jueves, 31 de agosto de 2006

Desesperadamente buscando a Peter Handke


Peter Handke

Desesperadamente buscando a Peter Handke

FÉLIX ROMEO
31 de agosto de 2006

Fresc Co.
Me siento en una mesa pequeña, de espaldas a la gran cristalera que da a la calle. Como si estuviera castigado. Pienso en Cristina, mi mujer, pero me viene a la cabeza Peter Handke. Pienso en toda la historia que ha sucedido con el Premio Heine y con su apoyo a Milosevic y con el rechazo del Premio. Pienso que quizá Peter Handke esté en Soria, el lugar al que marchó para escribir su Ensayo sobre el jukebox. Es una idea que no tiene ninguna base real, una intuición. Un disparate: Peter Handke se habría podido refugiar en Soria para huir de todo el follón relacionado con el premio Heine.
José Comas escribió en El País: “La concesión a Handke del Premio Heine, dotado con cincuenta mil euros, desencadenó una enorme polémica en Alemania. La decisión del jurado indignó a muchos y desencadenó una fuerte reacción política y entre los literatos, por las tomas de postura de Handke a favor de Serbia en las guerras balcánicas y del fallecido presidente de ese país, Slobodan Milosevic, juzgado como criminal de guerra en La Haya, y por haber asistido y tomado la palabra en su entierro”.
El primer ministro de Renania del Norte-Westfalia, el democristiano Jürgen Rüttgers, abrió el fuego y condenó en un discurso la concesión del premio a “un autor que relativiza el Holocausto”. Concejales de todos los partidos reaccionaron escandalizados y anunciaron que votarían contra Handke en la reunión del concejo prevista para tratar el tema el 22 de junio.
A favor de Handke se pronunciaron varios intelectuales, como la Nobel austriaca Elfriede Jelinek o el director de cine Wim Wenders. Ulla Unseld-Berkewitz, la jefa de la editorial Suhrkamp, que publica a Handke y que le concedió un premio hace un año, escribió que “proscribir de esa forma a uno de los más grandes escritores es un signo de la amenazante bancarrota de nuestra cultura”. Dos miembros del jurado dimitieron porque no querían permanecer por más tiempo “en un jurado que no apoya lo que votó. No podemos seguir a disposición de una ciudad que convoca a un jurado independiente especializado y después desaprueba políticamente sus decisiones”.
Peter Handke fue uno de los escritores que más leí cuando era adolescente. Me fascinaba. Me gustó mucho Desgracia indeseada, en la que contaba la historia de su madre y su suicidio. En Dibujos animados, plagié uno de los minicapítulos del libro de Handke, y puse al principio de la novela una cita sacada de ese libro: “El horror es algo que pertenece a las leyes de la Naturaleza: el horror vacui de la conciencia. La representación se está preparando en estos momentos y de repente advierte uno que no hay nada que representar. Entonces esta representación se cae como un personaje de dibujos animados que se da cuenta que lleva ya mucho tiempo andando por los aires”.
Me distancié de Handke y dejó de interesarme cuando decidió apoyar al gobierno serbio de Milosevic, aunque nunca he dejado de leer las traducciones de sus libros.
No fui el único para el que Peter Handke dejó de tener interés. En los periódicos y en las revistas en las que antes se le prestaba atención dejaron de prestarle atención, y pasó a aparecer sólo cuando las noticias con él relacionadas tenían que ver con la guerra de Yugoslavia o con Milosevic. Dejó de ser un escritor para ser el exegeta de un tirano. Un tirano que había sido detenido, que sería juzgado, que murió en prisión en lo que al principio parecieron extrañas circunstancias pero que más tarde dejaron de serlo.
Como ensalada de escarola, y pienso que aunque encuentre a Peter Handke en Soria, posibilidad que me parece a cada instante más imposible, será difícil que nos entendamos. Salvo para la policía del Reino Unido, a quien mi inglés le había parecido perfect momentos antes de proceder a mi detención, nadie más logra entenderme cuando hablo en ese idioma. No sé alemán. Y Peter Handke tampoco sabe castellano, o no suficiente para mantener una conversación.
Y el idioma, me parece mientras bebo un poco de gazpacho, tampoco será la barrera: aunque logre encontrar a Handke en Soria me parece imposible que a él le apetezca hablar conmigo, un desconocido, un freak que va a Soria a buscarle, sobre Milosevic, sobre el Premio Heine o sobre la duración o sobre el día logrado o sobre el cansancio.
También ha escrito José Comas en El País: “Se consuela Handke con que podrá ir con tranquilidad a la tumba de Heine, en el cementerio de Montmartre en París, que no queda lejos de la aldea donde reside”.
¿Qué sentido tiene ir a buscar a alguien al lugar en el que se supone debe estar?

