domingo, 27 de junio de 2004

Vargas Llosa / Neruda cumple cien años

Pablo Neruda
Poster de T.A.

Mario Vargas Llosa

Neruda cumple cien años

EL PAÍS
27 JUN 2004

Cuando yo era un niño de pantalón corto todavía, allá en Cochabamba, Bolivia, donde pasé mis primeros diez años de vida, mi madre tenía en su velador una edición de tapas azules, con un río de estrellas blancas, de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda, que leía y releía. Yo apenas había aprendido a leer y, seducido por la devoción de mi madre a aquellas páginas, intenté también leerlas. Ella me lo había prohibido, explicándome que no eran poemas que debían leer los niños. La prohibición enriqueció extraordinariamente el atractivo de aquellos versos, coronándolos de una aureola inquietante. Los leía a escondidas, sin entender lo que decían, excitado y presintiendo que detrás de algunas de sus misteriosas exclamaciones ("Mi cuerpo de labriego salvaje te socava / y hace saltar el hijo del fondo de la tierra", "Ah, las rosas del pubis!") anidaba un mundo que tenía que ver con el pecado.
Neruda fue el primer poeta cuyos versos aprendí de memoria y recité de adolescente a las chicas que enamoraba, al que más imité cuando empecé a garabatear poesías, el poeta épico y revolucionario que acompañó mis años universitarios, mis tomas de conciencia políticas, mi militancia en la organización Cahuide durante los años siniestros de la dictadura de Odría. En las reuniones clandestinas de mi célula a veces interrumpíamos las lecturas del Qué hacer de Lenin o los Siete ensayos de Mariátegui para recitar, en estado de trance, páginas del Canto general y de España en el corazón. Más tarde, cuando era ya un joven de lecturas más exclusivas y muy crítico de la poesía de propaganda y ataque, Neruda siguió siendo para mí un autor de cabecera -lo prefería incluso al gran César Vallejo, otro ícono de mis años mozos-, pero ya no el Neruda del Canto general, sino el de Residencia en la tierra, un libro que he leído y releído tantas veces como sólo lo he hecho con los poemas de Góngora, de Baudelaire y de Rubén Darío, un libro algunos de cuyos poemas -"El tango del viudo", "Caballero solo"- todavía me electrizan la espalda y me producen ese desasosiego exaltado y ese pasmo feliz en que nos sumen las obras maestras absolutas. En todas las ramas de la creación artística, la genialidad es una anomalía inexplicable para las solas armas de la inteligencia y la razón, pero en la poesía lo es todavía mucho más, un don extraño, casi inhumano, para el que parece inevitable recurrir a esos horribles adjetivos tan maltratados: trascendente, milagroso, divino.
Conocí en persona a Pablo Neruda en París, en los años sesenta, en casa de Jorge Edwards. Todavía recuerdo la emoción que sentí al estar frente al hombre de carne y hueso que había escrito aquella poesía que era como un océano de mares diversos e infinitas especies animales y vegetales, de insondable profundidad e ingentes riquezas. La impresión me cortó el habla. Por fin alcancé a balbucear unas frases llenas de admiración. Él, que recibía los halagos con la naturalidad de un consumado soberano, dijo que la noche estaba linda para comernos "esas prietas" (esas morcillas) que nos tenían preparadas los Edwards. Era gordo, simpático, chismoso, engreído, goloso ("Matilde, precipítese hacia esa fuente y resérveme la mejor presa"), conversador, y hacía esfuerzos desmedidos para romper el hielo y hacer sentir cómodo al interlocutor abrumado por su imponente presencia.

