miércoles, 28 de febrero de 2001

Imre Kertész, Ibarretxe y los otros

Imre Kertész


Kertesz, Ibarretxe y los otros


Si hubieran leído a tiempo la conmovedora obra del gran escritor húngaro Imre Kertesz en su reflexión Yo, el otro, esos que pusieron la bomba de Martutene o tantas otras no lo habrían hecho. Algún resorte en el alma les habría saltado para impedirlo. No ha sido así. Y no hay más vía humana que la de las lágrimas para reaccionar. Al Estado le queda, además, afortunadamente, la de la ley. ¿Que más queda? Efecto cero salvo el dolor, consecuencias políticas nulas excepto la rabia, repercusión histórica ninguna si se obvia la tragedia íntima, familiar y humana. Es, sin duda, un drama el hecho de que mucha gente no lea a Kertesz, porque algunos al menos de los que odian aprenderían a conocer la compasión. Un nuevo drama se nos lanza a la garganta. No es otro que la reducción del sentimiento por estrangulamiento de la palabra. Es la incapacidad del luto de que hablaba Alexander Mitscherlich, la ofuscación del odio, pero también la inmensa, insoportable capacidad de vestir de normalidad al crimen que confiere a algunos el tener un enemigo más odiado que el asesino: la víctima.
Dice Kertesz en su citada obra: 'Esta gente ha construido su vida sobre un uso pervertido de la lengua. Peor aún han elevado este uso pervertido de la lengua a un consenso válido y en su derrota no han dejado más que damnificados en el uso de la lengua que ahora necesitan asistencia urgente moral, ya que sus palabras devaluadas por el uso perverso del idioma han quedado convertidas en ristras de papel que amenazan con desvelar sus heridas morales'. Más adelante dice: 'En lo que a mí respecta, intuyo que aguantaré en mi sitio, en todo caso puede aumentar mi náusea'.