Babel
Cuando cuento el proyecto de viaje a Soria para buscar a Handke, a mis amigos les entra la risa. Les parece una broma. ¿Handke? ¿En Soria?
Ignacio dice que hago todo lo contrario de lo que suele hacerse: “en lugar de ir a buscar al campeón, vas en busca del derrotado, del apestado”.
Luego dice: “tienes que titular tu artículo ‘Buscando a Handke desesperadamente’”.
Estamos en la terraza del bar Babel de la calle Zurita. Es de noche. Hace calor. Nos reímos. Y pienso que tiene toda la razón: ¿cuál es el motivo por el que quiero encontrarme con Handke? ¿Recriminarle que me haya abandonado? ¿Que haya dejado solo al adolescente que quería ser escritor y que leía cada una de sus palabras como si fueran una biblia

Mr. Dumbo
Mr. Dumbo es un bistró de comida sirio-libanesa. Preparan un buen humus y un buen baba ganus y unas buenas hojas de parra y unos estupendos falafel. Cenamos con Félix y Eva en la terraza, en un chaflán que une las calles López Allué y Cortes de Aragón. López Allué fue un escritor costumbrista oscense que tuvo éxito con su novela Capuletos y Montescos, versión montañesa de Romeo y Julieta.
Félix es de Soria, y cuando cuento mi proyecto de viaje para buscar a Handke, me ofrece las llaves de su casa. (Cuando me dé las llaves, unos días más tarde, me entregará también un plano a color de Soria en el que viene detallado el lugar exacto de su casa: Ronda don Eloy Sanz Villa, junto a Santa Teresa de Jesús, junto a los Jardines de Gustavo Adolfo Bécquer, junto a la calle de Los Linajes de Soria.)
A Félix y a Eva no les parece tan disparatado el proyecto de viaje. Me escuchan como si estuviera diciendo algo racional, lógico, inevitable: ir a Soria a buscar a Handke. Aunque ellos vayan habitualmente a Soria y nunca hayan visto a Handke en Soria.
Les pregunto por un restaurante chino del que habla Handke en Ensayo sobre el jukebox.
Félix me dice que en Soria hay dos restaurantes chinos, pero que el más antiguo, del que habla Handke, está muy cerca de su casa, muy cerca de la Alameda de Cervantes.
Les digo que entraré en el restaurante chino con una fotografía de Handke y preguntaré a los camareros si han visto a ese tipo. Les digo que mi padre fue policía. Es posible que haya heredado su gen policiaco.
Se ríen. Cristina también se ríe, y dice que sí que es posible que tenga madera de policía.