Aunque llegamos a ser bastante amigos, creo que es el único escritor con el que nunca me sentí de igual a igual, frente al cual, pese a su actitud cariñosa y a su generosidad para conmigo, siempre terminaba adoptando una actitud entre intimidada y reverencial. El personaje me intrigaba y fascinaba casi tanto como su poesía. Posaba de ser un anti-intelectual, desdeñoso de las teorías y de las complicadas interpretaciones de los críticos. Cuando, delante de él, alguien suscitaba un tema abstracto, general, un diálogo de ideas -asuntos en los que un Octavio Paz fosforecía y deslumbraba-, la cara de Neruda se entristecía y de inmediato se las arreglaba para que la conversación descendiera a ras de suelo, a la anécdota y el comentario prosaicos. Se empeñaba en mostrarse sencillo, directo, terrenal a más no poder y furiosamente alejado de esos escritores librescos que preferían los libros a la vida y podían decir, como Borges, "Muchas cosas he leído y pocas he vivido". Él quería hacer creer a todo el mundo que había vivido mucho y leído poco, pues era rarísimo que en su conversación asomaran referencias o entusiasmos literarios. Incluso cuando mostraba, y con qué satisfacción lo hacía, las primeras ediciones y los maravillosos manuscritos que llegó a coleccionar en su formidable biblioteca, evitaba las valoraciones literarias y se concentraba en el aspecto puramente material de aquellos preciosos objetos llenos de palabras. Su anti-intelectualismo era una pose, desde luego, porque nadie que no hubiera leído mucho y asimilado muy bien la mejor literatura, y reflexionado intensamente, hubiera revolucionado la palabra poética en lengua española como él lo hizo, ni hubiera escrito una poesía tan diversa y esencial como la suya. Parecía considerar el mayor riesgo para un poeta el confinarse en un mundo de abstracciones y de ideas, como si esto pudiera cegar la vitalidad de la palabra y apartar a la poesía de la plaza pública y condenarla a la catacumba.



Lo que no era pose en él era su amor a la materia, a las cosas, a los objetos que se pueden palpar, ver, oler, y, eventualmente, beber y comer. Todas las casas de Neruda, pero sobre todo la de Isla Negra, fueron unas creaciones tan poderosas y personales como sus mejores poemas. Coleccionaba todo, desde mascarones de proa hasta barquitos construidos con palillos de fósforos dentro de botellas, desde mariposas a caracolas marinas, desde artesanías hasta incunables, y en sus casas uno se sentía envuelto en una atmósfera de fantasía y de inmensa sensualidad. Tenía un ojo infalible para detectar lo inusitado y lo excepcional y cuando algo le gustaba se volvía un niño caprichoso y enloquecido que no paraba hasta poseer lo que quería. Recuerdo una maravillosa carta que le escribió a Jorge Edwards, rogándole que fuera a Londres a comprarle un par de tambores que había visto en una tienda, a su paso por la capital inglesa. La vida es invivible, le decía, sin un tambor. En las mañanas de Isla Negra tocaba la trompeta y, tocado con una gorra marinera, izaba en el mástil de la playa su bandera, que era un pez.
Verlo comer era un hermoso espectáculo. Aquella vez que lo conocí, en París, lo entrevisté para la Radio-Televisión Francesa. Le pedí que leyera un poema de Residencia en la tierra que me encanta: "El joven monarca". Aceptó, pero, al llegar a la página indicada, exclamó, sorprendido: "¡Ah, pero si es un poema en prosa!". Yo sentí una puñalada en el corazón: ¿cómo había podido olvidar una de las más perfectas composiciones salidas de la pluma de un poeta? Después de la entrevista, quiso ir a comer comida árabe. En el restaurante marroquí de la Rue de l'Harpe devolvió el tenedor y pidió una segunda cuchara. Comía con concentración y felicidad, blandiendo una cuchara en cada mano, como un alquimista que manipula las retortas y está a punto de alcanzar la aleación definitiva. Viendo comer a Neruda uno tenía la impresión de que la vida valía la pena de ser vivida, de que la dicha era posible y que su secreto chisporroteaba en una sartén.
