domingo, 25 de diciembre de 2005

Piedad Bonnett / "El perfeccionismo puede llegar a ser castrador"


Piedad Bonnett
Madrid, 2005
Foto de Ricardo Gutiérrez

PIEDAD BONNETT 

"El perfeccionismo puede llegar a ser castrador"

WINSTON MANRIQUE SABOGAL
Madrid 21 DIC 2005

Un sofá amarillo acoge a una mujer pequeña vestida de negro con voz y modales suaves y rostro de redondez juvenil. Habla de la historia del hombre nudo. De un Fedro contemporáneo atormentado ante la traición de su corazón. De quien tiene la voluntad como credo y se niega a vivir los sentimientos en Para otros es el paraíso (Alfaguara).
Quien habla es Piedad Bonnett (Antioquia, 1951), un nombre que en España no dice mucho, mientras que en Colombia no hay semana en que no suene en algún ámbito cultural. Es uno de sus mejores escritores por poemarios como De círculo y ceniza y El hilo de los días (premio Nacional de Poesía); Lo demás es silencioAntología poética (Hiperión); un mapa literario del Nobel colombiano El mundo según Gabriel García Márquez, y ésta su segunda novela, que se publica en España.

"En mi novela narro la historia de quien forja su fracaso al controlar su vida a costa del amor"

Sus libros exploran el amor, redescubren la infancia y delatan la pulsión de la muerte. Lo hace con situaciones cotidianas en versos íntimos, y ahora "en novelas con trama y tensión narrativa donde busco el lirismo y el lenguaje preciso". Le parece tramposo cuando un poeta promete escribir narrativa y lo que ofrece es prosa poética.
La llave para entrar en Para otros es el paraíso está en el umbral de la novela con la confesión tardía de Alvar, el protagonista: "Quizá sea un error construir una existencia sobre el poder de la voluntad". Surge así el retrato de un hombre perteneciente a una generación cargada de limitaciones de expresión afectiva. "De quienes privilegian el raciocinio frente a los sentimientos: es el hombre nudo, atado culturalmente a la racionalidad. No es algo fisiológico", dice la autora.
Alvar es la continuación de un personaje de la primera novela de Bonnett, Después de todo. Un Fedro que prefiere el llanto solitario ante la sola idea de que ese amor correspondido le atolondre el corazón y se opaque un día. "Es la historia de cómo un hombre apasionado por el saber, perfeccionista y sensible forja su fracaso al querer controlar su vida y sacrifica la vivencia del amor. Es un cobarde. Cree en la voluntad de hacer su vida como la piensa. Cuando la verdad es que el perfeccionismo puede llegar a ser castrador, un gran limitante", afirma la escritora en un hotel madrileño.
Olvida el personaje Alvar que una parte de la gracia del mundo se debe al azar, advierte Bonnett. Porque, agrega, "la vida es un acto de malentendidos y desencuentros donde el azar influye, y hay que darle una oportunidad porque lleva implícita una liberación. La voluntad hace y el azar deshace".
Parte de la culpa de la capacidad de sorpresa y exploración es del sentido común que "va contra la imaginación", afirma la narradora y poetisa. Sin negar que a él se debe parte del orden del mundo, porque "sería un caos si sucumbiéramos a todos nuestros deseos". Aunque insiste en "la importancia de dar oportunidades, despojarse de miedos". Vivir. Sentir. Intentar la conquista de un trozo del paraíso que no es sólo para otros. Ya lo dice el narrador frente al hallazgo del amor: "Prevemos el dolor, y sin embargo nos lanzamos a la aventura, pues la preferimos al domesticado tedio".
No Alvar. Él prefiere la comodidad, la monotonía conocida antes que repetir el proceso del amor. Lo hace, según Bonnett, por desencanto, descreimiento y escepticismo de ilusión, que se arrostra en torno a un hombre guapo y admirado. Es el lado triste de la belleza. "Nada subyuga y domestica más que la belleza", sentencia el narrador y lo confirma la autora: "No hay que olvidar que la belleza genera servidumbres". O puede convertirse en yugo, desatar el dolor y robar el aliento por su capacidad de obnubilar a quien la siente, la reconoce, la contempla.
Para otros es el paraíso transcurre en el mundo universitario. En el centro del saber, la pasión de Alvar. "Llevo 23 años como profesora universitaria y cada vez me desilusiono más de sus jergas y de las especializaciones que se suelen exaltar demasiado. Y a veces lo que encubren son mediocridades. La Universidad está penetrada por la impostura al tener el prurito del conocimiento".
"Pero estamos para enseñar, por eso reivindico al maestro del renacimiento que no necesita escribir papers cada dos meses para validarse". Entonces esa mujer de voz suave, vestida de negro en la esquina de un sofá amarillo, se vuelve vehemente: "Las vidas no tienen que justificarse sobre grandes obras. Tú puedes tener una vida sencilla de conocimiento y eso la justifica".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 21 de diciembre de 2005

