viernes, 31 de octubre de 2008

Lucía Rivadeneyra / Sorpresa


Lucía Rivadeneyra
Sorpresa
Desperté contigo
mojada
hasta las lágrimas.


Lucía Rivadeneyra
En cada cicatriz cabe la vida
Ediciones Casa Juan Pablos 
Instituto Michoacano de Cultura, Instituto Municipal de Cultura de Torreón. México, 1999, p 55




jueves, 30 de octubre de 2008

La reina Sofía / No nos queman a nosotros. Son trozos de papel. Ya se apagarán


Una joven reina Sofía en el exterior del palacio de La Zarzuela, en diciembre de 1969


"No nos queman a nosotros. Son trozos de papel. Ya se apagarán"

Confesiones polémicas de la reina Sofía en un libro al cumplir 70 años


Mabel Galaz
Madrid, 30 de octubre de 2008

La Reina cumple el domingo 70 años. Pocas veces se ha pronunciado sobre política y monarquía en los 46 años que lleva en España. Sin embargo, en el libro La Reina muy de cerca (Planeta), escrito por Pilar Urbano, doña Sofía habla sin tapujos de la quema de fotografías de los Reyes en Cataluña, de violencia de género, religión, matrimonios homosexuales, aborto, eutanasia. Y reflexiona sobre el "por qué no te callas" del Rey a Chávez: "No debo valorarla. La Reina tiene menos libertad de expresión que tú", contesta a la periodista. EL PAÍS ha tenido acceso al texto, que se presenta hoy. La Casa del Rey, según explicó la autora, lo leyó antes de ser enviado a la imprenta.

ATAQUES A LA MONARQUÍA "Cuando el que critica tiene mala baba"

"Caricatura, chistes, chismes. ¿La Casa Real no debe querellarse?"

La Reina responde: "¡No! hay que tener los nervios templados y aunque te estén machacando, que la sangre no llegue al río. Los Reyes no se defienden".
-¿Cuesta?-¡Pues claaaaro! ¡No somos de piedra! Hacerse el sordo cuesta. Callarse cuesta. Todos tenemos nuestro amor propio. Pero hay que tragarse el sapo: recibir, saludar, sonreír "qué tal", como si nada. Peor sería que te sacaran de tu sitio [...] "La crítica a las claras no molesta. Se encaja y punto. Lo más desagradable es cuando el que critica tiene mala baba, y se le notan las ganas de hacer daño. ¡Buaj! Luego está el fenómeno de la imitación, el contagio. Pero bueno, ya los conocemos: son los mismos. Y volvemos a lo de siempre: libertad de expresión, ¡sagrada libertad de expresión!"

QUEMA DE FOTOS "Fue un disgusto para todos"

"Fue un disgusto para todos. ¿Preocupación? Ninguna. Era un puñadito de jóvenes en una universidad, no era masivo. Pero... no lo habíamos visto nunca. Yo les decía aquí [en la Zarzuela]: 'Son fotos, no nos queman a nosotros... queman fotos, trozos de papel, así que ya se apagarán'. Y también les advertí, sin dármelas de profeta: 'No me extrañaría que volviera a pasar'. Porque en todo esto, como en las caricaturas, los chistes o las críticas delante de un micrófono, lo difícil es atreverse a hacerlo por primera vez. Pero en cuanto alguien ha roto un tope... ¡ancha es Castilla!

ALFONSO GUERRA EN PALACIO "Es valiente y sensato"

Doña Sofía cuenta que durante esos días llegaron a Palacio muestras de apoyo: "Montañas de cartas, telegramas. Notas que la gente te quiere". Hasta el republicano Alfonso Guerra se presentó en Palacio. "Es un político muy valioso, inteligente, sensato. Y, antes que hombre de partido, es hombre de Estado. Mira que se dijeron cosas de él... Sin embargo, es una persona íntegra, honrada. Tendría que estar más presente en la vida política. Es una pena que los partidos jubilen enseguida a los mayores porque desperdician la experiencia. Es lo mismo que hicieron con Felipe González. Y con tantos de UCD y PSOE".

CEUTA Y MELILLA "Hassan intentaba tender trampas a mi marido"

"Ceuta y Melilla son España: los territorios, la historia, la población. Y en nuestra visita todo el mundo se echó a la calle para decir eso: 'Somos españoles'. Lo que pasa que Mohamed, igual que su padre, cada dos por tres tiene que protestar y reclamar para que la cuestión siga abierta. Hassan II a mi marido intentaba tenderle trampas: 'Ven, ven a Ceuta o Melilla, y yo te monto allí un recibimiento por todo lo alto'. Había que decirle: 'Pero Hassan, ¿cómo vas a recibirme en unas tierras que son mías?".

RELIGIÓN "Se ha de enseñar el origen de la vida"

"Se ha de enseñar religión en los colegios, al menos hasta cierta edad: los niños necesitan una explicación del origen del mundo y de la vida".