Como llegó a ser tan famoso, y a tener tanto éxito en el mundo entero, y a vivir con tanta prosperidad, despertó envidias, resentimientos y odios que lo persiguieron por doquier y, en algunos periodos, le hicieron la vida imposible. Recuerdo una vez, en Londres, en que le mostré, indignado, un recorte de un periódico de Lima donde me atacaban. Me miró como a un niño que cree todavía que los bebés vienen de París. "Tengo baúles llenos de recortes así", me dijo. "Creo que no hay una sola maldad, perversidad o vileza de la que no haya sido acusado alguna vez". La verdad es que, llegado el caso, sabía defenderse y que, en algunos momentos de su vida, sus poemas se impregnaron de dicterios y diatribas estentóreas y feroces contra sus enemigos. Pero, curiosamente, no recuerdo haberle oído hablar nunca mal de nadie ni haberle visto practicar nunca en mi presencia ese deporte favorito entre escritores que es despedazar verbalmente a los colegas ausentes. Una noche, en Isla Negra, después de una cena copiosa, entornando sus ojos de tortuga soñolienta, contó que de su último libro recién publicado había enviado, dedicados, cinco ejemplares a cinco poetas jóvenes chilenos. "Y ni uno sólo siquiera me acusó recibo", se quejó, con melancolía.
Era ya la última época de su vida, una época en la que quería que todos lo quisieran, pues él se había olvidado de las viejas enemistades y rencillas y hecho las paces con todo el mundo. Para entonces, se habían apagado algo las convicciones ideológicas inamovibles de su juventud y madurez. Aunque fue siempre leal al Partido Comunista, y por esa lealtad llegó en ciertos periodos a cantar a Stalin y a defender posiciones dogmáticas, en su vejez, un espíritu crítico se fue abriendo en él respecto a lo que había ocurrido en el mundo comunista, y ello se transparentaba en una actitud mucho más tolerante y abierta, y en una poesía liberada de toda pugnacidad, beligerancia o rencor, llena más bien de serenidad, alegría y comprensión por las cosas y los seres de este mundo.
No hay en lengua española una obra poética tan exuberante y multitudinaria como la de Neruda, una poesía que haya tocado tantos mundos diferentes e irrigado vocaciones y talentos tan varios. El único caso comparable que conozco en otras lenguas es el de Victor Hugo. Como la del gran romántico francés, la inmensa obra que Neruda escribió es desigual y, en ella, al mismo tiempo que una poesía intensa y sorprendente, de originalidad fulgurante, hay una poesía fácil y convencional, a veces de mera circunstancia. Pero, no hay duda, su obra perdurará y seguirá hechizando a los lectores de las generaciones futuras como lo hizo con la nuestra.
Había en él algo de niño, con sus manías y apetitos que exhibía ante el mundo sin la menor hipocresía, con la buena salud y el entusiasmo de un adolescente travieso. Detrás de su apariencia bonachona y materialista se agazapaba un astuto observador de la realidad y en ciertas excepcionales ocasiones, en un grupo reducido, luego de una comida bien rociada, podía de pronto dejar entrever una intimidad desgarrada. Aparecía entonces, detrás de esa figura olímpica, consagrada en todas las lenguas, el muchachito provinciano de Parral, lleno de ilusiones y estupefacción ante las maravillas del mundo, que nunca dejó de ser.