Hyundai Matrix
Ismael me dice que coja discos, que los que tiene en el coche los tiene demasiado oídos. Su coche es un Hyundai Matrix azul, diseñado por Pininfarina. Me gusta mucho viajar en este coche. Ismael se queja de que tiene poco reprís y
de que es difícil adelantar en carretera. Piensa en cambiarse de coche.
Cojo una bolsa de Los portadores de sueños, la librería de Félix y de Eva, y la lleno de discos. Los discos que más he oído estas semanas. Un disco de Antònia Font, un disco de Pauline en la playa, un disco de Dean Martin, un disco de July Delpy, un disco de Françoise Breut, un disco de Tachenko, un disco de Mogwai, un disco de Camera Obscura, un disco de Belle & Sebastian y veinte discos más.
Nos perdemos al salir de Zaragoza y en lugar de coger la autopista, cogemos la carretera. La carretera tiene un tráfico denso. Miles de camiones. No podemos adelantar. Yo miro el paisaje e Ismael tararea las canciones.
Hacía mucho tiempo que no viajaba por esta carretera. Por ella se extiende la ciudad en un inmenso arrabal de más de veinte kilómetros. Sólo después de pasar Pedrola, y su restaurante castillo, la ciudad desaparece y empieza el campo. Cereal, viñedo, árboles, montes, tierra labrada, tierra yerma.
El Moncayo es el monte que parte Aragón y Castilla. Desde el lado aragonés parece un monte de Japón, como el Fujiyama, porque se eleva desde el valle del Ebro, como un hongo, sin rivales.
En cada pueblo recordamos a los escritores del lugar. En Magallón recordamos a Lázaro Carreter. Lázaro Carreter escribió los manuales escolares de lengua y literatura con los que estudiamos Ismael y yo de la editorial Anaya. Lázaro Carreter escribió, vergonzosamente, con seudónimo, La ciudad no es para mí, uno de los grandes éxitos de Paco Martínez Soria: primero, obra de teatro y después, una de las películas de más éxito de la historia del cine español.
En Borja recordamos a Braulio Foz, que está enterrado en el cementerio, junto a la carretera.
Pocos kilómetros más adelante, en Bulbuente, recordamos a Julio Alejandro, que tiene una calle junto a la carretera. Julio Alejandro fue un guionista brillante. Firmó para Luis Buñuel los guiones de Viridiana, de Tristana, de Simón del desierto, de Nazarín... De seguir vivo, Julio Alejandro habría cumplido cien años. Nació en Huesca, se hizo marino, escribió poemas que prologó Antonio Machado, escribió teatro, se exilió en México y murió en Jávea, mientras charlaba con Manuel Vicent, con José Luis García Sánchez y con Rafael Azcona.
Julio Alejandro me envió una postal a la cárcel: con su letra grande me hablaba de la libertad. Pocos días más tarde, falleció. Me siento muy culpable porque nunca le respondí.
En Trasmoz ambientó Bécquer uno de sus cuentos de brujas. Miguel Mena, que ha escrito varias novelas sobre secuestros, la última Días sin tregua, sobre el secuestro del fut-
bolista Quini, tiene casa en Trasmoz y vive muy cerca del lugar donde eta tuvo secuestrado al padre de Julio Iglesias.
Buscamos a un escritor, pero encontramos a otros escritores, que no son Peter Handke.
Al cruzar la frontera con Castilla, queda a nuestra derecha el camino a un pueblo que se llama Montenegro de Ágreda.



Ismael bromea: “ya estamos un poco más cerca de Peter Handke. Montenegro acaba de conseguir en referéndum independizarse de Serbia”.
Así lo contó Europa Press: “Montenegro declaró la independencia de su unión con Serbia el pasado 3 de junio, después de que sus habitantes así lo decidieran en un referéndum celebrado un mes antes. Croacia reconoció a su vecino el pasado 12 de junio”.
Cuando el Duero se pone a nuestro lado empiezo a cantar, como un perro, una famosa canción de Gabinete Caligari: “Voy Camino Soria, tú hacia dónde vas... Bécquer no era idiota ni Machado un ganapán, y por los dos sabrás que a la ribera del Duero existe una ciudaaaaaad”.
Ismael se ríe. Ismael ha traído un libro de Handke para que Handke se lo firme cuando nos encontremos con Handke.
Al llegar a la ermita de San Saturio, uno de los lugares por los que paseaba Machado, uno de los lugares por los que pasea Handke cuando va a Soria, obligo a Ismael a realizar una maniobra peligrosa para que gire a la izquierda.
Nos paramos en la puerta del camino que lleva a la ermita. Tendremos que caminar más de un kilómetro, bajo árboles. Cuando salimos del coche una bofetada de calor reduce nuestras expectativas. Decidimos que Handke no está en la ermita de San Saturio.
Me gusta cruzar el río a la entrada de Soria. El puente es de un solo sentido y hay un semáforo que regula su tránsito. Cuando era niño me gustaba esperar en ese semáforo y ver el río, abajo, corriendo. Hace unos días, Nacho, primo de Cristina, me ha dicho que soy acuático, que se nota en mis artículos: siempre hablo de agua y de piscinas. Él no es acuático, y por eso le llama la atención que hable tanto de agua.
Esta carretera de Soria la crucé muchas veces cuando era niño, camino de Aranda de Duero, donde vivían mis tíos y donde solía pasar algunos días de verano.
Soria es una ciudad en la que hace mucho frío y en la que yo siempre he pasado calor. Deteníamos un momento el coche y comprábamos pan en un horno que había junto a la carretera. El pan de Soria.
Las calles de Soria están completamente desiertas: no hay coches circulando ni personas caminando. Aparcamos fácilmente en el centro de la ciudad. Es fiesta. San Juan. Todos los comercios están cerrados. Sólo están abiertos los bares. Aunque están bastante vacíos, porque hoy se celebra La Saca. En La Saca, doce toros son trasladados desde los corrales del Monte Valonsandero hasta la plaza de La Chata. Más de cien caballistas y toda la gente que quiera ayudar se encargan del recorrido, que tiene una extensión de unos seis kilómetros.