sábado, 3 de diciembre de 2005

Juan Marsé / "El Pijoaparte' sería hoy un inmigrante del Magreb"


Juan Marsé, el escritor devoto del cine - El Sol de México
Juan Marsé
JUAN MARSÉ | NOVELISTA Y AUTOR DE 'ÚLTIMAS TARDES CON TERESA' | ENTREVISTA

"El Pijoaparte' sería hoy un inmigrante del Magreb"


Juan Cruz
3 de diciembre de 2005



Juan Marsé cumple el próximo 3 de enero 73 años, y ahora su novela más importante, Últimas tardes con Teresa, la novela de Teresa y El Pijoaparte, empieza a cumplir 40. Seix Barral saca estos días una nueva edición; por primera vez desde que se publicó, su autor la ha releído y corregido. Por estas fechas, en 1965, estaba revisando las últimas pruebas. Ahora, con el libro en la mano, después de tantos años, Marsé se refiere a la novela y al tiempo en que se produjo. La conversación fue en su casa de Barcelona. Rodeado de sus libros y de sus fotografías y retratos -muchos son de su mejor amigo, Jaime Gil de Biedma, el poeta que leyó los primeros originales del libro-, el novelista recuerda la atmósfera que rodeó la salida de la novela, y lo hace como si evocara, lenta, hondamente, el recuerdo de un pariente muy cercano que le sigue cayendo muy bien. Cuando hablamos era el cumpleaños de su hija Berta, que va a publicar un libro de cuentos. Joaquina, su esposa, nos sirvió café descafeinado, y Simón, el perro, parecía tan tranquilo como su dueño.



"El tema de la novela no es otro que el de la apariencia de la realidad. Teresa confunde a un pobre chaval, que era sólo un obrero de barrio, con un obrero politizado"
"Desde los 13 años había trabajado en un gran taller donde había 30 operarios, y yo sabía cuáles eran sus aspiraciones: comprarse una gabardina, un reloj, un coche"
"Las escenas en las que se califica a los señoritos universitarios que juegan a la clandestinidad como señoritos de mierda se recibieron con virulencia en Ruedo Ibérico"
"Le conté el personaje a Antonio Pérez en París, un librero de Cuenca, y él me dijo: 'Es como El Pijoaparte', el apodo de un amigo suyo de Murcia. Y le puse Pijoaparte"
"Teresa es una muchacha solidaria, le gusta rozarse con el limpiabotas; tiene la mala conciencia del señorito. Es posible que su padre esté hoy entre los que exigen el Estatuto"
"Teresa, siendo hija de la burguesía conformista, una burguesía catalana decididamente franquista, de Barcelona, quiere un cambio, que las cosas sean de otra manera"
"Pijoaparte es un charnego, un murciano. Ya no se dice la palabra. Es bueno, pero es un trepa dispuesto a llevar adelante su relación con Teresa para subir en la sociedad"







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Pregunta. En su prólogo de 1975, que aparece también en esta nueva edición, usted dice: "La novela ha pasado a ocupar el rincón menos sobresaltado de mi conciencia, y allí fulgura suavemente, igual que un paisaje entrañable de la infancia".