martes, 15 de junio de 2004

Joyce / Molly Bloom, entre sueños


James Joyce y Nora Barnacle
John Nolan


Molly Bloom, entre sueños


16 de junio de 2004. O sea, mañana. Centenario de la primera cita amorosa de Joyce con quien iba a ser la mujer de su vida. ¡Ay, Norah Barnacle, que le perdiste luego cuando tenía 58 años, tú que fuiste para él amante, madre, confidente, inspiración, calor, risa, consuelo, alma gemela, quitapenas, ironía, estrella en su noche oscura ("tranqui, Jim, que no pasa nada, que saldremos del apuro, volveremos a Irlanda unos días y compraremos ropa barata en Moore Street para toda la familia y terminarás el libro y serás el escritor más famoso del mundo...")!
La acción de Ulises -o sea el periplo de un día y una noche de Leopoldo Bloom por un Dublin sucio, charlatán, bebedor, corrosivo y cachondo mental- se inicia, como se sabe, en la mañana de dicho 16 de junio -¡vaya homenaje a Norah!- y termina con el famoso "Sí" complaciente, escrito con mayúscula y seguido de punto final (el único del episodio), pronunciado por Molly mientras se mueve entre sueños en la cama.
Si Joyce sólo hubiera escrito aquel monólogo interior habría bastado, seguramente, para que nunca dejáramos de agradecer su aportación a la literatura, es decir a la vida. Cuando la novela se publicó en París en 1922 fue precisamente tal secuencia onírica lo que más escandalizó a los miserables puritanos de siempre, y hubo intervenciones policiales tanto en los puertos británicos como en los de Estados Unidos para proteger a los buenos burgueses de tanta procacidad y porquería. Francia había sido la responsable, una vez más, de permitir la publicación de un texto obsceno y vil, y fue objeto, en consecuencia, de la renovada vituperación de los fariseos de ultra-Mancha, los mismos que poco tiempo atrás habían machacado con trabajos forzosos a otro irlandés genial y subversivo, Oscar Wilde. Cuando, allá por los años cincuenta, servidor empezó sus estudios de español en el Trinity College de Dublín, Ulises, tres décadas después de su publicación, estaba todavía prohibido en Irlanda -no ya en Gran Bretaña- y sólo se podía conseguir bajo cuerda. Todavía me produce vergüenza ajena el recuerdo de aquella afrenta.
La Irlanda de hoy es bien diferente, y Joyce toda una gloria nacional. La celebración de Bloomsday va a ser mañana por todo lo alto, y además coincide con el final de la eficaz presidencia irlandesa de la Unión Europea. En España, entre los actos programados, hay que destacar la reposición en Madrid, por Magüi Mira, de su magnífica interpretación del monólogo de Molly, tanto más convincente por cuanto ésta vuelve una y otra vez, mientras sueña, al Gibraltar y a la Andalucía de su infancia y adolescencia, entreverándose entre sus rememoraciones subliminales numerosas frases e imágenes españolas que han sido investigadas, en Sevilla, por el gran experto en Joyce Francisco García Tortosa. Para los que protestan que Ulises supera sus más fornidos esfuerzos, nada más recomendable que empezar con dicho monólogo en la magnífica traducción de la novela debida al mismo estudioso (editada por Cátedra). Hacerlo sería la mejor manera posible de honrar al genio dublinés en esta fecha tan señalada.

sábado, 12 de junio de 2004

Catacumbas / París misterioso y subterráneo




RUTAS URBANAS

París misterioso y subterráneo

Un insólito itinerario por el museo de las catacumbas


Oswaldo Muñoz
12 de julio de 2004


El monstruo tiene un enorme vientre. Trescientos kilómetros de túneles y cavernas, de los que uno y medio esconde el museo propiamente dicho. Su origen se remonta al siglo XVIII.
El musical Notre Dame y la película Belfegor, el fantasma del Louvre -protagonizada por Sophie Marceau- pusieron hace un par de años de moda los ambientes más misteriosos de París. Velas, linternas y espectros agazapados en iglesias, museos y cuevas aguardan a exploradores en busca de emociones fuertes. "El mundo subterráneo ejerce una atracción que el tiempo no desmiente", dice Jean-Pierre Willesme, conservador de las catacumbas y administrador del Museo Carnavalet.
En el siglo XVIII, el cementerio de los Inocentes, próximo al actual centro comercial de Les Halles y antiguamente el mercado de abastos más importante de la capital, suscitó quejas de los vecinos. Según la leyenda popular, resultaba imposible conservar la leche, y el vino se agriaba, además de tener que soportar un olor pestilente todo el día. Los restos fueron, pues, echados a una fosa común por orden prefectoral. A partir de ese momento las catacumbas se convierten en depósito municipal de varios cementerios parisienses. El Osario es instaurado oficialmente el 7 de abril de 1785 en una parte del subsuelo consolidado de la vieja cantera (las primeras excavaciones de sus minas para extraer piedra caliza se remontan a la época galo-romana).