HOMOSEXUALIDAD "Hay muchos nombres, pero no matrimonio"

"Puedo comprender, aceptar y respetar que haya personas con otra tendencia sexual, pero ¿que se sientan orgullosos por ser gays? ¿Qué se suban a una carroza y salgan en manifestaciones? Si todos los que no somos gays saliéramos en manifestación... colapsaríamos el tráfico. Si esas personas quieren vivir juntas, vestirse de novios y casarse, pueden estar en su derecho, o no, según las leyes de su país: pero que a eso no lo llamen matrimonio, porque no lo es. Hay muchos nombres posibles: contrato social, contrato de unión".
-¿Está a favor del aborto?
-En absoluto
-¿Y de la eutanasia?
-No soy partidaria. La vida y la muerte no están en nuestras manos. ¿Muerte digna? Totalmente de acuerdo.

VIOLENCIA DE GÉNERO "Se provoca un contagio"

"Ha ocurrido siempre. Ahora se informa más y con todo detalle. En cierto modo, se provoca un contagio, se dan ideas que otros imitan. Los que son propensos tienen un filón en esas noticias".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 30 de octubre de 2008




Lucía Rivadeneyra / Selección


Lucía Rivadeneyra
Selección

Entre el cine, el café
y la lectura
yo prefiero
tenerte un rato encima
y a ver luego.


miércoles, 29 de octubre de 2008

Lucía Rivadeneyra / Dicen



Lucía Rivadeneyra
DICEN

Dicen que un buen baño
lo borra todo.

Yo tengo años de bañarme
                                     frotarme
                                     enrojecerme
y no he podido arrancarme
                                     tus manos.





martes, 28 de octubre de 2008

Lucía Rivadeneyira / Chequeo médico

Elena Vizersky
Lucía Rivadeneyra

Chequeo médico

Si ignoras el horror,
si quieres olvidarte de la vida
un rato, entra al hospital más próximo.
Y busca la zona de corta estancia.

Prohibido equivocarse, fumar, llorar a gritos.
Intérnate. El horror estará cerca.
Enférmate, y entonces
arrancarán tu ropa de colores
pesarán tus desmanes y tus dudas.

Escucharán, extraños seres, tu corazón.
Pincharán, sin piedad, todas tus venas.
Querrán de tu dulzura saber todo.

Contarán tus huesos a contraluz
Matarán tu pudor herido y gris

Recibirán completos tus deshechos.
Pondrán anestesia en tu memoria.
Despertarás en blanco
frente a un ramo de minutos muertos.

Todo bien, dirán en algún instante.
Si te puedes ir, no olvidarás nunca.




lunes, 27 de octubre de 2008

Lucía Rivadeneyra / Solidaridad


Lucía Rivadeneyra
SOLIDARIDAD
Le he tomado cariño al perchero
pues percibe con humildad
tu saco, tu camisa, tus pantalones.
Es mi cómplice más firme
porque cuida celoso tus ropas cuando me amas.
No te dice que las acaricio mientras duermes
ni que en sus ojales abrocho mis sueños.
El perchero sufre conmigo
si descuelgas tus prendas para irte
a caminar sin arrugas por las calles.



domingo, 26 de octubre de 2008

Lucía Rivadeneyra / Credo



Poema Credo, del libro En cada cicatriz cabe la vida
Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa 1998



Lucía Rivadeneyra
CREDO

El incendio empieza
cuando untado de palabras
te dejas venir
hacia mi cuerpo
palpas gimes sueñas
sólo entonces
creo en la
única
firmeza de tu vida
después
llegan los bomberos


Lucía Rivadeneyra
En cada cicatriz cabe la vida
Ediciones Casa Juan Pablos, 
Instituto Michoacano de Cultura, Instituto Municipal de Cultura de Torreón. México, 1999. 89 pp.




viernes, 24 de octubre de 2008

José Manuel Arango / Montañas / 3

José Manuel Arango
José Manuel Arango
MONTAÑAS / 3


1

Con el vaso en la mano, mirando las montañas,
le acaricio el lomo a mi perro.

Estas montañas nuestras
del interior,
casi olvidadas de tan familiares,
casi invisibles de tan vistas,
no es seguro siquiera que no sean
enseres en un sueño.

Estas montañas hoscas
que se adelgazan,
que se ensimisman en nosotros.

Ya sólo acaso una manera
de la voz,
del paso,
del gesto.

2

Me gusta acariciarlas siguiendo con los ojos
morosamente
sus líneas abruptas,
mientras en sus dorsos la luz
de modo imperceptible
va del verde al azul
al violeta.

Me gusta acariciarlas con los ojos,
como acaricio
el lomo de mi perro con la mano
libre.