Respuesta. Sí, lo sigo sintiendo. Me siento confortable pensando en este libro. No me refiero a lo que pasó con él, si tuvo éxito o no, sino al proceso de escritura. Pensar en eso me resulta confortable. Lo escribí en casa de mis padres, el futuro estaba por delante; era la época de las ensoñaciones, el inicio de una confianza respecto a mí mismo y al trabajo. Tenía la sensación de estar escribiendo algo que valía sinceramente el esfuerzo. No pensaba que me iba a comer el mundo, pero por primera vez -y era la tercera novela- me sentí conforme, en armonía, con el trabajo, con la vida, con el futuro que me ofreció la vida... Empecé a escribirla en 1962, al regreso de París.



P. ¿Cuál era su ánimo entonces?

R. En esa época persistían en casa los problemas económicos. Mi padre ya había liquidado sus estancias en la cárcel por separatista, mi madre seguía trabajando de enfermera en turnos nocturnos, y yo trabajaba en el taller de joyería. Escribía traducciones, textos para solapas de libros... Conocía ya a alguna gente que me proporcionaba estos trabajos, con los que iba trampeando. Pero lo que más recuerdo de ese tiempo es que me encerraba a escribir la novela y me sentía bien haciéndolo.

P. ¿Y qué pasaba en la ciudad?

R. Seguían vigentes las consignas del franquismo; se iniciaba, sin embargo, una cierta apertura. Fraga sacó su Ley de Prensa en 1964. En todo caso, había el espesor del franquismo, que no fue distinto esos años que en los cincuenta. La apertura que parecía venir la noté por las relaciones que tenían con el régimen los editores que conocía. Los problemas que había tenido Carlos Barral en Seix Barral empezaban a ser distintos a los que hubiera tenido diez años antes. Pero en el barrio había poca diferencia con los otros años. A mediados de los sesenta fue cuando el país comenzó a cambiar.

P. Era consciente de que no se iba a comer el mundo con Últimas tardes con Teresa. ¿Qué le hacía sentir tan cómodo escribiéndola?

R. Era consciente de que estaba manejando una novela que me afectaba mucho, de algún modo la había vivido. Surgió cuando estaba en París, en 1960. El primer latido ocurrió a raíz de unas conversaciones con unas chicas francesas a las que se suponía que yo daba clases de español. Nos reuníamos una vez a la semana, y una de ellas se llamaba Teresa, hija de un pianista. Una muchacha guapísima en una silla de ruedas. Me escuchaban, les contaba cosas de Barcelona, de mi barrio, y noté en ellas una atención especial. Ése fue el germen de la novela. Capté que despertaba en ellas cierta fascinación por el arrabal cuando les hablaba de mis juegos infantiles en el Monte Carmelo con los chavales de cabezas rapadas, hijos de los inmigrantes del sur. Los chicos iban libres por las calles. Me refería a los años cuarenta, la inmediata posguerra. Había una fascinación por el arrabal en esas señoritas de clases altas parisienses. Habían pasado tan sólo 20 años del final de la guerra cuando yo les hablaba, y estaba aún muy vivo el recuerdo de una España sojuzgada por la Guerra Civil.

P. Teresa nació en París.

R. Esa nostalgia del arrabal que yo veía en aquellas señoritas se combinó con el sentimiento que advertí en los exiliados con respecto a España. Conocía a los exiliados, a Jorge Semprún; hablaban de la inminencia de una huelga general, decían que la caída del franquismo estaba a la vuelta de la esquina, que los trabajadores estaban bullendo... Ahí no me podían engañar, porque desde los 13 años yo había trabajado en un gran taller, donde había 30 operarios, y yo sabía cuáles eran sus aspiraciones: comprarse un reloj, una gabardina, un coche. Aquel romanticismo de la izquierda que veía el cambio al doblar la calle no se correspondía con la realidad.