Inscripciones y marcas

Este gran sótano de esqueletos contiene restos de seis millones de personas. Cientos de miles de huesos y cráneos anónimos fueron amontonados en los pasillos formando largas murallas. A 20 metros de profundidad, largas y estrechas galerías conducen al visitante estupefacto por un itinerario macabro. El aficionado a espeleólogo podrá jugar durante unas horas a interpretar las inscripciones religiosas o profanas, marcas enigmáticas en los muros (señales que servían para orientarse por los túneles antes de su electrificación) y dar rienda suelta a su fantasmagoría. Este laberinto de calles subterráneas fue utilizado como escondite por la Resistencia contra el nazismo en la ocupación, y actualmente está secretamente concebido como posibilidad -en caso de cataclismo bélico- para servir de refugio antiatómico. Desde 1983, la organización bajo tierra de las criptas y el servicio de visitas está gestionada por la Dirección de Asuntos Culturales del Ayuntamiento. "Pero nunca hay que bajar sin tomar la precaución de llevar consigo un plano de las catacumbas y algunos víveres", previene Thierry, un misterioso y fantasioso visitante. "En 1793, un portero de Val-de-Grace bajó y se perdió por los dédalos. Acabaron por encontrarlo, pero 11 años más tarde". Napoleón III y Bismarck, picados por la curiosidad, descendieron una vez.
El silo arqueológico recibe 200.000 visitantes al año. Desvanecida la espeluznante primera impresión, las máximas curiosidades incluyen inscripciones como la siguiente: "Así, todo pasa sobre la tierra. Espíritu, belleza, talento. Tal una flor efímera, que el más ligero viento derriba".
Catacumbas de París: plaza de Denfert-Rochereau, 1. París. Teléfono 00 33 143 22 47 63. Abierto todo el año y todos los días, salvo lunes y festivos. De martes a domingo: de 10.00 a 16.00 horas. Acceso. Metro y RER Denfert-Rochereau, autobuses 38 y 68. Precios: adultos, 5,03 euros; jóvenes 3,05.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 12 de junio de 2004


jueves, 10 de junio de 2004

Joyce de noche


Nora Bernacle y James Joyce 

Joyce de noche

Por Empar Moliner

EL PAÍS, 10 JUL 2004

Leo en un despacho de la agencia Efe que la casa Sotheby's ha subastado "una carta erótica de James Joyce a su amante Nora por 360.000 euros". La carta fue escrita cuando ya vivían separados, por lo que no sé si técnicamente es del todo exacto emplear la palabra amante. En el texto, parece que Joyce la llama "zorra de ojos salvajes" y le confiesa que siente por ella "un deseo ingobernable". Pero lo más sorprendente es la explicación que da la casa Sotheby's para justificar lo cara que se ha vendido la misiva: "Es interesante porque es muy explícita, a pesar de que el autor eludía generalmente todo tipo de bromas obscenas". Caramba.
Escribir "zorra de ojos salvajes" y que sientes un "deseo ingobernable" desde luego no son bromas, así que no tiene nada que ver con "eludir todo tipo de bromas obscenas". Pero aunque lo fueran. El autor escribió esa carta no para que la leyésemos nosotros, sino para que la leyera Nora. Lo normal es que la gente (y eso incluye al difunto Joyce) tenga comportamientos distintos en privado que en público. Ésta es la gracia.
El mundo está lleno de seres humanos que en público eluden todo tipo de bromas obscenas y que luego, en privado, son unos guarros. Normalmente, cuando redactas una conferencia para dictar en el Òmnium Cultural no describes posturas sexuales y, en cambio, sí las describes cuando redactas e-mails a tus amantes. Son pocas las personas obscenas en público y en privado, y esa debería ser la noticia. Imaginen que de aquí a unos años se subasta una película casera en la que un actor de culto (pongamos Keanu Reeves) está manteniendo relaciones sexuales con una mujer (pongamos yo). El señor de Sotheby's dirá que la película tiene valor porque el contenido sexual es muy explícito cuando resulta que Keanu era muy pudoroso en su trabajo y eludía los desnudos y las escenas de sexo. Pues vaya noticia. Para algo se trata de una cinta para el consumo privado de Keanu y mío. El señor de Sotheby's, al que tengo un respeto ilimitado, debería ser contratado en el programa Salsa Rosa. La justificación extraordinaria que da de la diferencia entre el comportamiento público y privado de Joyce es la misma que dieron de la locutora Encarna Sánchez cuando sacaron a la luz las cartas que le escribió a no sé quien. Vaya morro.

sábado, 5 de junio de 2004

Paisajes del poeta Ovidio en el destierro

El paseo marítimo de Constanza con el edificio del Casino, que se sitúa en la misma orilla del mar Negro. REINHARD SCHMID


Paisajes del poeta Ovidio en el destierro

Una ruta por La Dubruya, la región rumana donde desemboca el Danubio



César Antonio Molina
5 de junio de 2004

Augusto lo expulsó a los confines del imperio, a Constanza, junto al mar Negro, una zona de pantanos y barro donde el autor de 'El arte de amar' pasó con amargura la última década de su vida.