China Town
Antes de sentarnos a beber algo, vamos al restaurante chino China Town, que está en la calle Nicolás Rabal, en uno de los laterales del parque. Es la una de la tarde. En el restaurante sólo hay una familia comiendo: una familia latina que se queda muda cuando entro en el restaurante y pregunto al camarero, enseñándole la fotografía de Handke de la solapa del Apéndice de verano a un viaje de invierno, si ha visto a ese tipo. Se arremolinan todos los trabajadores en torno a mí, queriendo mirar la fotografía: nadie lo ha visto. No lo conocen. La familia latina sigue atenta a la escena.
En la fotografía, a blanco y negro, Peter Handke lleva el pelo largo, media melena oscura, y lleva gafas de pasta, bastante grandes, y lleva bigote, que parcialmente se tapa con la mano.
En la contraportada del libro se lee:

¿Quién quiere comprender? ¿Hay alguien que quiera comprender? Estudiar la historia anterior, o la historia en general, tenerla ante los ojos y ponerla de manifiesto podía a ayudar a aclarar algo, sin duda, y llevar la cuestión un par de peldaños por encima del redoble de actualidades. Pero ello –y esto es, por lo menos, una experiencia personal al estudiar la historia, la de Yugoslavia, durante los últimos tres o cuatro años– no aportó claridad alguna, no aportó ninguna luz, todo lo más una centella pasajera o más bien una mera lucecita. De la mano (¿mano?) del estudio de la historia, ¿no acababa uno moviéndose sólo en círculo, o más bien en zigzag y, en lugar de ver más con la ayuda de aquel, acababa uno moviéndose en un laberinto, en un laberinto casi sin luz?

Lo leo, y me pregunto qué demonios quería decir Handke, aunque sé qué demonios quería decir Handke.
Muy cerca del China Town está la comisaría de policía. No es difícil pensar que los trabajadores del restaurante chino y que la familia latina hayan pensado que yo, vestido completamente de negro, sea un policía secreto.
A Handke le gustaba ir al restaurante chino de Soria porque pensaba que esos chinos eran los únicos que en Soria eran más extranjeros que él. Cuando Handke vino a Soria era finales de los años ochenta o comienzos de los noventa. Desde entonces ha pasado mucho tiempo. Cuando Handke vino a Soria era invierno, y hacía frío.

Terraza alameda Cervantes
Sentados en la terraza del parque leemos la prensa local. La edición soriana de Heraldo y la edición soriana de El Mundo. Vemos las fotografías de las fiestas. Comenzaron ayer. Por los altavoces de la terraza suenan canciones sorianas.
La camarera que nos atiende es latina.
Pienso que si Handke está ahora en Soria será uno más de los extranjeros de la ciudad, y no tendrá necesidad de ir al restaurante chino.

Bar Asador Ecus
En el Bar Asador Ecus comemos cangrejos y cochinilla asada. Somos los únicos clientes del restaurante. Luego, se sentará una pareja cerca de nosotros: la chica es latina. La camarera de la barra es rumana. En el salón hay una enorme pantalla con imágenes de una televisión local, sin volumen. A todo volumen, suena una retransmisión radiofónica de La Saca: en directo. Los locutores se tratan de usted. Parece que la bajada de los toros no es como debería ser: se detienen, se dispersan, no atienden a los caballistas. Ismael y yo nos miramos. No podemos hablar. Nos reímos.
El camarero nos pregunta si estaba buena la cochinilla. Lo pregunta porque nos hemos dejado casi toda la carne en el plato.
Le pregunto, enseñándole la fotografía de Handke en la solapa del libro, si conoce a ese tipo.
Nos responde, después de mirar atentamente la fotografía, que no. Nos pregunta si lo buscamos por alguna razón.
Le respondo que la razón de buscarle es encontrarle.