José Manuel Arango
Montañas
Bogotá, Grupo Editorial Norma, 1995



jueves, 23 de octubre de 2008

José Manuel Arango / XLVIII

Scarlett Johansson
José Manuel Arango
XLVIII

por qué arduos países
en qué oscura guerra
sin saberlo

he combatido y triunfado
para tenerte

mientras tú
retirada en tu adolescencia
sorteando las pruebas de una soledad
esplendorosa

te preparabas para mí


José Manuel Arango
Signos
Medellín, Universidad de Antioquia, 1978



miércoles, 22 de octubre de 2008

José Manuel Arango / Dos poemas

Fall by Offering
José Manuel Arango
DOS POEMAS

I

los hombres se echan a las calles
para celebrar la llegada de la noche

un son de flauta entra delgado en el oído
y otra vez son las plazas lugares de fiesta

donde las niñas que cruzan con la espalda desnuda
las miradas de los cajeros adolescentes

repiten los movimientos de un antiguo baile
sagrado

y en la algarabía
de los vendedores de fruta
olvidados dioses hablan


II

repetido naufragio de los parques
en el anochecer

la hora en que cerrado
por el roce de un ala
sombría
el corazón desciende a frías moradas


José Manuel Arango
Este lugar de la noche
Medellín, Edición de autor, 1973



martes, 21 de octubre de 2008

José Manuel Arango / Escritura


José Manuel Arango
ESCRITURA

Marcar una moneda
con la uña,
hacerle con la uña una raya
y echarla a rodar por la ciudad

Tal vez la ciudad te la devuelva
y quizá traiga dos rasguños,
uno al lado del otro,
hermanos.

Agradecido la recibirías
en tu palma.

Poemas reunidos, 1997.


sábado, 18 de octubre de 2008

Faulkner / ¡Absalón, Absalón! / Reseña de Antonio Muñoz Molina


William Faulkner
¡Absalón, Absalón!