Desde Bucarest hasta Constanza, un recorrido de apenas 200 kilómetros por una complicada carretera, se atraviesa la Dobruya, una de las regiones rumanas. Las más conocidas son: Moldavia, Transilvania, Bucovina; además de las otras más ignotas, como Crisana, Banato o Maramures. 

La Dobruya está situada al suroeste, entre el curso final de la desembocadura del Danubio y el mar Negro. Tierras bajas, repletas de marismas, que desembocan en las playas y los acantilados y que atesoran, sumergida, la historia de dacios, tracios, getas y otras tribus, además de griegos, romanos, bizantinos y turcos que también la invadieron en el siglo XV y permanecieron en ella durante cuatro siglos. La ciudad de Medgidia, entre Cernavoda y Constanza, fundada en el siglo XIX por el sultán Abdul-Medgid, aún conserva parte de su estilo oriental pespunteado por los alminares.

A este desierto acuático, a estas tierras embarradas, a estas soledades fue mandado al exilio por Augusto el poeta Ovidio. Aunque el escritor se queja amargamente en las Tristes y las Pónticas, el castigo impuesto por el emperador fue pequeño si lo comparamos con los impartidos por aquellos tiempos y que tan magistralmente narró Robert Graves en Yo Claudio. ¿Cuál fue la culpa de Publio Ovidio Nasón? El Arte de amar fue prohibido y retirado de las bibliotecas públicas por contravenir los principios morales establecidos por Augusto. Pero además debió añadirse algún otro motivo que incluso era desconocido para el propio reo. ¿Presenció alguna escena inmoral de Livia o Julia, esposa e hija de Augusto? ¿Conspiró Ovidio junto a Fabio Máximo para devolver el derecho de sucesión a Agripa Póstumo, nieto del emperador? O quizá asistió a los cultos prohibidos neopitagóricos. Ovidio no sólo no parece saberlo (aunque confiesa que sus ojos vieron "un crimen sin quererlo"), sino que una de sus mayores obsesiones es preguntar el porqué. Augusto le conservó la vida, los bienes, la ciudadanía. Cuando Ovidio abandonó Roma, en el octavo año de nuestra era, tenía 65 años. Cuando murió en Tomis, en el año 18, había cumplido ya los 75.
Ovidio emprendió su último viaje desde Roma a Brindisi. Allí embarcó hasta Grecia atravesando a pie el istmo de Corinto. Luego reembarcó en Cenereas; bordeó Troya, en la actual Turquía, y llegó al puerto de Cerinto, en Samotracia. Atravesó el Helesponto o estrecho de los Dardanelos, cruzó la Propóntide o el mar de Mármara y entró en el Ponto Euxino o el mar Negro llegando al puerto tracio de Témpira. En Samotracia, la actual Bulgaria, estuvo hasta la primavera. Luego continuó a pie y reembarcó en el golfo de Tinias camino de su destino final, Tomis, hoy Constanza. Ovidio pasó así de manera tortuosa y prolongada por las futuras Italia, Grecia, Turquía, Bulgaria y Rumania.