Casino de la Amistad Numancia
Las calles de Soria están desiertas. Caminamos solos. Callejeamos solos. En silencio. Entramos en los hoteles. En muchos de ellos tenemos que llamar al timbre porque la puerta principal está cerrada. Enseño la fotografía de Handke. Nos miran raro. Nos dicen que no. Siempre es no.
En los escaparates de las librerías hay libros de Machado, de Bécquer, de leyendas sorianas, de César Ibáñez, que ha creado un detective soriano, el comisario Maroto, que espero que tenga más suerte que yo en sus pesquisas. De Sánchez Dragó, Muertes paralelas, que cuenta la investigación que lleva a cabo sobre el asesinato en la Guerra Civil de su padre, Fernando Sánchez Monreal, y con ella podría haber escrito un buen texto. Lo tenía todo. Tenía un asombroso golpe de efecto inicial: cuando él había crecido creyendo que los asesinos de su padre habían sido los “rojos”, descubre por boca del comisario Conesa, que le está interrogando en la Puerta del Sol, que a su padre lo mataron los “nacionales”. Tenía un personaje potente: Fernando Sánchez Monreal, de veintitantos años, periodista de acción. Tenía una época tan sangrante como propicia para las historias, reales e imaginarias: la Guerra Civil. Tenía un caso: la desaparición y muerte de Fernando Sánchez Monreal, y de su compañero de desdicha, el también periodista Luis Carreño. Tenía emoción: pues su búsqueda implica enfrentarse a todos los afectos y a todos los odios. Y, también, y no en menor grado, tenía que defender la rehabilitación pública de su padre.
Utiliza todos esos elementos, pero tan caóticamente que a menudo se disuelven, o se entierran, chocando unos con otros. Decidió que la investigación sobre la muerte de su padre tenía que ser una “obra en marcha”: escribe conforme recibe la información, y cuando recibe información que contradice lo que ha escrito lo reescribe todo, una y otra vez. Esta “obra en marcha” debería ser fresca, pero está llena de pesadez barroca. Sánchez Dragó no ahorra al lector ninguna de sus averiguaciones... pero hay algo que alienta en esa búsqueda que es verdadero y que tiene mucha fuerza.
Ricardo Piglia ha escrito que toda la literatura es o una investigación o un viaje.
Como hay pocos socios esta tarde calurosa de San Juan, un camarero latino nos deja sentarnos en la terraza del Casino de la Amistad Numancia. A nuestra derecha hay sentados en torno a una mesa tres ancianos y a nuestra izquierda hay sentado en otra mesa un anciano que fuma un gran puro con boquilla de plástico y que llevas gafas de sol.
El camarero latino no ha visto a Peter Handke, aunque nos dice que el nombre le suena. Sonríe. Sonreímos.
Los tres ancianos de la mesa de la derecha hablan de pesca. Uno de ellos dice que una vez pescó una trucha. Pero luego dice, para que nadie piense que está mintiendo, que la trucha estaba herida. Otro de ellos, laringectomizado, golpea en la cabeza del tercero con un periódico enrollado.
En la entrada del casino hay una placa en la que se recuerda que frecuentaron el lugar Antonio Machado y Gerardo Diego. No hay una placa que recuerde que Peter Handke también ha estado aquí. Si todavía sigue aquí, escondido más allá de las mesas de billar, en las que nadie juega.




Vargas Llosa / Günter Grass, en la picota

Günter Grass
Poster de T. A.
Mario Vargas Llosa
Günter Grass, en la picota
BIOGRAFÍA DE GÜNTER GRASS
31 agosto de 2006


No entiendo las proporciones desmesuradas que ha tomado en el mundo la revelación, hecha por él mismo, de que Günter Grass sirvió unos meses, a los 17 años, en la Waffen-SS y de que ocultó 60 años la noticia, haciendo creer que había sido soldado en una batería antiaérea del Ejército regular alemán. Aquí, en Salzburgo, donde paso unos días, no se habla de otra cosa y los periodistas que la editorial Suhrkamp envía a entrevistarme apenas si me preguntan sobre mi última novela, recién publicada en Alemania, porque lo que les interesa es que comente "el escándalo Grass".

sábado, 19 de agosto de 2006

Liliana Bodoc / "Lo fantástico es mi espacio de compromiso y rebelión"

Liliana Bodoc

Liliana Bodoc

"Lo fantástico es mi espacio de compromiso y rebelión"


Raquel Garzón
19 de agosto de 2006

La épica de mundos impregnados de magia y poblados por seres extraordinarios en busca de utopías también tiene escritores en español que triunfan. Un ejemplo es la argentina Liliana Bodoc con su trilogía La saga de los confines, en la que destaca la creación de un universo cuyos objetos, elementos y lugares están enraizados con la América aborigen. Esta entrevista es un recorrido por un género que cada vez hechiza a más lectores que buscan territorios más allá de los fundados por Tolkien o Rowling.