Las glicinias de Faulkner


ANTONIO MUÑOZ MOLINA
18 OCT 2008

La noche del 31 de enero de 1936 William Faulkner fechó la última página del manuscrito de ¡Absalón, Absalón!, en su casa de Rowan Oak, en Oxford, Misisipi. No hay testimonios sobre su estado de ánimo en ese momento, pero no nos cuesta nada imaginar la extenuación y la felicidad, el repentino vacío, el estupor incrédulo de haber terminado. Vería las páginas, el escritorio, la habitación en la que se había quedado trabajando hasta tarde, tras una niebla de ligero mareo, de humo de tabaco y alcohol. Tenía menos de cuarenta años y estaba aposentado en el centro de su vida y en la cima de su talento. Los libros no le daban para vivir ni le habían deparado todavía una consideración indudable, pero el torrente prodigioso de su inspiración no había dejado de fluir durante más de ocho años desde que un día de mayo de 1928, en quiebra y rechazado por sus editores, recibió como un golpe de claridad la imagen de una niña que escala las ramas de un árbol para asomarse a la ventana de la habitación donde su madre está muriendo y se puso a escribir en estado de trance El ruido y la furia.
La rapidez en la escritura, la fecundidad, tienen mala prensa; se admira al artista que segrega una obra escasa y concentrada con la dolorosa lentitud de un cólico nefrítico. Entre 1928 y 1939 William Faulkner publicó al menos seis novelas magistrales -The Sound and the FuryAs I lay dyingSanctuaryLight in AugustAbsalom, Absalom!, The Wild Palms- además de tres libros de cuentos. Escribió borradores de novelas futuras y guiones para el cine. Viajó a Hollywood; vivió angustiado por la falta de dinero, la infelicidad conyugal, la cerrazón hostil de la sociedad sureña, dentro de la cual era un extraño, y fuera de la cual se encontraba perdido; sucumbió varias veces al colapso alcohólico; aprendió a pilotar aviones y estuvo a punto de estrellarse más de una vez; y en medio de tantas turbulencias sombrías continuó escribiendo con una obstinación que se alimentaba de sí misma y tenía algo de desmesura entre heroica y demente, porque esos libros que para nosotros atraviesan como cometas la literatura del siglo tenían críticas romas y pocos lectores y estaban descatalogados al poco tiempo de su publicación.
A un escritor así uno no sólo lo admira. En la edad de descubrir, cuando uno empieza a leerlo, Faulkner es un modelo y un héroe, y su lado catastrófico más que disuadirnos de seguir su camino nos parece que confirma su grandeza. El literato joven suele vivir en una adolescencia retardada, y en el ejercicio de su vocación hay una parte de impostura, de actuación más o menos premeditada. Más que a escribir dedica su esfuerzo a imaginarse escritor; lee y estudia en el espejo su actitud lectora; y su admiración la reserva sobre todo para escritores que lo son muy visiblemente, que actuaron o actúan como tales y dedican cierto esfuerzo a cultivar su personaje. El literato joven, en otras palabras, es un fraude, y lo es más cuanto más auténtico se imagina, y puede llevar su devoción hacia otro escritor hasta el extremo de no darse cuenta de que en realidad no lo ha leído, tan sólo se ha dejado deslumbrar por una leyenda que es el espejo benévolo de su narcisismo. Tal vez Faulkner seducía más aún porque él también había cultivado mucho actuaciones de adolescente tardío, como vestirse con uniforme de oficial, fumar en pipa y afectar una cierta cojera para fingir que había participado en la guerra europea, o comprar una ruinosa casa de campo para imaginarse que era un hacendado del Sur. La diferencia es que en el gran escritor el impulso del fraude es el mismo que lo guía sin que él se dé mucha cuenta hacia los materiales que han de alimentar su ficción. William Faulkner, antes de inventar a sus personajes quiméricos, fabuladores y tronados, ensayó el prototipo en sí mismo, y cuando se puso en serio a escribir la impostura se convirtió en confesión, y las historias previamente mentidas o soñadas, las leyendas familiares que a cualquier adolescente le parecen la prueba halagadora de la singularidad de su destino, en su caso adquirieron la nobleza objetiva y universal de una mitología, en la que no faltan ni los relatos del origen del mundo ni los de la soberbia y la perdición de las generaciones humanas.
A los veinte años cayó en mis manos por primera vez ¡Absalón, Absalón!, en aquella edición de Alianza que tenía la letra diminuta y una portada tenebrosa. Me emocionaba tanto haberme convertido en admirador de Faulkner que apenas consideré necesario leer entera la novela. La llevaba en el bolsillo de mi chaquetón de universitario. Leía las primeras páginas, en las que se imponía el relato de una voz monótona, una presencia que era sobre todo una voz en una casa en penumbra, con los postigos cerrados contra el calor del verano, con un olor denso de glicinias recién florecidas. Las glicinias yo no las había visto en la realidad, pero su olor y su nombre eran tan poderosos que varios años más tarde, sin haberlas visto todavía, las incluí en una novela que había empezado a escribir. En esa novela, aparte de las glicinias conjeturales de Faulkner, estaba la sugestión de las voces que cuentan historias sucedidas antes de que uno naciera, historias que sólo existen porque alguien las ha recordado y porque alguien más las escucha queriendo establecer con ellas un corredor que lo lleve a las habitaciones canceladas del pasado.
Yo creía, honradamente, haber leído entera ¡Absalón, Absalón! De hecho había recibido su influencia. Pero más años después acepté el encargo de escribir un prólogo para una reedición de la novela, y descubrí que mi recuerdo era inexacto o quizás falso. Leí ¡Absalón, Absalón! con un sentimiento de novedad absoluta. La terminé y regresé al principio, y entonces creo que aprendí lo que sólo había intuido en mi lectura apasionada y fraudulenta de los veinte años. La novela a la que uno se asomó entonces se ha seguido escribiendo de manera incesante a lo largo de la vida; nos ha estado esperando para mostrarnos en cada lectura la parte nueva que ahora y no antes sabremos comprender; se convierte en parte de lo que nosotros mismos escribimos, como la materia orgánica en la savia de la planta.
Con el paso del tiempo se va volviendo más difícil la impostura, o más fatigosa de sostener. Ahora puedo identificar la forma y el olor de las flores de las glicinias y sigo leyendo esta novela en la que las encontré por primera vez hace más de treinta años. Acabo de recobrarla, en una edición nueva de La Otra Orilla, traducida por Miguel Martínez-Lage, con el formato justo para llevarla en el bolsillo de la gabardina, en este otoño lluvioso. Tengo la novela ahora mismo sobre la mesa, la entreabro, rozo la cubierta o el papel suave de las páginas, y no me hace falta ponerme a leerla para sentir ya que vuelvo a habitar en ella.
¡Absalón, Absalón! William Faulkner. Traducción de Miguel Martínez-Lage. Belacqva. La Otra Orilla. Barcelona, 2008. 528 páginas.




Joyce Carol Oates / Miradas de mujer




Joyce Carol Oates

El mundo: miradas de mujer


Leyendo a la prolífica Joyce Carol Oates, en ocasiones se tiene la sensación de andar merodeando por una fiesta de Scott Fitzgerald, entre flappers, gossips y champagne, y a veces todo se oscurece y uno se diría enjaulado en un lóbrego relato gótico de Carson McCullers o entre mujeres progresistas y engagés de Mary McCarthy, manipulando al Tío Sam hasta hacerle parecer más liberal, siempre entre el terror emocional y el sarcasmo, algo así como una abstrusa metafísica con alma de cartoonist. Sus ficciones, herederas de casi todo -son un modelo de lo que John Barth denominó "literature of replenishment"-, mudan con frecuencia de paisaje, y sólo tienen en común las mujeres que sostienen sus tramas como sufridas cariátides y la denuncia del lado grotesco del sueño americano.