Al occidente del mar Negro

Tomis estaba en la provincia romana de la Moesia, en los confines del Danubio, en la desembocadura del "Histro de siete brazos". Era la frontera del imperio. Había sido una colonia griega fundada por los jonios de Mileto en el siglo VII antes de Cristo. Era la ciudad más importante de la margen occidental del mar Negro o Escitia Menor. Ovidio la describe como un paisaje desértico, una estepa sin agua potable y pocos alimentos, helada y en permanente pie de guerra contra bárbaros hostiles. "Aquí el campo no produce frutos, ni dulces racimos de uvas; no verdean sauces en sus riberas, ni encinas en sus montañas. Ni el mar merece más alabanzas que la tierra: sus aguas, privadas de sol, están siempre hinchadas por el furor de los vientos. Adonde quiera que mires, se extienden llanuras sin cultivar y vastos labrantíos que nadie reclama".
Ovidio, a lo largo de los años se fue encariñando con el lugar y sus gentes: "Ellos prefieren que yo me marche, porque ven que lo deseo: pero por propio interés desean que me quede aquí. Y no me creerás, hay decretos públicos que me elogian y me eximen de impuestos. Y, aunque a los desgraciados no conviene la gloria, las ciudades vecinas me otorgan el mismo privilegio", le escribe a Grecino. Finalmente le comenta a Tuticano: "Me es querida Tomis, que a mí, que estoy exiliado de mi patria, me ha mantenido hasta hoy su fiel hospitalidad".
El nombre de Tomis procede de la leyenda de los argonautas. Medea, locamente enamorada de Jasón, se fugó con él. Para que su padre, Eetes, rey de la comarca y poseedor del vellocino de oro, no pudiera alcanzarla en su persecución, asesinó a su hermano Absirte y lo fue despedazando para que así su padre se detuviera recogiendo los trozos. La pobre Medea fue una víctima de Juno y Minerva, dioses protectores de Jasón, quienes le inocularon esa pasión. Tom significa cortar las manos y la cabeza en un peñasco. Los bizantinos la llamaron Constantiana, y, a pesar de que los turcos volvieron a rebautizarla, Constanza sobrevivió hasta nuestros días. Estamos, pues, en la Cólquide, donde se encontraba el vellocino de oro y adonde Jasón llegó en la nave Argos para robarlo siete décadas antes de que tuviera lugar la guerra de Troya.

La cercanía de Estambul

Entro en Constanza en medio de una gran tromba de agua y en una especie de pequeño obelisco tapado por una vegetación salvaje leo la distancia que, en millas, hay desde aquí a otros puertos del propio mar Negro o del Mediterráneo. A Odesa hay 175 millas, 399 a Sebastopol, 193 a Estambul. Constanza es el puerto más importante de Rumania y una de las principales ciudades del país. El paseo marítimo, las playas, el puerto deportivo y comercial, los hoteles y comercios, la zona industrial que antes se dedicaba a los astilleros, textiles e industrias alimentarias, todo parece abandonado. Las grúas del puerto son como brazos muertos que se mueven de aquí para allá. Tampoco se divisan grandes e interesantes edificaciones, que las hubo, pues fueron destruidas para levantar otras más populares y amorfas durante la época de Ceausescu.
La estatua de Ovidio es el omphalos de la ciudad. Su inauguración, en el año 1887, no sólo significó el homenaje a uno de sus más importantes habitantes, sino también la restauración simbólica de la occidentalidad frente a la orientalidad otomana impuesta durante siglos, que sumió a la ciudad en una gran decadencia y llegó a deshabitarla, pues a mediados del XIX sólo contaba con 2.000 almas. La estatua de Ovidio significaba la latinidad. Y fue también un escultor italiano quien la ideó y armó, Ettore Ferrari, de Sulmona (al este de Roma, donde nació el poeta). Está levantada sobre un amplio y alto plinto. El poeta es una esbelta figura togada. Su rostro meditabundo apoya la barbilla sobre la mano derecha. Dice a los pies del monumento: "Bajo esta piedra yace Ovidio, el poeta. / De los amores delicados, vencido por su talento. / Oh, tú que te paseas por aquí, si es que has amado alguna vez, / reza por él, para que le sea leve el sueño".