¿Cómo no recordar a Kertesz, húngaro y judío, lúcido y desarraigado, generoso y poeta, superviviente de Auschwitz y Buchenwald, cuando se oyen frases como las de Imaz, Anasagasti o Ibarretxe condenando el último atentado? Ya no son los asesinos quienes nos deben preocupar. Allá ellos con su demencia. Nuestra lucha contra ellos es primitiva porque ellos lo son. El horror más profundo lo producen quienes nos han decepcionado. Esos de quienes creíamos eran de los nuestros y titubean desde hace años y cada vez parecen más ser de los otros. Que Heydrich era un asesino lo sabían muchos desde muy pronto en Alemania. Que los vecinos y los políticos conversos al apaciguamiento con el fascismo también podían ser colaboradores necesarios fue algo que supimos después. Muchos, demasiado tarde.
Kertesz ha sabido por qué él sigue vivo y murieron todos aquellos con los que compartió juegos en la infancia, se interroga sobre las posibilidades de salvación de los mandos de las SS que mandaron a la muerte en duchas de gas a tanta familia, tantos amigos, tanta gente que sólo pretendía vivir. Al fin y al cabo, la única gran apuesta que nos es permitida. Como les debía haber sido aceptada a los dos chicos de Elektra en Martutene. Aunque quizás alguno de ellos hubiera calificado su propia muerte como 'consecuencia de un conflicto histórico que no se puede simplificar' o 'respuesta a violencias estructurales' o vaya usted a saber qué. La perversión del idioma ataca al alma y a la mente. En Alemania, en Hungría y en Euskadi. Nadie es inmune a los códigos que debilitan los mecanismos de piedad y solidaridad entre los hombres. Muchos judíos iban a la muerte con sentimiento de culpabilidad, ese mismo sentimiento que ve el escritor húngaro en las reflexiones de Ludwig Wittgenstein, aquel judío millonario vienés que percibía el judaísmo como un sarpullido en su persona. ¿Qué sentirán los compañeros de un muerto ahora que entendió muertes pasadas?
El judío antisemita tiene su perfecta equivalencia en los españoles, vascos o no, que en Euskadi quieren arrancarse a sí mismos todo lo que tienen de españoles para ser políticamente correctos con la doctrina del régimen imperante, por obediencia y docilidad o por interés en participar en el gran banquete que el nacionalismo incontestado celebra repartiendo beneficios en Gobierno, diputaciones y ayuntamientos. Como no puede ser, y además es imposible, romperse uno mismo la identidad, la historia real, que no la inventada, y los sentimientos, los resultados son traumáticos porque siempre son consecuencia de una amputación. El hijo del inmigrante quiere ser el vasco más genuino sin entender por tal más que la patética caricatura que del vasco dan los máximos sacerdotes de un nacionalismo de niveles intelectuales tan tristes como hoy se ven en el Partido Nacionalista Vasco. Existió en su día un vasquismo generoso y cosmopolita. Hoy, por obra y gracia de gentes como Javier Arzalluz, no queda ya sino una versión troglodita y culpable, resentida y misérrima, pero además objetivamente cómplice de aquellos de los que no vamos a hablar aquí.
Dice Kertesz: 'Cómo observo el terrorífico deterioro de este país, cómo vivo su paranoia suicida. Cómo me alejo diariamente del mismo por culpa de esa selección nacional del odio y por mis propios recuerdos'. La prótesis moral, la muleta moral, las sillas de ruedas morales de que habla el escritor húngaro evocan tanto y tan bien los recursos del nacionalismo vasco ante su fracaso y la indignidad en la que ha quedado sumido, una vez más gracias a profetas soberbios y despóticos, que no queda sino desesperar, bullir de indignación o armarse de coraje para luchar por acabar con este espanto que insulta a todos aquellos que aún no consideren la cobardía como un elemento fundamental para la supervivencia en 'normalidad'.
Casi todo tiene una explicación, y la de los magníficos y poéticos textos de Kertesz radica en que siempre fue víctima y jamás se pudo ver en el papel de verdugo. Pero tampoco en la de compañero de viaje, cómplice o como quiera calificarse a aquellos que lamentan muertes, pero achacan su autoría a conflictos nebulosos y expresan comprensión hacia los móviles de los asesinos. En los años treinta hubo una gran depresión en Alemania. Esto explica en parte los éxitos del nacionalsocialismo, pero no exonera a ninguno de los muchos que estuvieron seleccionando en la rampa de Auschwitz a los judíos que podían trabajar y a los que debían ir directamente a la cámara de gas. Tampoco a quienes, en colaboración con los nazis o en mera obediencia, hicieron posible tan terrible selección.
Kertesz, que vendrá pronto a la Residencia de Estudiantes de Madrid para presentar su obra, muy poco conocida aún en España, transmite esa amarga reconciliación con el ser humano que sabe de la interinidad absoluta de su existencia. Por ello es una voz bella y robusta en contra de todo aquello que puede hacer sufrir más de lo necesario a nuestras frágiles existencias. Por eso hace campaña poética contra las tribus y en favor de los individuos. Por eso también es una pena que quienes pusieron la bomba en Martutene no hubieran leído a Kertesz. Ni otros muchos que después de que estallara se lamentaban, pero buscaban denonadamente explicaciones más allá de la existencia de los asesinos, de su disposición y del lenguaje del odio y la sospecha supuestamente interracial que muchos otros han promovido con entusiasmo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 28 de febrero de 2001


jueves, 22 de febrero de 2001

Vicente Molina Foix / Russell Crowe




Russell Crowe



Russell Crowe

CANTANTE Y GRANJERO

Vicente Molina Foix
20 de febrero de 2001

Tras escuchar una larga presentación, Russell Crowe sentenció: 'Ésa es una introducción muy larga para alguien que no necesita introducción'. El actor abría por primera vez la boca, con la ceja levantada, el cigarrillo en la mano y una voz y una mirada de quitar el hipo. El director Taylor Hackford, a pesar de no hablarse con el actor neozelandés, lo reconocía más tarde: 'No le hace falta hablar, tiene la inteligencia en la mirada'.
Crowe, que además de actor es cantante -ayer anunció que el 26 de febrero se pondrá a la venta en Internet su nuevo disco- dice que no puede vivir en Los Ángeles ('sería como dormir en la oficina') y por eso huye a su granja de Australia 'para desconectar entre película y película'. 'Me equilibra estar allí. Es saludable estar fuera, necesito esa distancia con el trabajo, me hace tomarme las cosas con menos desesperación'. 'Los Ángeles', continúa el actor, 'es una ciudad extraña, peligrosa y difícil de conocer'.
Crowe levanta otra vez la ceja: 'De momento tengo mi granja, está a siete horas de Sydney'. Se toca la barba: 'Tengo 350 vacas'. Mira directo: 'Todas muy guapas y puras'. Levanta la barbilla y medio sonríe: 'Ellas también se vuelven locas, pero sólo cuando yo me voy'.

* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 20 de febrero de 2001



martes, 20 de febrero de 2001

Vicente Molina Foix / Las menores de Balthus


Katia reading, 1974
Balthus

Las menores de

Balthus
VICENTE MOLINA FOIX
20 FEB 2001

Alguien muy cercano a mí tiene un balthus en su casa y todos los días se arrodilla un rato delante de la obra. Es devoción artística, naturalmente, y picardía de hereje, pues para esta persona próxima la niña también arrodillada que cuelga en su pared no está rezando a Dios. La niña -yo mismo, cuando la veo en esa casa amiga, me detengo a mirarla- tiene el rostro evanescente, lavado o harinoso, de tantos personajes del pintor, pero no hay dudas sobre su culo, que despunta poderosamente bajo la faldita, realzado por la flexión de las rodillas. Junto a la niña, encima de dos sillas, el montón impreciso de unas prendas de vestir; a Balthus, más que el desnudo le gustaba lo que supone quitarse la ropa.
En 1949, el hijo de Matisse, que tenía una galería de arte en Nueva York con el tiempo legendaria, hizo una exposición de Balthus y le pidió a Albert Camus un texto para el catálogo. El autor de La peste, después de referirse al inestable estilo realista del pintor, a sus retratos fijados fuera del tiempo, no elude entrar en la cuestión palpitante siempre que se habla del artista que acaba de morir: la sexualidad de sus niñas. Está ahí, reconoce, pero es un erotismo 'negligente'. Todas las figuras femeninas lánguidas o adormecidas en los cuadros son víctimas, dice Camus, pintadas sin el menor patetismo por Balthus; 'no es el crimen lo que le interesa, sino la pureza. Unas víctimas demasiado sangrantes conservarían la huella de los asesinos'. Se trata, añade el escritor en una frase afortunada, de 'degolladas decentes'.
La decencia. La circunspección o decoro del noble con instintos libertinos. Desde sus 20 años, desde que ilustra con plumilla morbosa la novela Cumbres borrascosas o pinta señorialmente a Derain y detrás la muchachita desaliñada mostrando las tetas, desde que en la famosa Lección de guitarra de 1934 (que los hipersensibles antipederastas de hoy volverían a perseguir) reinterpreta femeninamente el tema de la Pietà y pone la mano de la niña medio desnuda tan cerca del pezón de la madre como la mano de ésta cerca del mostrado sexo de la niña, Balthus no dejó nunca de estar entre lo sagrado y lo procaz. 'La técnica del tiempo de David al servicio de una inspiración violenta, moderna, y que es desde luego la inspiración de una época enferma', dijo de él uno más desequilibrado que él, Artaud, precisamente en 1934. Para Artaud, Balthus 'invita al amor pero no disimula sus peligros'.
La imposible inocencia. Siempre he tenido a mi novelista favorito del siglo XX, Gombrowicz, como pariente de Balthus. Los dos adoraban temerosamente a los adolescentes, aunque guardaron, creo, las formas. Tanto los cuadros del mundo infantil de Balthus como los libros del polaco, sobre todo Ferdydurke y Pornografía, son pedagógicos más que paidófilos. Nos enseñan a nosotros, mayores que no vamos ya a más escuela que la de la cordura y el resabio, a ver a los muy jóvenes como lo que son: víctimas de una inocencia que están deseando dejar de tener. Culpables del delito de su impúdica visibilidad.
Los dos, Balthus, Gombrowicz, fueron grandísimos mirones del arte. René Schérer, otro sospechoso de las edades prohibidas, nos dice en su libro La pedagogía pervertida que lo que define al enseñante es la pulsión escópica; la obligación de ver al pupilo, de vigilar su crecimiento, puede transformarse en una dependencia. Y Schérer cita la memorable lección de sabiduría cínica del profesor en el capítulo segundo de Ferdydurke: 'Empezaré por observar a los alumnos y les daré a entender que los considero como a inocentes e ingenuos. Eso naturalmente los provocará, van a querer demostrar que no son inocentes, y es entonces cuando caerán en la verdadera ingenuidad e inocencia tan sabrosa para nosotros los pedagogos'.
Balthus no llegó a pecar, y estoy seguro de que era, como le gustaba a él decir, un pintor religioso. ¿No es, al fin y al cabo, la religión el ejercicio de una mirada fija y persistente a un punto inalcanzable? El culo misterioso de las niñas.*

Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 20 de febrero de 2001


Balthus / Inocencia y perversidad

The Room, 1952 - 1954
Balthus


Balthus

Inocencia y perversidad

ANTONI TAPIES
19 FEB 2001

Nunca llegué a conocer personalmente a Balthus, aunque nos cruzamos en diversas ocasiones. Una vez incluso fuimos a visitarle con unos amigos a la Villa Médicis, de Venecia, en la que se alojaba como director de la Academia de Francia. Cuando llegamos nos abrió la puerta otro director, Jean Leymarie, ya que él había abandonado el cargo hacía pocos días.
Ha sido un artista que he tenido siempre presente desde que lo descubrí en las páginas de la revista Minotaure a principios de los años treinta. Allí publicaba unas ilustraciones de adolescentes entre naïves y perversos. Son temas que después desarrolló de forma más amplia en sus pinturas, siempre atrayentes por este sentido misterioso que emanaban. En las obras de Balthus sentías que pasaba algo extraño, pero no sabías el qué, y era eso lo que las hacía tan interesantes.

La lección de guitarra, 1934
Balthus
Mi simpatía por él surge de todo este conjunto de elementos que le dieron a conocer en los años treinta y en la inmediata posguerra. Una vez en Italia su arte se volvió más refinado, seguro que por influencia de los primitivos italianos del siglo XV, pero mantuvo el misterio de sus personajes inocentes.
Era un pintor figurativo, pero no en el sentido fotográfico. La suya es una figuración que recuerda a los anuncios pintados de cine o a los cartelones de feria. Fue, además, un artista que se mantuvo independiente y al margen de movimientos. Era algo que también me gustaba de él porque, pese a que su obra puede relacionarse con el surrealismo, nunca quiso mantener ninguna disciplina de grupo.
Lamento no haberlo conocido, pero me alegra saber que cuando en 1996 el Reina Sofía le organizó una exposición retrospectiva fue él mismo quien les sugirió que yo escribiera un texto para el catálogo. Pienso que, en la distancia, los dos nos respetábamos.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 19 de febrero de 2001



lunes, 19 de febrero de 2001

Balthus / Pintura pura

The Turkish Room, 1963 – 1966
Balthus


Balthus

Pintura pura


Xavier Valls
19 de febrero de 2001

Hoy, al enterarme de la muerte de Balthus en su chalé de la Rossinière, recuerdo con nostalgia cómo empezó nuestra gran amistad.
Cuando a principios de 1949 llegué a París no se hablaba de la obra ya muy importante de Balthus, que, sin embargo, tenía sus incondicionales admiradores entre sus amigos escritores, artistas, gente de teatro e igualmente un reducido y selecto núcleo de coleccionistas. Quizá por el hecho de que su pintura se alejaba del surrealismo y que en aquellos años la no-figuración se iba extendiendo como única forma de la 'modernidad', su concepto de la pintura se distanciaba de las corrientes que imperaban.
Creo que la obra de Balthus es un TODO, siempre mágica y cautivante, como cuando pintó en su estudio de la Cour de Rohan Nature morte (1937), La Vicomtesse de Noailles, Joan Miró et sa fille Dolores, Thérèse en rêvant y el año anterior el impresionante retrato de su admirado amigo el pintor André Derain, sólo para citar unas obras insuperables que definen ya toda su profunda intensidad.
Pero Balthus, lento e infatigable pintor, nos da, una vez instalado en Chassy, la quintaesencia de su materia pictórica con sus maravillosos cuadros, Nu devant la cheminée y el paisaje Le champ triangulaire, los dos de 1955. Si Antonin Artaud, su hermano Pierre Klossowski, Gaëtan Picon, Pierre Jean Jouve, Raymond Mason, Jean Leymarie y el cineasta Federico Fellini han comentado y analizado la obra de este gran pintor, ¿qué podría yo añadir de nuevo y mejor?
Sólo imploro al visitante de una exposición de Balthus el profundo silencio y la total sordera a los comentarios del público que llena los muesos, y que acaricie con su mirada la PURA PINTURA y descubra luego sin prisa su mundo apacible e inquietante a la vez.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 19 de febrero de 2001