La hija del sepulturero

Joyce Carol Oates
Traducción de José Luis López Muñoz
Alfaguara. Madrid, 2008
682 páginas. 24,50 euros

A media luz

Joyce Carol Oates
Traducción de Carme Camps
Lumen. Barcelona, 2008
712 páginas. 24,90 euros

Oates jamás se ha sentido obligada a aplacar la ira del animoso viento que azota siempre sus páginas
Uno de sus mejores retratos de mujer es el de la protagonista de su última novela, La hija del sepulturero (2007), Rebecca Schwart, judía alemana nacida en Nueva York en el seno de una familia que fue feliz y ahora huye del Holocausto nazi camino de la ignominia y la miseria. Hija de Jacob, el pater familias que apenas si ha podido colocarse de sepulturero, y de una madre pusilánime enmudecida por el marido, hermana de dos patanes violentos e incestuosos, Rebecca no es sino otra Cenicienta, otra criatura femenina que, mereciéndose el paraíso por el solo hecho de serlo, no recibe más que el derecho al infierno masculino, forzada a esconder su identidad y a explotar su condición femenina, como hace Cindy Sherman en su autorretratoUntitled de 1983, una heroína anónima enferma de ansiedad y herida por la falsa felicidad que le prometieron y que todavía espera. Los Schwart parecen hechos a imagen y semejanza de las familias atormentadas que imaginó Faulkner, sumidas, como los Compson de El ruido y la furia, en trances que son el trasunto de episodios bíblicos y en claustrofóbicos laberintos morales por los que sólo corren la vileza y el rencor. Obsesionado por demonios nazis y enloquecido por el rechazo social de su condición de apestado emigrante en los años suspicaces de la guerra mundial, Jacob asesina a su esposa y se suicida disparándose un tiro ante su desvalida hija Rebecca, marcada para siempre por el dolor y la violencia que en su día marcaron la infancia de Oates, que no ha ocultado el origen autobiográfico de su nueva novela, y que jamás se ha sentido obligada a aplacar la ira del animoso viento que azota siempre sus páginas. Rebecca queda huérfana en una tierra de promisión ya baldía de afectos, y sin embargo presiente la resurrección que le procurará su instinto de supervivencia. Las andanzas criminales de su hermano Herschel, los abusos paternos, el misérrimo hogar de una familia extinta que de hecho habita en un cementerio y el hostigamiento del que son objeto los Schwart en su épico asentamiento en Milburn, remiten a esos crudos pasajes de Las uvas de la ira (1939) de Steinbeck que señalan a humillados y ofendidos. La historia de la mostrenca Rebecca, que pertenece al naturalismo de Zola, va escorándose hacia el melodrama porque el exceso vence al distanciamiento, y porque el narrador nos hace sentir como voyeurs que observan por una ventana indiscreta el drama de los Schwart, y muchas escenas de sordidez moral y violencia doméstica se asemejan a esas instalaciones de Louise Bourgeois, comoCell III (1991), en las que la vida cotidiana de la mujer sólo se concibe como una celda. Después de años tratando de olvidar un pasado de fanatismos y degradación -que no obstante acude a su mente en forma de apotegmas y frases recurrentes del padre, "Rebecca, has de ocultar tus debilidades", que resuenan como fragmentos de jaculatoria o consignas del destino, retazos del pensamiento obsesivo del personaje, y que se acercan al estilo faulkneriano como el uso de la cursiva para el cambio de punto de vista o el monólogo interior-, después de un matrimonio fracasado con el celoso Tignor, de tener que cambiar de identidad convirtiéndose en Hazel Jones y de arrastrarse por la vida hasta ser la amante del acaudalado Gallagher, logra el sueño de ver a su hijo Niley convertido en gran pianista y, a través de su correspondencia con su imaginaria prima Freyda, recogida en el epílogo epistolar, alcanza a descubrir que, a los sesenta años, parece haberse redimido por fin de una infancia traumática y de una vida que nunca fue nada más que una huida hacia delante ahogada en miedo.
La irónica A media luz (Middle Age: A Romance, 2001) pertenece a otra estirpe de la obra de Oates, la de la aguda observación social, la de la sátira de costumbres, disparada aquí contra las disolutas vidas de un puñado de mujeres (y hombres), maduros y apolíneos como maniquíes, que habitan un brave new world en un pueblo idílico cerca de Manhattan, tras la muerte como un héroe de su amigo (o amante) Adam Berendt, el carismático artista, el rey cuya desaparición hace que se muevan las demás fichas del tablero: la inquieta soltera Marina, la intachable Camille, la atractiva divorciada Abigail Des Pres y la voluptuosa Augusta Cutler. Nuevamente la desgracia creciendo desde el corazón de la felicidad, como en Niágara (2004). Nuevamente la crónica caricaturesca de papel couché con visos de soap-opera, un secreto por desvelar y moralina disfrazada de divertimento. Boccaccio lo pasaría en grande.
En La hija del sepulturero, novela de peso, cercana en virtudes y complejidad narrativa a Bellefleur (1980) o Qué fue de los Mulvaney(1996) a pesar de que no siempre halla término medio entre el sensacionalismo y la sensiblería, tanto como en A media luz, una novela ligera y de menor enjundia que funciona bien a pesar de no poder evitar dejarse llevar por los estereotipos de la sátira social, una inspirada Oates se consagra a la narración de esas beautiful maladies a las que se refiere Tom Waits, enfermedades del espíritu de los personajes que el narrador convierte en belleza merced a las argucias de su oficio y, en los mejores pasajes, a la magia del arte. -



La hija del sepulturero / La épica de Joyce Carol Oates



La hija del sepulturero

La épica de Joyce Carol Oates


Ficción y autobiografía se mezclan en La hija del sepulturero, libro emocionante y turbador que la gran novelista dedica a su querida abuela Blanche. "La violencia americana no es diferente; lo que de verdad nos diferencia es que nos analizamos y culpamos constantemente".