P. ¿Cómo entró todo eso en la novela?



R. El tema de Últimas tardes con Teresa no es otro que el de la apariencia de la realidad. Teresa confundía a un pobre chaval -El Pijoaparte-, que era sólo un obrero de barrio, con un militante obrero politizado. Se idealizaban unas condiciones de vida, unas formas de ser, y eso le pasaba a Teresa. Era una especie de ajuste de cuentas mío, personal, con la realidad.



P. ¿Y de qué modo ese ajuste de cuentas se convierte en ficción?



R. Ahí se mezclan sueños personales, no sólo vivencias. En aquella época, a mí me hubiera gustado tener una experiencia amorosa con una muchacha de la burguesía catalana, rubia, de ojos azules. Como Teresa. Entran ensoñaciones de orden erótico, sentimentales; una nostalgia por los estudios, por la universidad, que nunca tuve. Pero al mismo tiempo quería ser implacable en la cuestión de la apariencia de la realidad. Y no sólo eso: quería ser también comprensivo y piadoso, porque Teresa va movida por ese equívoco, pero va con buena fe, es generosa, incluso en sus relaciones amorosas y sexuales. Y por parte de Manuel, El Pijoaparte, ocurre lo mismo: es demasiado bueno. Es el trepa social; está dispuesto a llevar adelante su relación con Teresa para ganar ese puesto en la sociedad; respeta la virginidad de Teresa hasta el final, cree que así va a merecer mejor el puesto que busca...

P. ¿Teresa era aquella chica en silla de ruedas?

R. Físicamente sí lo era, un poco. Me impresionó mucho aquella chica, sobre todo por su disposición a la vida, su ánimo, sus ganas de saber, su curiosidad, su amor por la vida.

P. Antonio Pérez, el librero de Cuenca, dice que le presentó a usted El Pijoaparte en París...

R. Le conté el personaje, y él me dijo: "Sí, es como El Pijoaparte", el apodo de un amigo suyo de Murcia. Y le puse Pijoaparte.

P. ¿Usted era El Pijoaparte?

R. En todos los personajes, incluso en los femeninos, está siempre parte de uno mismo. Pero no he conocido a nadie a quien le haya pasado lo que le sucede a Pijoaparte. Es un charnego, su origen está en el sur; es medio delincuente, vive a salto de mata, roba un día una moto, la vende... Personalmente no he conocido a ninguno, pero tanto en el Monte Carmelo como en la zona del Guinardó sí vi chavales que podían haberlo sido. Esa zona recibió grandes olas migratorias desde la Guerra Civil, e incluso antes. Podía haber sido cualquiera de ellos El Pijoaparte.

P. Usted tenía la ambición de relacionarse con una chica burguesa de la época. ¿Ahí le representa El Pijoaparte?

R. En la ensoñación. El Pijoaparte no sabe quién es su padre; sospecha que podía ser hijo del marqués de Salvatierra, que tenía una finca en Ronda... Todo eso viene de un viaje que hice a Ronda, precisamente con Antonio Pérez, para hacer un reportaje que luego no publicó la revista de Ruedo Ibérico... Ahí nació la figura de Pijoaparte, su propio origen. Y a partir de ahí, Pijoaparte se crea su propio mito. En la literatura tiene mucho que ver con muchas lecturas que yo tenía del siglo XIX: es el joven de provincias que llega a la ciudad e intenta abrirse espacio.

P. Ésas eran sus lecturas de entonces.

R. Ese personaje está en Balzac, en Stendhal, y ha heredado también detalles de la literatura contemporánea, como el Jay Gatsby de Scott Fitzgerald: ese tipo que se fabrica a sí mismo.

P. Gatsby es también el perdedor.

R. Siempre me ha atraído la figura del perdedor. La derrota es algo connatural con el hombre. Aunque a mí en novelas no me gusta filosofar ni meterme en honduras, eso está en la vida cotidiana. En la medida que uno se coloca ante unos ideales y unas ilusiones, la vida te da hostias. Está en todo, y ya está en el Quijote.