La casa de la épica fantástica es un condominio multicolor e inapagable en el que conviven en tierras sin tiempo y embarcados en enfrentamientos tan largos como la edad del agua, héroes que luchan por su honor o por su pueblo, mitologías de los más diversos orígenes, espadas con poderes sobrenaturales, duendes, aprendices de brujo... "Son relatos colectivos y heroicos que nos proponen un mundo cerrado y autónomo, en el que el Bien y el Mal se enfrentan categóricamente y en el cual interviene la magia, entendida no como lo que no existe sino como aquello que todavía no podemos explicar", precisa la escritora argentina Liliana Bodoc (Santa Fe, 1958). Hace seis años, con la aparición en Argentina de Los días del Venado, primer libro de su trilogía La saga de los confines, la hasta entonces inédita autora sumó a esa familia literaria de cuño anglosajón -donde campean las creaciones de J. R. R. Tolkien, Michael Moorcok, Julliet Marillier y Robert Carter, entre otras- las leyendas, la naturaleza y los colores americanos en un territorio mágico llamado Tierras Fértiles. Una trilogía que en España publica Edhasa.

Fenómeno editorial que lleva más de 120.000 ejemplares vendidos en América Latina y 13 reediciones, Bodoc cruzó el Atlántico en 2005. Para entonces contaba con varios premios (menciones especiales de los internacionales Andersen y The White Ravens, entre otros) y la bendición, llegada por correo electrónico, de la estadounidense Ursula K. Le Guin, pope de la literatura fantástica, quien al regresar de unas vacaciones por el Caribe, tras leer sus libros, le escribía: "Vuelvo a casa de dos viajes. Pero el suyo me llevó más lejos". Editada por Edhasa en España y en proceso de traducción al alemán, el francés y el italiano, la saga (que consta de Los días del Venado, Los días de la Sombra y Los días del Fuego) sigue sumando lectores, mientras Bodoc espera la publicación, en Argentina, de su nueva novela Memorias impuras, una historia "fantástica pero no épica, con una alta carga de erotismo", sobre el tiempo de los virreinatos y las logias americanas.

PREGUNTA. En un mundo tan diverso cultural, geográfica y socialmente, ¿para qué inventar otros?
RESPUESTA. La necesidad de imaginar universos alternativos está presente en la literatura oral de las culturas más diversas. La épica fantástica se propone la construcción de un mundo paralelo en el que se narran relatos que deben reunir dos elementos esenciales. Tienen que ser colectivos -son relatos de pueblos, llenos de gentilicios- y, además, de magnitud heroica. No se trata de relatos intimistas, aunque en algunos, sobre todo en los modernos, el tema psicológico o privado aparezca. Tienen la intención de fijar un modelo a seguir y son, en ese sentido, didácticos. A esto hay que sumarle los tópicos casi necesarios del género que son los viajes, de iniciación o de transformación, el héroe y el antihéroe y la aparición de dos polos siempre en guerra: el Bien y el Mal. Además, por supuesto, lo fantástico, cierto enrarecimiento, que suele asociarse a un sistema mágico. Esto no significa que esos mundos no estén referenciados. Toman algún sector de la realidad y lo subliman desde lo fantástico para presentar una mirada singular sobre ese microcosmos.
P. No son, pues, sitios desasidos de lo real

...