Truman Capote la describió como el ser más asqueroso de la tierra y ya en 1982 un crítico en Harper's tituló la reseña de uno de sus libros 'Párenme antes de que escriba de nuevo: otras seiscientas páginas de Joyce Carol Oates'. Dio igual. La escritora estadounidense no ha tenido problema alguno en demostrar que le sobra talento y lleva más de cuatro décadas decidida a derrocharlo en su obra, tan prolífica como inquietante.
Resulta complicado seguirle el paso. Desde que publicó su primer libro de ficción a los 24 años ha escrito cerca de cien títulos más: cuarenta novelas, veinte libros de cuentos, ocho de poesía, siete obras de teatro, seis volúmenes de no ficción y varios libros infantiles. En esta abrumadora lista ha tratado asuntos como la educación, los conflictos raciales y políticos, las leyes, el boxeo, la clase trabajadora o la familia. La violencia es uno de sus grandes temas. A menudo le preguntan por qué. Ella no oculta cuánto le molesta esta observación. "La pregunta siempre es insultante. La pregunta siempre es ignorante. La pregunta siempre es sexista", ha escrito en uno de los centenares de artículos que publica en todo tipo de revistas -desde Playboy hasta el Virginia Quarterly-.

"¿Quienes son los grandes asesinos de la historia? ¿Mao, Hitler, Stalin...? Ninguno es americano"

"A menudo somos el resultado de los esfuerzos que otros han hecho por nosotros: nuestors padres, nuestros abuelos"