P. ¿Qué literatura hay alrededor cuando escribe usted la novela?

R. Por lo que respecta a la lengua española, está el descubrimiento y el auge de los novelistas latinoamericanos... Cuando aparece mi novela también se publica La Casa Verde, de Mario Vargas. Todavía conservo un anuncio en el que estaban esas dos novelas y otra que también publicó entonces Seix Barral, El siglo de las luces, de Alejo Carpentier... Al rebufo de ese clima de auge latinoamericano vinieron Borges, Cortázar... En España seguía la novela social, después tan vilipendiada; publicaban Jesús Fernández Santos, Juanito García Hortelano, Ferres... Algunos se desmarcaban, pero eso es lo que había. Yo estaba muy interesado por la novela italiana que publicaba Seix Barral: Vasco Prattolini, esa gente...

P. Últimas tardes... se desmarca del realismo social...

R. Yo quise marcar esa distancia, hasta el punto de que aparezco en un papel no muy lucido, pellizcando el trasero a una muchacha. Era una respuesta a La hora del lector, de Josep Maria Castellet, que reclamaba que el autor era Dios. Quería desmarcarme... ¿A quién le importa ahora esto? Pero lo cierto es que esa novela marcó un giro de 180 grados en mi propia trayectoria.

P. ¿Cómo fue recibida?

R. No hubo estrépito. No tuvo malas críticas. Un crítico muy importante de Barcelona hizo una reseña en la que se negaba, por motivos morales, a reproducir el nombre del protagonista: le parecía grosero Pijoaparte. A Últimas tardes... se le atribuyó participar en la ruptura de la novela, junto a Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos. Se dijo que esta última novela me había influido. La verdad es que no la había leído entonces.


P. ¿Cómo le fue con la censura?

R. La censura la prohibió totalmente. Pero había la posibilidad de defenderla, como hizo Mario con La ciudad y los perros. Yo me reuní con Carlos Robles Piquer, que llevaba estas cosas en el régimen. No le gustaba la palabra senos, tampoco digería muslos; sugería antepierna... No la censuró sólo la censura. Las escenas que ocurren en la universidad, en las que se califica a los señoritos universitarios que juegan a la clandestinidad como señoritos de mierda, fueron recibidas con mucha virulencia en Ruedo Ibérico, por ejemplo. No gustaron tampoco las ironías sobre la Moreneta, sobre la pierna catalana de la señora Serrat, que es una pierna catalana, soberana, robusta, de tobillo grueso... Identificaba esa pierna con la solidez, el seny, la sensatez catalana, y todo eso no gustó.


P. Esa descripción es muy propia de los perfiles que hizo luego en Por Favor.



R. En efecto. Siempre me ha gustado mucho describir físicamente a los personajes... Del papá Serrat, en la novela, describo ese bigotito que tanto tenía que ver con el régimen, el bigotito de alférez provisional. Robles Piquer me dijo que quitara eso de alférez provisional. No lo quité y nadie en censura leyó de nuevo el libro... Me gustan las descripciones, que el lector vea las cosas; me desorientan las abstracciones. Eso hace que se hable de mi estilo cinematográfico. Querrán decir visual.



P. ¿Quién le caía mejor, Teresa o El Pijoparte?

R. A mí me cae muy bien Teresa, por su generosidad, por su entusiasmo; siendo hija de la burguesía conformista, una burguesía catalana decididamente franquista, de Barcelona, quiere un cambio, desea que las cosas sean de otra manera. Es una muchacha solidaria; le gusta beber vino en el barrio chino, rozarse con el limpiabotas. Tiene la mala conciencia del señorito. De esa gente aprendí muchas cosas con Jaime Gil de Biedma, que tenía su propia mala conciencia de señorito. Un líder universitario me ayudó a conocer el lenguaje que se hablaba en la universidad... Pijoaparte es un charnego, un murciano. Hoy ya ni se dice la palabra. Hoy sería un inmigrante del Magreb... O de América Latina. A mí me decían: "Eres un charnego de mierda". No había un comportamiento racista, sino una manera despectiva de tratarnos; no llegaba a insultos del tipo "moro" o "negro de mierda"... Nunca llegó entonces el desprecio a los niveles que se ven hoy en asentamientos árabes en Barcelona. Los inmigrantes eran menospreciados en el trabajo, pero no se llegaba a los extremos que ahora se advierten en este país.