R. No, en absoluto. Son especulaciones sobre la realidad. Que, además, muchas veces, por ejemplo en Ursula K. Le Guin, tienen mucho de ensayo: la historia funciona casi como un experimento antropológico que se vale de la ficción para investigar y reflexionar, en su caso, sobre la problemática de género.
P. ¿Cuál fue su experimento? ¿Qué quería lograr cuando se decidió a escribir La saga de los confines?
R. Lo mío es bastante paradigmático porque se asocia a una característica del género épico: existe el deseo de construir en la ficción un mundo deseado y deseable, utópico. La saga de los confines narra el enfrentamiento bélico, pero también filosófico, social y económico, entre dos proyectos de mundo: uno que tiene que ver con la diversidad, la libertad y el respeto por la naturaleza y otro que potencia la uniformidad, la esclavitud y la relación parásita. En ese contexto se desarrollan amores, traiciones, guerras y toda la temática mágica característica del género, basada aquí en la concepción de los mapuches, aztecas y mayas y en libros como el Popol Vuh. Hay, también, seres fantásticos como las mujeres pez o los lulus, criaturas de cola luminosa.
P. Gran parte de esta literatura siente cierta fascinación por lo medieval: castillos, caballeros, espadas...
¿Por qué?
R. Sí, en muchos relatos del género hay un medievalismo subyacente, una especie de melancolía, incluso, que se trasluce al imaginar ropas, alimentos, armas, fortalezas
... Si bien en mi saga no se da, porque el universo de los objetos y elementos se enraíza en la América aborigen, es cierto que los ropajes de lo medieval, los largos viajes, las Cruzadas... exaltan la imaginación. Con visión crítica o vocación melancólica, la Edad Media es siempre una reserva de climas y temáticas para la literatura. Parte de esa nostalgia se explica porque se la asocia con cierta buena lentitud, con una vivencia más humana y menos ruidosa del tiempo.
P. ¿Qué autores le abrieron a usted las puertas de la imaginación?
R. Trazar una historia del género nos lleva a épicas anónimas como la de Gilgamesh, el rey sumerio de la ciudad de Uruk unos 4.600 años atrás, o al mismo Homero en Grecia, porque en ellos están los embriones de lo épico y lo fantástico. Pero nombraría a autores clave porque me propusieron universos con reglas propias, novelas-mundo, clásicos infantiles como Los viajes de Gulliver, de Jonathan Swift, de 1726, que es una gran alegoría de la situación sociopolítica de la época. O Julio Verne, buena escuela a la hora de soñar desde la literatura cosas que después son posibles. Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, me parece también un texto fundamental con un apunte lleno de ternura: siempre he creído que el final era innecesario.
P. ¿?
R. Es que... es lo olvidable del libro, porque la construcción fantástica de Carroll resulta tan verosímil, que intentar revertirla diciendo que las peripecias de Alicia se explican por un sueño sólo se entiende como una obligación del matemático que él era, tratando de permanecer fiel a su época y su formación.
P. ¿Y su encuentro con la épica fantástica propiamente dicha?
R. En forma consciente y apasionada llegué al género con Tolkien. Yo tenía unos 20 años y leí El Señor de los Anillos. Me encontré habitando un mundo poblado por balrogs o demonios de apariencia semihumana, grandes arañas, águilas, elfos, dragones y demás monstruos con ecos de las mitologías celta, germana y nórdica. Un universo del que peligrosamente no me quería ir. Fue casi adictivo para mí, que por impronta familiar venía leyendo mucho realismo del boom y el posboom latinoamericano. Seguí con El Hobbitt y finalmente con El Silmarillion,su mejor texto, por la belleza de la prosa.
P. Tolkien y Le Guin son influencias que reconoce. ¿Qué recogió de cada uno de ellos?
R. De Tolkien, la idea de concebir otro mundo y las características del género épico modernizado; de Le Guin, la presencia fuerte de las mujeres y el trabajo lírico con la palabra. Libros como Los magos de Terramar, El nombre del mundo es Bosque, La mano izquierda de la oscuridad fueron puertas muy generosas a la obra de una escritora fundamental.
P. Casi estoy tentada a preguntarle si todos escribieron sobre lo mismo...