"Uno debe imaginar, pero no inventar; si hay invenciones, ficción pura, eso debe brotar de lo 'real"
Siempre ha compaginado su trabajo como escritora con la docencia, primero en Detroit, más tarde en Canadá y desde hace 30 años en las aulas de Princeton. Allí explica a sus alumnos que hay dos tipos de escritores. Los impulsivos que se lanzan sin saber adónde van, como D. H. Lawrence, y los reflexivos que lo piensan todo antes, como Joyce. "Las cosas se pueden hacer conscientemente", sostiene, "no hay ninguna necesidad de hacerlas inconscientemente".
Por sorprendente que parezca, Joyce Carol Oates, además, también encuentra tiempo para correr, tocar el piano y llevar un diario. En la entrada del 20 de mayo de 1986 se encuentra un secreto de familia desvelado con un aire casual por su septuagenario padre en una visita de domingo. Allí también está la génesis de La hija del sepulturero, su novela publicada hace un año en Estados Unidos y traducida ahora al castellano en Alfaguara. "Mi padre contó cómo su abuelo Morgenstern intentó matar a su esposa en un ataque de ira, y acabó matándose él; el cañón de la pistola bajo su barbilla, tiró del gatillo, con mi abuela Blanche cerca. Mi padre tenía unos quince años en ese momento. Todos vivían en la misma casa, evidentemente... Una historia sórdida. Y tristemente cómica: le pregunté a qué se dedicaba mi bisabuelo y me dijo que era enterrador", anotó.
Rebecca Schwart es la heroína de ficción sobre cuya vida gira esta obra. Una mujer llena de fuerza, tesón y astucia que se sobrepone con uñas y dientes a la tragedia. Domestica su rudeza, se convierte en la mujer por todos deseada, alcanza su sueño de prosperidad. "Los individuos que tienen alguna tara aprenden a sobrevivir e incluso a florecer interpretando distintos roles con habilidad", afirma la autora.
El enterrador del título, un judío que huyó con su familia de los nazis, le recuerda a menudo a su hija que es diferente: ella ha nacido en América, no le cerrarán las puertas. Forzado a renunciar a su carrera como profesor, este alcohólico desesperado y violento no duda de que a Rebecca le aguarda un destino mejor. Antes de pegarse un tiro y salpicarle la cara, le inculca con machacona insistencia un principio fundamental, una frase con la que arrancan las 500 páginas de esta novela: en el reino animal los débiles perecen pronto.
¿Ocurre lo mismo en el mundo literario? "Cuando escribí esto no estaba pensando en la vida literaria sino en la vida en general. Es decir, en la supervivencia económica, que es la principal lucha para la mayoría de la gente", asegura la autora. "La literatura -como todas las artes- es un rasgo de la cultura más que del individuo y tiende a florecer cuando la economía es fuerte y a debilitarse en otros momentos. La hija del sepulturero trata sobre el instinto de supervivencia de una joven y sobre la forma en que se adapta a las circunstancias cambiantes".
En el año transcurrido desde la llegada de la implacable Rebecca a las librerías, la escritora ha sacado una nueva novela, una colección de cuentos y un curioso libro de ficción en el que imagina los últimos días de varios escritores. También ha perdido a su esposo, su gran pilar. Además, se ha lanzado al correo electrónico -"me permite mantener una correspondencia mucho más grande que antes y las conversaciones telefónicas se han reducido drásticamente"-. Celosa de su intimidad y metódica, accede a un encuentro pero, antes, quiere responder a las preguntas por este medio recién descubierto.
Asegura que su ritual de trabajo apenas ha cambiado con la llegada del ordenador. El primer borrador lo hace a mano. Luego lo pasa a un procesador de texto y allí continúa con las correcciones. En el caso deLa hija del sepulturero, tardó cuatro años desde que empezó a tomar notas hasta que puso el punto final. "El principal reto fue encontrar el lenguaje y la estructura para narrar una novela complicada que habla de historia, de política y de la cultura americana, así como de la vida doméstica de los personajes. La trama se mueve atrás y adelante por varias décadas", dice.
El punto de partida es una Rebecca veinteañera, poco antes de abandonar a su marido maltratador. Será tras una brutal paliza cuando emprenda una huida hacia adelante con su hijo, dispuesta a reinventarse cuantas veces sea necesario. Su brutal trauma se desvela al mismo ritmo en que ella entierra su pasado y se lanza al mundo, esta vez bajo un nuevo nombre, que ella considera encantadoramente norteamericano: Hazel Jones. "Triunfa de una forma en la que Rebecca no habría podido. Su mayor logro es criar a un niño que se convierte en un concertista de piano; sin la lucha, el sacrificio y la implacable fe de su madre, él no habría llegado tan lejos. A menudo somos el resultado de los esfuerzos que otros han hecho por nosotros: nuestros padres, nuestros abuelos", asegura la escritora. El libro está dedicado a su adorada abuela Blanche: "Yo era el equivalente del hijo de Rebecca para ella, la nieta que no sólo se graduó en la universidad, sino que se convirtió en profesora y escritora publicada. Dado lo humilde de sus orígenes esto parecía un logro milagroso", recuerda.
A través de Rebecca / Hazel, Oates se acerca por vez primera a la historia de Blanche, la misma mujer que cuando ella era pequeña le regalaba libros y que a los 14 años le compró su primera máquina de escribir. "La ficción y la autobiografía -que a menudo es una memoria semificcionalizada- son medios ideales para explorar el pasado. Uno debe imaginar, pero no inventar; si hay invenciones, ficción pura, eso debe brotar de lo real, de lo que verdaderamente ha ocurrido", afirma. "Me enfrenté a la historia asombrosa de la vida de mi abuela, pero no podía apropiármela directamente porque no sabía realmente nada de primera mano. Sólo podía llegar a ella de forma elíptica a través del arte. Aun así pienso que la voz que he imaginado para mi abuela refleja de forma exacta la simpatía, el pathos y la notable resistencia de su vida desconocida".