P. ¿Y quién sería hoy Teresa?

R. Creo que su romanticismo pervive en la juventud. Me cuesta creer que subsista en la universidad gente como ella. Algo que también ha desaparecido es el mito de la virginidad. Pijoaparte la respeta porque él no es un braguetero convencional; sabe que todo en esta vida comporta una dignidad, hay que ganarlo con un esfuerzo personal.

P. Esa burguesía catalana de la que viene Teresa ha cambiado mucho: ahora pide el nuevo Estatuto...

R. Es posible que el padre de Teresa estuviera hoy entre los que exigen el Estatuto y dicen vivas a la nación catalana. Es más que probable.

P. La novela tiene 40 años. ¿Cómo se siente recordando aquel tiempo?

R. La pérdida de la juventud. Envejecer es una cabronada. Pero no me gusta obsesionarme con eso.

P. ¿Ha cambiado mucho en esta edición?

R. He quitado muchos paréntesis, eran innecesarios. Lo he hecho más fluido. Y la edición está en un tipo de letra que puede leerse de manera más confortable; antes había que leerla con lupa.

P. Hace unos años le pregunté por una palabra que definiera Barcelona y dijo la misma que ha utilizado para hablar de su percepción de Últimas tardes con Teresa: confortable.

R. Será que me gusta mucho la palabra... La relectura que he hecho ahora me ha resultado muy confortable. Y me han vuelto a sorprender algunas cosas, en el buen sentido. Puede parecer un rasgo de vanidad por mi parte, pero no lo es. Es una novela que me reconcilia conmigo mismo porque he pasado por muchas dudas y por muchas cosas, y a veces he llegado a pensar que otorgarle valor a lo que he hecho es muy arriesgado, que no soy tan bueno como yo hubiese querido, pero ni siquiera como a veces he querido pensar. Esta novela me reconforta. Por lo menos pienso que es un libro del que no podría sentirme avergonzado nunca. De otras cosas sí que podría avergonzarme, pero de ésta, no; de eso estoy convencido. Lo cual no significa que sea un gran libro, sino simplemente un trabajo del cual no me voy a avergonzar nunca.

EL PAÍS

viernes, 2 de diciembre de 2005

Sergio Pitol / Algunos de mis escritores favoritos


William Faulkner
PREMIO CERVANTES 2005
SERGIO PITOL
BIOGRAFÍA

Algunos de mis escritores favoritos

EL PAÍS
Madrid, 2 de diciembre de 2005

Un recorrido por la Red permite recuperar declaraciones, frases y referencias del nuevo Premio Cervantes sobre sus preferencias literarias. Tras contar que Dickens y Tolstói fueron sus primeras grandes lecturas, gracias a las inquietudes literarias de su abuela, reconoce: "Cuando comencé a escribir sólo tuve dos influencias muy fuertes: Borges y William Faulkner".
En otras declaraciones, y sobre la pregunta de quienes a su juicio pueden ser considerados ya clásicos, responde: "Los autores que creo serán permanentes, los que ya están pasando la prueba, me parecen: Andrzej Kusniewicz, polaco; Thomas Bernhard, austriaco; Juan José Saer, argentino; Roberto Bolaño, chileno; Saul Bellow, norteamericano; Georges Perec, francés, y Julien Gracq, francés también". Para Pitol, otros autores latinoamericanos que ya han conseguido engrosar las filas de los elegidos son Juan Carlos Onetti, Alejo Carpentier y Juan Rulfo.

