio, la poesía. Al respecto, el autor comenta: “quería ver el lado luminoso de la luna. Venía de un mundo oscuro, desolado, de un animal que se lamía en la oscuridad de las habitaciones, un dios acuchillado por la luz... Cuando empecé a escribir para niños descubrí el humor, aprendí a divertirme. Me extasié en la contemplación de objetos. Di con otro mundo, exploré mi propia infancia, que como toda infancia es infinita” (Gaceta, núm. 2, Colcultura).
    Romper con la cotidianidad, eso realiza Triunfo Arciniegas en estos dos últimos libros de cuentos breves. Romper con la cotidianidad para entrar en el hábitat de lo fantástico, donde se juega con otra lógica, otras reglas que varían al ritmo acelerado de la imaginación infantil. Sea con un león a quien un ave del paraíso le rompió de amor el corazón, o las peripecias y desventuras de una media que busca ingenuamente a su hermana extraviada. Este último cuento, perfecto para niños de preescolar que se inician en el maravilloso juego y aventura con las palabras.
    Estos son textos en los que el niño va construyendo su propia lectura, mientras en el lector adulto la lectura predispone de un orden adecuado a su conocimiento, que termina por limitarlo. El lector adulto elige de antemano inconscientemente su itinerario de lectura, sus lugares de lectura, los perfiles de un argumento; el lector niño no, pasa a ser un constante actor capaz de introducirse espontáneamente en la ficción narrada, En una de sus experiencias con el taller, Triunfo Arciniegas comentaba acerca de una de sus imágenes, donde aparece un gato metido en una botella: mientras un adulto le cuestionó cómo había hecho el gato para introducirse en la botella, los niños del taller dieron por sobreentendida la magia de no ver siempre un barquito dentro de una botella, sino de encontrarse con una nueva ficción: la de un gato que había escogido como habitación una botella.
    El lector adulto está ceñido a un patrón de lectura ordenado, a un tablero secuencial, mientras el lector niño desconoce cualquier parámetro, se deja llevar de la mano por la fantasía, como Alicia en la madriguera, subvirtiendo todo orden preestablecido aun en la trama misma planteada por el autor, de allí que cada lectura sea en la imaginación del infante un recorrido laberíntico, un itinerario, que puede llegar a otro textos aún no presupuestados por el autor, o desembocar en el mismo texto, como un lector activo.
    La lectura lineal del adulto viene dada por el orden de las peripecias, dejándolo irremisiblemente en la superficialidad. En la poética infantil la conducción es a los centros de la fantasía, donde el mismo lector acepta el reto de “el viaje” a lo sugerente, “al cielo” de este lector ideal, copartícipe ya de su construcción. Este tipo de lectura logra un constante contacto con cada intimidad del relato, es implícitamente una lectura continuada que permite el repaso material (anécdota) y el repaso mental (lectura creativa). La lectura del pequeño sonámbulo es didáctica, lúdica y totalmente antiintelectual, recreativa.


   No es raro, por tanto, encontrar nuevas historias que se van introduciendo, rompiendo la linealidad silogística. En La media perdida, el personaje central se encuentra con los objetos más inesperados, estableciendo las relaciones más absurdas: con un gato a quien desconoce por tener bigotes, un pocillo por tener oreja, una silla por tener patas, y así con otros objetos. Suma de fragmentos coherentes, la coherencia viene dada por el lector, que le da curso libre, rompiendo con la ley del comienzo, medio y fin, ayudado por la creatividad. En la imaginación las piezas son móviles y rearmables, el texto está haciéndose en el magoniño y su bús­queda no es una forma acabada.
    En un ensayo anterior que titulé “Alicia en el país de las maravillas, un viaje por el universo barroco”, argumentaba esta cuestión así: “nadie mejor, junto a Lewis Carroll, para explicar esto en nuestros días, que el artista rumano E. Ionesco, quien a partir de situaciones absurdas y diálogos disparatados, inverosímiles, crea la mejor literatura infantil; Ionesco es únicamente traducible con la magia simbolista, con la desenfrenada libertad de imaginación, con la lógica que atenta contra la visión convencional del mundo, con la mirada inocente de un niño”.