Uno de los datos que Oates desconocía sobre Blanche era su ascendencia hebrea. "Nadie sabía que mi abuela era judía hasta muchos años después de su muerte. Pero su vida, sus metas y su lucha fueron muy parecidas a las de muchos judíos americanos para quienes la educación y el arte eran los principales valores", dice. Quizá por ello la escritora señala que el antisemitismo es un tema que recorre su novela. "No quería caer en el voyeurismo, ni cometer un estúpido fracaso imaginativo. Rebecca Schwart es la portadora de una memoria terrible y maldita que recuerda los crímenes de los nazis contra su gente, los judíos, pero ella escapa a este destino reinventándose como una muy americana Hazel Jones, una mujer joven muy atractiva y femenina que embelesa a quien la conoce. Como es tan deslumbrante, los demás nunca llegan a verla del todo, ni siquiera aquellos que la quieren".
Oates reflexiona en este libro sobre la debilidad de los que saben mucho al encontrarse rodeados por aquellos que todo lo ignoran. ¿Es también una debilidad recordar demasiado? "Sí, especialmente en lo que a la memoria histórica se refiere. Aquellos que se niegan a recordar, o que carecen de educación o son ignorantes, parten con una ventaja superficial frente a quienes cargan con la sombra de los recuerdos", afirma. Especialmente enervantes le resultan los intentos del partido republicano en la presente campaña, por simplificar. "Una de las estrategias de sus jefes de campaña es concentrarse en soluciones extremadamente sencillas para problemas muy complejos como el calentamiento global, la economía o el terrorismo. Tratan así de sugerir que hay algo débil en la inteligencia, la educación o la conciencia".
Nacida en 1938 en una granja al norte del Estado de Nueva York, la mayor de tres hermanos, Joyce, como su madre, asistió a una escuela con una única aula. Estudió gracias a una beca en la Universidad de Syracuse y allí ganó su primer premio literario. Se graduó con honores y marchó en 1962 a Wisconsin para obtener un posgrado en literatura inglesa. Pero Oates había comenzado a dejar por escrito las historias que rondaban su cabeza mucho antes, antes incluso de empezar a teclear en la máquina que le dio su abuela. Una bonita edición de Alicia en el país de las maravillas inspiró sus primeras novelas gráficas en la infancia. Y ella tuvo claro desde el principio que no quería ser la traviesa protagonista, que al fin y al cabo era agente pasivo de su propia historia. "Ser Lewis Carroll era infinitamente más atractivo que ser Alicia", escribe.
Una tarde de principios de octubre Oates aparece en el escenario del festival de la revista The New Yorker. En el panel titulado 'El demonio dentro' le acompañan el octogenario maestro del thriller Elmore Leonard y el joven Matthew Klam. Luce un jersey azul y un vistoso collar a juego, pantalones negros y bailarinas planas. Es pálida y espigada -mide casi un metro ochenta-, sus castaños ojos saltones se dulcifican cuando sonríe coqueta al escuchar la admiración que le profesan sus colegas. Ladea la cabeza y mueve sus larguísimas manos. Incluso, bromea con llevarse al joven escritor a Princeton con ella si los elogios continúan. Entre sonrisa y sonrisa, entre elogio y elogio, Oates deja claro que el título del panel le parece demasiado teológico. El mal, el demonio como idea religiosa no le convence. Habla de Macbeth y de Lear; de las historias que aceleran el corazón y conducen a un mito; de cómo el arte está basado en el conflicto, en una serie de elementos que a menudo son rechazados o negados por la sociedad. Aún le queda tiempo para comentar con sorna, ante un auditorio abarrotado, los absurdos comentarios que le dedican algunos de sus lectores -"me dicen cosas como que se alegran de que sea tan alta"- y de reprender a una joven rubia por preguntar acerca de Detroit -"tú vienes de un suburbio acomodado y probablemente ni siquiera conozcas la ciudad"-.
Al día siguiente, lo que en principio sería una cita relajada tras su firma de libros se convierte en un delirante viaje en coche compartido con el novelista Tobias Wolff y conducido por un chófer del mismo festival. A la altura de la Calle 18 con la Sexta Avenida, Oates rechaza la idea de que haya un factor diferencial en las mujeres americanas. "Esto tiene más que ver con las expectativas que se tienen de lo femenino y de las mujeres y aquí se puede citar desde Nabokov hasta Marilyn Monroe", dice, antes de añadir con insistencia que los americanos, sin entrar en cuestiones de género, tienen una notable habilidad para reinventarse. ¿Y las mujeres que han saltado a la arena política estadounidense? "Son fuertes", señala escueta.
Su protagonista Hazel / Rachel es dura y decidida como un luchador en el ring, asesta y encaja golpes con soltura. Por momentos parece una reencarnación de los míticos héroes y combates que Oates describió en su mítico ensayo Sobre el boxeo: "Ella sería un peso medio con un buen contragolpe, como casi todos nosotros", apunta divertida. Unos veinte minutos después de entrar en el coche y sólo diez calles más arriba, no puede evitar hacer un comentario sobre lo cansino que a veces resulta el marco de una entrevista. "Me preguntaron el otro día por vigésima vez por mi legado", le explica a Wolff, "son cosas tan ingenuas
...". "A mí en el panel de ayer", contesta él, "me dijeron que por qué escribo siempre sobre perdedores". Oates se solidariza con su colega, antes de girar su largo cuello: "¿Alguna otra pregunta?", ataca. ¿Hay algo específico y característico de la violencia en Estados Unidos? Wolff se inquieta, alega una cita, señala al atasco y se apea prácticamente en marcha. Joyce contesta: "La violencia americana no es diferente; lo que de verdad nos diferencia es que nos analizamos y culpamos constantemente. ¿Quiénes son los grandes asesinos de la historia? ¿Mao, Hitler, Stalin...? Ninguno es americano". Joyce amenaza con seguir los pasos de su colega Wolff y apearse. Se calla en medio de una frase sobre la música, ese arte que transforma a la protagonista de su novela y que tanto ha pesado en su casa desde la infancia. Se toca el sombrero: "Lo siento, no creo que pueda seguir con esta entrevista". Habrá entonces que volver sobre su palabra escrita, aquellas últimas frases que cierran su artículo Las historias que me definen: "Algunos necesitamos un egotismo sin fronteras para encontrar la fuerza para escribir una sola línea, no digamos un libro. (¡Otro libro Joyce! Murmura el abismo. ¿Y éste también va a cambiar el mundo?). Pero el artista debe actuar a partir de la frágil convicción de que lo es todo, si no, no podrá probar nada".