R. (Se ríe). En cierto sentido, sí, pero como decía Tolkien, aunque se comparta el argumento, lo que define una obra es el colorido, la atmósfera, los detalles individuales e inclasificables del relato. Otro autor imprescindible es Robert E. Howard con su serie Conan de Cimmeria. Lo leí mucho después que a Tolkien, aunque Howard escribe antes, durante la Gran Depresión de Estados Unidos.
P. Los adolescentes parecen los lectores más agradecidos del género, ¿o sólo es un prejuicio?
R. Los jóvenes reciben mejor estas historias porque son más generosos, más claros y más libres a la hora de no exigirle a la literatura un plus. La literatura vale, para ellos, por sí misma. Yo he escuchado a muchos adultos decir: "Leo literatura histórica porque además aprovecho para aprender sobre tal o cual cosa". Le exigen referencialidad, información o una utilidad que la literatura no tiene por qué tener como no tienen por qué aportarlas un cuadro o una sinfonía. Cuesta mucho que a los escritores de este tipo se nos tome en serio.
P. ¿Por qué?
R. Porque perdura una infravaloración de la imaginación que heredamos de prejuicios decimonónicos. Sigue habiendo la idea de que no es literatura seria...
P. Jaime Rest, crítico argentino muerto en 1979, afirmaba que el género policiaco, la ciencia-ficción y el terror eran diferentes respuestas a la dificultad del siglo XIX para conciliar el racionalismo científico con los elementos sobrenaturales u oscuros del Romanticismo.
R. Coincido y pienso que lo fantástico, tomado en forma amplia, asume la complejidad de aquello para lo cual no tenemos respuestas racionales. Puede tener, también, una fuerza transformadora increíble y plantarnos en un territorio de batalla social comprometida. Así, Kalpa imperial, de Angelica Gorodischer, narra en once relatos, fragmentos de la historia del Imperio Más Vasto que Nunca Existió con un derroche magistral de imaginación. El libro habla básicamente de la dictadura argentina y de la represión, desde un universo de ficción muy complejo.
P. ¿Cómo explica el auge que vive este tipo de literatura desde hace una década al menos?
R. Creo que hay una necesidad social de comprensión de diferentes aspectos de lo real. La razón pura no agota las respuestas posibles y la literatura de fantasía propone una mayor apertura. Es un auge que el cine amplifica: Harry Potter, El Señor de los Anillos, ahora las Crónicas de Narnia basadas en los libros de C. S. Lewis...
Seguramente este boom pasará y quedará sólo lo que valga la pena, pero resta un largo camino hasta juzgar a los escritores del género por la calidad de los textos que presentan.
P. ¿Qué tipo de relación existe entre su literatura y el realismo mágico?
R. Lo fantástico es una luz con la que me gusta iluminar la razón; por mi historia personal -mi padre fue siempre racional hasta el autoritarismo- ha sido mi espacio de rebelión. García Márquez estableció un puente que yo agradezco entre el mundo de la literatura latinoamericana comprometida, combativa, preocupada por las injusticias y lo fantástico. En Cien años de soledad, Remedios, la bella, puede levitar, pero Macondo no deja de ser un pueblo latinoamericano con toda su problemática. Hasta el realismo mágico, conciliar esos mundos fue imposible para quienes sentían que literatura era compromiso social y pelea revolucionaria y que el resto era de tilingos.
P. Le propongo el movimiento inverso: ¿cree que hay temas que sólo pueden abordarse desde la épica fantástica?
R. No me gustaría cometer contra el realismo lo que el realismo cometió contra la fantasía. Que hablen de duendes nomás, que hablen de lo que quieran. A la literatura no hay que ponerle cáscaras ni cerrojos. La ficción debe ser pura libertad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 19 de agosto de 2006

viernes, 18 de agosto de 2006

Günter Grass / Pelando la cebolla / Fragmentos

"No fue una tontería juvenil"



GÜNTER GRASS 
18 AGO 2006

Me descubrí volviendo hojas atrás y vi cómo me saltaba páginas y, donde se abrían huecos, garabateaba adornos y monigotes. De mi mano fluían cosas accesorias, rápidamente narradas para distraer y ennegrecerse enseguida: ¡fuera!
Ahora faltan las articulaciones de un proceso que nadie detenía, cuyo desarrollo no podía invertirse y cuya huella era incapaz de borrar goma alguna. Y, sin embargo, en cuanto hay que recordar el paso fatal que dio aquel escolar quinceañero de uniforme, no me es posible pelar la cebolla ni interrogar a otro medio de ayuda. Lo cierto es que me presenté voluntariamente al servicio de las armas. ¿Cuándo? ¿Por qué?
Como no recuerdo fecha ni puedo acordarme del tiempo, ya entonces variable, ni enumerar lo que ocurría simultáneamente entre el Océano Glacial Ártico y el Cáucaso y en los restantes frentes, de momento sólo quieren convertirse en frases las presuntas circunstancias que alimentaron, empujaron mi decisión y finalmente me llevaron a seguir el conducto oficial. No se les puede agregar epítetos atenuantes. Lo que hice no puede minimizarse como tontería juvenil. No sentía ninguna opresión en la nuca, y ningún sentimiento de culpa autoinducido, por ejemplo por haber dudado de la infalibilidad del Führer, exigía ser compensado por un celo voluntario.