En la revista mexicana Letras Libres, Pitol recomendaba a los futuros escritores que leyeran a Stendhal, el ya citado Faulkner o a Virginia Woolf. Lo argumentaba así: "Gracias a esas lecturas y a las muchas que aún le faltan, el futuro escritor podrá concebir una trama tan imposible como la de El mago de Viena, exasperar hasta lo imposible su chabacanería, su vulgar extravagancia, transformar su lenguaje en un palimpsesto de ignorancia y sabiduría, de majadería y exquisitez, hasta lograr un libro absurdamente refinado, una delicia, un relato de culto, un bocado para los happy few, parecido a los J. Rodolfo Wilcock, César Aira, Enrique Vila-Matas, Francisco Hinojosa, Mario Bellatin o Jorge Volpi".

Elogio de la excentricidad

Pitol siempre consideró que la excentricidad, la rareza de algunos escritores eran más una garantía de su calidad que un demérito. Entre sus escritoras "raras" destaca a la norteamericana Eudora Welty. Sobre ella y otros escritores de culto escribió: "Para los participantes de esos minúsculos grupos de entusiastas de Eudora Welty, también los de Ronald Firbank, Ivy Compton-Burnett, Flann O'Brien, del Borges anterior a los cincuenta años, de Giorgio Manganelli o Carlo Emilio Gadda, dispersos por el amplio mundo, encerrados en refinadas torres de marfil o en inclementes estudios de bajo precio, basta que un entusiasta mencione el nombre de alguno de esos ídolos de culto para que otro se convierta en su aliado".
El escritor mexicano no oculta sus preferencias literarias pero tampoco aquello que no valora. En una entrevista realizada en Caracas (Venezuela), lo dejó muy claro: "La literatura light ha existido siempre. Al lado de Dickens, Balzac o Flaubert hubo otros escritores que hacían novelas dulzonas e irreales. Cada generación ha producido estos escritores, cuando yo era joven estaban A. J. Cronin, Vicky Baum y Lin Yu Tang, por ejemplo, quienes se dedicaban a lo suyo con una profesionalidad notable y no sentían competencia de Thomas Mann, de Virginia Woolf o de William Faulkner".
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 2 de diciembre de 2005
EL PAIS



FICCIONES

Carlos Monsiváis / Sergio Pitol / El arte del arraigo

Sergio Pitol
Poster de T.A.

SERGIO PITOL
BIOGRAFÍA
 PREMIO CERVANTES 2005

El arte del arraigo


CARLOS MONSIVAIS
2 DIC 2005

La literatura como vocación, destino, red de sitios intermedios, técnica para ir de un entusiasmo a otro, y para conjugar otras grandes pasiones: el cine, la música y las artes plásticas. Sergio Pitol (nacido en 1933), sólo tratándose de política, deja de ser estrictamente literario porque allí la emoción es el punto de vista, razonado y consecuente, pero militante. En lo demás, a la literatura le confía el registro de su paso por ciudades y experiencias y seres maravillosos en cualquiera de las acepciones del término maravilla. Ejemplo: El tañido de una flauta (1972), una gran novela, donde el exilio interior, el fracaso, la síntesis de las admiraciones culturales, responden a la obsesión literaria que todo lo convierte en el capítulo de la gran novela que se vive mientras no se llega a la escritura, que se escribe para conocer más adecuadamente la densidad de lo vivido.

Sergio Pitol / Sentido del humor


Sergio Pitol
según Scianmarella
SERGIO PITOL
BIOGRAFÍA
PREMIO CERVANTES 2005


CARLOS FUENTES: "Sentido del humor"