Orfebrería helenística

El Museo de Historia Nacional y Arqueología está en la plaza de Ovidio. Es muy interesante, pues contiene muchos objetos de valor de las épocas grecolatinas. Las piezas de orfebrería helenística son magníficas, así como las esculturas griegas anteriores al nacimiento de Cristo y las romanas posteriores. Las estatuas de Pontos, el dios del mar Negro que simboliza las puertas de la ciudad, y de la Fortuna, otro de los dioses protectores de Tomis, se mezclan con la serpiente Glyko, un animal fantástico esculpido en mármol azulado que tiene una cabeza de mamífero (perro o antílope); orejas, cabellos y ojos humanos; cuerpo de serpiente y cola de león. La escultura del caballero tracio se alza hacia adelante y su manto flamea al viento. Hay también una interesante sala dedicada a Ovidio y su época. La gran importancia arqueológica de esta ciudad se completa con otros dos espacios fundamentales. El parque arqueológico y el edificio del mosaico. El parque se levantó junto a uno de los muros defensivos de la ciudad construido por los romanos en el siglo III. En torno a este espacio fueron apareciendo columnas, capiteles, sarcófagos, ánforas y demás utensilios de la vida cotidiana. El edificio del mosaico, que también está al aire libre, sólo levemente cubierta la parte de las teselas, fue descubierto en el año 1959 bajo la vía férrea y la estación del tren al llevarse a cabo obras de remodelación urbanística. Abarca un espacio de unos 2.000 metros cuadrados, de los que sólo se conservan en buen estado unos 600. Las teselas tienen siete colores distintos y su decoración es geométrica y floral. Son 74 diferentes símbolos. Impresiona no sólo la extensión de esta obra de arte primorosa, sino también la modernidad abstracta de esas composiciones y la mezcla de colores para representarlas. Está datada en el siglo IV. Aquí mismo también hay una gran muestra de lápidas con inscripciones griegas y latinas.
En el Museo de Arte nos plantamos en la contemporaneidad de la pintura rumana del siglo XX al contemplar las obras de Grigorescu, Aman, Petrascu o Luchian. Pero estas aguas oscuras, amenazantes, muertas, del mar Negro, tienen varios museos dedicados a mostrar su flora, fauna (Ovidio escribió también un poema dedicado a los peces del mar Muerto titulado Holientica) e historia. El Museo de la Marina, el Museo del Mar, el Acuario o el Delfinario. Junto al Museo del Mar está el faro genovés. Una torre de luz alzada por este pueblo navegante, luego arruinada y vuelta a levantar a finales del siglo XIX para conmemorar la ruta marítima que este pueblo italiano abrió durante los siglos XIII y XV. No es muy alto ni ancho, sino más bien una columna que sostiene a la linterna.

Un casino en el litoral

Muy cerca, contemplando el mar, hay otra de las múltiples estatuas del gran poeta nacional Eminescu, realizada por O. Han. Pero de entre todos los edificios que alberga Constanza, el antiguo casino es como un diamante en medio de tanta construcción sin personalidad. Fue alzado a comienzos del siglo XX, mezcla de joya barroca y rococó, muy parecido al de Niza. La mezquita de Mahmudiye, levantada en el siglo XIX sobre otra del XIV, tiene un alminar decorado con arabescos. La catedral e iglesias ortodoxas griegas son de finales del XIX, al igual que la iglesia católica, que ostenta una torre o campanario románico.
Constanza está rodeada de lugares recreativos e históricos. Mamaia es una gran playa al norte. En Mangalia, al sur, están las ruinas de la ciudad griega de Callatis. Histria es otro centro histórico y arqueológico capital. Toda esta zona está repleta de aquellas ciudadelas defensivas levantadas por los romanos como frontera del imperio a lo largo del Danubio y del mar Negro. Y muy cerca de Constanza también se encuentra, en Adamclisi, el Tropaeum Trajani, el monumento que levantó Trajano en conmemoración de la victoria sobre los pueblos bárbaros (dacios, sármatas y tracios) capitaneados por Decébalo, en el año 101 de nuestra era. Excavado en el siglo XIX, se reconstruyó totalmente a mediados del XX. Las metopas y algunas otras piedras originales pueden contemplarse en el Museo Arqueológico de Bucarest y en el del mismo Adamclisi.
Rica en historia, bella en paisaje, entre Oriente y Occidente, buscando de nuevo su futuro, así es Constanza, donde yacen los huesos de uno de los más grandes poetas de todos los siglos.
César Antonio Molina (A Coruña, 1952), periodista y poeta, es director del Instituto Cervantes.




GUÍA PRÁCTICA


Datos básicos
Prefijo telefónico: 00 40.
Moneda: leu (un euro equivale a 39.950 lei). Población: Rumania tiene 22 millones de habitantes.
Cómo ir
- Constanza se encuentra a 215 kilómetros al este de Bucarest (en coche, un viaje de unas dos horas y media).
Tarom (915 64 18 83). De Madrid a Bucarest, ida y vuelta, 450 euros. El precio incluye el viaje en autobús de Bucarest a Constanza.
Iberia (902 400 500 y www.iberia.com). Ida y vuelta a Bucarest desde Madrid, en junio, a partir de 381,22 euros.
Información
Oficina de turismo de Rumania en Madrid (914 01 42 68
y www.rumaniatour.com).
- www.mtromania.ro.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 5 de junio de 2004