    Manejo de un lenguaje sencillo, exento de todo malabarismo lingüístico, en un lirismo espontáneo, totalmente verosímil para un niño, es lo que encontramos en El león que escribía cartas de amor: “En realidad su guerra apenas había comenzado. La imagen del ave del paraíso era una bala que lo hería sin lástima en lo más tierno del corazón. La pata se curó al fin, pero el corazón empeoró”.
    El punto de partida, como en toda poesía de la nostalgia, es el ojo ingenuo, la visión intacta de la infancia; creo que la infancia es lo más permanente en el creador: “Comenzó a dejar señales en la hierba, a buscar tréboles de cuatro hojas, a modelar con los dientes un corazón atravesado por flechas... Eran sus cartas de amor que nadie entendía”.
    Sin pretensiones retóricas, impregnando, al contrario, una elementalidad comunicativa, transforma todo el entorno en representación, llega a la función recreativa, fundamento de la literatura infantil: “Había una vez una media que estaba perdida y lloraba mucho”.
Lo que hace el autor es surgir, en el contexto del relato, en la técnica narrativa, una forma primaria de expresión, un lenguaje-imagen capaz de convencer y conmover a estos críticos imparciales que son los niños, cuyo juicio es contundente y rotundo: “me gusta”, “no me gusta”.
Fantasía, aventura, hilo narrativo caprichoso, poesía fresca, agilidad en la trama, exageración, son algunos de los caracteres de la estructura narrativa en el cuento infantil que el autor nos presenta. Sin embargo, existen variantes notorias en el trabajo de Triunfo Arciniegas. En él la forma arquetípica del héroe es invertida; se presenta, pues, como antihéroe: “Daba lástima aquel rey. Ciego y torpe, borracho de amor, maltrataba las margaritas”. El león no es el héroe tradicional del niño, que supera obstáculos y finalmente vence; al contrario, él termina perdiendo su libertad, su poder, en esa jaula y luego en el circo, por amor; aunque haya finalmente poseído el objeto de su deseo, esa metáfora, y quedar extasiado para siempre.
Otro elemento novedoso son los personajes, que en ningún momento son tratados de manera tradicional, dentro de la convencionalidad que enmarca cada animal con un papel preestablecido a la antigua: aquí la tortuga es peluquera, el conejo ajedrecista, la lora encarna la locura llena de colores, el ave emerge de una zoología mítica y metafórica de la belleza, y el mismo león escritor cuya debilidad radica en la pasión, su corazón que lo obsesiona y precipita a destrozar su fabulosa existencia de rey en la selva.
No es nada nuevo el manejo del antihéroe en la literatura contemporánea; al contrario, es la constante. Sin embargo, la novedad reside en llevar al antihéroe al plano de la literatura infantil, sin pretender transmitir una moraleja y sin arrebatar la imagen poética que el niño persigue y que es su misma vida, un homenaje, un tributo a su fantasía. Es común que el escritor para niños destruya su imaginación en aras de un didactismo, en el empleo de la moraleja como recurso pedagógico que, en vez de enriquecer el texto literario, lo degrada, obteniendo un texto escolar forzado y un texto artístico insípido.
A manera de conclusión, escuchemos la presentación autobiográfica que el autor hace en su libro La media perdida y que en buena parte ejemplifica la poesía desbordante, la novedosa escritura que irradia cada uno de sus textos: “Soy Triunfo Arciniegas, un imaginador, y me encantan los gatos y los unicornios, los libros y Pink Floyd, Marilyn Monroe, Woody Allen y Flaubert, la lluvia desde la ventana y las tardes de niebla, los barcos de papel y las cometas. Escribo y dibujo historias para niños. Nací en Málaga en el año del gallo y vivo en una casita de dos pisos de las afueras de Pamplona. La encontrarán porque es amarilla con dos ventanas sin barrotes arriba y otra de hierro abajo, la más bonita de por ahí. La puerta es de madera pintada de marrón, para más señas. No lo olviden. Si escuchan el rumor de la máquina de escribir, que no debe confundirse con el vuelo de los colibríes que bajan a almorzar, aléjense en silencio porque paso a limpio mi próxima historia y, por favor, vuelvan otro día”.
Triunfo Arciniegas escribe y dibuja a dos tintas, una deleble y otra indeleble, para cuando se borre la materia quede el trazo de la imaginación como una sonrisa en el aire. Su literatura semeja la de un enamorado del aire, la de un escritor disgustado con la ley de la gravedad.




Nació en Pamplona, Colombia, en 1962. Estudió Lingüística en la Universidad de Pamplona, se especializó en Literatura en la Universidad Javeriana y se doctoró en Filosofía en la Universidad de Sevilla (España). Es profesor de Literatura Hispanoamericana en la Universidad Javeriana y autor de los volúmenes de poesía La nada (Universidad de Antioquia, 2000), Un leve mandamiento (Trilce Editores, 2002), Diario del entomólgo (Fondo Editorial Eafit, 2003), El derviche y otros poemas (Común Presencia Editores, 2006), Herbarium (Edición de autor, 2007), Música callada (Universidad Externado de Colombia, 2009) y Heráclito inasible (Pontificia Universidad Javeriana, 2010). En 2003 publicó una exquisita antología del poema breve bajo el título de Ultrantología (Cástor y Pólux). Colabora habitualmente con el Boletín cultural y bibliográfico de la Biblioteca Luis Ángel Arango y la Revista Universidad de Antioquia. Obtuvo en 2003 el Premio Nacional de Poesía Eduardo Cote Lamus con El vuelo inmóvil (Universidad de Antioquia, 2004) y el Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia con Tratado de cielo para jóvenes poetas (Universidad de Antioquia, s006). Elkin Restrepo se refiere al verso de Jorge Cadavid como “simple, certero y luminoso que tienta incluso al silencio, ya que aspira a la mayor de las plenitudes”.





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