EL PAÍS
Madrid 2 DIC 2005


El escritor mexicano Carlos Fuentes, premio Cervantes en 1987, se llevó ayer una gran alegría cuando se enteró por teléfono de la noticia del galardón a su amigo Sergio Pitol. Desde su casa de Londres y a punto de salir de viaje, Fuentes aseguró que el premio a su compatriota es "muy merecido y muy esperado".
"Es un gran novelista y un gran amigo mío. Somos compañeros de generación. Ambos estudiamos Derecho en un camino sinónimo hacia las letras. Tuvimos lecturas comunes desde nuestra primera juventud y compartimos grandes maestros como Alfonso Reyes y Manuel Pedroso". De la literatura de Sergio Pitol, Carlos Fuentes destacó sobre todo su "gran capacidad de creación de situaciones y personajes, además de su sentido extraordinario del humor, generalmente ausente de la literatura latinoamericana".
Para el autor de Diana o la cazadora solitaria o La Silla del Águila, el nuevo premio Cervantes posee una "gran capacidad literaria, muy cercana a los grandes autores centroeuropeos, para mirar el halo oculto de la luna con una sonrisa sarcástica".
EL PAÍS


FICCIONES


Sergio Pitol / Autor y traductor



SERGIO PITOL
BIOGRAFÍA
PREMIO CERVANTES 2005

Autor y traductor


EL PAÍS
Madrid 2 DIC 2005

Sergio Pitol alterna desde los años setenta su obra de creación, en una labor constante como cuentista, memorialista y ensayista, con traducciones de grandes nombres de la literatura universal. Los últimos títulos de su obra literaria que recoge la Agencia Española del ISBN son El mago de Viena (Pre-Textos, 2005) y Los mejores cuentos (Anagrama, 2005). La lista de sus títulos sigue con De la realidad a la literatura (Fondo de Cultura Económica de España, 2003), El viaje (Anagrama, 2001), Vals de Mefisto (Anagrama, 2000), Tríptico de carnaval(Círculo de Lectores, 2000, y Anagrama, 1999), Pasión por la trama (Huerga y Fierro, 1999), El arte de la fuga (Anagrama, 1997), El desfile del amor (Círculo de Lectores, 1994), La vida conyugal (Anagrama, 1991), Domar a la divina garza (Anagrama, 1988), El tañido de una flauta (Anagrama, 1986), Juegos florales(Anagrama, 1985) y Del encuentro nupcial (Tusquets, 1970). 
En su trabajo como traductor, Pitol recoge de su biografía como embajador de México en países de Europa Central y del Este el interés por unas culturas y de las obras de sus escritores más representativos. Uno de los títulos más citados es la traducción de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, que ha aparecido publicado en ediciones del Círculo de Lectores, Comunicación y Publicaciones, Nuevas Ediciones de Bolsillo, Electa España y Lumen. Otros títulos se acercan a los autores clásicos de la literatura polaca, como Witold Gombrowicz (con los títulos Cosmos, Seix Barral, 2002; Planeta, 1997; Trans-Atlántico, con Kazimierz Piekarek, Seix Barral, 2003; Bakakai,Tusquets, 1986; La virginidad, Tusquets, 1978). Junto a Gombrowicz figuran Jerzy Andrzejewski (Las puertas del paraíso, Pre-Textos, 2004), Robert Graves (Adiós a todo eso, El Aleph, 2002), Henry James (Washington Square, Seix Barral, 1998; Las bostonianas, Seix Barral, 1993; La vuelta de tuerca, Salvat, 1988), Elio Vittorini (Las ciudades del mundo, Debate, 1992), Giuseppe Berto (Elmal oscuro, Debate, 1991), Kazimierz Brandys (Rondó, Anagrama, 1991), Vladimir Nabokov (La defensa, Anagrama, 1990), J. R. Ackerley (Vales tu peso en oro,Anagrama, 1989), Borís Andreievich Vogan Pilniak (Caoba, Anagrama, 1988), Jane Austen (Emma, tomo dos, Salvat, 1986).
En la lista figuran también Antón Chéjov (Un drama de caza, Alianza, 1985), Ronald Firbank (En torno a las excentricidades del cardenal Pirelli, Anagrama, 1985), Malcolm Lowry (El volcán, el mezcal, los comisarios..., Tusquets, 1984) y Lu Hsun (Diario de un loco, Tusquets, 1980).
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 2 de diciembre de 2005
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